La noche del lunes 24 murió en la ciudad de
Guatemala Alfredo Guerra Borges. Figura emblemática
de la década revolucionaria (1944-1954), economista brillante y señero
intelectual. Además de ello, para mí fue el camarada de mi padre y a pesar de
la diferencia de edades entre nosotros, un dilecto amigo.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Los obituarios publicados en estos momentos, de duelo profundo para muchos y para mí en
lo particular, destacan sus virtudes intelectuales y académicas. Lúcido
funcionario en la Secretaría de Integración Económica Centroamericana (SIECA),
fue profesor en la Universidad de San
Carlos de Guatemala hasta 1980, profesor investigador
en el Instituto de Ciencias Económicas de la UNAM y en otras
instituciones. Fue galardonado con la
Catedra Patrimonial de Excelencia del CONACYT de México, la Catedra Extraordinaria
Narciso Bassols, la distinción de Profesor Investigador Emérito de FLACSO-Guatemala,
el premio Universidad Nacional de la UNAM y la Orden del Quetzal.
El otro lado de Alfredo, el de la primera
parte de su vida también fue brillante. Fue uno de los fundadores del Partido
Guatemalteco del Trabajo (PGT) en 1949. Su inteligencia y honestidad
hizo que fuera parte del grupo cercano de asesores del presidente Jacobo Arbenz
(1951-1954). Sin lugar a dudas, fue el ideólogo del PGT en la década de los
cincuenta y principios de los sesenta del siglo pasado. Alfredo formó parte de la dirigencia de
un partido comunista que concluyó que la revolución posible en la Guatemala de mediados del siglo XX, era una revolución democrática burguesa que
destruiría el oscurantista legado oligárquico y latifundista
heredado por la reforma liberal. Para ese PGT, el horizonte socialista
dependería del curso de los acontecimientos mundiales. Solamente la paranoia
anticomunista hizo pensar que Arbenz tenía objetivos comunistas. Fue al revés,
el PGT se sumó a la revolución antioligárquica que
encabezaba Arbenz.
Derrocada la revolución, Alfredo propugnó en el PGT por una salida democrática de
consenso entre izquierdas y derechas (la conciliación nacional). Al triunfar la
revolución cubana imperó la doctrina de la seguridad
nacional y el anticomunismo se exacerbó. También se radicalizó la juventud
revolucionaria civil y militar y se impuso la idea de una revolución a través
de la lucha armada. La estrella de Alfredo se fue eclipsando: no compartía la
idea de la lucha armada pero la represión feroz no
ayudaba a su idea de una salida concertada. Como me dijo alguna vez: no tenía
alternativa para la lucha armada. Así las cosas, el ciclo militante del notable
comunista había terminado.
Conviví en muchas ocasiones con Alfredo. No olvidaré cómo en 2013 nos ayudó a preparar el
fiambre de día de muertos en Puebla.
Celebramos la vida con la descendencia de Severo Martínez Peláez y Sergio
Tischler, el hijo de su querido camarada Rafael Tischler. Y en 1988, de regreso
en un avión
del Congreso de LASA en Nueva Orleáns me dijo con los ojos húmedos: “los
años más plenos de mi vida los pasé en el PGT”. Hoy Alfredo se ha unido con
Elsita Castañeda, el amor de su vida.
Hasta siempre, querido Alfredo.
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