La semana pasada concluíamos diciendo que la nueva situación creada en
el Medio Oriente no era alentadora para los intereses de Estados Unidos en la
región y que Irán se había consolidado como una potencia regional, así como que
la presencia de Rusia había servido como elemento equilibrador que evitaba una
imposición hegemónica a favor de los
intereses occidentales.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Por el contrario, en el cuadro geopolítico creado, si miramos la
situación de manera integral, si consideramos
las esferas internacional, política, económica y energética, la gran
perdedora ha sido Arabia Saudita. En Siria,
es evidente que el contexto y las tendencias se manifiestan en su contra. El
gobierno del presidente Bashar al-Assad ha resistido la agresión y sus fuerzas
armadas están prestas a retomar las áreas del país, bajo control de los
terroristas, en primera instancia la ciudad de Alepo, capital económica del
país. Por su parte el gobierno de Irak, a través de las acciones que está
llevando a cabo con sus fuerzas militares propias, el apoyo de Irán y la
participación de las milicias chiíes y kurdas,
ha recuperado el 80 % de los territorios que había ocupado el Estado
Islámico y se prepara para la toma de Mosul, segunda ciudad en importancia del
país. En estas circunstancias, la ya deteriorada influencia de Arabia Saudita
en la estructura política de Irak, va a quedar absolutamente desplazada,
impidiéndole cualquier tipo de participación en el escenario post Estado
Islámico.
El fracaso de la maniobra saudita en los mercados internacionales
energéticos que demandó y logró bajar el precio del barril del petróleo para
debilitar a Irán y Rusia a fin de buscar
el cese del apoyo y la participación de estos países en la lucha contra el
terrorismo en Siria e Irak, y en específico,
la de Irán en Yemen y Bahréin,
ha dejado un tremendo déficit
presupuestario en todos los países del Golfo aliados de la monarquía saudita y
en ella misma. De manera particular, ha sido muy notoria, la resolución del
parlamento de Kuwait, que aumentó en un 80% el precio de la gasolina para el
comprador minorista, a fin de utilizar tales recursos para cubrir su déficit
presupuestario, lo que devino en la renuncia de su gobierno.
En este contexto, Arabia Saudita se vio obligada a aceptar la
reducción de la producción petrolera en un tope específico, al mismo tiempo que
tuvo que respetar la cantidad de 4 millones de barriles asignados a Irán, lo
cual no había aprobado hasta la anterior reunión de la OPEP en Argelia el
pasado mes de septiembre. Pero, lo que vino a derramar el vaso de las derrotas
sauditas y el fracaso total de su política exterior, es la ley aprobada y
ratificada por las dos cámaras del Congreso estadounidense, al aprobar el
rechazo al veto que intentaba el presidente Obama, y conceder el derecho a los
familiares de las víctimas del 11 de septiembre de 2001 de interponer demandas
en cortes de Estados Unidos contra el reino saudita por el apoyo a los supuestos
terroristas que perpetraron los atentados, dado que, –según Estados Unidos- 17
de los 19 participantes en los hechos eran ciudadanos de ese país, existiendo
incluso indicios no revelados por los tribunales que señalan la vinculación de
personeros de la monarquía wahabita en esos funestos acontecimientos.
En otro escenario, vale mencionar que
los aliados de Arabia Saudita en el Líbano se quedaron sin alternativas,
de cara a las próximas elecciones presidenciales, por lo que están a punto de
apoyar al candidato de la organización islámica chií Hezbollah, el ex general Michel Aoun. Estando
el Líbano sin ejecutivo desde hace tres años, las fuerzas aliadas de la
monarquía saudita llegaron a la conclusión de que, de no realizarse estos
comicios que conducirán a la elección de un nuevo presidente, el país podría ir
hacia un proceso fundacional constituyente que Hezbollah solicitó hace 4 años,
y ante el cual estas fuerzas muy probablemente serían barridas electoralmente,
perdiendo importantes espacios de poder que aún hoy ostentan.
