A contravía de quienes lo
señalan como el culpable de imponer un “modelo fracasado”, del cual sería único
e ilegítimo usufructuario, el chavismo es expresión de la crisis del
capitalismo rentístico petrolero, y en particular de su correlato político.
Reinaldo Iturriza López
/ ALAI
1.- El chavismo como
“hecho maldito”
El chavismo es, para
decirlo con John William Cooke, “el hecho maldito de la política del país
burgués”[i].
Cooke se refería, claro está, al peronismo, en un texto de 1967, pero la
sentencia aplica para el caso venezolano.
Aluvional, policlasista,
no es esto lo que lo define. Ni siquiera durante sus primeros años. El chavismo
es, desde su gestación, un fenómeno “maldito” para la burguesía, porque aquello
que le da cohesión no es su capacidad para aglutinar el descontento, sino su
decidido antagonismo contra el statu quo. Antagonismo que adquirirá
matices anticapitalistas con el paso de los años, al fragor de la lucha, y como
lo asumirán de viva voz tanto Chávez como sus líneas de fuerzas más avanzadas.
Si a comienzos de los
años cuarenta del siglo veinte, Acción Democrática significó el ascenso de la
clase media emergente, que a su vez hizo posible la incorporación ordenada de
las clases populares a la escena política, siempre subordinada a la burguesía
nacional y sometida a la voluntad del capital transnacional, y con el propósito
de sentar las bases de la democracia liberal burguesa (tarea que ya había
adelantado Medina Angarita), en el caso del chavismo el protagonismo descansa
casi siempre en las clases populares, bien por voluntad expresa de Chávez, bien
porque el propio chavismo demanda mayor participación y más radicalidad. Ya no
es el sujeto que interviene “ordenadamente”, sino uno que emplea sus fuerzas en
la refundación de la República, empresa histórica que pronto se traduce en la
imposición de límites a los poderes económicos, y en las progresivas conquistas
de derechos, particularmente económicos, sociales y culturales.
Ese chavismo está vivo y
coleando, a pesar de su apariencia muchas veces espectral, y de estar ausente
de muchos de los análisis que se hacen sobre Venezuela. Omisión que obedece,
con frecuencia, a la intención deliberada de continuar ignorando a los
invisibles históricos, hoy sujetos políticos de un proceso de cambios
revolucionarios, y otras veces a la ceguera de cierta izquierda que, impedida
de ver realizada la revolución que siempre soñó, despacha como pesadilla la
revolución que hacen los hombres y mujeres de carne y hueso. De nuevo, aplica
para el chavismo lo que escribía Cooke a propósito del peronismo: “existe, está
vivo y no será sepultado porque le disguste a los soñadores de la revolución
perfecta, con escuadra y tiralíneas”[ii].
Con sus errores y sus
aciertos, con sus defectos y sus virtudes, el chavismo ha sabido orientarse
cuando “los confidentes de la historia perdieron el rumbo, y siguen sin
comprender cada vez que en lugar del análisis retrospectivo con incógnitas ya
resueltas, tienen que resolverse en medio de los hechos presentes y sus
enigmas, sus complicaciones, sus abanicos de hipótesis”[iii], para insistir con Cook.
A contravía de quienes lo
señalan como el culpable de imponer un “modelo fracasado”, del cual sería único
e ilegítimo usufructuario, el chavismo es expresión de la crisis del
capitalismo rentístico petrolero, y en particular de su correlato político. En
cambio, las fuerzas económicas, políticas y sociales legatarias del capitalismo
rentístico petrolero, que colapsara a finales de los años setenta del siglo
veinte (el núcleo militar de lo que, a mediados de los noventa, se convertirá
en un potente sujeto cívico-militar, comenzó a gestarse a comienzos de los
ochenta), no han cesado un segundo en su empeño de derrotar la democracia
bolivariana.
