El ejemplo de Colombia, poniendo fin a
la guerra civil más antigua del continente, logrando que la última guerrilla se
desarme y garantizándole a sus miembros sus derechos ciudadanos plenos,
teniendo como antecedente la firma de la paz entre la guerrilla del Farabundo
Martí y el gobierno salvadoreño (1992), debe servir para terminar la plena y
real pacificación de la región.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para
Con Nuestra América
Entre las múltiples noticias
perturbadoras y angustiantes que atiborran los noticieros de la prensa
internacional y nacional, hay una que es la excepción porque arroja un rayo de
luz en medio de la tiniebla que nos
rodea. Se trata del “acuerdo de paz” firmado entre el gobierno colombiano,
representado por el presidente constitucional de esa nación, Juan Manuel
Santos, y el líder máximo de la más
importante y antigua guerrilla (FARC) de ese hermano país, Rodrigo Logroño
(Timochenko). Se da así un enorme e importantísimo paso hacia una paz
definitiva y justa en ese ensangrentado país. Y digo e insisto: “un primer
paso” que, por más importante que sea, no por eso deja de ser eso y nada más
que eso: UN PRIMER PASO.
En su historia, Colombia nunca ha tenido
un período significativo de paz; la sangre y el dolor de miles y miles de
inocentes ha sido siempre por desgracia
la tinta con que se ha escrito la
crónica histórica de ese cercano y querido
pueblo. Se trata, sin duda, de un grito de esperanza que se lanza a un
mundo que peligrosa y vertiginosamente se desliza hacia el borde de un abismo
que es nos más que una catástrofe apocalíptica. La importancia de este acuerdo
la ha comprendido de inmediato la comunidad internacional, pues tanto el
Secretario General de las Naciones Unidas, como más de una docena de jefes de
estado se hicieron presentes acompañados
por la prensa internacional en
esa bella Cartagena, no lejos de donde
murió hundido en la desesperación el Libertador; esa Cartagena expresión, la
más acabada, de la cultura caribeña,
corazón de esas gentes llamados “costeños” con mal disimulado tono de desprecio
por parte de los “cachacos”. El lugar geográfico de hondo trasfondo
histórico-cultural no puede ser ignorado
por quienes seguimos, con mezcla de angustia y esperanza, las vicisitudes de
una paz mundial, que debe dejar de ser una simple quimera para convertirse en
una utopía inspiradora de las más importantes decisiones políticas que inciden
en los destinos de la humanidad. Cartagena forma parte del Caribe, al igual que
Cuba y Venezuela, otros sitios donde se han escenificado procesos
revolucionarios y que, por ello mismo, han sido objeto de una feroz agresividad
imperial, pero donde hay que luchar para que prevalezca la paz. Ambos países
fueron firme apoyo, especialmente la
Cuba revolucionaria de Fidel y Raúl, que contribuyó decisivamente a crear las
condiciones políticas y diplomáticas para que se llegara a este histórico y
trascendental acuerdo. Es en el Caribe donde deben forjarse los acuerdos que
provean de un paz definitiva y
justa a los pueblos del Nuevo Mundo y
que, a su vez, sirva de ejemplo e
inspiración a todos los pueblos de la tierra.
Siempre he insistido en que el Caribe es
a América (las dos) lo que el Mediterráneo ha sido para el viejo continente.
Han sido por el control de los mares
mucho más que por la explotación de los territorios la razón por la cual la guerra se ha
convertido en “la partera de la historia”(Marx). Las guerras no se hacen
principalmente para explotar o dominar territorios, sino para imponer el control monopolístico de los mares y océanos,
de los ríos y lagos; porque las vías por excelencia del comercio mundial están
sobre las aguas mucho más que sobre las ruedas de las caravanas ayer, o los
trenes, los aviones o los camiones hoy. El que es dueño de los mares
es dueño del mundo. Por eso, si por desgracia se desatara en un futuro no lejano
una guerra mundial lo será sin duda por
el control del Océano Pacífico, el más importante desde la década de
los años 80 del siglo pasado. ¿Sería un
sueño de opio esperar que el acuerdo de Cartagena podría ser inspiración
conducente a un primer paso, no solo
para una paz definitiva en Colombia y en el Caribe, sino también en el mundo
entero?
