Haití
necesita de todos, y en primer lugar de América Latina y el Caribe. No se trata
de limosnas, ni de migajas, sino de asumir realmente un proceso de restauración
de la normalidad para lo cual no se necesitan “misiones de estabilización “,
sino ayuda financiera para construir hospitales y escuelas y recursos para
apoyar las misiones médicas y luchar contras las epidemias, así como aportes
para generar una economía productiva.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
El
movimiento de emancipación independentista en Haití se inició en 1790, mucho
antes que la mayoría de las colonias españolas de América. La Revolución
francesa que había triunfado un año antes, concedió igualdad jurídica y
política a los negros y mulatos haitianos, pero no proclamó el fin de la
esclavitud. Sin embargo, estas reformas, fueron desoídas por los haitianos
blancos de origen francés lo cual fue caldo de cultivo para que se desataran
constantes rebeliones de esclavos.
Toussaint
Louverture, el más destacado de todos los militares negros que combatieron por
la independencia, descolló también por poseer un pensamiento político
estratégico, dotes de liderazgo y visión de estadista. Entendió que debía
aliarse primero con los españoles para derrotar a los esclavistas franceses y
después de haberlo logrado firmó la paz con el bando liberal francés, lo que lo
llevó a ser nombrado Gobernador y Comandante en Jefe de las fuerzas armadas
independentistas francesas en Haití. Pero, la metrópoli no veía con buenos ojos
el poder que estaba adquiriendo el líder negro y desde 1798 comenzó a tratar de
restablecer el dominio total sobre el territorio. Fue el inicio de una historia
de más de dos siglos mediante la cual el colonialismo le ha hecho pagar a Haití
todas sus “osadías”: Francia porque los haitianos siguieron luchando por su
independencia hasta lograrla el 1° de enero de 1804, España porque Haití no
aceptó su soberanía después de haber recibido “ayuda” contra los franceses y
Gran Bretaña porque Louverture no consintió aliarse con ellos en 1798, cuando
el almirante inglés Maitland se lo propuso.
Peor
aún, cuando Louverture tomó medidas de orden económico y social para mejorar
las condiciones de vida de su pueblo, Napoleón Bonaparte, en el poder en
Francia desde finales de 1799, manifestó su público rechazo, enviando en 1801,
un ejército a la isla, al mando de su cuñado el general Leclerc quien logró
derrotar al prócer haitiano.
Estos,
no se rindieron ante la prisión y posterior muerte de su líder, un nuevo
paladín emergió del pueblo, Jean Jacques Dessalines, al mando de 100 mil
hombres enarboló la bandera roja y negra de la libertad que llevó a Haití a
transformarse en la primera república de Nuestra América. Dessalines manifestó
simpatía por las ideas de Francisco de Miranda y deseos de apoyar la lucha
independentista de la región.
Uno
de sus sucesores, el presidente Alejandro Petión, puso en práctica tales ideas.
A finales de 1815, después de derrotada la segunda república venezolana, el
Libertador Simón Bolívar arribó a Haití, a fin de buscar ayuda para dar
continuidad a las luchas independentistas, después de clamar sin éxito por
ella, (por diferentes razones) en Cartagena y Jamaica. Antes de llegar a Puerto
Príncipe y estando en Kingston, el 19 de diciembre de 1815 Bolívar le escribe
al Presidente Petión una carta donde le habla de Haití como el “asilo de todos
los republicanos de esta parte del mundo” y le manifiesta su interés por
“conocer y admirar de cerca a V. E” en su próximo viaje a Los Cayos en la
región meridional de la isla, donde se habían congregado centenares de
patriotas venezolanos y neogranadinos, deseosos de reincorporarse a los
combates.
Con
el apoyo del presidente Petión, Bolívar logra armar una expedición de hasta 1000
venezolanos y de otras nacionalidades y 1000 haitianos, además de obtener 6.000
fusiles, municiones, víveres, una imprenta completa, siete goletas y una
importante suma de dinero. Por eso, como
recuerda el destacado historiador venezolano Reinaldo Rojas, Bolívar calificó
al gran presidente Petión como el “padre de todos los verdaderos republicanos”.
Venezuela y los países liberados bajo la conducción de Bolívar le debemos a
Haití la independencia y la libertad, lo que podamos hacer por ese hermano país,
siempre será poco en comparación con lo que ellos hicieron por nosotros en uno
de los momentos más críticos de nuestra historia.
Todas
estas acciones significaron demasiada afrenta para los poderes coloniales:
primero, una revolución anti esclavista que remeció los pilares de la Europa
supuestamente modernizante bajo los influjos de la Toma de la Bastilla, para continuar después, “exportando” sublevaciones que hacían trastabillar
el soporte colonial del Viejo Continente en América. Nunca lo perdonaron hasta
hoy. La decisión fue someter a Haití a la expoliación, la miseria y el olvido.
En el
pasado más cercano, después de 29 años de férrea dictadura de los Duvalier
(padre e hijo), parecía haber un proceso de restitución democrática que
ayudaría al país a salir de casi dos siglos de marasmo. Sin embargo, en 2004,
Jean Bertrand Aristide, el primer presidente elegido democráticamente fue
derrocado a través de un golpe de Estado, que contó con la complicidad de
Estados Unidos y Francia, solo unos meses después que Aristide anunciara que
iba a exigir una reparación histórica a la antigua metrópoli. La respuesta
imperial fue la intervención militar, promovida por Estados Unidos en el
Consejo de Seguridad de la ONU, que se concretó con la participación de 53 países,
entre ellos (para vergüenza de nuestros pueblos), 15 de América Latina y el
Caribe, a través de la llamada Misión de Estabilización de la ONU en Haití
(Minustah). En fecha reciente, un importante grupo de organizaciones sociales
de la región envió una carta pública al Secretario General de la ONU para que
“… reconozcan el fracaso de sus estrategias y pongan fin a una intervención
que, después de 12 años, no solo ha malogrado los objetivos oficialmente
planteados sino que en muchos sentidos ha contribuido alevosamente a empeorar
la situación”. Los “resultados de la estabilización” se pueden observar a
simple vista: no han mejorado un ápice, las condiciones de vida del pueblo
haitiano.
Desde
el terremoto de 2010 que asoló al país causando centenares de miles de muertos,
heridos y desaparecidos, y un millón y medio de damnificados, la asistencia
humanitaria a Haití se ha convertido en un gran negocio, sobre todo después de
la epidemia de cólera que afectó al país en 2014, introducida, -según afirman
expertos- por los propios miembros de la Minustah. La ONU se ha transformado en
cómplice de la continuidad del saqueo de Haití, permitiendo la acción de
grandes transnacionales que se han repartido el país con proyectos mineros,
turísticos y del agro negocio.
Se
necesitaban 310 millones de dólares hasta 2017 para erradicar definitivamente
el cólera del país, pero solo pudieron recabarse 55 millones. Sólo la
solidaridad y apoyo permanente y constante de Cuba y Venezuela han podido en
alguna medida generar un frente común en contra de la epidemia. Pero ahora,
Haití nuevamente se ve enfrentado a los designios de la naturaleza, el huracán
Matthew ha causado la muerte de cientos de ciudadanos y gigantescas pérdidas
materiales. Estados Unidos y Francia se
han apresurado a enviar una ayuda a Haití equivalente a lo mismo que gastaban
durante una hora de su intervención militar en Irak. Ha causado impacto en la
opinión pública la carta de una ciudadana haitiana que llamaba a aquellos que
quisieran ayudar a los afectados por Matthew, “no donen su dinero a la Cruz
Roja de Estados Unidos” (ARC por su siglas en inglés). La información
compartida por un usuario de twitter
recordaba “lo que hizo" esa organización "con los 500 millones
de dólares" que recibió para construir viviendas en Haití tras el
terremoto de 2010, cuando esa instancia construyó solo 6 casas de las 700 que
había comprometido.
Otro
gran ganador de la desgracia del pueblo haitiano ha sido el ex mandatario de
Estados Unidos Bill Clinton, cuya fundación creada al salir de la presidencia
en 2001, hoy ya tiene un valor de 2 mil
millones de dólares, en alguna medida obtenidos a partir de la solidaridad con
“Haití”. Clinton se transformó en el gran “mecenas” de la nación caribeña,
atrayendo donaciones al país y sobre todo intermediando para que la gigantesca
cantidad de vacunas necesarias para combatir las múltiples epidemias que han
asolado Haití en los últimos años, se hicieran llegar a través de su fundación.
Su esposa Hillary, mientras fue Secretaria de Estado, dio prioridad a los
amigos o personas de interés de su marido como contratistas especializados para
llevar “ayuda humanitaria” a Haití. Caitlin Klevorick, asesora de la entonces
Secretaria de Estado, quien coordinaba las ofertas de asistencia recibidas de la
Fundación Clinton, dijo en un mensaje de correo electrónico que necesitaba “que
indiquen cuando las personas son amigas de William Jefferson Clinton. Es
probable que pueda identificar a la mayoría, pero no a todos”, según dio a
conocer la semana pasada, el programa de radio y televisión Democracy Now!
emitido desde Estados Unidos y transmitido por más de 900 emisoras de radio y
televisión en el mundo.
Haití
necesita de todos, y en primer lugar de América Latina y el Caribe. No se trata
de limosnas, ni de migajas, sino de asumir realmente un proceso de restauración
de la normalidad para lo cual no se necesitan “misiones de estabilización “,
sino ayuda financiera para construir hospitales y escuelas y recursos para
apoyar las misiones médicas y luchar contras las epidemias, así como aportes
para generar una economía productiva. Cada día que pase, y no se haga, será un
día de vergüenza para la humanidad y de ignominia para los que miran de manera
cómplice sin hacer nada o haciendo muy poco.
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