La derecha está haciendo
todo lo que está a su alcance, sea legal o ilegal, para revertir a su favor la
correlación regional de fuerzas sociales y políticas que se mantuvo inclinada
hacia la izquierda de 1999 a 2009. ¿Qué implicaciones tiene esto para la
Revolución Cubana, y qué incidencia puede el afianzamiento de un cambio de esta
correlación de fuerzas en el proceso de normalización de relaciones entre Cuba
y los Estados Unidos?
Intervención en VI
Congreso de Solidaridad con Cuba, San Miguel, El Salvador, 24 de septiembre de
2016.
Me han pedido unas
palabras sobre la situación política de América Latina, es decir, sobre el
contexto regional en que se encuentra la Revolución Cubana, y en el que se
produjo el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los gobiernos de
los Estados Unidos y Cuba, que dio inicio al proceso de normalización de las
relaciones entre ambos países.
La situación política en
América Latina se caracteriza por la intensificación de la «guerra de
posiciones» que se libra entre el imperialismo, principalmente el imperialismo
norteamericano, y las oligarquías criollas, por una parte, y los movimientos
sociales populares y las fuerzas políticas y social‑políticas de izquierda y
progresistas, por la otra. Este es un concepto formulado por el pensador y
dirigente comunista italiano Antonio Gramsci. Él llamó guerra de movimientos
a aquella destinada a conquistar el poder mediante la violencia revolucionaria,
estrategia correspondiente a los países donde no existen condiciones para el
desarrollo legal de las luchas populares; y llamó guerra de posiciones a
las rupturas parciales sucesivas con el sistema social imperante por medio de
las luchas populares, estrategia correspondiente a los países donde funciona la
democracia burguesa, en los que sea posible acceder al poder mediante un largo,
complejo y fluctuante proceso de deconstrucción de la hegemonía burguesa y
construcción de hegemonía popular.
En los términos más
generales, el primer gran problema planteado es si la humanidad logrará
derrotar al sistema capitalista antes que este sistema la destruya a ella. Es
bien conocida la disyuntiva esbozada por Rosa Luxemburgo: socialismo o
barbarie. Y el segundo gran problema es qué papel le corresponde a la guerra de
movimientos y qué papel le corresponde a la guerra de posiciones en la batalla
para derrotar a la barbarie. Sobre esto último, Rosa sentenció que:
La reforma legal y la
revolución no son [...] diversos métodos del progreso histórico que a placer
podemos elegir en la despensa de la Historia, sino momentos distintos
del desenvolvimiento de la sociedad de clases, los cuales mutuamente se
condicionan o complementan, pero al mismo tiempo se excluyen [...].
La interpretación
vulgarizada del marxismo impuesta en la Unión Soviética tras la prematura
muerte de Lenin, interpretación que muchos asumimos durante largo tiempo,
partía de la premisa de que la derrota del capitalismo por parte del
proletariado mundial era una ley histórica que se cumpliría de modo inexorable,
por lo que nuestro papel se limitaba a «soplar en la dirección del viento» para
acelerarla. Hoy sabemos que no es así, que el destino no está escrito, que la
derrota del capitalismo depende de que seamos capaces de alcanzarla, y que esto
es una interrogante abierta: no se sabe si lo lograremos o no. Lo que sí
sabemos es que los dos grandes paradigmas socialistas del siglo XX fracasaron.
Me refiero a la socialdemocracia europea occidental y al comunismo soviético.
La socialdemocracia
europea originalmente se propuso transformar al capitalismo, y fue el
capitalismo el que la transformó a ella: nació para luchar contra el
liberalismo burgués y terminó asumiendo como propio el neoliberalismo
imperialista, el peor de los liberalismos; y el comunismo soviético se
burocratizó y, de sistema emancipador, pasó a ser sistema opresor, al punto que
la propia burocracia lo derrumbó cuando ya no le servía, sin que el pueblo
sintiera que su interés y su deber fuesen defenderlo. Esto coloca a la
izquierda actual ante la necesidad construir nuevos paradigmas emancipadores
para el siglo XXI.
Pero no todo es negativo.