La guerra del Medio Oriente, que ahora
tiene como epicentro la histórica Siria,
podría ser tomada como punto de referencia para aspirar a lograr lo que
se ha hecho en Cartagena; máxime que se acerca ya la hora definitiva de dar un
viraje sin retorno en la dramática historia que ha tenido como escenario la
maravillosa Cuenca del Mediterráneo y, con ello, del viejo mundo. La
batalla de Alepo se está convirtiendo en el Stalingrado de esa guerra. La
alianza Siria-Rusia-Irán y la participación de los kurdos y de Irak, está
ganando política y militarmente esa guerra. Se acaban de reunir en Bratislavia
los países de la Unión Europea para tratar de dar los primeros pasos en vistas
a crear un ejército común independiente de la OTAN, aun cuando por el momento
digan que no están en contra de la OTAN. Solo la “pérfida Albión” se opone.
¡Qué razón tenía ese gran patriota visionario que fue De Gaulle, al insistir
en que Inglaterra cumplía el
traidor papel de Caballo de Troya de los intereses imperiales yanquis!
Esos mismos planes imperiales se
esfuerzan igualmente por lograr que Japón vuelva a sus desvaríos imperiales,
esta vez armado por el Pentágono, para
que sea la primera trinchera en el cerco en contra de una China que se prepara
a pasos agigantados para convertirse en la
máxima potencia mundial. Por eso,
en los debates que han confrontado al demencial Trump con la sinuosa Hillary, lo más grave son las amenazas en
contra de China lanzadas por esa “bestia rubia” que es el esperpéntico
candidato republicano. La correlación de fuerzas se inclina hacia una derrota
de las fuerzas más retrógradas e imperiales de Occidente, lo cual implicaría el
fin de la hegemonía que Occidente ha sustentado en la historia de la humanidad
desde que los griegos derrotaron a los
últimos imperios del Oriente (Persia) en el siglo VI antes de nuestra era. Pero
la paz que anhelan los pueblos de la tierra solo se logrará si avanzamos hacia
la construcción de un estado planetario, cuyo primer paso se daría reformando sustancialmente la estructura de
las actuales Naciones Unidas a fin de
hacerlas más democráticas. Por ahora hemos llegado a una situación muy
peligrosa, pues tenemos un Occidente cuyos síntomas inequívocos de decadencia
lo convierten en la más grave amenaza a la sobrevivencia misma de la especie
humana, sin que se haya logrado cuajar un frente progresista que le sirva de
contrapeso. Estamos en una etapa en que
deben forjarse nuevas alianzas que deben
inspirarse en los mejores valores éticos
y cívicos. Solo si se cambia la mentalidad y se vuelcan las luces que arroja la
ciencia y el ingente poder que provee la tecnología, no para hacer la guerra
sino para preservar la vida en todas sus manifestaciones más auténticas, se
logrará hacer realidad ese ideal, que ha inspirado a las mejores mentes y a los
actos más heroicos de hombres y mujeres de ayer, de hoy y de siempre.
Para ello el primer paso es construir en
nuestro entorno inmediato la paz. Y digo “entorno” porque si Nuestra América
está dando el ejemplo de Colombia, poniendo fin a la guerra civil más antigua
del continente, logrando que la última guerrilla se desarme y garantizándole a
sus miembros sus derechos ciudadanos plenos, teniendo como antecedente la firma
de la paz entre la guerrilla del Farabundo Martí y el gobierno salvadoreño
(1992), este ejemplo debe servir para terminar la plena y real pacificación de
la región. México vive un estado de guerra civil desde hace una década con
cerca de 100 mil víctimas entre muertos y desaparecidos. El pueblo mejicano nunca ha tenido la
oportunidad de disfrutar del elemental derecho democrático de elegir libremente
a sus gobernantes; siempre ha sido víctima de fraudes descarados y masivos; por eso no ha tenido un
período de paz total. Honduras ha sido
la clásica “banana republic”, lo cual se ha agravado desde que el presidente constitucional Celaya
fuera brutalmente despojado del poder; desde entonces ese hermano y cercano país vive en una orgía de sangre. Colombia misma
debe enfrentar ahora a los grupos paramilitares y a poderoso sectores del
ejército regular que harán lo imposible , apoyados política y financieramente
por el uribismo, para socavar y nulificar los acuerdos de paz. Los Estados
Unidos tienen un incontrolable nivel de violencia como se demuestra, no solo en
las continuas matanzas de afrodescendientes por parte de la policía y con las
matanzas que a diario perpetran jóvenes y gentes de todos los sectores de la
sociedad civil por cualquier motivo, sino que el tráfico incontenible de armas es parte de un lucrativo negocio que se ha
convertido en sostén del sistema financiero mundial.
Todo lo anterior no hace sino acrecentar
la inconmensurable trascendencia del acuerdo de paz firmado en Cartagena, esa
Cartagena que fuera el mayor mercado de esclavos provenientes de África en
tiempo coloniales y que hoy lanza a la humanidad un grito de esperanza, un rayo de luz.
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