Con la Alianza del
Pacífico como punta de lanza de una ofensiva que va ganando influencia en la
región; y con el Mercosur (ampliado con
la membresía de Venezuela) como primera víctima de su estrategia geopolítica,
el imperialismo estadounidense y sus aliados han sacado partido de los cambios
en el mapa político suramericano para desmontar el proyecto de integración
múltiple y diversa nuestramericana.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
La integración regional
nuestroamericana, que durante los
primeros tres lustros del siglo XXI fue obra de creación heroica de los gobiernos que identificamos como
progresistas y nacional-populares, en tanto abrió un espacio inédito de
innovación en las formas y los valores que orientan las relaciones comerciales,
tecnológicas, sociales, educativas y culturales en América Latina, y que al mismo
tiempo sirvió como escudo político ante maniobras desestabilizadoras e intentos
de golpes de Estado, enfrenta sus horas más difíciles.
Como lo explica el analista cubano Francisco López
Segrera en su libro América Latina: crisis del
posneoliberalismo y ascenso de la nueva derecha, publicado recientemente en el sitio web de CLACSO, el
ascenso de la nueva derecha en Argentina (2015) y Brasil (2016), lo mismo que
el cambio en la correlación de fuerzas en Venezuela, luego de las elecciones
legislativas del 2015, constituyen el mayor peligro para la integración
regional, en un panorama económico global en el que la lenta recuperación de la
crisis capitalista iniciada en 2008 y la baja en los precios del petróleo y las
materias primas constriñen el margen de maniobra de los gobiernos
latinoamericanos.
Así, nos encontraríamos en medio de lo que López Segrega
define como “la coyuntura esperada por EE.UU. para romper su aislamiento en América
Latina y el Caribe y restablecer su hegemonía en la región. Esto se hace obvio
con la visita del Presidente Obama a Argentina y su apoyo al proyecto
neoliberal del gobierno de Macri, mientras contempló impasible el golpe de Brasil. La
victoria de Macri en Argentina y el golpe en Brasil, crean condiciones para quebrar
el poderoso eje de integración entre los gobiernos de Brasil y Argentina y
reconstituir un eje neoliberal en América del Sur, como durante los gobiernos
de Cardoso y Menem” (pp. 109-110).
En ese contexto, el intelectual cubano considera que la
llamada nueva derecha, con apoyo de
los partidos mediático y judicial, se beneficia de “un momento histórico en que
la geopolítica imperial de EE.UU. – de quien son aliados - ha repriorizado la
región, al ver la inestabilidad de sus fuentes de petróleo en el Próximo
Oriente, por la imperiosa necesidad que tiene de las materias primas de nuestra
región y debido a que Rusia, China y la UE le disputan y arrebatan cada vez partes
mayores de sus espacios económicos en la región” (p. 79).
Con la Alianza del
Pacífico como punta de lanza de una ofensiva que va ganando influencia en la
región (Costa Rica, Panamá y Uruguay avanzan en su incorporación formal al
bloque fundado por México, Colombia, Chile y Perú; mientras que El Salvador,
Honduras, Guatemala, República Dominicana, Haití, Trinidad y Tobago, Ecuador,
Paraguay y Argentina participan en calidad de observadores); y con el Mercosur (ampliado con la membresía de
Venezuela) como primera víctima de su estrategia geopolítica, el imperialismo
estadounidense y sus aliados han sacado partido de los cambios en el mapa
político suramericano -algunos como resultado de la expresión del pueblo en las
urnas, y otros como descarnada consecuencia del golpismo de nuevo patrón- para
desmontar el proyecto de integración múltiple y diversa que, desde la derrota
del ALCA en Mar del Plata en 2005, se logró articular en torno a un conjunto de
nuevas organizaciones como el ALBA,
Petrocaribe, la UNASUR y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños
(CELAC).
¿Podrán lograr su cometido los imperialistas de allá y
de acá? ¿Acabarán, sin mayor resistencia, con la obra de quince años de integración
latinoamericana, que supo recuperar lo mejor del pensamiento bolivariano y
martiano y trató de llevarlo a la práctica en las relaciones entre nuestros
pueblos? ¿Tendremos capacidad de respuesta, en las actuales condiciones que
enfrentan los gobiernos de Venezuela, Bolivia y Ecuador –polo generador de las
transformaciones de este siglo XXI- para salvar esa otra integración por la que tanto se trabajó estos años?
En el ajedrez geopolítico de América Latina, hoy, aunque
no estamos derrotados, la partida no luce a nuestro favor.
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