Está bien, pues, indignarse con lo sucedido a partir del 12 de octubre
de 1492, y con lo que hacen los españoles reaccionarios, pero veámonos a
nosotros mismos, saquemos cuentas, hagamos balance y aprendamos lecciones de lo
que hemos hecho en el pasado.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
En el Reino de España no es inusual que el común, los políticos de derechas
y más de un académico sigan celebrando o fundamentando lo que consideran la
epopeya más grande de la historia humana; no se bajan del caballo y siguen
hablando, con todo desparpajo, de descubrimiento y conquista de América.
En la celebración de este, el día nacional del Reino español, se hace un
despliegue de fuerzas armadas que implica desfile de empenachados, vuelo
rasante de aviones lanzando humo con los colores de la bandera española y al
señor rey, adusto en su palco, a veces bajo un sol radiante que se las trae,
saludando a sus huestes como si estuvieran volviendo victoriosas de vencer a
Cuauhtémoc.
Un tal Jesús Ángel Rojas Pinilla, historiador súbdito del rey arriba
mencionado, acaba de publicar un libro –bellamente ilustrado, para mejor
comprensión y mayor regocijo de los lectores- titulado Cuando éramos invencibles, que hace un panegírico de la hecatombe
que provocaron sus congéneres en estas tierras, y llega a afirmar que “Cuando los españoles estuvieron en América algunos lugares vivieron el
momento de paz y de bonanza económica más grandes de su historia”.
Este tipo de exabruptos deben entenderse en el contexto de la
necesidad que tienen los grupos dominantes del Reino de España de afianzar uno
de los mitos centrales de su nacionalismo. Hoy, cuando su unidad política y
territorial está siendo puesta tan seriamente en entredicho ellos, que siguen
reproduciendo viejas maneras heredadas del franquismo, encuentran inspirador y
motivante estas salidas de tono que los aglutinan y hacen sentir el olor de la
manada.
A estos señores mandamases le han salido al paso este año, sin
embargo, voces disonantes. El Ayuntamiento de Madrid, que dirige Manuela
Carmena, ha colgado en su fachada una wiphala (bandera, en lengua aimara), que
lleva en mosaico los colores del arcoíris, conocida en su denominación original
como Qulla Suyu. La bandera, utilizada en procesiones y actividades reales por
los incas y por extensión en la región andina desde hace al menos 2000 años, ha
llegado a ser uno de los pabellones oficiales reconocidos hoy en Bolivia.
La respuesta peyorativa y descalificadora, muy a tono con la
mentalidad colonialista y, por ende, prepotente, ha venido de doña Esperanza
Aguirre, otrora líder del Partido Popular en el Ayuntamiento de Madrid (ha sido
Presidenta de la Comunidad de Madrid durante una década, ministra de educación
y cultura y presidenta del senado, entre otros cargos). La señora de marras
colgó como respuesta una bandera de España a lo largo de toda la fachada de la
sede de su partido, y calificó la medida del Ayuntamiento de “cosas raras”. Se
refirió a la wiphala en un tono entre jocoso y despectivo en un vídeo difundido
en redes sociales, y la llamó “esa banderita que por lo visto es la bandera
indígena”.
Que lo digan y hagan ellos vaya y pase, al fin y al cabo les sirve
para sus fines políticos, que son distintos y ajenos a los nuestros; pero los
latinoamericanos no debemos quedarnos solamente en la denuncia de este tipo de
hechos porque la historia (lo decimos con frecuencia pero pocas veces lo
aplicamos) nos da lecciones para el presente. Una de ellas es la de la
necesidad de la unidad.
Efectivamente, si los conquistadores hubieran encontrado unidos a los
pueblos originarios a su llegada a nuestras tierras, tal vez otro gallo habría
cantado. Es de suyo conocido lo que sucedió en México, cuando pueblos enteros
se unieron a Cortés para atacar y someter Tenochtitlán. O lo sucedido en el
actual Perú, en donde la pugna por el poder de dos hermanos minaron la
resistencia ante las huestes de Pizarro.
Eso pasó en todo el mundo americano. Los pueblos originarios de
Nuestra América fueron activos participantes en el proceso de conquista, fueron
agentes importantes y decisivos. Como lo ha mostrado el doctor Michel Oudijk,
del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Autónoma
de México, los españoles no formaron un ejército. “No vinieron como tal,
tampoco como soldados, vinieron como colonizadores. Su misión no fue batallar
en el sentido restringido, sino que después de la ofensiva sacaban lo que
podían. Vinieron aquí como gente normal y dependieron totalmente del apoyo y
contribución indígena”.
Oudijk, junto con el doctor Matthew Restall, experto en historia
colonial de América Latina, son los autores del artículo La conquista
indígena de Mesoamerica. El caso de Don Gonzalo Mazatzin Moctezuma, en el
cual detallan una alianza de un conquistador indígena con los españoles,
y dan cuenta de un modelo muy mesoamericano, pues las alianzas entre pueblos
fue algo básico durante el período Posclásico en esta zona, justo antes de la
conquista. “Sin alianzas no habría Mesoamérica. Este mismo aspecto lo aplicaron
en el proceso de conquista, lo vemos en muchos documentos”, refieren.
Por su parte, la arqueóloga Florine Asselbergs, en La conquista de Guatemala: Nuevas
perspectivas del lienzo de Quauhquecholan en Puebla, México,
explica los patrones de conquista y rebelión en la Mesoamérica prehispánica:
antes de la llegada de los españoles, las relaciones de poder consistían en un
complejo sistema político y militar, caracterizado por cambios continuos
de dominio y condición social: “Cuando un grupo era conquistado por otro, dice,
los miembros del primero se volvían parte del nuevo sistema de control, jugando
el papel de súbditos tributarios, tanto en especie como en personas, lo cual
normalmente implicaba un cambio de estatus y riqueza”.
Una
de las formas de recuperar prestigio y riquezas perdidas, indica la
investigadora, era unirse a las conquistas posteriores de los nuevos
gobernantes. “Como muchos antes que ellos, y otros después, (…) (muchos grupos)
vieron la llegada de los españoles como una oportunidad para deshacerse del
control de sus opresores (los aztecas) y aprovecharon la oportunidad para
unirse a otras conquistas españolas para adquirir el estatus de
conquistadores”.
Es decir,
sucedió lo que, más de trescientos años más tarde, seguía siendo objeto de
lamentación de José Martí: “Cree el aldeano
vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o
le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los
ahorros, ya da por bueno el orden universal”.
Y hoy, más de quinientos años después, seguimos en las mismas. Mírese,
si no, al señor Almagro, secretario general de la OEA poniéndole zancadillas a
Venezuela; a Brasil, Argentina y Paraguay tratando de echarla del Mercosur; a
Perú, México, Colombia y Chile planificando la Alianza del Pacífico y
coqueteando con el Tratado de Asociación Transpacífico, congraciándose con los
esfuerzos socabadores de la unidad latinoamericana de los Estados Unidos.
Está bien, pues, indignarse con lo sucedido a partir del 12 de octubre
de 1492, y con lo que hacen los españoles reaccionarios, pero veámonos a
nosotros mismos, saquemos cuentas, hagamos balance y aprendamos lecciones de lo
que hemos hecho en el pasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario