"Marxismo y globalización capitalista" es una obra
extraordinaria, que disecciona al "capitalismo del siglo XXI" o
"capitalismo tardío" (concepto tomado de Ernest Mandel), en una
reflexión crítica que polemiza con enfoques teórico metodológicos de diversas
corrientes de la Ciencia Social.
Olmedo
Beluche / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
En este siglo XXI, siete mil
millones de seres humanos vivimos bajo el signo de lo que se ha llamado
"globalización". Este concepto procura captar una realidad compleja
pero concreta, que determina, cual si de Dios se tratase, nuestras vidas:
empleo, pobreza, migraciones, democracia, identidad, gustos, formas de pensar,
etc. ¿Dónde está la esencia de este fenómeno multidimensional? ¿Qué es lo
determinante: el proceso económico, el político - institucional, sus resultados
sociales o sus consecuencias culturales?
"Marxismo y
globalización capitalista", de Roberto Ayala Saavedra, profesor de sociología
de la Universidad de Costa Rica, aborda de manera brillante este complejo
problema y lo hace, como indica desde su título, con el método del materialismo
histórico, "una teoría de la totalidad social,..., que busca fundar
racionalmente la acción y que se construye en esa acción,..., una praxis
transformadora que quiere ser consciente y racional".
De la generación de
cientistas sociales centroamericanos de este inicio del siglo XXI, Roberto
Ayala es uno de los más capacitados para acometer la titánica tarea de
arriesgar una radiografía de la globalización bajo la lupa del método marxista.
Ayala es una persona que ha combinado la lucidez de un pensamiento crítico,
basado en una sólida formación teórica, con una vida de compromiso militante
desde hace 40 años.
"Praxis
transformadora" que Roberto ha sostenido inquebrantable desde que lo
conocimos como brillante estudiante de secundaria y dirigente estudiantil, a
mitad de los años 70; pasando por sus años de formación académica y política en
Brasil; que lo llevó a ser uno de los fundadores del Partido Socialista de los
Trabajadores de Panamá; y que ha sostenido por 20 años en Costa Rica, donde
emigró y ha continuado combinando su labor académica con el compromiso
militante hasta el día de hoy.
Globalización, un proceso
abierto y en disputa
"Marxismo y
globalización capitalista" es una obra extraordinaria, que disecciona
al "capitalismo del siglo XXI" o "capitalismo tardío"
(concepto tomado de Ernest Mandel), en una reflexión crítica que polemiza con enfoques
teórico metodológicos de diversas corrientes de la Ciencia Social. Cada momento
del análisis concreto va acompañado de una explicación metodológica, uno de sus
mejores aportes, en que Ayala demuestra un dominio sobre el método
hegeliano-marxista. El libro está compuesto por cinco capítulos y su
conclusión: capitalismo global; América Latina: reconsideración del problema de
la dependencia; globalización y cambio cultural; cuestión social y capitalismo;
neoliberalismo y ética.
Desde la Introducción, Ayala
se aleja de interpretaciones mecanicistas y metafísicas, para señalar que la
globalización: "...es un proceso abierto y en disputa, cuya ulterior
conformación depende de la relación de fuerzas entre diversas clases..."
(Pág. 5). Siendo que una característica del capitalismo es su expansión sin
fronteras y que desde el siglo XVI existe lo que I. Wallerstein llama
"sistema mundo", Ayala se focaliza en las características específicas
del capitalismo bajo la globalización actual.
De manera que define a la
globalización como una realidad "compleja, multidimensional y móvil",
estructurada y jerarquizada, no una "amalgama", que tiene "su
base y condición general de posibilidad... , su anatomía, en la economía
política..." (Págs. 26 y 27). La globalización tiene cuatro
dimensiones: económica, política, tecnológica y cultural, según Ayala.
Las cuatro dimensiones de la
globalización
Respecto de la dimensión
económica, llama a repudiar lo métodos que se focalizan sobre aspectos
incidentales, abusando de la fenomenología y el método individualista,
deshistorizando lo real. Por ende, a partir de la cita de Marx ("el
problema de la historia es la historia del problema"), invita a
comprender la globalización a partir de la historia del capitalismo como un
sistema de explotación de clases.
Al abordar la dimensión
tecnológica, propone repudiar la "fetichización tecnológica"
que se niega a ver que todos los desarrollos en esta dimensión tienen como
objetivo el aumento de la productividad del trabajo, es decir, la explotación
de clase.
Sobre la dimensión
político - institucional, Roberto Ayala recuerda que el objetivo de la
ideología liberal, y neoliberal por extensión, no es otro que la
"naturalización" del mercado ("reificación", diría Lukacs).
La globalización ha implicado una "ofensiva capitalista en la lucha de
clases" (J. Hirsh), bajo los criterios neoliberales. Pero esta
ofensiva es velada a través de una institucionalidad internacional (ONU, OMC,
UE, OEA, etc.) que opera como legitimadora de las decisiones, impulsando
métodos políticos que han reducido la democracia a una práctica restringida y
una ciudadanía con derechos humanos reducidos.
En el plano de la cultura,
"las industrias culturales (audiovisuales), organizan la canalización
del placer hacia formas y ámbitos compatibles con la reproducción económica y
social del orden vigente" (Pág. 52). A la vez que promueven un
hiperindividualismo, la indiferencia social, el consumismo cosificante con
derrapes escapistas.
La globalización desplaza a
las burguesías 'nacionales' de su propio mercado interno
El capítulo 2, donde se
aborda el problema de la dependencia en América Latina, es uno de los más
brillantes y donde se hacen aportes novedosos. Luego de polemizar con la
teorías desarrollistas y de la dependencia, defendiendo la marxista teoría del
imperialismo, Roberto Ayala sostiene que la fase de la globalización implica
una nueva situación, un salto adelante de la internacionalización del sistema
capitalista y dependencia de nuestros países.
La globalización implicaría
un desplazamiento de los capitales nacionales en favor de los multinacionales
imperialistas, una "tendencia general que desplaza a una posición
subordinada, en su propio mercado 'nacional'... su participación en el
excedente internamente producido se reduce a una porción bastante menor... Desplazamiento
en su propio mercado por el capital metropolitano..." que implica la
derrota del proyecto capitalista autónomo en la periferia (Pág. 104 y 105).
Esta nueva realidad marca los
límites y determina lo que pueden hacer los gobiernos
"neodesarrollistas", que algunos llaman "populistas" o
"progresistas".
Al respecto señala: "Cualesquiera
que sean los avances puntuales, justamente apropiados y defendidos por los
trabajadores y sectores populares como conquistas, en absoluto modifican la
estructura socioeconómica interna ni las relaciones con la economía mundial,
los mecanismos de la dominación permanecen inalterados... el
neodesarrollismo no rompe con la lógica del sistema, se limita a buscar
estrategias y políticas económicas heterodoxas que impulsen el crecimiento,
mitiguen la desigualdad... No va más allá, aún en su versión de retórica
más radical, de una variante de gestión del capitalismo periférico"
(Pág. 119).
Las subjetividades moldeadas
por la industria cultural
En lo que atañe a la
globalización y el cambio cultural, Ayala empieza por señalar que tratar el
tema de la cultura como una entidad separada de "las condiciones
generales de existencia" es metodológicamente incorrecto porque rompe
la unidad compleja de los social y lleva a caer en la metafísica idealista.
Las relaciones individuo /
sociedad "se dan mediadas por objetos simbólicos, climas
culturales,..., que refuerzan tendencias estructurales ,.., las subjetividades
adaptadas, integradas..." (Pág. 142). De ahí que proponga que una
teoría de la acción social no puede despreciar los contextos históricos, que
dan sentido a la acción, en esa perspectiva Ayala rescata el interaccionismo
simbólico de G. H. Mead, y la fenomenología de Berger y Luckmann.
En una sociedad de clases
como la globalizada capitalista, la industria cultural fabrica el clima
cultural en que se forman las subjetividades individuales. " La
modernidad burguesa se funda en el impetuoso desarrollo de las fuerzas
productivas, pero se apoya en la colonización de la subjetividad. La
interiorización naturalizada y mayormente inconsciente de las relaciones
sociales imperantes" (Pág. 150).
Pero también se producen
resistencias culturales, acciones subversivas y lucha de los oprimidos que no
se reduce a la acción política o económica, sino que también es cultural. Estas
respuestas son producidas por las evidentes contradicciones del sistema, en el
que el gran desarrollo de fuerzas productivas no hace más feliz al ser humano,
sino que la mayoría padecen sumidos en una vida frustrada por la miseria y el
trabajo alienante (cuando lo consiguen).
Resistencias reaccionarias y
resistencias revolucionarias
Ahora bien, el lado positivo
del proceso en la visión de Ayala, es que "la globalización no es solo
hamburguesas y coca cola, comporta todo un amplio espectro de normas y valores,
ideologías y representaciones... (la) transculturización de los valores..."
(Págs. 196 y 197). Esos valores no solo reproducen las relaciones sociales
capitalistas, sino también conquistas democráticas que pertenecen a la
humanidad y que confrontan valores y costumbres tradicionalistas, conservadoras
y fundamentalistas arcaicas, pero que aún perviven.
De ahí que Ayala rescata el
concepto de "sociedad abierta", pese a provenir de uno de los más
grandes voceros del liberalismo, Karl Popper. Y lo hace en el sentido
siguiente: "El capitalismo da lugar a una forma social
incomparablemente abierta respecto de todas las formas que le antecedieron, impulsando
de esta manera un proceso de individuación y secularización..." (Pág.
203).
Por eso no hay que
confundirse, no todas las resistencias son progresivas. Nos propone Ayala que
diferenciemos de las diversas resistencias que genera la globalización aquellas
que son de tipo reaccionario ("conservatismo atávico, exaltación
teológico-trascendentalista, escapismo neorromántico, nihilismo epistemológico
posmoderno o ingenuidad primitivista") de las resistencias que,
basadas en el pensamiento crítico, defiendan las conquistas democráticas de la
modernidad, "sin el oscuro costado del capitalismo".
De la caridad cristiana al
enfoque neoliberal de las políticas sociales
En el capítulo IV se traza la
historia de las doctrinas sociales, desde los siglo XIV al XVI, cuando se
emitieron las primeras "leyes de pobres", época en que se
interpretaba la pobreza como castigo divino, y asignaba a las parroquias el
deber de auxiliarla, mientras que el objetivo de esa legislación consistía en
obligar a la fuerza de trabajo desplazada del campo a disciplinarse de manera
forzosa en las nacientes manufacturas y la vida urbana, so pena de cárcel y
virtual esclavitud.
El análisis histórico pasa
por la consolidación del capitalismo en el siglo XIX, en que el problema social
adquiere dos perspectivas coetáneas: la liberal ascética, que percibe la
riqueza como premio al trabajo (Mandeville), pero que promueve un
individualismo insolidario que llega al paroxismo con el darwinismo social de
Spencer; por otro lado, como subproducto de la Revolución Francesa se visualiza
el problema desde la "dignidad humana" que no debe permitir la
degradación social extrema, de la cual surgirá perspectiva de Bismarck, que
busca atenuar el conflicto social con políticas de mitigamiento en las que la
atención a la pobreza se desplaza de las parroquias a un deber del Estado.
La crisis posterior a la
Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa (primer intento concreto de
construir una sociedad sin explotación de clases), la quiebra de 1929 y los
dramáticos acontecimientos políticos de ese período, parieron el Estado
Benefactor (J. M. Keynnes) como una forma de salvar al capitalismo de sí mismo,
regulando la economía y las relaciones sociales desde el estado, dando origen
así a la verdadera "política social". Pero el Estado Benefactor
seguía siendo un estado capitalista que no podía superar sus contradicciones,
dando paso el "boom" de la post guerra al estancamiento económico.
De esa crisis abierta en los
años 70, se impone en la lógica del capital la doctrina neoliberal y su
particular manera de enfocar el problema social, la cual arrecia a partir de la
desaparición de la URSS, una de las amenazas a las que el estado de beneficio
intentaba responder.
En "...la nueva fase
de despliegue del capitalismo... la cuestión social sufre un replanteamiento
correlativo...: retirada del estado, limitación fiscal, focalización,
centralidad de la gestión de la pobreza (...), protagonismo del llamado tercer
sector (ONG's), alejamiento de los sectores medios de los servicios públicos y
reorientación hacia el mercado, desplazamiento semántico de 'igualdad' a
'equidad'", con el consiguiente aumento de la pobreza y la desigualdad
(Pág. 321).
En fin, que la política
social no ha escapado al objetivo de reproducir las condiciones de existencia
del capitalismo administrando la cuestión social.
Frente a la ética
individualista del capitalismo la ética de la solidaridad, única garantía de la
libertad individual
El capítulo dedicado al
neoliberalismo y la ética inicia analizando la filosofía del grupo de Mont
Pelerine, y su ideólogo, Fiedrich von Hayek, para quienes el
"igualitarismo" del Estado Benefactor mataba la libertad individual
porque la desigualdad era un valor positivo, ya que alentaba la competencia, de
la que depende el progreso social, en la perspectiva neoliberal.
Bajo la lógica liberal el
individuo lo es todo, la sociedad o colectividad o no existe, o es una coerción
contra el primero. Cita a Mario Vargas Llosa: "La libre elección está
en la base del pensamiento liberal. Y lo está como manifestación de su
individualismo, de su cerrado rechazo del colectivismo, de la defensa que hace,
frente a la pretensión ideológica de convertir lo social en una instancia moral
o política superior a los hombres y mujeres particulares". En palabras
de Margaret Tatcher: "'la sociedad no existe', sería un invento de los
comunistas" (Pág. 354).
Ayala señala que en vez de
libre elección, esta nefasta ideología liberal es egoísmo social, que pretende
elevar a la ética las reglas convenientes al orden social capitalista. esa
ética liberal pretende naturalizar la desigualdad social y pone como su norte
la competencia, y la división del mundo entre ganadores y perdedores, como algo
"normal".
Esa perspectiva egoísta del
capitalismo es introducida por el clima cultural en la mente de los oprimidos
"mediante una sutil operación de fragmentación (demolición) de la
estructura de la personalidad del individuo... y el consecuente desarrollo de
los rasgos de carácter típicos, timidez, vida interior pobre, reverencia ante
el poder, subordinación servil, baja autoestima y pobre autoconfianza, formas
estereotipadas de pensamiento, inclinación al pensamiento mágico y a la
superstición, resentimiento, canalizado con violencia en la relaciones personales,
o en la situaciones de anonimato del individuo-masa,..., desprecio hacia los de
su propio entorno..." (Págs. 368 y 369).
De manera que la lucha por
una sociedad superior al capitalismo sólo puede construirse desde una ética en
que "la libertad personal está en función de sí misma, mediada por la
aspiración y la lucha por la emancipación humana y el enriquecimiento de la
vida. Lo cual quiere decir que solo se torna realizable, alcanzable, sobre la
base de una sociedad emancipada (de la explotación y las desigualdades
estructurales) y emancipadora" (Pág. 375).
"El liberalismo es
una falsa defensa de la libertad y la defensa de una falsa libertad",
dictamina Ayala. Para él, "el yo humano solo puede actualizarse y ser
entendido en el contexto condicionante y posibilitador del nosotros (la
solidaridad es indispensable para el desarrollo de la individualidad); la
consciencia/autoconsciencia solo puede surgir en la interacción; fuera de la
interacción no hay sujeto humano..." (Pág. 382).
Crisis de la civilización es
el fracaso de encontrar una salida al capitalismo
En sus conclusiones finales
Roberto Ayala reflexiona sobre los grandes desgarramientos sociales, miserias y
desigualdades que son producidos por este capitalismo del siglo XXI, llamado globalización
o "capitalismo tardío". Reiterando, con Rosa Luxemburgo, que la
disyuntiva humana actual está entre conquistar el socialismo o retroceder a la
barbarie. La incapacidad hasta ahora demostrada para conseguir el primer
objetivo es lo que explica los síntomas de la llamada "crisis
civilizatoria".
"... sólo la acción
consciente y decidida de los trabajadores, de todos los explotados y oprimidos,
junto a la intelectualidad crítica y comprometida, siempre crucial, de todos
aquellos, en fin que aspiran a un futuro de libertad, igualdad y solidaridad,
puede abrir el horizonte a posibles vías de superación progresiva de la crisis
civilizatoria a la que ha conducido el orden capitalista", concluye.
Panamá,
11 de septiembre de 2016.
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