La Universidad no está ni puede estar confinada
exclusivamente a dispensar enseñanza, como muchos a veces quisieran que fuera
su única ocupación. Ella está obligada a penetrar con independencia en los
contextos sociales existentes y a pronunciarse con responsabilidad ante los
problemas políticos, económicos, sociales y éticos de la Nación.
Pedro
Rivera Ramos / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Décadas hace que gran parte de la juventud panameña y
dentro de ella, la universitaria, vienen manifestando cambios cualitativos y
sensitivos, no solo en aspectos que habitualmente no suelen despertar tanta
preocupación social, como modas, música y gustos estéticos; sino en valores y
ética, en identificación de la cultura emancipadora, en su rendición al consumo
casi patológico, en una pérdida gradual del sentido e importancia de la
colectividad y en una apatía peligrosa hacia el desarrollo del pensamiento
crítico o el cuestionamiento otrora, hasta irreverente.
Es muy común entre nuestros jóvenes, el desdeño y desconocimiento sobre hechos y personajes históricos que han marcado indeleblemente la vida nacional; sin embargo, pueden delirar durante horas sobre las hazañas deportivas de un jugador desechable del momento o del último chisme de la farándula criolla o extranjera.
Lo que aquí acontece no es exclusivo de nuestra
juventud. Esos rasgos pueden ser observados con facilidad en muchas otras
latitudes. Factores internos y externos, junto a un formidable mecanismo mediático
soportado básicamente en una cultura de la imagen, así lo han configurado y
decidido. Hoy lamentablemente para nuestros jóvenes estudiantes, todo lo que no
sea estrictamente curricular, carece casi por completo de significado e
importancia. Igual suerte viene padeciendo la adquisición del conocimiento en
su carácter crítico y desmitificador, así como la valoración social de la
utilidad de la educación superior.
Eso explica en gran medida, la apatía e indiferencia
que muestra gran parte de nuestro estudiantado hacia actividades
extracurriculares, con independencia de la calidad o el buen gusto que pueda
exhibir la obra cultural. El estudio y
su finalización solo adquieren legitimización social, cuando garantiza la
inserción inmediata al mercado del trabajo y los réditos generados pasan a ser
exclusivamente para beneficio y disfrute personales.
Ahora solo se estudia pensando esencialmente en el
símbolo de la instrucción y los beneficios mercantiles; renunciando así, a todo
lo que pueda servir para revelar las grandes potencialidades que en el ámbito
cultural, espiritual y humano, se encuentran en nuestra especie. Atrás han
quedado las preocupaciones sociales legítimas de antaño, el romanticismo
inserto en utopías humanas, la identificación plena con proyectos nacionales de
emancipación y soberanía. El mundo de la frivolidad, el hedonismo, el
utilitarismo y la insolidaridad, se han apoderado de las almas y corazones de
vastos sectores de nuestra juventud y conspiran desde hace ya mucho tiempo,
contra una educación más ética, comprometida y liberadora; que en el caso de la
universitaria, debe estar encaminada hacia la creación, de un sujeto
transformador desde una perspectiva social y humanística.
El mundo que de veras existe y que indudablemente debe
ser transformado, le urge que los jóvenes, y principalmente los
estudiantes, adquieran consciencia de la
extraordinaria responsabilidad que tienen por delante. Sin pretenderlo, les ha
correspondido vivir en un país y en un planeta donde se incrementa la riqueza
tan rápido, como crecen las desigualdades e injusticias. Mucho pueden aportar
si deciden luchar contra los contrastes inaceptables o las inequidades
intolerables de nuestra vida cotidiana.
Para comenzar, nuestra juventud, y especialmente la
estudiosa, debe ser capaz de revestir sus argumentos de toda la dimensión
crítica posible; respetando otredades y pluralidades culturales, defendiendo
con tenacidad sus ideales y principios y renunciando siempre, a la seducción
del pernicioso conformismo o de la desmovilización ideológica.
No hay duda alguna que la Universidad de Panamá es una
institución compleja que tiene la misión y el compromiso de desempeñar roles
muy diversos en nuestra sociedad. Debe formar profesionales suficientemente
competentes, que sean capaces de intervenir con éxito en la solución de los
grandes problemas que apremian a nuestro país. Pero es al mismo tiempo un pilar
fundamental de nuestra identidad como Nación y su principal centro de
producción intelectual y científico. Es aquí donde florece la cultura nacional
y donde mejor interaccionan la academia con las necesidades y urgencias de las
comunidades.
Por tanto, la Universidad no está ni puede estar
confinada exclusivamente a dispensar enseñanza, como muchos a veces quisieran
que fuera su única ocupación. Ella está obligada a penetrar con independencia
en los contextos sociales existentes y a pronunciarse con responsabilidad ante
los problemas políticos, económicos, sociales y éticos de la Nación. Ese rol
histórico al que nunca debe renunciar, debe ser transmitido sin cortapisas a
todos los jóvenes que se agitan en sus aulas en busca del saber y el
conocimiento.
Por eso toca a la Universidad de Panamá, en su
condición de principal centro de estudios y cultura de la Nación, identificar,
reconocer y actuar, sobre estas manifestaciones de escepticismo,
desmovilización e inercia, que con tanta frecuencia solemos encontrar entre la
inmensa mayoría de nuestro estudiantado. Es preciso que este gigantesco trabajo
que sin dudas debe emprenderse desde el terreno cultural y con la urgencia que
las realidades exigen, debe tener al aula de clases, como el espacio más
sustantivo donde estas conductas inicien su transformación más radical. Para
ello se requiere cuanto antes, el desarrollo de los instrumentos pedagógicos
apropiados, la creación de las estructuras pertinentes y la generación de las
instancias culturales necesarias, con el fin de abordar con la contundencia
debida, esta tarea de primer orden.
No obstante, este escenario que parece sumamente
sombrío y desalentador, contiene, es justo reconocerlo también, a un sector
minoritario de estudiantes universitarios, que por distintas razones, se han
rehusado a ser asimilados totalmente por la propaganda de la superficialidad,
la inmediatez y la banalidad. En su lugar han optado por cultivar
sensibilidades sociales; estremecerse y actuar ante las injusticias y las
desigualdades; preocuparse por las consecuencias perjudiciales del cambio
climático; identificarse con procesos de renovación política y contra la
guerra; desarrollar sus inclinaciones artísticas y literarias. Por eso que
resaltar una visibilización mayor de sus talentos, como ejemplos a imitar por
otros jóvenes, ha de ser una prioridad impostergable, si queremos realmente
contribuir a transformar cualitativamente a nuestra juventud.
De modo que es imprescindible que se mejore y
fortalezca la formación del estudiante desde una perspectiva humanista,
solidaria y asentada en los más grandes valores universales. Como también es
crucial que se renuncie, entre otras cosas, a cualquier forma abierta o
disfrazada de cooptación de dirigentes o intervención o tutelaje de las
organizaciones políticas estudiantiles. Es evidente que tal proceder, en cierta
manera, ha contribuido a acelerar el colapso de las mismas y a la desprotección
peligrosa de la propia Nación, al privarla de su sector social que en el pasado
reciente de nuestra historia, ha sido el más consecuente y aguerrido a la hora
de encabezar la defensa de los grandes intereses nacionales.
*Ingeniero Agrónomo, Universidad de Panamá.
2 comentarios:
Es un artículo con excelente perspectiva de análisis de este mal que aqueja a gran parte de la juventud de cualquier país capitalista en la actualidad.
Que sirva de guía para analizar donde quedó la vocación y los conceptos de lo que debe ser un estresado universitario.
Hoy los logros salariales derivados de ser universitario van por encima de los valores morales, sociales y humanos de muchos.
Que sirva para que profesores y familiares también siembre en los estudiantes el deseo de ayudar al desarrollo de su país.
Es un excelente artículo con perspectiva de análisis de este mal que aqueja a gran parte de la juventud universitaria de cualquier país capitalista en la actualidad.
Que sirva de guía para analizar donde quedó la vocación y los conceptos de lo que debe ser un egresado universitario.
Hoy los logros salariales derivados de alcanzar estudios de nivel superior van por encima de los valores morales, sociales y humanos de muchos.
Que sirva de guía para que profesores y familiares también siembren en los estudiantes la necesidad de ayudar al desarrollo del su país.
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