William N.
Cromwell fue el principal beneficiario de todo el negociado: como accionista
del canal francés, como accionista de la compañía del ferrocarril y, para
colmo, como cónsul y agente fiscal de Panamá en Nueva York por muchos años
después de la separación, lo que le permitió manejar a su antojo parte de los
diez millones pagados a la república ideada por él y que se quedaron en Estados
Unidos bajo el eufemismo de “Fondo de la Posteridad”.
Olmedo Beluche / Especial para Con Nuestra América
Desde
Ciudad Panamá
Es
sorprendente que en Panamá, la mayor parte de lo que podría llamarse
“izquierda” repite los mitos históricos creados por la burguesía para
justificar la “venta del Istmo” (palabras de Belisario Porras) ocurrida el 3 de
Noviembre de 1903: llamar “independencia” a la separación de Colombia por las
tropas norteamericanas; la instalación de un gobierno títere integrado por los
agentes de la Panama Railroad Company,
proclamando una “nueva república” que no era más que un “protectorado” (es
decir colonia); la creación de la Zona del Canal en la cual Estados Unidos
mandaba “como si fueran soberanos”, por efecto del Tratado Hay – Bunau Varilla
firmado 15 días después.
Los hechos
son tan abrumadores que basta calentar los sesos un poco para darse uno cuenta
de las mil mentiras de que está plagada la leyenda dorada que repiten los
medios de comunicación y los programas de estudio de nuestras escuelas.
De la misma manera que la “izquierda” panameña carece de un proyecto
político propio, incluso de un proyecto de país propio, carece de una
interpretación propia de la historia nacional.
Los mismos
prejuicios que llevan a muchos “izquierdistas” del patio a repetir los
inveterados prejuicios conservadores sobre el matrimonio homosexual, o la
despenalización del aborto, o la cuota electoral femenina, parecen operar en la
mente de quienes repiten como papagayos los mitos históricos de la burguesía
antinacional. ¿Habrá en ello cierto determinismo geográfico o climático que
amodorra las conciencias? Porque la verdad está a la vista y sólo hay que leer
un poquito.
Parte de tanta confusión se debe a la obra de los reformistas de
izquierda (Ricaurte Soler o Diógenes de la Rosa o los teóricos del Partido
Comunista) quienes creían que la lucha contra la presencia imperialista en
Panamá debía ser fruto de un gran frente policlasista, en que los sectores
populares y obreros marchaban de la mano de una inexistente “burguesía
progresista o nacional”. Había que disfrazar de “patriotas” a los
comerciantes que nos vendieron por unas monedas. Era la interpretación criolla
de la teoría stalinista de la “revolución por etapas”.
La
evidencia documental salta por todos lados: desde los escritos de la época,
como de Porras y Pérez y Soto, hasta trabajos recientes como el de Ovidio Díaz,
pasando por historiadores profesionales. Pero, por sobre todos los demás,
destaca el panameño Oscar Terán, quien en 1934-35, publicó su libro “Del
Tratado Herrán-Hay al Tratado-Bunau Varilla, historia crítica del atraco yanqui
mal llamado en Colombia “La pérdida de Panamá” y en Panamá “nuestra
independencia de Colombia””. Allí está todo, con abrumadoras y fehacientes
evidencias fácticas. De modo que la ignorancia en esta materia es inexcusable.
Los especuladores de Wall Street y el Canal de
Panamá
Oscar Terán
dedica todo el primer tomo de esta obra, más de 400 páginas a probar con
documentos lo que se insiste en negar: los actores centrales de los hechos de
1903 son un grupo de especuladores norteamericanos y franceses con fuertes
intereses en la Compañía Universal del Canal de Panamá, luego Compañía
Nueva del Canal, con estrechos vínculos con la Compañía del Ferrocarril
de Panamá.
Evidencia
recopilada por el abogado Oscar Terán de manera directa, ya que vivió los
acontecimientos como político del Partido Conservador y miembro de la Cámara de
Representantes de Colombia. Además de documentos extraídos del compendio
denominado The Story of Panama, compilado en Washington a partir
de diversos procesos judiciales que involucraron a Teodoro Roosevelt y al
periodista Pulitzer, e incluso una serie de audiencias del Senado contra el ex
presidente del Gran Garrote.
Los jueces
del imperio registraron interrogatorios tanto a funcionarios y especuladores
norteamericanos, como a los supuestos “próceres” panameños, que constituyen
reales confesiones de los hechos.