En los últimos 25 años, en América Latina se ha desarrollado un proceso sin
precedentes en la historia universal. En medio del colapso de los paradigmas
socialistas del siglo XX, en nuestra región se produjo un auge de las luchas
sociales y políticas de signo popular. Esto es lo opuesto a lo ocurrido en
situaciones análogas, como las derrotas de la Revolución Europea de 1848, la
Comuna de París de 1871 y la década de las revoluciones frustradas en la
propia América Latina de los años treinta, tras las cuales imperó por largo
tiempo la represión y desarticulación de las fuerzas populares.
Apenas seis años y
diecinueve días después del colapso de la URSS –ese es el tiempo transcurrido
entre el 25 de diciembre de 1991 y el 6 de diciembre de 1998– ganaba Hugo
Chávez Frías su primera elección presidencial en Venezuela. Le siguió una
cadena ininterrumpida de elecciones y reelecciones de gobiernos progresistas y
de izquierda en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador,
Nicaragua, Honduras, Paraguay y El Salvador. Con un criterio, en mi opinión
demasiado amplio, pero que algunos toman como válido y, por consiguiente, sirve
como medida, se podría hablar de triunfos electorales de treinta y seis
candidatos y candidatas presidenciales de izquierda y progresistas desde la
década de 1990.
La elección de gobiernos
de izquierda y progresistas es novedosa en una región históricamente sometida a
la dominación colonialista, neocolonialista e imperialista, donde en los casos
excepcionales en que ello ocurrió con anterioridad, esos gobiernos fueron
derrocados. Son los casos de Jacobo Arbenz en Guatemala, en 1954, Juan Bosch en
República Dominicana, en 1963, y Salvador Allende en Chile, en 1973.
¿Cómo se explica la
apertura de espacios democráticos y la elección de gobiernos progresistas en
América Latina en medio del mundo unipolar y la avalancha universal del
neoliberalismo? ¿Cómo se explica esa apertura en un momento en que la
Revolución Cubana estaba sometida a lo que Fidel llamó doble bloqueo? Se
explica, entre otros, por tres factores fundamentales: el acumulado histórico
de las luchas populares; el rechazo universal a la opresión y represión
imperante; y el error de cálculo del imperialismo norteamericano, cuya
reestructuración de su sistema de dominación continental combinó dos elementos
incompatibles: la democracia y el neoliberalismo, es decir, se creyó la tesis
del fin de la historia, y favoreció que por primera vez en América
Latina funcionara la democracia burguesa. Su idea era que la alternancia en el
gobierno estuviese restringida a fuerzas políticas neoliberales, y no calculó
que los pueblos aprovecharían los nuevos espacios de lucha social y política
legal para construir y llevar al gobierno a sus propias fuerzas políticas. Con
otras palabras, no calculó que América Latina, que había sido históricamente
terreno de la guerra de movimientos pasaría a ser terreno de la guerra de
posiciones.
En los casi veinticinco
años transcurridos desde el derrumbe de la URSS hasta hoy, la guerra de
posiciones en América Latina ha atravesado por cinco etapas:
1.
De 1989 a 1994, fue favorable al imperialismo y las oligarquías criollas. En
ella primaron la reestructuración del sistema de dominación continental, y el
desconcierto de los movimientos populares y las fuerzas políticas de izquierda.
2.
De 1994 a 1998, fue desfavorable al imperialismo norteamericano y las
oligarquías criollas. En ella predominaron la crisis del Estado neoliberal
recién impuesto y auge de los movimientos y las protestas sociales, capaces de
derrocar gobiernos oligárquicos pero aún incapaces de hacer elegir gobiernos
propios.
3.
De 1998 a 2009, fue favorable a los movimientos populares y las fuerzas de
izquierda y progresistas, con la elección y reelección de gobiernos de ese
espectro en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua,
Honduras, Paraguay y El Salvador.
4.
En 2009-2014, hubo una agudización de la disputa derecha-izquierda debido a la
escalada de la estrategia del imperialismo y la derecha para reconquistar los
espacios institucionales que escaparon de su control, incluidos los golpes de
Estado de nuevo tipo en Honduras (2009) y Paraguay (2012), y los triunfos
electorales por muy estrecho margen en Venezuela (2012 y 2013) y El Salvador
(2014).
