Lo ocurrido el 23O no es
un acontecimiento irrelevante; por el contrario, es muy trascedente. Una
comunidad política nacional que tenga 9.5 millones de ciudadanos militando en
el “partido de los no electores” no puede considerar que el régimen democrático
es “normal”.
Juan Carlos Gómez Leyton / Especial para Con Nuestra
América
Desde Santiago de Chile
La alta abstención
electoral registrada en la elección municipal del 23 de octubre (23O) pasado, o
la manifestación mayoritaria del "partido de los no electores" ha
generado una amplia discusión y polémica. Las posiciones que se asumen van
desde aquellos que lo condenan a aquellos que lo defienden. Las formas y los
argumentos que se utilizan van desde los más académicos y políticos, a los más
vulgares y ofensivos. De todo hay, buenos y malos argumentos en un sentido y
otro. Pero, en general, diría que hay mucha ignorancia política e incertidumbre
sobre el tema.
Ahora bien, como un
analista que estudia la abstención electoral y el comportamiento de las y los
ciudadanos abstencionistas desde el año 2003 hasta la actualidad, no me
extraña. Puesto que, el abstencionismo, como fenómeno y problema político, fue
ignorado y despreciado por las ciencias sociales, durante todos estos años. No solo
despreciado por los cientistas sociales sino también por la clase política y
los actores políticos conformes con la democracia protegida.
He analizado la
problemática durante esta última década no solo desde una perspectiva
cuantitativa o estadística sino también cualitativa. Fui uno de los primeros en
plantear que los no electores iban a determinar los futuros procesos
electorales de la democracia protegida, cuando 1997 emergió el partido de los
no electores. Y, así ha sido desde esa fecha hasta el día de hoy. Los no
electores eligen sin elegir. (A los interesados pueden consultar mi libro
Política, Democracia y Ciudadanía en una sociedad neoliberal, Chile 1990-2010,
CLACSO-ARCIS, 2010)
Una década de estudio
me permiten sostener que la manifestación del abstencionismo el 23O tiene una
estructura sociológica y política muy profunda y muy sólida. Diría que lo que
observamos en la pasada elección fue la punta del iceberg abstencionista, del
cual no sabemos casi nada. Dado que no hemos comprendido los porqués de su
obscuras dimensiones políticas e históricas. Pues, su estructura aún permanece
oculta para la gran mayoría de las y los ciudadanos como también para los
analistas de la política nacional. Algunos con unos cuantos datos estadísticos
hacen mofa de un tema serio y delicado como es la abstención electoral.
La abstención electoral
ha sido siempre el “patito feo” de los estudios de la ciencia política
nacional. La politología analiza los procesos electorales sin prestarle mayor
atención al fenómeno abstencionista que no es nuevo, que no es reciente, ni se
forjo con el “voto voluntario”, sino que se trata de fenómeno de larga
duración, o sea, un problema estructural del régimen político nacional, de la
“democracia protegida”. Y, sobre todo, una consecuencia política de la
dominación neoliberal en Chile. Los analistas conformes con el sistema que no
la vieron ayer y si la ven hoy es solo para denostar a las y los ciudadanos que
no fueron a votar el domingo 23 de octubre.
La abstención electoral
actual no puede ser comparada como lo hizo, por ejemplo, Marta Lagos con la no
participación ciudadana en los procesos electorales del siglo XIX o XX, hacer
esa una gran equivocación analítica. En aquellos tiempos, especialmente,
durante el siglo XIX, no existía una democracia en forma en Chile, sino
regímenes electorales autoritarios, donde el sufragio estaba restringido. Y, en
el siglo XX, los regímenes políticos electorales limitados y excluyentes. La
gran masa ciudadana estaba legalmente y políticamente "excluida", o
los procesos electorales dominados por el cohecho, la manipulación o el fraude.
Por lo tanto, la decisión de no participar no era una decisión ciudadana sino
más bien un acto político del poder constituido. En la actualidad, tal vez,
esas formas de poder sobre el electorado sean distintas o más sutiles, pero, no
existe un cuerpo legal, que excluya o niege el derecho al sufragio de las o de
los ciudadanos como en otros momentos de la historia política nacional. Para
los grupos dominantes, el voto o el derecho al sufragio de los sectores
subalternos siempre ha sido considerado un peligro. Este es un punto que merece
otro análisis, pero sobre el cual habría que volver y hacerlo, pues lo que
implica en la actualidad “no votar”.
Pero más allá de esas situaciones
históricas. La contundente decisión política de aproximadamente, 9.5 millones
de ciudadanos restarse a participar debiera ser respetada y considerada,
primero, como una decisión política seria y, en segundo lugar, como un problema
político trascendente que interpela a todo el sistema político nacional.
La decisión adoptada
por 9, 5 millones de ciudadanos debe ser respetada. Y, debe ser considera como
un problema político obscuro y profundo. Fundamentalmente, porque la ciencia
política como la sociología y la historia política reciente no tienen
respuestas para dilucidar el enigma abstencionista. Desconocen, por ejemplo, las insondables
motivaciones que tuvieron las y los ciudadanos para no votar. Y, no aceptar
como una “verdad” aquellas respuestas que entregaron a los encuestadores del
PNUD que realizaron una “auditoria” de la democracia chilena. Esas respuestas
son la punta del iceberg, las razones profundas no se conocen. Los métodos y
formas que la ciencia política -de inspiración anglosajona dominante en Chile-
no sirven para conocer y estudiar tanto a la abstención, como fenómeno político
colectivo, como a las y los ciudadanos no electores. Ante esa esterilidad
investigativa lo mejor es el silencio.
Por otro lado, lo
absurdo de las elecciones del domingo 230 es su naturalización política que
realizan tanto analistas como los actores políticos de todos los bandos como
algo normal. Un aliado para producir esa normalidad han sido los medios de
comunicación. Ello son actores centrales en la producción simbólica de dicha
naturalización. Esta es muy peligrosa, pues busca presentar como normal un
acontecimiento político que, a todas luces, fue un acontecimiento político
anormal.
No es normal, por
ejemplo, que un cargo público tan relevante como una alcaldía sea asumida por
un candidato con, tan solo, el 6% de las preferencias ciudadanas. Ello
significa que el 94% de la ciudadanía que voto, ya sea, por otros candidatos
como aquellos que no lo hicieron, tienen una postura contraria o de total indiferencia.
Asumir bajo esas condiciones es una anormalidad política aunque sea legal no es
legítima.
Siendo la comuna de La
Pintana, una de las 12 comunas de la Región Metropolitana donde he analizado
-desde el año 2003 hasta la actualidad-, el comportamiento de la abstención,
puedo sostener con toda seguridad que no fue "indiferencia o apatía
política" lo que predomino el 23O, sino, esencialmente, un estructural
“rechazo ciudadano” a la forma como se ha practicado la política en esa
comunidad en los últimos 26 años. Para muchos de las y los ciudadanos no
electores la democracia nunca llegó a la comuna de La Pintana, de ahí el
profundo malestar con la "política" y la clase política local, pero
también nacional.
El rechazo a la
democracia impuesta por la dictadura y por los gobiernos concertacionistas es
profundo y sea ha estructurado en largo tiempo: son diversas las generaciones
ciudadanas que lo manifiestan. Para percibir y conocer ese rechazo no basta con
ir y preguntar en una encuesta porque no voto. Muchos, van responder que
perdieron el carnet o les dio flojera o cualquiera de las respuestas que los
“cientistas sociales” como los del PNUD registraron y transformaron en un dato
estadístico duro. Otros, los politólogos, por ejemplo, dirán que, de acuerdo a
modelos analíticos de la abstención estadounidenses, los sectores populares, La
Pintana, por ejemplo, no votan porque son menos educados, menos informados, o
simplemente, son pobres, etcétera.
Lo cierto es que las
argumentaciones políticas de las y los ciudadanos de La Pintana son mucho más
sofisticadas que las estadísticas que registra la auditoria de la democracia o
los supuestos de los modelitos del conductuales de la politología
norteamericana. Me pregunto cómo explicar la abstención registrada en las
comunas socioeconómicas altas como Providencia (63%), La Condes (64%), y
Vitacura (55%), por ejemplo. Obviamente, allí las explicaciones y las
argumentaciones son distintas de las que desarrollan los ciudadanos de La
Pintana (79%) o Lo Espejo (76%) o Cerro Navia (69%). El problema de abstención
es social y políticamente transversal.
La democracia protegida
se sostiene por un activo grupo de ciudadanos electores que también por
diversas razones votaron el 23O. Por cierto, la alta abstención, la vuelve
mucho más elitista de lo que ha sido durante estos últimos 26 años. Pero, no
puede negarse su crisis.
Negar sus crisis con el
objeto de alabar o destacar determinados triunfos de grupos políticos
alternativos, importantes pero insuficientes, es tan equivoco como sostener la
normalidad del régimen político actual.
Tengo la convicción que
muchos de las y los "no electores" tienen un profundo malestar con la
"política", y el 23O, lo han manifestado. Ese malestar debe volverse
activo y transformarse en un hecho político trascendente. Debe servir de base
para cuestionar abiertamente lo que intenta realizar el poder constituido
perpetuar la "mala democracia".
Pensemos y
reflexionemos con un nivel de rechazo o de indiferencia ciudadana tan alto me
pregunto y pregunto si puede funcionar una comunidad política de manera
democrática. Tengo la impresión que no.
Por eso lo ocurrido el
23O no es un acontecimiento irrelevante; por el contrario, es muy trascedente.
Una comunidad política nacional que tenga 9.5 millones de ciudadanos militando
en el “partido de los no electores” no puede considerar que el régimen
democrático es “normal”. El 68% de abstención es solo un problema político para
los que hoy han perdido, como la Nueva Mayoría, o como para los que han ganado,
el Chile Vamos, o como para algunos sectores alternativos que obtuvieron, ya
sea, un cargo de concejal o de alcalde, es, un problema para toda la sociedad,
incluyendo a los no electores.
La pregunta política
relevante de hoy es ¿qué hacer? Hay que buscar soluciones políticas viables,
imaginativas, transformadoras. El iceberg abstencionista es poderoso, grande y
no es posible eludirlo. Hace 26 años que se venía conformándose y amenazaba con
chocar y destruir el régimen político de la democracia neoliberal. Este régimen
se hunde. Hay que ayudarlo a hundirlo. No hay que argumentar a su favor ni en
su defensa. Hay que destruirlo. Pero no atacando a los que hicieron posible su
crisis final.
Santiago Centro, 25 de
octubre 2016
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