Tratando de
resumir en pocas líneas el asunto, la llamada “Compañía Francesa del Canal” (en
sus dos momentos, “universal” y “nueva”) estuvo hermanada con la Compañía del
Ferrocarril, de capital norteamericano. Un convenio de 1867, en su artículo 6,
entre el gobierno colombiano y la Panama Railroad Co., le había otorgado
a ésta el monopolio del tránsito entre ambos mares, lo que incluía la
posibilidad de un canal. Para compensar este “derecho”, en 1881, la Compañía
Universal del Canal, dirigida por Fernando de Lesseps, compró 68,887 acciones
de la compañía del ferrocarril por 20 millones de dólares de la época, pese a
lo cual la empresa siguió controlada por gerentes norteamericanos.
Parte del
fracaso del la empresa francesa, que cerró operaciones en diciembre de 1888, se
debió a sobreprecios especulativos que cobraron suplidoras y subcontratistas, y
desvíos de dineros de los propios gerentes de la obra. Luego del escándalo en
Francia, y el juicio contra sus administradores, se creó en 1894 la Compañía
Nueva del Canal, que debía juntar el capital para terminar la obra, para lo
cual obtuvo una prórroga que finalizaba en octubre de 1904.
Pero en
realidad la Compañía Nueva actuó con dolo, pues nunca pretendió terminar la
obra sino revenderla al gobierno de los Estados Unidos. Es más, la mayor parte
del capital constitutivo no eran más que papeles y cuentas por cobrar de los
mismos especuladores franceses (accionistas carcelarios o del Panóptico) que
habían llevado a la quiebra la empresa original (Compañía Universal). Los
únicos que pusieron capital real fueron pequeños ahorristas franceses que, al
igual que en la primera empresa, serían estafados junto al estado colombiano
(que poseía 5 millones de dólares de las acciones y que tenía derecho de cobrar
la garantía si la obra no se terminaba, depositada en un banco londinense).
Para vender
sus “derechos” la Compañía Nueva contrató (1894) al influyente abogado
neoyorkino William Nelson Cromwell, representante de importantes sectores
financieros de Wall Street, accionista y abogado de la Panama Railroad Co. y
por ello también miembro de la Junta Directiva y abogado de la compañía
francesa del canal.
Cromwell es
el cerebro detrás de todos los hechos: convencer a las autoridades yanquis
(Ejecutivo y Senado) de optar por el canal panameño, desechando la ruta de
Nicaragua (preferida hasta ese momento), manipular y sobornar al gobierno y los
negociadores colombianos de firmar un tratado que cediera la soberanía del
canal a Estados Unidos (el Tratado Herrán- Hay) y, cuando este tratado fue
rechazado por la opinión pública en Colombia y Panamá, montar la secesión del
Istmo a partir de sus subalternos en la Compañía del Ferrocarril (entre ellos
los “próceres” José A. Arango y Manuel Amador Guerrero).
Parte del
asunto fue el “Plan de Americanización del Canal”, por el cual un grupo de
especuladores norteamericanos, dirigidos por Cromwell, crearon una sociedad
anónima en New Jersey, en 1899, denominada Panama Canal Company of America,
modificada meses después por la Internacional Canal Co., que con
un capital efectivo de 5 millones de dólares compró a través de un banco
francés gran parte de las acciones de la Compañía Nueva que estaban en manos de
pequeños tenedores que las vendieron a precios ínfimos por creer su inversión
perdida.
Parte de
los inversionistas norteamericanos eran poderosos empresarios, como el banquero
Edwards Simmons, para quien trabajaba Cromwell, pero también participaron
personas como Douglas Robinson, cuñado de Teodoro Roosevelt, y Charles P. Taft,
hermano del secretario de guerra William Taft y futuro presidente de Estados
Unidos, lo cual dio al asunto un tufillo de corrupción, que es lo que denunció
el periodista Pulitzer en su diario The World.
El negocio
fue redondo pues estos especuladores yanquis, junto a algunos socios franceses
(como Bunau Varilla) tuvieron su parte de los 40 millones de dólares pagados
por el gobierno de Roosevelt por los derechos de la Compañía Nueva del Canal.