5.
En 2015‑2016, se han producido reveses costosos: la elección de Mauricio Macri
en Argentina, la elección de una mayoría de derecha en la Asamblea Nacional de
Venezuela, la derrota en el referendo que buscaba abrir la posibilidad de una
nueva reelección del presidente Evo Morales en Bolivia y el golpe de Estado
legislativo contra la presidenta Dilma Rousseff en Brasil.
Acosados por la creciente
dificultad de cumplir la ley de hierro del capitalismo, que es la siempre creciente
acumulación de riquezas, el imperialismo y las oligarquías latinoamericanas a
él subordinadas, desataron una ofensiva destinada a expulsar a las fuerzas de
izquierda y progresistas de los espacios por ellas conquistados en los poderes
del Estado, en especial, a expulsarlas del órgano ejecutivo del Estado, y a
desacreditarlas y desarticularlas para que nunca más vuelvan a ocupar esos
espacios. La razón es obvia: necesitan que América sea gobernada por
neoliberales como Mauricio Macri y Michel Temer, que promuevan activamente el
saqueo y la depredación de los países de la región por parte de los monopolios
transnacionales. Con ese propósito desarrollan una estrategia desestabilizadora
diseñada para, o bien derrotar o bien derrocar, lo que sea más rápido y
factible, a los gobiernos que, según ellos, desperdician la riqueza en
políticas y programas de beneficio social.
La batalla de las fuerzas
de izquierda y progresistas para derrotar la actual ofensiva imperial y
oligárquica se libra en dos espacios y en dos frentes. Los espacios son el nacional
y el internacional, en este último caso me refiero a la solidaridad. Por
ejemplo, en oposición a los golpes de Estado en Honduras y Paraguay, la
solidaridad internacional fue combativa pero la correlación de fuerzas nacional
resultó adversa. Y los frentes son el externo y el interno, el
primero entendido como enfrentamiento eficaz a la estrategia desestabilizadora,
y el segundo como erradicación de las deficiencias y los errores propios que
las alejan del pueblo y las hacen vulnerables a la estrategia desestabilizadora
enemiga.
En el frente externo,
debemos tener en cuenta que, conscientes del rechazo universal a sus antiguos
medios y métodos de dominación y represión violenta, el imperialismo y las
oligarquías criollas en la actualidad apelan a otros medios, entre ellos, a la
guerra económica, la guerra mediática, la dictadura de los jueces y la
imputación a la izquierda de los vicios que les caracterizan, como la
corrupción. Así fomentan el voto de castigo de los sectores sociales que antes
lo emitieron contra ellos, y la abstención de castigo de nuestras propias bases
sociales.
En el frente interno, a
partir de la premisa de que nuestro acumulado histórico de luchas es el
principal factor que abrió los espacios democráticos hoy cuestionados y
atacados, cada fuerza de izquierda y progresista debe preguntarse cuánta fuerza
social y política acumuló en los 25 años transcurridos desde el derrumbe de la
URSS, cuánto se estancó en la acumulación de fuerza social y política, y cuánta
fuerza social y política desacumuló. En esencia, debe preguntarse cuánto
prestigio, credibilidad y mística conserva en las generaciones que las vieron
luchar contra las dictaduras de las décadas de 1960 a 1980, y contra los
gobiernos neoliberales de la década de 1990, y cuánto prestigio, credibilidad y
mística cultivó o dejó de cultivar en las jóvenes generaciones que no
conocieron sus luchas del pasado.
En resumen, la derecha
está haciendo todo lo que está a su alcance, sea legal o ilegal, para revertir
a su favor la correlación regional de fuerzas sociales y políticas que se
mantuvo inclinada hacia la izquierda de 1999 a 2009. ¿Qué implicaciones tiene
esto para la Revolución Cubana, y qué incidencia puede el afianzamiento de un
cambio de esta correlación de fuerzas en el proceso de normalización de
relaciones entre Cuba y los Estados Unidos?