Sin embargo, es en Yemen, donde se ha producido el mayor fracaso de
Arabia Saudita. Tras 16 meses de haber creado una fuerza multinacional de
países árabes, mediante la erogación de una importante cantidad de recursos
financieros, para ejecutar las
operaciones bélicas en contra del pequeño país del sur de la Península Arábiga
y contando con el más sofisticado apoyo militar y de inteligencia de Estados
Unidos, destruyeron el país, sin poder lograr un solo objetivo militar o
político que no haya sido el asesinato de miles de ciudadanos inermes, con el
propósito de hacer rendir a las fuerzas revolucionarias huthies y al ejército
yemení, leal al presidente Alí Abdullah Saleh. Por el contrario, la influencia
de estas fuerzas, se ha expandido. Su dominio territorial, abarca una zona del centro del país que
incluye a la capital Sanaa, las costas del Mar Rojo y el estrecho de Bab el
Mandeb, también controlan el noroeste del país. Sus milicias han llegado a
incursionar hasta 300 km en la profundidad del territorio saudita que ha sido
asediado por la presencia y el fuego directo de las fuerzas militares huthies.
Por su parte, el ejército yemení ha lanzado misiles que han alcanzado bases
militares y concentraciones bélicas
hasta 700 km, en la zona central de Arabia Saudita, produciendo importantes
bajas y pérdidas materiales al invasor, llegando a golpear objetivos a poca
distancia de la importante ciudad de
Taif. Por su parte, los Emiratos Árabes Unidos perdieron el pasado mes de
septiembre, un modernísimo y sofisticado navío de guerra que fue alcanzado por
los misiles de las fuerzas militares huthies en Bab el Mandeb muriendo 28
soldados.
Por su parte, Estados Unidos anunció su retiro y cese de cooperación
con la coalición saudita que ha invadido Yemen. Aunque resulta dudoso, que esta
decisión se ejecute en la práctica, con ello busca disuadir las protestas y presiones de ONG´s y
del Consejo de DD.HH de la ONU que han denunciado las masacres que se están cometiendo
a diario en contra de civiles, sobre todo de niños.
En ese contexto, Estados Unidos informó que navíos de su armada fueron
atacados con misiles lanzados desde territorios dominados por las milicias
huthies, quienes se apresuraron a negar tales imputaciones. Sin embargo, las
fuerzas navales estadounidenses replicaron las acciones, lanzando proyectiles
en contra de objetivos en territorio yemení, con lo cual formalmente se ha
iniciado su participación directa en el conflicto.
Sin conocer los hechos reales que han ocurrido, esta situación conduce
a varias suposiciones, la primera es que de ser falso que los ataques fueron
perpetrados por las milicias huthies, estamos ante una nueva falacia creada por
Estados Unidos para justificar su involucramiento en el conflicto, como ya va
siendo tradicional en su política exterior. Por otro lado, estas acciones
podrían ser un anuncio de Irán, a fin de legitimar su presencia en la zona y
hacer valer su condición de potencia regional que apoya a las fuerzas chiíes
que combaten en Yemen. Finalmente, es dable suponer que Arabia Saudita,
utilizando fuerzas yemeníes aliadas atacó a las naves estadounidenses con la
intención de impedir la anunciada
retirada de Estados Unidos del conflicto y, al contrario, lograr un mayor
involucramiento de la potencia norteamericana en el mismo.
Por lo pronto, las elecciones presidenciales de Estados Unidos generan
un “compás de espera” en el desarrollo de los acontecimientos en el Medio
Oriente. El resultado de los comicios y la decisión sobre quién será el nuevo/a
mandatario/a de ese país tendrá un notorio impacto en la región, en particular
en el sostenimiento y apoyo de Israel como portaviones de la política de
Estados Unidos en la región, en el manejo de las relaciones con sus aliados
árabes, en particular en la conducción de la guerra contra el Estado Islámico y
las fuerzas terroristas en Irak y sobre todo en Siria y, sobre todo en los
acuerdos que se tomen o no con Rusia, un actor primordial, protagónico y que se ha fortalecido en la región.
En el futuro habrá que poner todas las cartas sobre la mesa, El debate
no podrá ser solo sobre reformas y
participación de la oposición en Siria y Líbano, por el contrario, si la
correlación de fuerzas sigue avanzando a favor de Irán, el tema fundamental a
discutir tendrá que ser democracia y participación de todas las fuerzas
presentes en los conflictos por el poder en Yemen, Bahréin, Irak, Siria o
Líbano o la continuidad del conflicto con un frente anti estadounidense y anti
saudita mucho más fortalecido y una alianza occidental muy debilitada, a la
cual solo le quedará el recurso del escalamiento de la guerra, un mayor nivel
de involucramiento en la misma, con todas las consecuencias que ello tendría.
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