2.- La rebelión de las
fuerzas económicas que controlan el mercado
Desorientada y
sobrepasada por las circunstancias, la burocracia política chavista ha abusado
de tal forma del enunciado “guerra económica”, que se corre el riesgo de
vaciarlo completamente de sentido, cuando lo que urge es producir sentido sobre
el brutal ataque del que está siendo víctima la sociedad venezolana.
En parte, esta
incapacidad para traducir políticamente la feroz avanzada de las fuerzas
económicas contrarias a la revolución bolivariana, amén de los propios errores,
explicaría el terreno ganado por la idea de que fenómenos como el desabastecimiento,
la inflación o la escasez son responsabilidad del Gobierno nacional, cuando lo
cierto es que la actual situación es consecuencia directa, en lo fundamental,
del gobierno de facto que han impuesto las fuerzas económicas que controlan el
mercado, fuerzas que tienen estrechos vínculos con la institucionalidad de un
Estado que históricamente ha sido funcional a las elites.
La guerra económica no es
un invento de Nicolás Maduro ni comienza con su gobierno (abril de 2013). De
hecho, el término fue acuñado por el mismo Chávez. En una serie de trabajos
claves para entender la realidad venezolana, la economista Pasqualina Curcio
identifica “las dos principales estrategias” de la guerra económica: 1)
“inflación inducida a través de la manipulación del tipo de cambio en el
mercado paralelo e ilegal”; y 2) “el desabastecimiento programado mediante la
manipulación de los mecanismos de distribución de bienes esenciales para la
vida”. Estas estrategias son viables dadas las características de la economía nacional:
1) “concentración de la producción, de las importaciones y de la distribución
de los bienes y servicios en pocas manos, es decir, la presencia de monopolios
y oligopolios (especialmente en mercados de bienes de primera necesidad o
requeridos en la producción y para el transporte)”; y 2) “la alta dependencia
de las importaciones”[iv].
Curcio identifica el
inicio de la escalada contra la economía nacional, a través de la manipulación
del tipo de cambio paralelo e ilegal, en julio de 2012, coincidiendo con el
inicio de la campaña electoral presidencial. “A partir de agosto de 2012 se
registró un cambio en la función de tendencia de la serie de datos, pasando a
ser exponencial. Es decir, a partir de agosto de 2012 y de manera repentina se
comienza a evidenciar un comportamiento atípico del tipo de cambio en el
mercado paralelo, el cual no se corresponde con el registrado históricamente ni
desde 1999, ni desde 1983”[v].
Si la variación promedio
anual del tipo de cambio paralelo e ilegal entre 1999 (inicio del gobierno de
Chávez) y 2011 había sido de 26%, entre 2012 y 2015 fue de 223%, comportándose
de la siguiente manera: 31% en 2012 con respecto a 2011, 224% en 2013 en
relación con 2012, 161% en 2014 respecto de 2013 y 475% en 2015 respecto a
2014.
Explica Curcio: “El tipo
de cambio paralelo e ilegal muestra un patrón en su comportamiento. Resalta el
hecho de que las variaciones intermensuales son positivas y cada vez mayores
los meses previos a aquellos en los que se celebraron procesos electorales o en
los que el pueblo venezolano vivió momentos de alta tensión política.
Inmediatamente después del evento político o de haber acudido a las urnas
electorales, se registran variaciones que se van haciendo cada vez menores,
aunque generalmente positivas, y en algunos casos llegan a ser negativas… Desde
mediados de 2012 este patrón se ha intensificado. A partir de ese momento las
variaciones fueron, la mayoría de las veces, positivas, pero además muy
elevadas. El dólar paralelo e ilegal aumentó 10.940% entre agosto 2012 y junio
2015, pasando de 9,42 Bs/US$ a 1.040 Bs/US$. Las variaciones más altas se
registraron los meses de octubre 2012 (momento que coincide con las elecciones
presidenciales en las que vence Hugo Chávez), diciembre del mismo año (cuando se
realizaron los comicios para elegir gobernadores en los 24 estados del país),
abril 2013 (al realizarse nuevamente elecciones presidenciales como
consecuencia del fallecimiento del presidente Hugo Chávez), diciembre 2013
(durante las elecciones municipales). A partir de finales del año 2013 el
incremento del dólar paralelo ha sido sostenido y desproporcionado hasta enero
de 2016”[vi].
El 6 de diciembre de 2015 se realizaron elecciones parlamentarias, en las que
el chavismo resultó derrotado.
Este patrón de
comportamiento del tipo de cambio paralelo e ilegal se asemeja al observado en
los índices de inflación: entre 1998 y 2011 la tendencia es lineal, con un
mínimo de 12,3% en 2001 y un máximo de 31,2% en 2002 (año del golpe de Estado y
del paro-sabotaje económico), hasta que inicia un incremento exponencial en
2012. Así, la inflación en 2013 será de 56,2%, en 2014 ascenderá a 68,5%, hasta
alcanzar 180,9% en 2015.
Curcio no sólo demuestra
que el comportamiento del tipo de cambio paralelo e ilegal no guarda relación
con el nivel de las reservas internacionales, la liquidez monetaria o la
supuesta restricción en el flujo de asignación de divisas. Además, constata que
entre 1999 y 2014, del total de ingresos en divisas, 98% de los cuales depende
del petróleo, 65% se dedicó a la importación de bienes, y del total asignado a
importaciones, 94% fue al sector privado.
Entre 1999 y 2013, las
importaciones representaron el 35% del PIB. “Alrededor del 20% de los bienes
importados se dirige al consumo final”, mientras que “el 58% corresponde a
importaciones para el consumo intermedio, las materias primas e insumos
necesarios para los procesos de producción”. Esto quiere decir que casi el 80%
“de los bienes que importamos se incorporan a los procesos de producción y forman
parte de las estructuras de costos de las empresas”[vii].
Más grave aún, apenas un
3% de las unidades económicas registradas en el país controla las divisas para
importaciones. Luego, “la referencia que tienen las empresas importadoras para
fijar y convertir los precios a bolívares es el tipo de cambio. Es por ello que
en Venezuela, el tipo de cambio es determinante sobre la economía real, ya que
son los monopolios importadores los que tienen el poder de fijar los precios de
los bienes, en su mayoría insumos para la producción. Aguas abajo en el proceso
de producción los costos se van calculando con base en los precios de los
bienes importados. El tipo de cambio sirve como marcador de los precios de los
bienes que se producen y comercializan internamente”[viii]. La clave es: ¿qué tipo
de cambio utilizan los monopolios importadores como referencia para fijar
precios? El tipo de cambio paralelo e ilegal, que es 14,5 veces mayor que el
valor real estimado de la moneda nacional.
En apretado resumen, de esta
manera operan las fuerzas económicas que promueven activamente la guerra
económica contra la sociedad venezolana, trayendo como consecuencia una
drástica disminución del poder adquisitivo de la población. Además, Curcio
demuestra que, contrario a lo que podría suponerse, la producción de los
alimentos de mayor consumo no sólo no ha disminuido, sino que, al menos en el
período que va desde el primer trimestre de 2012 al segundo trimestre de 2015,
el consumo fue constante, tanto en los venezolanos de mayores recursos como en
los de bajos recursos.
Curcio precisa que la
práctica de desabastecimiento programado data de 2003, afectando a uno o pocos
productos. Hasta 2013, en que la práctica se generaliza. “En el caso
venezolano, desde 2003, los niveles de desabastecimiento no han guardado
relación con los niveles de producción. Tanto la producción como la importación
se han mantenido relativamente constantes. Por lo tanto, esa escasez, que se
mide en los anaqueles de los establecimientos, está asociada a bienes que han
sido producidos pero que no han sido colocados de manera regular, oportuna y en
cantidades suficientes en los estantes de los establecimientos
comercializadores… Los bienes, luego de múltiples dificultades e inconvenientes
(largas colas o mayores precios en los mercados ilegales: ‘bachaqueo’) han sido
adquiridos y consumidos por la población. En otras palabras, los bienes fueron
producidos y también vendidos… las empresas han seguido produciendo,
distribuyendo (con otras prácticas) y vendiendo”[ix].
La rebelión de las
fuerzas económicas que controlan el mercado está encabezada por la burguesía
comercial importadora, cuya liderazgo ostentan los monopolios y oligopolios del
sector alimentos. Las penurias que ha debido padecer el pueblo venezolano
durante los últimos cuatro años son consecuencia, en lo fundamental, del
ejercicio de un poder tiránico, que nadie eligió, que siempre ha desconocido la
voluntad popular, y al que poco le importa guardar las formas democráticas.
En su “Venezuela violenta”,
Orlando Araujo se refería a “una oligarquía de comerciantes y banqueros” que va
“prosperando y acumulando un poderío económico que se traduce en poderío
político y que se refleja en la vida institucional. No es una clase creadora de
riqueza como históricamente fue la burguesía en las primeras etapas del
capitalismo. Esta clase no inicia el capitalismo en Venezuela, es sencillamente
la proyección colonial de un sistema capitalista foráneo más avanzado. Su papel
es el de agente de ese capitalismo, su función es intermediaria y su poder
económico es derivado de otro fundamental y mayor. Sus ingresos no provienen de
una combinación arriesgada de factores de producción sino de una comisión: la
comisión del intermediario que compra afuera y vende adentro. No es, pues, una
burguesía productora sino una burguesía estéril”[x].
En contraste,
identificaba la emergencia (en 1968) “de una burguesía llamada con cierto
optimismo ‘burguesía nacionalista’ constituida por un grupo cada día más
numeroso de empresarios nuevos que, dentro de la agricultura y de la industria,
están dedicados a la producción interna de bienes nacionales. Son los
agricultores capitalistas y los industriales manufactureros. Su aparición es de
reciente data y sólo puede estudiarse como un fenómeno de posguerra, aún en
plena evolución y sin una fisonomía definitiva y precisa”[xi].
De acuerdo a la
explicación de Curcio, el protagonismo en la guerra económica de eso que Araujo
denominó “burguesía estéril”, y el consecuente aumento desproporcionado de los
precios, ha obligado a la población a reorientar el gasto, dando prioridad a
alimentos, salud y transporte, justamente sectores de la economía a merced de
los monopolios y oligopolios importadores. Mientras tanto, la disminución de la
demanda de bienes considerados no prioritarios ha repercutido en la baja de la
producción de la industria manufacturera. “Las disminuciones en los volúmenes
de producción por parte de estas empresas, y por lo tanto de sus niveles de
ganancia, es una consecuencia de la guerra económica que no sólo está afectando
a los hogares por la vía de la pérdida del poder adquisitivo, sino también, y
especialmente a partir del segundo semestre de 2015, a las empresas de estos
sectores no prioritarios. Hasta cierto momento, la guerra económica afectó sólo
a los hogares venezolanos y a la clase trabajadora, no obstante actualmente ha
repercutido sobre los niveles de ganancia de las empresas”[xii].
En otras palabras, la
“burguesía estéril” no sólo atenta contra el pueblo venezolano: además, afecta
severamente los intereses de lo poco que puede llegar a haber de “burguesía
productora”.
3.- Nicolás Maduro
y lucha de clases
Además de la dependencia
de las importaciones y del control que ejercen monopolios y oligopolios en
sectores claves de la economía nacional, Curcio identifica una tercera
debilidad: “La deficiente y baja intervención del Estado en la economía, como
regulador de los monopolios”[xiii].
Con mucha frecuencia, con
demasiada ligereza, y con muy poca rigurosidad en el análisis, suele atribuirse
esta debilidad a la falta de decisión de Nicolás Maduro. En otras palabras, la
deficiente intervención del Estado en la economía obedecería al deficiente
desempeño del Presidente. Sin pretender desconocer sus obligaciones como Jefe
de Estado, me parece que hay que comenzar por poner las cosas sobre la balanza.