La correlación de fuerzas
entre izquierda y derecha y, en virtud de ella, la configuración del mapa
político de América Latina y el Caribe, tienen una influencia directa en el
fortalecimiento o debilitamiento de la política de bloqueo y aislamiento
ejecutada por el imperialismo norteamericano contra Cuba desde hace más de
medio siglo.
-
En la década de 1960, rodeada de gobiernos proimperialistas, Cuba sufrió un
cerco casi total: fue expulsada de la OEA y ese organismo ordenó a sus miembros
romper relaciones diplomáticas, consulares, comerciales y de cualquier otro
tipo con ella. Solo México se negó a hacerlo por apego a la Doctrina Estrada.
-
En la década de 1970, con la elección de Salvador Allende a la Presidencia de
Chile, los gobiernos militares progresistas de Juan Velasco Alvarado en Perú y
Omar Torrijos en Panamá, y la descolonización de Jamaica, Guyana y Trinidad y
Tobago en el Caribe, todos los cuales restablecieron relaciones diplomáticas
con Cuba, se inició la ruptura del bloqueo y el aislamiento. Incluso se abrió
un primer proceso de normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos,
que abarcó los últimos años de la administración de Gerald Ford y los primeros
de la de James Carter. Ese proceso fue interrumpido, junto a otras políticas
externas e internas de Carter, a raíz del auge que por aquellos años
experimentó la llamada nueva derecha, liderada por Ronald Reagan.
-
En la década de 1980, pese a la elección de Reagan a la presidencia
estadounidense y su recrudecimiento de la política de hostilidad, boqueo y
aislamiento contra Cuba, en virtud de la agudización de las contradicciones
entre los Estados Unidos y América Latina y el Caribe (en torno al conflicto
centroamericano, la crisis de la deuda externa, la guerra de las Malvinas y la
invasión militar a Granada) continuaron estrechándose las relaciones de Cuba
con los gobiernos del subcontinente, una parte de los cuales abogaba por el
reingreso de Cuba a la OEA y otros por la creación de una organización
latinoamericana y caribeña, con Cuba y sin Estados Unidos.
-
En la década de 1990, con el derrumbe de la URSS y el bloque socialista
europeo, el inicio de lo que Fidel llamó el doble bloqueo y la elección
de gobiernos neoliberales en toda América Latina, vino una nueva etapa de
recrudecimiento de la política de bloqueo y aislamiento contra Cuba.
-Y
en la década de 2000, con la elección y reelección de gobiernos de izquierda y
progresistas, se consolidó la derrota del bloqueo y el aislamiento: Cuba
ingresa al Grupo de Río; es fundadora de CELAC, cuya presidencia pro-tempore
ejerce por un año el presidente Raúl Castro; la OEA levanta las sanciones
contra Cuba impuestas en 1962; los gobiernos de Cuba y Estados Unidos
restablecen relaciones diplomáticas, se inicia un nuevo proceso de
normalización de relaciones, y el presidente Obama realiza una visita oficial a
La Habana.
Hay compañeras y
compañeros amigos de Cuba que se preguntan si el restablecimiento de relaciones
diplomáticas con Estados Unidos implica que cesó el diferendo entre ambos
países. Hay quienes, al escuchar las denuncias de nuestro gobierno de que el
bloqueo y la intromisión en nuestros asuntos internos siguen en pie, se
preguntan por qué y para qué restablecimos relaciones diplomáticas, si no
previmos que esto sucedería y si no habremos cometido un error al hacerlo.
Conocer el nexo existente
entre las diferentes configuraciones que ha tenido el mapa político
latinoamericano y caribeño y el recrudecimiento o distensión relativa de la
política de hostilidad, bloqueo y aislamiento de los Estados Unidos contra
Cuba, en particular, el elemento de que ya hubo un primer proceso –frustrado–
de normalización de relaciones entre ambos países, ayuda a comprender mejor la
situación actual.
Aquel primer proceso
comenzó tratando de encontrar soluciones negociadas a cada uno de los temas del
diferendo bilateral, y el restablecimiento de relaciones diplomáticas fue
concebido como el colofón, el coronamiento, de la normalización de relaciones.
