La firma de la paz en Colombia
debe alegrarnos, pero no podemos engañarnos respecto a lo que le espera a los
colombianos: un camino plagado de escamoteos, obstáculos y evasiones de
compromisos adquiridos por parte de la derecha, especialmente de aquellos
sectores que se han beneficiado económica y políticamente con la guerra.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño, en la firma de los acuerdos de paz en Cartagena. |
Porque esta, para algunos, ha
sido un negocio y una forma de sacar partido en la política, sobre todo en un
país que no solo es uno de los mayores productores y exportadores de cocaína,
sino que esta situado en una posición geográfica estratégica que ha sido tan
altamente valorada por los Estados Unidos.
Esto lo decimos desde
Centroamérica, en donde en dos de nuestros países, en Guatemala y El Salvador,
se firmaron sendos acuerdos de paz, y lo que siguió después fue un calvario en
donde, veinte años después, constatamos que mucho de lo pactado ha quedado en
papel mojado.
Un tema de primer orden es el
del juzgamiento de todos aquellos que se han visto envueltos en crímenes de
lesa humanidad; en Guatemala, por ejemplo, no ha sido sino después de ingentes
esfuerzos, a los que han tenido que contribuir las Naciones Unidas, cuando se
los ha podido empezar a juzgar. Y, en El Salvador, hasta que hace pocos meses
la Corte de Constitucionalidad declaró inconstitucional una ley que amnistiaba
los crímenes de guerra.
Este no es más que uno de los
múltiples problemas que se presentan. En términos generales, en el contexto de
enfrentamientos armados tan cruentos y prolongados como estos, el aparato de
Estado en su conjunto es no solo instrumentalizado para estar al servicio de
intereses políticos corporativos de la oligarquía, sino que también amplios
sectores suyos han sido cooptados para que funcionen para sus intereses de
negocios. En Guatemala, uno de los casos, que puede ser traído como ejemplo es
el de las aduanas, que grupos de militares empoderados al coparlas con la
excusa de frenar la entrada de armas para la guerrilla, terminaron
constituyendo verdaderas mafias que se especializaron en enriquecerse a costa
suya.
Por experiencia sabemos en
Centroamérica, también, el papel nefasto que han jugado los grupos de
paramilitares que florecieron al amparo de los ejército. Sus estructuras
paralelas a la institucionalidad estatal siguen funcionando por mucho tiempo
después de la firma de estos acuerdo, porque forman parte de la lógica
represiva con la que se instaura el neoliberalismo en estos países, y Colombia
no es una excepción.
En Colombia, florecen
verdaderos ejércitos de paramilitares que no desaparecerán de la noche a la
mañana. Hay varias razones para ello. La primera tiene que ver con la
incapacidad de amplios sectores de estos grupos para incorporarse a la vida
civil, para la que no tienen habilidades; la segunda es de carácter político:
Colombia es un país en el que la vía de la desaparición del contrincante,
especialmente si es de pensamiento de izquierda, pasa muchas veces por sus
desaparición física, y de eso hay ejemplos dramáticos en la historia de ese
país; en tercer lugar, porque Colombia está a la par de Venezuela, en la que el
paramilitarismo colombiano viene jugando un papel de primer orden en el
atizamiento de las contradicciones; y en cuarto lugar porque siempre han jugado
un papel en la estrategia norteamericana de “apaciguamiento” en relación con
sus vecinos “subvertidos” del ALBA, la ya mencionada Venezuela, en primer lugar,
pero también con Ecuador, a quien periódicamente molestan con agresiones que no
pueden ser llevadas a cabo por el Ejército, pero sí pueden ser realizadas por
entes irregulares como estos.
Solo hemos mencionado, de
pasada, algunos de los obstáculos que encontrará en su camino la paz en
Colombia. Hay que mostrarse jubiloso porque hayan logrado llegar hasta donde
han llegado, pero no hay que desmoralizarse cuando empiecen a surgir las
piedras en el camino; y no habrá que dejarse engañar, tampoco, cuando empiecen
a culpar de todos los incumplimientos a los que entonces serán ex guerrilleros.
Tienen para eso los más importantes medios de comunicación que, acorde con su
naturaleza, empezarán a echar basura contra todo lo que no sea el proyecto
sempiterno de la oligarquía, la que ha mantenido en guerra al país durante más
de sesenta años y que, como Obama con Cuba, al no poder vencer por un lado
probarán por otro.
América Latina entra en una
nueva etapa con la firma de este acuerdo y con la nueva estrategia norteamericana
hacia Cuba. El escenario de la confrontación entre ideologías y modelos
distintos se traslada ahora al terreno que los cubanos llaman “la guerra de
ideas”, que no es más que el espacio de la cultura. Hay que estar alertas y
prepararse.
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