Esta no fue una
negociación entre un vencedor y un vencido, sino entre dos fuerzas políticas
que decidieron seguir buscando sus objetivos en el terreno de la democracia representativa.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
“Yo
soñé con aviones que nublaban el día, justo cuando la gente más cantaba y reía,
más cantaba y reía”, vocalizó Silvio Rodríguez en “Sueño de una noche de
verano”. Esta canción vino a mi memoria cuando los aviones caza israelitas
K-Fir (cachorro de león en hebreo), rompieron la barrera del sonido en la
majestuosa tarde de Cartagena de Indias, interrumpiendo el discurso que hacía
el Comandante de las Farc Rodrigo Londoño (Timochenko), tras la firma del
Acuerdo de Paz entre esa organización guerrillera y el gobierno de Colombia, el
pasado lunes 26 de septiembre. El presidente Santos también fue interrumpido,
pero por la melodiosa música de la Novena Sinfonía de Beethoven y la letra del
“Himno de la Alegría” entonado por niñas y niños colombianos.
El
que sabe de símbolos y de mensajes subliminales podrá comprender en toda su
dimensión lo que estas “parálisis” de ambos discursos significan. Fue, ni más
ni menos, el preámbulo de lo que vendrá tras el Acuerdo. Una oligarquía que no
dejará de hacer sentir su poder y unas Farc que, como dijo Timochenko, de ahora
en adelante utilizarán como única arma la palabra. También es simbólico que ese
día de paz, dos de los principales “portaviones” militares de Estados Unidos:
Colombia e Israel, se hayan dado la mano para ensuciar el límpido cielo
cartagenero cuando se anunciaba la paz.
Nadie
en su sano juicio podrá negar la majestuosidad del evento, ni la significación
para Colombia, América Latina y el mundo que éste tuvo. Sólo mentes enfermizas
como las del ex presidente Álvaro Uribe y las del recién destituido procurador,
Alejandro Ordoñez, y sus seguidores llamando ese día a apagar los televisores
para no ver “la firma del acuerdo mediante el cual se le entregaba el país a
los comunistas”, puede ocultar la magnitud y la dimensión de esta fecha
memorable en la que los colombianos “más cantaban y reían”. En el colmo de su
paroxismo demencial, Uribe, al referirse al referéndum popular que ratificará o
no este Acuerdo, dijo que si llegara a ganar el Sí, Colombia se transformará en
una nueva Venezuela.
Uribe,
más que nadie sabe del esfuerzo de Venezuela y en particular del Comandante
Chávez para que estas negociaciones se llevaran adelante, no se abandonaran y
llegaran a buen término. El 5 de agosto de 2007 la entonces senadora Piedad
Córdoba le solicitó al presidente venezolano que apoyara un acuerdo humanitario
para Colombia. Como lo relato en mi libro “Colombia, pintando adioses a la
guerra”, “…la respuesta del presidente Chávez fue inmediata, ´…en el caso de
Colombia estamos dispuestos a hacer lo que podamos hacer, en el camino de la
paz`, pero alertó acerca de la necesidad de abrir los caminos para ello y
expuso su eterna visión bolivariana al proponer el involucramiento de Unasur en
la solución del conflicto al preguntarse ´…si somos la Unión Suramericana por
qué no pudiéramos discutir` (acerca del acuerdo humanitario)”.
Más
allá de ese hecho sabido, ya se
comienzan a conocer detalles inéditos del proceso de negociaciones para la paz.
En un libro próximo a ser publicado, Timochenko refiere que cuando ya las
conversaciones habían comenzado y se produjo el ataque en el que murió el
Comandante General de las FARC, Alfonso Cano, el más ferviente partidario y
promotor de la paz dentro de la organización guerrillera, su primera reacción
fue abandonar la mesa de negociaciones. Reconoció que fue el Comandante Hugo
Chávez quien le recomendó que no lo hiciera, insistiéndole en la necesidad de
la paz para el pueblo colombiano. De manera que no ha sido desde Venezuela de
donde han salido los espíritus guerreristas, Venezuela jamás ha financiado un
Plan Colombia contra los campesinos y el pueblo del país vecino.
Pero,
volviendo al acto del lunes 26, en él se pudo observar un esperpéntico show de
la oligarquía colombiana impolutamente vestida de blanco como el color de su
piel, que celebraba la posibilidad de poner en pleno funcionamiento el Tratado
de Libre Comercio con Estados Unidos, así como avanzar hacia niveles jamás
antes alcanzados en el desarrollo de capacidades productivas de un país con un
potencial gigantesco, en el que las riquezas están lejos de ser distribuidas
equitativamente. Se frotaban las manos ante los nuevos ingresos que
avizoran. Las víctimas del conflicto,
estaban en el lugar más alejado del escenario y el pueblo colombiano
completamente ausente del evento. En una zona de mayoría negra como es el
Caribe colombiano, aparte de las Alabaoras de Bojayá, los negros fueron
excluidos de la celebración. Pareciera ser un preludio que muestra quiénes
serán beneficiados por esta paz y a quiénes se pretende marginar de ellas. El
espectro del fin de la Guerra de Independencia en 1830 se repite, sin que nadie
ponga¬¬ en duda lo trascendente que ésta tuvo en la historia.
