Como en el mito del
eterno retorno volvemos a desandar caminos varias veces transitados con el
amargo sabor de identificarnos con compatriotas que van de la desesperación a
la desesperanza, porque sus justificados reclamos no encuentran respuesta.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza,
Argentina
El "mini Davos" de Mauricio Macri. |
El constante bombardeo
mediático al que está sometida la sociedad pretende invadir subjetividad
elaborando realidades distorsionadas, lideradas por el interés dominante, el
que no sólo es ajeno a la inmensa mayoría sino totalmente contrario. Esta
premisa simplista explica la instalación de gobiernos neoliberales en los
países de la región, sobre todo en los tres mayores: Argentina, Brasil y
México. En ellos prima el interés de unos pocos, (como ordena el mercado)
frente al desamparo popular ante el repliegue del Estado. Prueba de ello es la
pésima calidad de sus flacas democracias: vallada y custodiada en el primero,
distorsionada y fraudulenta en el segundo y pisoteada y ofendida en el país
azteca, por la vergonzante actitud del primer magistrado frente al candidato
republicano, Donald Trump, cuyas reiteradas expresiones humillan al pueblo
mexicano. Pueblo que en este nuevo aniversario de su Independencia, se ha
declarado de luto, por el papelón de Peña Nieto.
La mini Davos realizada
en Buenos Aires esta semana es otra muestra de ello, donde el gobierno de Macri
convocó orgullosamente a los Ceos de 62 países para mostrarles los resultados
de nueve meses de gestión y atraer las esquivas inversiones que se hacen
esperar. Desde la óptica de Cambiemos – la Alianza gobernante –, ha sido tan
exitosa que el descenso de la inflación es progresivo, “bajando en escalera: 4,
3, 2, 1”, según palabras del Ministro Pratt Gay, cuando en realidad hay una
clara deflación. Los precios caen porque no hay consumo, y no hay consumo
porque los salarios de los trabajadores – los que aún cuentan con el privilegio
de serlo, dado que el desempleo en agosto trepó a 9,3% – son bajos y los acuerdos paritarios cercanos
al 30% quedan relegados ante una inflación del 45% en lo que va del año.
Los obreros organizados
representados por las tres CGT y las dos CTA están planificando un paro
general, pero las bases, apretadas por el bolsillo, tienen pavor de la medida,
pese al éxito masivo de la última Marcha Federal que arribó desde todo el país
a Plaza de Mayo, concentrando más de 250 mil personas. Hecho desde luego
ignorado y menospreciado por el gobierno o por el Ministro de Trabajo, Jorge
Triaca que se da el lujo de postergar sus acciones para más adelante ante el
reclamo de los dirigentes obreros. En su lógica, el nivel de salarios del país
es elevado si debe competir con el de los países asiáticos, sobre todo con el
gigante chino. Él más que ninguno no debería olvidar que es hijo de un
dirigente obrero, de idéntico nombre y ser más consecuente con su historia.
Pero bueno… por ahora la fortuna le sonríe.
Sin embargo, esa
juventud del Pro, principal partido de la alianza gobernante, formada en los
caros colegios privados, tiene una
percepción de barrio cerrado que no se condice con la vida de los habitantes de
los apretujados conglomerados urbanos y suburbanos del país, como tampoco con
los de los de sus extensos territorios interiores. Sus preferencias cotidianas
los llevan a confundir el costo de la tarifa de los servicios públicos con el
traslado en taxi – medio que, aunque popular – es selectivo y no es utilizado
por las masas obreras que se desplazan diariamente a las fábricas. Tan lejos
del pueblo están estos exitosos hijos de ricos que, frente a las sucesivas concentraciones
de productores frutícolas y hortícolas del interior, decepcionados con los
precios bajos de sus productos, prefieren regalarlos en la principal plaza de
la República, esa que enfrenta a la Casa Rosada, hace exclamar al Ministro de
Agro Industria, Ricardo Buyaide, “que vayan a vender a la feria”, como si los
sufridos productores ignoraran ese viejo y remanido mecanismo.
Gobernando de espaldas
al pueblo es coherente que miren para afuera, como gobernaron las viejas elites
patricias que vivían pendientes de la moda parisina y dilapidaban su fortuna
forjada con el excedente de la tierra pampeana. Aquella oligarquía vacuna que
tenía “la vaca atada” y “tiraba manteca al techo”, derrochaba varios
presupuestos nacionales en bienes suntuarios mientras sus obreros generaban “la
semana trágica” o eran diezmados por las tropas nacionales en los
levantamientos de la Patagonia, en la segunda década del siglo pasado.
Ahora los centros de
poder han cambiado del mismo modo que el capitalismo financiero omnímodo transita
fugazmente por bolsas y bancos, pero es inequívoca su localización en el
hemisferio norte, sede de los países centrales y las empresas transnacionales
dominantes. De ellos están pendientes los ejecutivos y funcionarios que se han
reunido estos días en Buenos Aires, preocupados por realizar negocios
analizando las ventajas comparativas, alentados por esta vuelta del país al
mundo especulador. Por eso tal vez el mote periodístico de “mini Davos”. Esa
burbuja de los poderosos debe estar aislada y
protegerse de los reclamos populares, por eso los actos de gobierno se
realizan vallados y con un cinturón policial que impide las “muestras de
cariño” de las multitudes.
A mediados de 2007,
cuando comenzábamos a remontar la cuesta que dejó la crisis de 2001, partía
Silvia Breichmar, una socióloga y psícóloga argentina, dejándonos su
esclarecedor libro Dolor país. Allí
nos recordaba que mientras los periodistas de los grandes medios nacionales
estaban preocupados por el elevado índice del “riesgo país” y nos taladraban
con esta información por los diarios y televisores, nadie mencionaba el
sufrimiento colectivo de los desempleados que vagaban por las calles, los
enfermos sin atención en los hospitales públicos desprovistos de medicamentos
ni los que mendigaban por un plato de comida. Esa evidencia contundente y
aberrante la definía así: “el ‘dolor país’ también se explica por una ecuación:
la relación entre la cuota diaria de sufrimiento que se les demanda a sus
habitantes y la insensibilidad profunda de quienes son responsables de buscar
una salida menos cruenta.”[1]
Como en el mito del
eterno retorno volvemos a desandar caminos varias veces transitados con el
amargo sabor de identificarnos con compatriotas que van de la desesperación a
la desesperanza, porque sus justificados reclamos no encuentran respuesta.
Nuevamente las organizaciones sociales deben salir a cubrir el vacío del Estado
en retirada mientras la cantinela oficial recita la desgastada copla del
derrame para cuando lleguen las anheladas inversiones. Esa perversa distopia
desplegada en el eslogan de la revolución de la alegría y la unión de los
argentinos que se promueve desde la cima, no nos debe hacer flaquear la
esperanza; finalmente, más temprano que tarde, los pueblos se sacuden el yugo
opresor.
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