sábado, 17 de septiembre de 2016

Argentina: El “dolor país” y la perversa distopía neoliberal

Como en el mito del eterno retorno volvemos a desandar caminos varias veces transitados con el amargo sabor de identificarnos con compatriotas que van de la desesperación a la desesperanza, porque sus justificados reclamos no encuentran respuesta.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

El "mini Davos" de Mauricio Macri.
El constante bombardeo mediático al que está sometida la sociedad pretende invadir subjetividad elaborando realidades distorsionadas, lideradas por el interés dominante, el que no sólo es ajeno a la inmensa mayoría sino totalmente contrario. Esta premisa simplista explica la instalación de gobiernos neoliberales en los países de la región, sobre todo en los tres mayores: Argentina, Brasil y México. En ellos prima el interés de unos pocos, (como ordena el mercado) frente al desamparo popular ante el repliegue del Estado. Prueba de ello es la pésima calidad de sus flacas democracias: vallada y custodiada en el primero, distorsionada y fraudulenta en el segundo y pisoteada y ofendida en el país azteca, por la vergonzante actitud del primer magistrado frente al candidato republicano, Donald Trump, cuyas reiteradas expresiones humillan al pueblo mexicano. Pueblo que en este nuevo aniversario de su Independencia, se ha declarado de luto, por el papelón de Peña Nieto.

La mini Davos realizada en Buenos Aires esta semana es otra muestra de ello, donde el gobierno de Macri convocó orgullosamente a los Ceos de 62 países para mostrarles los resultados de nueve meses de gestión y atraer las esquivas inversiones que se hacen esperar. Desde la óptica de Cambiemos – la Alianza gobernante –, ha sido tan exitosa que el descenso de la inflación es progresivo, “bajando en escalera: 4, 3, 2, 1”, según palabras del Ministro Pratt Gay, cuando en realidad hay una clara deflación. Los precios caen porque no hay consumo, y no hay consumo porque los salarios de los trabajadores – los que aún cuentan con el privilegio de serlo, dado que el desempleo en agosto trepó a 9,3% –  son bajos y los acuerdos paritarios cercanos al 30% quedan relegados ante una inflación del 45% en lo que va del año.

Los obreros organizados representados por las tres CGT y las dos CTA están planificando un paro general, pero las bases, apretadas por el bolsillo, tienen pavor de la medida, pese al éxito masivo de la última Marcha Federal que arribó desde todo el país a Plaza de Mayo, concentrando más de 250 mil personas. Hecho desde luego ignorado y menospreciado por el gobierno o por el Ministro de Trabajo, Jorge Triaca que se da el lujo de postergar sus acciones para más adelante ante el reclamo de los dirigentes obreros. En su lógica, el nivel de salarios del país es elevado si debe competir con el de los países asiáticos, sobre todo con el gigante chino. Él más que ninguno no debería olvidar que es hijo de un dirigente obrero, de idéntico nombre y ser más consecuente con su historia. Pero bueno… por ahora la fortuna le sonríe.

Sin embargo, esa juventud del Pro, principal partido de la alianza gobernante, formada en los caros colegios  privados, tiene una percepción de barrio cerrado que no se condice con la vida de los habitantes de los apretujados conglomerados urbanos y suburbanos del país, como tampoco con los de los de sus extensos territorios interiores. Sus preferencias cotidianas los llevan a confundir el costo de la tarifa de los servicios públicos con el traslado en taxi – medio que, aunque popular – es selectivo y no es utilizado por las masas obreras que se desplazan diariamente a las fábricas. Tan lejos del pueblo están estos exitosos hijos de ricos que, frente a las sucesivas concentraciones de productores frutícolas y hortícolas del interior, decepcionados con los precios bajos de sus productos, prefieren regalarlos en la principal plaza de la República, esa que enfrenta a la Casa Rosada, hace exclamar al Ministro de Agro Industria, Ricardo Buyaide, “que vayan a vender a la feria”, como si los sufridos productores ignoraran ese viejo y remanido mecanismo.

Gobernando de espaldas al pueblo es coherente que miren para afuera, como gobernaron las viejas elites patricias que vivían pendientes de la moda parisina y dilapidaban su fortuna forjada con el excedente de la tierra pampeana. Aquella oligarquía vacuna que tenía “la vaca atada” y “tiraba manteca al techo”, derrochaba varios presupuestos nacionales en bienes suntuarios mientras sus obreros generaban “la semana trágica” o eran diezmados por las tropas nacionales en los levantamientos de la Patagonia, en la segunda década del siglo pasado.

Ahora los centros de poder han cambiado del mismo modo que el capitalismo financiero omnímodo transita fugazmente por bolsas y bancos, pero es inequívoca su localización en el hemisferio norte, sede de los países centrales y las empresas transnacionales dominantes. De ellos están pendientes los ejecutivos y funcionarios que se han reunido estos días en Buenos Aires, preocupados por realizar negocios analizando las ventajas comparativas, alentados por esta vuelta del país al mundo especulador. Por eso tal vez el mote periodístico de “mini Davos”. Esa burbuja de los poderosos debe estar aislada y  protegerse de los reclamos populares, por eso los actos de gobierno se realizan vallados y con un cinturón policial que impide las “muestras de cariño” de las multitudes.

A mediados de 2007, cuando comenzábamos a remontar la cuesta que dejó la crisis de 2001, partía Silvia Breichmar, una socióloga y psícóloga argentina, dejándonos su esclarecedor libro Dolor país. Allí nos recordaba que mientras los periodistas de los grandes medios nacionales estaban preocupados por el elevado índice del “riesgo país” y nos taladraban con esta información por los diarios y televisores, nadie mencionaba el sufrimiento colectivo de los desempleados que vagaban por las calles, los enfermos sin atención en los hospitales públicos desprovistos de medicamentos ni los que mendigaban por un plato de comida. Esa evidencia contundente y aberrante la definía así: “el ‘dolor país’ también se explica por una ecuación: la relación entre la cuota diaria de sufrimiento que se les demanda a sus habitantes y la insensibilidad profunda de quienes son responsables de buscar una salida menos cruenta.”[1]

Como en el mito del eterno retorno volvemos a desandar caminos varias veces transitados con el amargo sabor de identificarnos con compatriotas que van de la desesperación a la desesperanza, porque sus justificados reclamos no encuentran respuesta. Nuevamente las organizaciones sociales deben salir a cubrir el vacío del Estado en retirada mientras la cantinela oficial recita la desgastada copla del derrame para cuando lleguen las anheladas inversiones. Esa perversa distopia desplegada en el eslogan de la revolución de la alegría y la unión de los argentinos que se promueve desde la cima, no nos debe hacer flaquear la esperanza; finalmente, más temprano que tarde, los pueblos se sacuden el yugo opresor.





[1] Silvia BREICHMAR, “Dolor país y después…”, Edit. Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2007. P. 50.

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