Pero ese enfoque escalonado dio pie a que las fuerzas opuestas al proceso lo
atacaran hasta interrumpirlo. Por eso en esta oportunidad se hizo a la inversa:
se acordó en privado y se anunció «de golpe» el restablecimiento de relaciones
diplomáticas, y con la oficialización de estas es que se comienza a negociar
los temas del diferendo bilateral, cuyo desenlace será la normalización plena
de los nexos entre ambos Estados. Las fuerzas ultra reaccionarias de los Estados
Unidos pueden atacar el proceso, dificultarlo y retrasarlo, pero les resultará
difícil imponer una nueva ruptura, y Obama está apostando a eso. Esa es una de
las razones de su visita oficial a Cuba: sentar un precedente. De esto se
deriva que el restablecimiento de relaciones diplomáticas acordado el 17 de
diciembre de 2014, no implica que los temas del diferendo bilateral ya hayan
sido negociados, y mucho menos resueltos, sino que este difícil proceso recién
acaba de comenzar.
Siempre hemos sabido que,
dentro de los círculos de poder de los Estados Unidos, incluso quienes están a
favor de la normalización de relaciones con Cuba, se proponen derrotar o
extinguir a la Revolución. Ellos lo dicen. Su argumento es: fracasó la
política que pretendía destruir a la Revolución Cubana mediante las agresiones,
la hostilidad, el bloqueo y el aislamiento; intentemos ahora destruirla
mediante el acercamiento y la penetración. Estamos conscientes de que
quienes en los círculos de poder estadounidenses impulsan la normalización de
relaciones piensan que así nos van a reblandecer, debilitar y destruir. Pero
nosotros estamos convencidos de que ellos no podrán reblandecernos,
debilitarnos ni destruirnos, sino que, por el contrario, nosotros seremos
capaces sacarle provecho a las oportunidades económicas, comerciales,
financieras, científicas, técnicas, culturales y otras que se deriven de ese
proceso con el fin de avanzar en la construcción socialista.
Dentro del contexto del
enfrentamiento entre los sectores aferrados a la vieja política de agresiones,
bloqueo y aislamiento, y los sectores que le apuestan a reblandecer, debilitar
y destruir a la Revolución mediante una estrategia de poder inteligente, hay
que entender que el presidente Obama no está facultado para levantar el
bloqueo. Originalmente, el bloqueo se impuso mediante órdenes ejecutivas de los
sucesivos presidentes, que un presidente podía derogar. Sin embargo, a partir
de la adopción de la Ley Helms‑Burton, el levantamiento del bloqueo tiene
que ser aprobado por el Congreso de los Estados Unidos. El presidente Barack
Obama le ha pedido al Congreso que lo levante y, mientras ello no suceda, lo
que él puede hacer es manejarse dentro de los márgenes discrecionales que la
ley le otorga. La crítica que nuestro gobierno le hace a Obama es que hay cosas
que, dentro de los márgenes discrecionales existentes, él podría hacer pero no
las ha hecho. Y, por supuesto, mientras se mantenga el bloqueo, sea por culpa de
quien sea, Cuba lo va a denunciar y lo va a combatir, y espera que sus amigas y
amigos en todo el mundo también lo denuncien y lo combatan. Esta es la posición
de principios que mantenemos en el proceso de normalización de relaciones.
En conclusión, el proceso
de normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, incluido el
levantamiento del bloqueo, la devolución de la Base de Guantánamo y el fin de
la injerencia en nuestros asuntos internos, avanzará mejor y más rápido en la
medida en que la correlación regional de fuerzas siga siendo favorable a la
izquierda, y en que se mantenga y fortalezca el movimiento de solidaridad con
Cuba del que todas y todos ustedes son parte importante.
- Roberto Regalado es
Politólogo, Doctor en Ciencias Filosóficas y Licenciado en Periodismo, miembro
de la Sección de Literatura Socio Histórica de la Unión Nacional de Escritores
y Artistas de Cuba, consultor del Instituto Schafik Hándal y el Centro de
Estudios de El Salvador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario