Cuando las crisis políticas
se profundizan, aparecen potentes bifurcaciones; la derecha se quita el velo
para mostrarse como lo que es: el partido del orden, dispuesto a pasar por
encima de todo. Son las izquierdas las que deben decidir si optan por las
instituciones o por acompañar las resistencias.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
Ha
nacido una nueva derecha adecuada a los tiempos extractivos y de
expolio-piratería contra los pueblos; una derecha posterior al Estado del
bienestar, que ya no aspira al desarrollo, sino a consolidar las desigualdades,
la segregación de la mitad pobre, mestiza, india y negra de nuestro continente.
Una derecha implacable formada en el rechazo a lo popular, a la soberanía
nacional, a las leyes y las constituciones.
En el terreno educativo,
esa nueva derecha busca desembarazarse de los anteriores compromisos, entre
ellos la laicidad y la libertad de cátedra, para adecuar el sistema educativo
al periodo de guerra y confrontación que atravesamos. El objetivo es retomar el
control del conjunto del sistema educativo, desde los ministerios hasta el
aula, consolidando una educación antiemancipatoria, en la que el control de la
población es el objetivo casi excluyente.
Hace 12 años nació en
Brasil la organización no gubernamental Escuela Sin Partido, muy activa en las
redes sociales y los grandes medios, articulada con diputados y concejales de
los más diversos partidos para hacer aprobar sus propuestas. En su página web (escolasempartido.org/) se puede acceder al
programa de seis puntos titulado Deberes de los profesores, en el que se
destaca que el profesor no promoverá en el aula sus propias ideas, ni
perjudicará a los alumnos que profesen ideas diferentes, ni hará propaganda
político-partidaria se limitará a exponer de forma neutra el programa, y otorga
a los padres la elección de la “educación moral” que quieren para sus hijos.
Algunos “principios” de
Escuela Sin Partido parecen compartibles. Sin embargo, conllevan objetivos que
nos hacen retroceder más de un siglo. Por un lado, disocia entre el acto de
educar y el de instruir. Para ellos la educación es responsabilidad de la
familia y la iglesia, mientras los profesores deben limitarse a instruir, o sea
a trasmitir conocimiento como si éste fuera neutro, ahistórico,
descontextualizado.
La segunda es lo que
consideran como “adoctrinamiento” en el aula. Hablar sobre feminismo, homofobia
o derechos reproductivos, por ejemplo, sería tanto como imponer una “ideología
de género” en las escuelas. Todo lo que sea desviarse de la asignatura se
considera “adoctrinamiento”, situación que en los proyectos de ley que ha
presentado Escuela Sin Partido en varios municipios y en parlamentos de los
estados sería tipificada como “crimen de acoso ideológico” y “abuso de
autoridad”, punibles con cárcel y penas agravadas.
En el apartado
“capturando al adoctrinador”, en su web, aparece una larga lista de situaciones
comunes en las aulas, como “difamar personalidades históricas, políticas o
religiosas”, entre muchas otras. El docente debería mencionar a Hitler,
Pinochet o Mussolini sin más, como a cualquier otra personalidad, sin
establecer diferencias, dejando a los padres la exclusividad de opinar. Lo
mismo respecto a los genocidios, los feminicidios y así, porque está
rigurosamente prohibido mentar valores. Consideran que los debates sobre
diversidad sexual, contemplados en las currículas de muchos países, serían en
este caso “inconstitucionales”.
Una de las prácticas más
graves promovidas por Escuela Sin Partido es el espionaje de la práctica
docente para luego denunciarla. Bajo el epígrafe “Planifique su denuncia”, pide
a los alumnos y a sus padres que anoten cuidadosamente o filmen los momentos en
los cuales el docente estaría “adoctrinando” a los alumnos. Promueven actitudes
que llevan a los jóvenes a convertirse en policías de los docentes.
Uno de los objetivos
centrales de la nueva derecha en el terreno educativo es la descalificación de
los docentes que serían culpables de todos los males de la educación, desde el
fracaso escolar hasta la baja calidad de la enseñanza. De ese modo consiguen
desviar la atención de los problemas estructurales en la educación, focalizando
sólo las consecuencias y ocultando sus causas. El profesor siempre es sospechoso
de izquierdismo. En paralelo, consideran que los alumnos no tienen capacidad
para formar sus propias convicciones y que deben estar sujetos a la autoridad
paterna, eclesial o docente.
Como era de esperar, los
profesores han reaccionado con campañas de denuncia del proyecto, que ya fue
aprobado en el estado de Alagoas, Brasil, y será abordado en otros. Pero no
debemos olvidar que lo que se proponen en esta coyuntura, no sólo en Brasil, es
frenar en seco al creciente movimiento estudiantil, en particular a los
estudiantes de secundaria, que son los menos susceptibles de ser cooptados por
las instituciones estatales y de la izquierda electoral.
En efecto, la crisis
política brasileña está modelada por las movilizaciones de junio de 2013; una
crisis que está lejos de haberse cerrado con la destitución ilegítima de la
presidenta Dilma Rousseff. Incluso Chile, el régimen neoliberal modélico por su
estabilidad, atraviesa una crisis de legitimidad a consecuencia del potente
movimiento estudiantil, que desde 2011 abrió brechas por las que están pasando
diversos actores sociales. Uno de los más importantes empresarios, Andrónico
Luksic, reconoce que “el país se está cayendo” y destaca el papel del
movimiento por la educación en esta crisis (goo.gl/qpXIsA).
En otros países sucede
algo similar. En Paraguay los estudiantes se mostraron como un actor potente en
pleno gobierno reaccionario de Horacio Cartes. Nuevas camadas de jóvenes
rebeldes están presentes en casi todos los países. Ni qué hablar de México,
después del parteaguas que fue Ayotzinapa.
Buena parte de los
objetivos que se propone Escuela Sin Partido en Brasil parecen utopías de orden
que cuentan con escasos apoyos. Sin embargo, no se los debe subestimar. Cuando
las crisis políticas se profundizan, aparecen potentes bifurcaciones; la
derecha se quita el velo para mostrarse como lo que es: el partido del orden,
dispuesto a pasar por encima de todo. Son las izquierdas las que deben decidir
si optan por las instituciones o por acompañar las resistencias.
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