Para
entender fácilmente las intríngulis del negociado recomendamos el Capítulo 11 (¿Quén
obtuvo el dinero?) del libro de Ovidio Díaz Espino El país creado por
Wall Street. Historia no contada de Panamá, de Editorial Planeta, de
fácil adquisición en muchas librerías del país.
William N.
Cromwell fue el principal beneficiario de todo el negociado: como accionista
del canal francés, como accionista de la compañía del ferrocarril y, para
colmo, como cónsul y agente fiscal de Panamá en Nueva York por muchos años
después de la separación, lo que le permitió manejar a su antojo parte de los
diez millones pagados a la república ideada por él y que se quedaron en Estados
Unidos bajo el eufemismo de “Fondo de la Posteridad”.
La confesión de Cromwell
Pero además
Cromwell cobró 800 mil dólares a los franceses por sus servicios abogadiles,
los cuales lo consideraron demasiado, forzando un juicio en el que éste tuvo
que argumentar el alto precio de su factura. Terán reproduce el argumento
(confesión) de Cromwell (Págs. 31 y 32):
“… en más de treinta años de activa y dilatada
carrera profesional, la firma de “Sullivan y Cromwell” se había creado íntimas
relaciones, susceptibles de ser aprovechadas ventajosamente, con hombre
colocados en posiciones de poder e influencia en todos círculos y en todas
partes de los Estados Unidos; y que no solo se hallaban los socios de la firma
en pie de estrechas e íntimas relaciones… sino que habían llegado a conocer y a
poder sobornar por la influencia a un número considerable de hombres
públicos figurantes en la política, en los círculos financieros y en la prensa.
Y todos estos prestigios y relaciones fueron de utilidad grande y a veces
decisiva y un enorme auxiliar en el descargo de sus deberes profesionales para
con el asunto de Panamá… Ni sería posible ni quizás conveniente detallar y
enumerar los modos y maneras innumerables con que fueron aprovechados en dicho
asunto nuestra posición influyente y nuestro poder… la que contribuyó substancialmente
al resultado obtenido y la que nos permitió, durante los críticos trances que
atravesó este gran negociado, apartar lo que en varias ocasiones pareció el
golpe de gracia de la empresa de Panamá, y cambiar en victorias decisivas los
casos más desesperados”.
A confesión de parte… relevo de pruebas.
Los hombres de Cromwell en Panamá
Más
adelante (Pág. 340) continúa Cromwell:
“Siendo como era yo abogado general de la
Compañía del Ferrocarril lo mismo que de la del Canal, había mantenido durante
diez años estrechas relaciones profesionales con personas de influencia
en el Istmo. Aprovechéme de su interés y celo, para suscitar o sacar de la nada
(to crate) la actividad de esas personas en apoyo del Tratado, la que se fue
manifestando por peticiones a Bogotá y por otros medios a su alcance. Yo
tenía a esos señores constantemente informados del estado de las cosas y ellos,
por su parte, me tenían perfectamente enterado de la situación en el Istmo; yo
me mantenía en la más cerrada intimidad con ellos y ellos a su vez contaban
conmigo y se fiaban a mi dirección” (Tomado de The Story of Panama,
pág. 281).
¿Quiénes
eran esos? Todos empleados de confianza de la Compañía del Ferrocarril, actores
centrales de los hechos del 3 de noviembre de 1903: J.R. Shaler,
superintendente general; H. G. Prescott, superintendente auxiliar; J. R. Beers,
agente de fletes del puerto de La Boca; José Agustín Arango, abogado residente;
Manuel Amador Guerrero, médico a sueldo del ferrocarril; Pablo Arosemena,
abogado consultor; Juan A. Henríquez, abogado en Colón, aunque estos dos
últimos, tal vez por liberales, sólo fueron sumados el propio día 3 de
Noviembre, como consta más adelante.
¿Por qué se separó a Panamá de Colombia?
Simple.
Para que el negociado se concretara, es decir, la venta de las acciones del
canal francés al gobierno de los Estados Unidos, Colombia debía refrendar un
tratado aceptando. Oscar Terán prueba enjundiosamente cómo Cromwell movió todos
los hilos, cómo manipuló a los negociadores colombianos, a sus cónsules y
embajadores en Norteamérica, cómo redactó y les hizo firmar los primeros
Memorandos que acabaron con la firma del Tratado Herrán-Hay, en enero de 1903,
también de su autoría.
El problema
es que el tratado violaba tanto la Constitución política de Colombia, que
señalaba que un gobierno extranjero no podía poseer propiedades inmobiliarias
en su territorio, como el propio Convenio Salgar-Wyse (1878) que impedía a la
Compañía Francesa traspasar el Canal a un gobierno extranjero.
Desde el
principio estuvo claro (1894) que Estados
Unidos exigía un canal completamente controlado por su gobierno, y la propia
letra del tratado creaba lo que era la llamada Zona del Canal, bajo
jurisdicción norteamericana. Por ello, mal puede ningún historiador
panameño argüir que los “próceres” fueron sorprendidos por los resultados
del Tratado Hay-Bunau Varilla, que sustituyó al Herrán Hay luego de la
separación (18 de Noviembre de 1903).
Este
aspecto, el de la soberanía, fue el que generó la principal repulsa de los
colombianos y panameños honestos hacia el tratado, incluyendo algunos que meses
después se cambiaron de bando. Aunque el gobierno colombiano, encabezado por
Marroquín y su gabinete estaba dispuesto a ceder este aspecto.
Hubo otro
aspecto lesivo, también repudiado por la opinión pública acá, y que congeló el
tratado por parte de las autoridades colombianas: el dinero. El Tratado Herrán Hay propuso pagar: 40
millones de dólares a los accionistas de la Compañía Nueva, 10 millones de
adelanto al estado colombiano y 250 mil de anualidad.
La
anualidad se consideró una burla, pues ya la compañía del ferrocarril pagaba
esa cifra en impuestos anuales (se habían pedio 600 mil) y los diez millones se
consideraron pocos (se pidieron 25 millones).
Cuando el gobierno norteamericano se negó a dar ni un centavo más a
Colombia, el gobierno de Bogotá trató de obtener una compensación de la
Compañía Nueva del Canal, exigiendo el pago de 15 millones de dólares de su
parte, por las obligaciones incumplidas y por las acciones compradas por el
estado colombiano. Y ahí ardió Troya.
Cromwell y
sus socios no pretendían ceder ningún pedazo de sus 40 millones al gobierno
colombiano. Entonces, y sólo entonces, empezó a operar el “Plan B” (en una
fecha no precisa entre marzo y mayo de 1903), separar a Panamá de Colombia,
nombrar un gobierno títere que ratificara el tratado como lo querían el
gobierno de EE UU y los accionistas de la Compañía Nueva.
El pueblo panameño, convidado de piedra de la
separación
Los más inteligentes
defensores de los hechos del 3 de Noviembre, no tratan de negar la existencia
de Cromwell y sus intereses, sería tapar el sol con la uña, sino que lo matizan
diciendo que los panameños nos queríamos independizar de Colombia y que, ante
los hechos consumados, los gringos se aprovecharon. Esta otra falacia, llamada
“versión ecléctica” por el historiador Carlos Gasteazoro, es fehacientemente
desmentida por Oscar Terán.
El segundo
tomo de la obra Terán se prueba cómo los supuestos próceres tenían comunicaciones
directas con Cromwell, inclusive se desmiente (usando sus propias cartas y
documentos) cómo Amador Guerrero sí fue atendido por Cromwell en Nueva York, en
septiembre de 1903, luego que el tratado fuera rechazado por el Senado
colombiano el 12 de agosto.
Pero la
parte más ilustrativa la dan los propios próceres en sus declaraciones juradas
ante un juez norteamericano en Panamá, con motivo del juicio de Roosevelt
contra Pulitzer por calumnia. Tomás Arias admite (Págs. 52-53):
“P.- ¿Fue conocido de la población en general el
movimiento revolucionario antes del 3 de Noviembre?
R.- ¿Quiere Ud. decir, en todo el Istmo o
en la ciudad de Panamá?
P. - En todo el Istmo.
R.- No.
P. - ¿Pero sí lo sería en la ciudad de
Panamá antes del 3 de Noviembre?
R.- Tampoco; de toda la ciudad,
tampoco. No podíamos hacerlo conocer de todos. Sólo unos pocos tuvieron ese
conocimiento.
P.- ¿Sólo unos pocos?
R. – Sí
P.- ¿Y esos pocos el día 3 de Noviembre?
R.- No, unos días antes enteramos a algunos más. Al
principio sólo éramos siete u ocho y después entraron algunos más, pues nos
interesaba hacer ver que el movimiento era popular.
…………………………..
P.- ¿Y encontró Ud. entre los panameños a
quienes habló sobre el caso, alguno que no entrara voluntariamente en él?
R.- Nunca hablamos a ninguno que
sospecháramos fuera leal a Colombia. Por supuesto, nosotros conocíamos las
opiniones de las gentes y nunca nos acercamos a los que podían constituir un
obstáculo contra el plan.
P.- Así, pues, el movimiento, por parte de
la población de la ciudad de Panamá, fue espontáneo?
R.- ¿Espontáneo? No.”
Como bien
confiesa Tomás Arias, la conspiración separatista se redujo en Panamá a un
puñado de personas allegadas a la Compañía del Ferrocarril, sus familiares
cercanos, a algunos potentados como los hermanos Ricardo y Tomás Arias, y
Federico Boyd, y el dueño de La Estrella de Panamá (Star and Herald)
José Gabriel Duque (de nacionalidad norteamericana). Los demás eran
funcionarios de la compañía o miembros de ejército norteamericano.
Los liberales, que la historia oficial pretende poner como actores
plebeyos de la “gesta”, en realidad fueron los mayores oponentes al tratado
hasta el último momento. Por supuesto, los más radicales habían sido obligados
a callar: Victoriano Lorenzo, convenientemente fusilado el 15 de mayo de 1903,
cuando empezó a operar el plan de la separación; Belisario Porras exiliado en
Nicaragua; la imprenta de su periódico El Lápiz, destruida meses antes.
Los
liberales que acercaron al movimiento fueron los más moderados y venales, con
vínculos profesionales con los conspiradores y, aún así, fueron informados la
propia mañana del 3 de Noviembre (ver páginas 20- 203 del libro de Terán, tomo
II).
José A.
Arango admite:
“A don Carlos A. Mendoza y don Juan Antonio Henríquez
con quines conferencié en nombre de la Junta Patriótica, les dí el encargo de
preparar el acta de independencia y todo otro documento necesario para
regularizar el procedimiento que en breve (ese mismo día) pondríamos en
ejecución, lo cual debían hacer en asocio del doctor Eusebio A.. Morales, a
quien ligeramente había tratado yo sobre el particular, dejando a su muy amigo
don Federico Boyd que le explicara en sus detalles nuestro propósito… Don
Eduardo Icaza, también conjurado, quedó encargado de entenderse con el General
Domingo Díaz, vecino suyo…”.
Esto es
corroborado por el propio Carlos A. Mendoza y por Pablo Arosemena. Este último
dice: “Tuve conocimiento de la labor política que tenía por objeto alcanzar
la independencia del Istmo de Panamá -…- en la mañana del 3 de Noviembre…”.
El supuesto
“pueblo” que se presenta a la Plaza de Francia, donde estaba ubicado el cuartel
del ejército, en la tarde del 3 de Noviembre, eran los bomberos convocados
convenientemente por su jefe, José Gabriel Duque. Nada fue “espontáneo”,
como dijera Tomás Arias.
No hubo en
los sucesos ninguna sublevación popular. Ni balas. Se dispararon billetes de
dólar con que se mataron muchas conciencias. Los sobornados no sólo fueron
“panameños” (varios de los próceres son oriundos de otras partes de Colombia),
sino los propios gobernantes en Bogotá, el primer entre ellos Marroquín y el
general Reyes.
Los actores
armados que hicieron frente a las tropas colombianas llegadas esa madrugada al
puerto de Cristóbal, en Colón, fueron las tropas norteamericanas del acorazado
Dixie, fondeado ahí, a las que se sumó la llegada del Nashville la tarde del 5
de Noviembre, consolidando la “independencia”. Hasta diez acorazados y miles de
soldados yanquis invadieron Panamá en los días subsiguientes.
Roosevelt
reconoció la “nueva república”, hija suya y de sus “amoríos” con Cromwell, el 6
de Noviembre, cuando más de la mitad de la población del Istmo ni siquiera se
había enterado de lo que pasaba, como señala Oscar Terán, y cuando en Bogotá ni
se sabía nada, gracias a que las tropas del Norte habían corta el cable del
telégrafo.
Para otros
detalles remitimos a nuestros trabajos: La verdadera historia de la
separación de 1903 (ARTICSA, 2004) y La separación de Panamá de
Colombia, una historia desconocida, un debate inconcluso (Ediotorial
Portobelo, 2010).
No hay comentarios:
Publicar un comentario