La
apuesta de la clase política tradicional es profundizar en la consolidación de
un sentido común conservador, neoliberal y sin horizonte real de cambio, pero
que se presenta como idiosincrasia natural del tico, idiosincrasia que estaría
en peligro por “exabruptos” como los del presidente en la ONU.
Rafael Cuevas Molina/ Presidente
AUNA- Costa Rica
La cadena CNN llevó a primer plano la acción del presidente Solís en la ONU. |
Utilizando
las palabras de Rafael Ángel “Felo” García, pintor miembro fundador de un grupo
artístico que escandalizó a los costarricenses de la década del sesenta, con la
acción del presidente en la ONU, en Costa Rica “se alborotó el cotarro”. No ha
habido medio de comunicación, partido ni personaje político que no haya
expresado su opinión haciendo conjeturas sobre alianzas, orientaciones y
disquisiciones implicadas en la acción presidencial.
La
clase política tradicional, esa de la que el pueblo costarricense viene
queriendo deshacerse -lo cual se expresó precisamente en la elección del actual
presidente, Luis Guillermo Solís-, ha sido prácticamente unánime en rasgarse
las vestiduras e irrumpir en lamentos ante lo que no ha vacilado en calificar
como exabrupto, ocurrencia o estupidez.
Dos
son los argumentos más socorridos para descalificar la acción: que las
relaciones con Brasil se deteriorarán irremisiblemente, y que junto a Costa
Rica se levantaron, también, las representaciones de Nicaragua, Ecuador,
Bolivia, Venezuela y Cuba, es decir, países del ALBA que, como bien se sabe (no
hay necesidad de remarcarlo mucho), constituyen el “cuco” de la derecha latinoamericana.
Es
decir que, según estos señores, con la levantada del señor presidente en la
ONU, en Costa Rica se estaría casi a las puertas de una “dictadura
comunista-chavista”, que constituiría la antípoda del sentir democrático del
pueblo costarricense. Y, para terminar de rematar el asunto, el gobierno de
Brasil, justamente ofendido, marginará al país en sus relaciones diplomáticas
y, peor aún, comerciales.
Los
argumentos son, como se ve, manidos y estereotipados, pero no son tontos pues
tienen objetivos políticos claros en relación con la dinámica política
costarricense. Son objetivos a corto, mediano y largo plazo.
A
corto y mediano plazo, el objetivo es desacreditar lo más posible la
administración de Luis Guillermo Solís, que se encuentra a la mitad de sus
cuatro años de mandato. Como se sabe, Solís llego a la presidencia
sorpresivamente, apabullando hace dos años a su único contrincante de la
segunda vuelta de las elecciones, el candidato del Partido Liberación Nacional
(PLN), uno de los dos partidos que han conformado el bipartidismo costarricense
de la segunda mitad del siglo XX. La clase política tradicional tragó grueso y
se calló durante un tiempo la boca, tal fue la dimensión de la paliza recibida.
Pero
es gallo viejo y volvió pronto a las andadas. Han sabido aprovechar y alimentar
la frustración del pueblo porque lo que se le había prometido, el cambio, no se
ve por ninguna parte. Ahora ellos, que eran a los que todos querían cambiar, se
erigen con esa bandera, la del cambio (que ven que es la consigna de la época)
y empiezan a pensar en las próximas elecciones. El cambio que proponen vendrá,
según se empieza a avizorar, tiñéndose de verde ambientalista y de sonrisa
joven, pero denigrando y vituperando el cambio hacia la “orientación chavista”.
Por
eso tienen que agarrarse de cualquier ramita que les permita tener una opción
de salvarse del torrente que los vapuleó hace dos años.
A
largo plazo, la apuesta es profundizar en la consolidación de un sentido común
conservador, neoliberal y sin horizonte real de cambio, pero que se presenta
como idiosincrasia natural del tico, idiosincrasia que estaría en peligro por
“exabruptos” como los del presidente en la ONU.
La
clase política tradicional conservadora sabe muy bien la importancia de ganar mente
y corazones de la gente, es decir, de apuntalar por todos lados una cultura que
naturalice la visión de mundo que ella ostenta como clase o alianza de clases.
Por lo tanto, no desperdician ocasión para apuntalar y acicalar el monigote que
presentan como lo que pensamos todos, lo que sentimos todos, lo que somos
todos.
No
hay, por lo tanto, puntada sin hilo.
Eso
es lo que están haciendo con esta alharaca que han armado en torno al acto del
presidente Solís en la ONU.
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