Ese
día, pudimos escuchar dos discursos dialécticamente contradictorios sobre la
paz y sobre el futuro. Timochenko, hizo un recorrido histórico que recordó las
causas profundas del conflicto, sus palabras siempre tuvieron en el centro al
sufrido pueblo colombiano y las demandas sociales no resueltas con la firma del
Acuerdo. Por el contrario, Santos, más preocupado de la posteridad y del Premio
Nobel de La Paz y sin poder olvidar quien es hoy su enemigo principal, al
parecer se sintió obligado a hablarle al ex presidente Uribe y hacer campaña
por el Si para el plebiscito del domingo 2. Sólo él sabrá porque renunció a
hacer un discurso escrito como lo ameritaba la ocasión, para improvisar una
alocución electorera, que lo alejó de su condición de estadista.
Los
peores temores no tardaron en hacerse presente. Tan solo dos días después del
evento, el miércoles 28, el Fiscal General de Colombia, Néstor Humberto
Martínez, pasando por encima del Acuerdo amenazó a los miembros de las Farc con
ser investigados “…por la justicia ordinaria en caso de seguir cometiendo
delitos después de la entrada en vigencia del acuerdo final”. La frase “seguir
cometiendo delitos” deja entrever una aseveración que fue discutida y resuelta
en el punto referido a la justicia transicional del Acuerdo. Deben saber los
miembros de las Farc, que estos serán los nuevos enemigos a vencer “utilizando
la palabra como única arma”.
Es
cierto que el objetivo de la toma del poder, que llevó a las Farc a la lucha
armada, no se logró, pero también es cierto que el objetivo del Estado, que era
la derrota militar de la guerrilla tampoco se consiguió. Esta no fue una
negociación entre un vencedor y un vencido, sino entre dos fuerzas políticas
que decidieron seguir buscando sus objetivos en el terreno de la democracia representativa.
Las caras de los “blanquitos” sentados en las primeras filas del evento de
Cartagena parecían no entender esto, como tampoco parecen comprenderlo, los que
creen que la lucha armada es una forma perpetua de combate, aunque pasen más de
cinco décadas sin que se puedan obtener los objetivos. Para criticar a las
Farc, hay que meterse en la montaña y vivir los rigores de la selva, bajo el
acoso militar de un Estado que fue apoyado indiscriminadamente por la mayor
potencia económica y militar del planeta. ¡Y no los pudieron vencer!
Aquel
que crea que estas palabras entrañan pesimismo y una visión negativa del
Acuerdo les debo decir que en fecha tan lejana como el 1° de febrero del año
2000 escribí que “Desconocemos el curso que tomen las conversaciones de paz y
la forma que adquieran las mismas. En particular para el pueblo venezolano y su
gobierno el conflicto colombiano lo afecta directamente. El proceso de
reconocimiento de las FARC y del ELN dentro y fuera de Colombia es inevitable y
necesario para que las partes puedan asumir deberes y derechos contractuales
que garanticen internacionalmente la consecución y posterior cumplimiento de la
ley y lo que es más importante, darle al pueblo colombiano una paz permanente y
duradera”. He sido y soy un profundo convencido de que se ha seguido el camino
correcto y me congratulo de que así haya sido, pero la convicción no me permite
obnubilar la razón que obliga a estar alerta, sobre todo después que en Brasil
hemos aprendido que la democracia representativa sirve para todo, incluso para
derrocar presidentes, paradójicamente elegidos democráticamente.
Recuerdo
haber conversado sobre el tema de la paz en Colombia con el comandante Chávez,
una calurosa tarde de mayo de 2006, cuando nos dirigíamos a la Sierra de Perijá
donde habría de tenderse el primer tramo del gasoducto entre Venezuela y
Colombia con la presencia del Presidente Uribe. Por eso, tengo la fortuna de
haber conocido de primera mano, su pensamiento en este ámbito, su visión
estratégica y su profunda convicción bolivariana. Espero que algún día la
historia sin mezquindades, recoja con justeza, su aporte a esta conquista para
Colombia y para toda América Latina y el Caribe.
Ahora
vienen los nuevos retos, los dejo planteados en forma de pregunta, tal vez como
preámbulo de nuevos escritos: ¿cómo avanzarán las conversaciones con el ELN sin
cuyo acuerdo, no es posible hablar de paz completa?, ¿Qué pasará con las siete
bases militares de Estados Unidos instaladas en suelo colombiano para luchar
contra la guerrilla, ahora que ésta depuso las armas?, ¿Qué actitud asumirá el
Estado colombiano y sus fuerzas armadas ante la existencia y actividad
creciente del paramilitarismo, verdadera amenaza a la paz y la democracia en su
territorio y en el de los países vecinos?, y yendo un poco más lejos, ¿Qué hará
el putrefacto Estado monárquico español, ante la propuesta de ETA de seguir el
ejemplo colombiano?
Con
Silvio, me pregunto: “¿Cuánto de pesadilla quedará todavía, quedará todavía?”
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