En primer lugar, dejemos
sentado una cuestión básica: como resulta por demás evidente, la guerra
económica contra el pueblo venezolano arrecia con una intensidad sin precedentes
justo cuando inicia la campaña electoral presidencial, en julio de 2012, con el
claro propósito de favorecer al candidato de la burguesía, Henrique Capriles
Radonski. Planteado en términos clásicos, la guerra económica no es otra cosa
que una expresión nítida de la agudización de la lucha de clases.
Una circunstancia
histórica a la que nos hemos referido en otra parte, y que suele soslayarse,
suscitando toda clase de equívocos analíticos, es el giro táctico[xiv] que
adoptan las fuerzas antichavistas, como consecuencia de su lectura de los
resultados de las elecciones presidenciales del 3 de diciembre de 2006, y en
las que resultara vencedor Hugo Chávez con amplísimo margen (62,8% contra 36,9%
del principal candidato opositor). Con tales elecciones culminó una etapa
caracterizada por sucesivas y estruendosas derrotas del antichavismo, empeñado
hasta entonces en recuperar el control del Gobierno por la vía violenta. A
partir de 2007, se emplea a fondo en una “estrategia de desgaste”[xv],
“reconociendo” la legitimidad del chavismo, haciendo énfasis en la crítica de
la “ineficiencia” gubernamental, mimetizándose con el chavismo, apropiándose
parcialmente de sus ideas-fuerza, resignificándolas. Su intención, muy clara,
era horadar al chavismo desde dentro, y en esto consistía, a grandes rasgos, la
repolarización antichavista (el reconocimiento, de hecho, de que constituía una
minoría, y de que para llegar a ser mayoría tenía que conquistar o por lo menos
provocar la desmovilización de una parte del antichavismo)[xvi].
Esta “estrategia de
desgaste” casi llega al paroxismo justo cuando inicia la guerra económica:
durante la campaña presidencial de 2012, con un Capriles Radonski
autoproclamándose candidato “progresista”, repitiendo de manera textual frases
empleadas frecuentemente por Chávez e imitando incluso su lenguaje corporal[xvii].
La victoria del
comandante Chávez el 7 de octubre de 2012 (con el 55% de la votación)
constituyó, al mismo tiempo, un importante revés para esta “estrategia de
desgaste”, lo que sumió al antichavismo en un peligroso estado de “precariedad
estratégica”[xviii].
Mientras Chávez, en su célebre “golpe de timón” (discurso del 20 de octubre de
2012), reafirmaba el carácter democrático, revolucionario, socialista y comunal
del proceso bolivariano, predominaba la incertidumbre sobre las estrategias a
adoptar por parte del antichavismo. La pregunta central era: ¿retomaría la vía
violenta?
Cuando se afirma que el
presidente Nicolás Maduro ha debido sortear en poco más de tres años el equivalente
de los ataques que recibió Chávez en catorce años, no se está incurriendo en
una exageración. Pronto, la referida “precariedad estratégica” se expresó en
una profundización de la guerra económica (suerte de repolarización salvaje
antichavista), como ya hemos visto, pero también en un rebrote de la violencia
antichavista, primero entre el 15 y el 19 de abril de 2013, con saldo de 11
personas asesinadas[xix],
y luego con las “guarimbas” entre febrero y junio de 2014, que dejaron un saldo
de 43 muertos y 878 lesionados[xx]. Es decir, el empleo de todas las formas
de lucha contra el Gobierno bolivariano, y fundamentalmente contra su base
social de apoyo, como expresión de las disputas inter-burguesas por la
dirección del antichavismo.
En la medida en que se
desarrollaban estas disputas inter-burguesas, con su saldo de muerte,
sufrimiento y destrucción, principalmente en el campo popular, y mientras la
guerra económica suscitaba el enfrentamiento intra-clases populares[xxi],
con la generalización del fenómeno del “bachaqueo”, tenía lugar un conflicto
sordo, incruento, escasa y pobremente analizado: la agudización de la lucha de
clases a lo interno del movimiento chavista, con sus respectivas expresiones en
el Gobierno nacional, y en general en la institucionalidad del Estado.
Ser capaces de explicar,
por ejemplo, cómo es que una parte de la burocracia actúa favoreciendo a los
monopolios u oligopolios importadores, o a los intereses de la banca, es una
deuda enorme que tiene consigo mismo el chavismo revolucionario, disperso a lo
largo y ancho del país, en general desarticulado, sumergido en sus territorios,
en buena medida impulsando dinámicas comunales, desvinculado de las iniciativas
que promueve la burocracia política. Este chavismo está en la obligación
histórica de producir un análisis que, por ilustrarlo conforme el hilo
discursivo desarrollado en este trabajo, complemente el análisis de la
actuación de las fuerzas económicas realizado por economistas como Pasqualina
Curcio.
Hablamos de un chavismo
que no se siente representado en partido político alguno, mucho menos en el
autodenominado “chavismo crítico”, que no se identifica con casi ningún
integrante del alto gobierno, y que de manera mayoritaria sigue expresando su
apoyo, a pesar de todo, a Nicolás Maduro.
Haciendo balance del
“pensamiento económico chavista”, Alfredo Serrano explicaba cómo éste “evitaba
copiar los intentos de cambio de matriz productiva desde la base del
desarrollismo de la teoría de la dependencia. Quería algo propio, algo
específico que aprendiera de los errores del pasado. El cambio de matriz
productiva, para la economía chavista, consistía en sustituir productos e
importaciones, pero siempre y cuando esto fuera acompañado obligatoriamente por
una sustitución de productores. En otras palabras, si no se insertan nuevos
productores, pequeños y medianos, asociaciones, cooperativas, poder económico
comunal, también el Estado cuando sea pertinente, el cambio de la matriz
productiva se trunca, o es sólo parcial, porque sólo se generarán nuevos
productos pero con los mismos productores, perpetuando el proceso de
acumulación injusta y mal repartida”[xxii].
Pues bien, esa base de
“nuevos productores” no sólo existe, aunque dispersa, como ya hemos dicho, sino
que constituye actualmente lo más lúcido del chavismo. Salvo el presidente
Nicolás Maduro, ¿quién le habla a este chavismo? ¿Quién establece relaciones
con él en términos de alianza y no de tutelaje, ni de manera clientelar?
Más allá de estas
preguntas, e incluso al margen de las infelices declaraciones de funcionarios
del alto gobierno evaluando negativamente las “expropiaciones”, sin el menor
asomo de análisis sobre las causas de la improductividad de algunas empresas
bajo control estatal o de los trabajadores, es necesario preguntarse: ¿cuál es
la correlación de fuerzas que impera en el alto gobierno respecto de la
orientación económica que debe asumirse para contener el ataque de las fuerzas
económicas monopólicas u oligopólicas contra la sociedad venezolana? ¿Cuál es
la correlación de fuerzas que impera aguas abajo? ¿Cuál es la posición de los
cuadros medios o del funcionario promedio, digamos, en Petróleos de Venezuela,
Banca y Finanzas, Industria y Comercio, y en general en las instituciones
agrupadas en la Vicepresidencia de Economía?
De igual forma, más allá
de las orientaciones generales dadas por Nicolás Maduro, e independientemente
de la voluntad de individuos, ¿cuáles son las principales actuaciones y
decisiones de las instituciones directamente relacionadas con el área
económica? ¿Con qué actores económicos privados se establecen alianzas,
acuerdos, negociaciones? En efecto, muchas de las actuaciones son públicas,
pero no la mayoría. Esta opacidad de las actuaciones explica, en parte, la
dificultad para hacernos una idea precisa de la correlación de fuerzas entre,
digámoslo de una vez, las tendencias reformistas, que apuestan por la
negociación con las mismas fuerzas que hoy desestabilizan la democracia
venezolana, y las tendencias revolucionarias que, precisamente porque
atravesamos por un período particularmente difícil en lo económico, se orientan
por los principios del “pensamiento económico chavista”, antagonizan con la
“burguesía estéril” y, para decirlo con las palabras empleadas por Chávez en su
última alocución (8 de diciembre de 2012), actúan “junto al pueblo siempre y
subordinado a los intereses del pueblo”[xxiii].
Dado el carácter
cívico-militar del sujeto chavista, imposible dejar de hacerse la pregunta:
¿cuál es la correlación de fuerzas a lo interno de la Fuerza Armada Nacional
Bolivariana respecto de los asuntos aquí expuestos?
Las más de las veces, y
frecuentemente con manifiesta dificultad, el comandante Chávez tuvo la
capacidad para arbitrar entre las distintas tendencias, logrando imponer el rumbo
a seguir, valga decir, casi siempre el revolucionario. ¿Alguien puede ser tan
ingenuo como para ignorar que, al margen de sus virtudes y defectos, de sus
dotes como líder político, Nicolás Maduro no sólo se enfrentaría a mayores
dificultades, sino que, inevitablemente, sería muchas veces presa de las
circunstancias, un rehén de las luchas entre tendencias, con sus
correspondientes efectos disgregadores, y muy a pesar de sus deseos?
Nicolás Maduro ha debido
sortear dificultades, limitaciones objetivas, tanto a lo interno del movimiento
chavista, como en la lucha contra el antichavismo, enfrascado como está éste en
su propia lucha por el liderazgo, lo que, como ya hemos planteado, ha supuesto
nada más y nada menos que violencia fratricida y una brutal guerra económica
contra el pueblo venezolano.
4.- Defender la cultura
política chavista
En “El Dieciocho Brumario
de Luis Bonaparte”, Carlos Marx advertía sobre los peligros que implicaba
creerse “por encima del antagonismo de clases en general” e incorporarse a la
lucha sin “examinar los intereses y las posiciones de las distintas clases”. El
resultado, explicaba, siempre es el fracaso, por demás inasimilable: “o bien ha
fracasado todo por un detalle de ejecución, o ha surgido una casualidad
imprevista que ha malogrado la partida por esta vez”[xxiv].
La situación por la que
atraviesa la democracia venezolana, las extraordinarias circunstancias que ha
debido enfrentar la revolución bolivariana, sobre todo a partir de agosto de
2012, la derrota electoral del 6 de diciembre de 2015: nada de esto obedece a
detalles de ejecución o a casualidades imprevistas. Las causas hay que
buscarlas en las estrategias de las fuerzas enfrentadas, en sus posiciones e
intereses.
Poner el énfasis en la
figura presidencial, que es lo que hace la mayoría de quienes se deslindan del
“madurismo”, en los hechos de corrupción, en la “falta de gobierno” o en la
“anomia” imperante, en la “descomposición moral” del pueblo venezolano, entre
otros tópicos muy socorridos en los últimos tiempos, en el mejor de los casos
nos limita a sacar conclusiones a partir de una valoración de los efectos de la
guerra económica, y en el peor nos pone en la penosa situación de reproducir el
sentido común antichavista, apenas cuatro años después de que su liderazgo se
viera obligado a hacer todo lo contrario: reproducir (una mala copia de) la
cultura política chavista.
En 2010, cierto estudio
del Centro Gumilla aportó información clave respecto de la valoración que sobre
la democracia tenía la sociedad venezolana, luego de once años de revolución
bolivariana. Entonces, para casi dos terceras partes de la población, la
democracia significaba: Estado fuerte, democratización política (Estado fuerte
con participación popular activa), disminución de la brecha entre ricos y
pobres, políticas sociales contra la exclusión, nacionalización de las
industrias básicas, límites al poder de la empresa privada, respeto a la
Constitución y a los derechos humanos en general, libertad de expresión y
pluralidad política (libre asociación), elecciones libres, imparciales y
periódicas, y amplio margen a la iniciativa económica privada (de nuevo,
regulada por un Estado fuerte)[xxv].
Todo cuanto han hecho las
fuerzas económicas rebeladas contra la democracia venezolana durante los
últimos cuatro años, atenta contra esa cultura política chavista, producida por
el pueblo venezolano, fraguada a pulso y en jornadas memorables.
Corresponde al chavismo
revolucionario, ese “hecho maldito” para la burguesía, productor y legatario de
esta cultura política, sacudirse todo vestigio de sentido común antichavista,
corrosivo, tóxico, desmoralizante, y ponerse a la altura de las circunstancias
históricas. Y hacer que prevalezca la democracia.
NOTAS
[i] John William Cooke. Obras completas. Tomo V. La revolución y el
peronismo. Colihue. Buenos Aires, Argentina. 2011. Pág. 221.
[ii] John William Cooke, op. cit., pág. 224.
[iii] John William Cooke, op. cit., pág. 223.
[iv] Pasqualina Curcio. La mano visible del mercado. Guerra económica en Venezuela
(2012-2016). Manipulación del tipo de cambio e inflación inducida (I). 5 de
abril de 2016. Pág. 3.
[v] Pasqualina Curcio, op. cit., pág. 6.
[vi] Pasqualina Curcio. Los ciclos políticos del dólar paralelo. 17 de
agosto de 2016.
[vii] Pasqualina Curcio. La mano visible del
mercado. Guerra económica en Venezuela (2012-2016). Manipulación del tipo de
cambio e inflación inducida (I), op. cit., pág. 18.
[viii] Pasqualina Curcio, op. cit., pág. 19.
[ix] Pasqualina Curcio. La mano visible del mercado. Guerra económica en
Venezuela (2012-2016). ¿Control de precios o boicot en el suministro? (II). 25
de abril de 2016. Págs. 3-4.
[x] Orlando Araujo. Venezuela violenta. Banco Central de Venezuela.
Caracas, Venezuela. 2013. Pág. 102.
[xi] Orlando Araujo, op. cit., pág. 105.
[xii] Pasqualina Curcio. La mano visible del
mercado. Guerra económica en Venezuela (2012-2016). Manipulación del tipo de
cambio e inflación inducida (I), op. cit., pág. 29.
[xiii] Pasqualina Curcio, op. cit., pág. 3.
[xiv] Reinaldo Iturriza López. Contra el
malestar. 3 de marzo de 2008.
[xv] Reinaldo Iturriza López. Desde que llegó el socialismo… (I). 10 de
junio de 2010.
[xvi] Reinaldo Iturriza López. La repolarización
antichavista: radicalización y diálogo. 19 de octubre de 2010.
[xvii] Reinaldo Iturriza López. ¿Qué será de
Venezuela después de Chávez? 18 de marzo de 2013.
[xviii] Reinaldo Iturriza López. Confianza en
nosotros mismos. 8 de enero de 2013.
[xix] Foro Itinerante de Participación Popular.
Víctimas de la arrechera. La violencia fascista en Venezuela del 15 al 19 de
abril de 2013.
[xx] De las 43 víctimas mortales, 7 fueron asesinadas por efectivos
policiales o militares, mientras que las otras 36 murieron como consecuencia de
las acciones de los “guarimberos”. Ver: AVN. “Defensor del Pueblo: Fascismo fue
causa principal de víctimas de las guarimbas”. 18 de enero de 2016.
[xxi] Reinaldo Iturriza López. Guerra económica:
novedades en el frente. 20 de enero de 2015.
[xxii] Alfredo Serrano. El pensamiento económico
de Hugo Chávez. Vadell Hermanos Editores. Caracas, Venezuela. 2014. Págs.
522-523.
[xxiii] Transcripción completa de las palabras del
Presidente Chávez en su última cadena nacional (8/12/12).
[xxiv] Carlos Marx. Obras escogidas. El Dieciocho
Brumario de Luis Bonaparte. Editorial Progreso. Moscú, URSS. Pág. 122.
[xxv] Reinaldo Iturriza López. ¿Qué ha sido del
chavismo originario? 13 de mayo de 2010.
No hay comentarios:
Publicar un comentario