Lo opuesto
del pensamiento crítico es el conformismo, cínico o resignado. La conciencia
social latinoamericana respalda una voluntad del cambio social, con una crítica
al orden capitalista que abre posibilidades para una superación de las
relaciones de explotación y subalternidad.
Aram Aharonian / Para Con Nuestra América
En los
últimos años, América Latina y el Caribe ha sido una región con enorme
dinamismo, originalidad en bregar contra
políticas neoliberales y ajustes políticos y sociales regresivos, aun en un
mundo con notorios retrocesos globalizadores, y sufriendo la negativa y
desmoralizadora influencia de radicalismos superficiales enunciativos que, al
frustrase, configuran un escenario sin salida, sin otra alternativa que
resignarse.
No cabe
duda que lo ha hecho con vaivenes y, en gran medida no solo debido a que se generaron cambios de
escenarios y posicionamientos con
fuertes polarizaciones. Los procesos populares no fueron acompasados - como sí
ocurrió en otras épocas en la región- por imprescindibles análisis de
fondo y debates críticos originales
y propuestas firmes y consistentes, no repetitivas, y por supuesto no
basados en recetas dogmáticas envasadas.
Hubo una llamativa distancia entre los enunciados y las acciones concretas.
Fue a
partir de 1492 cuando Europa logra ponerse como centro y constituir
discursivamente a las demás culturas como periferias, y usó la conquista de
Latinoamérica y el Caribe para sacar una ventaja comparativa determinante con
respecto a sus antiguas culturas antagónicas (turco-musulmana).
Las
diferentes formas de conocimiento eurocéntrico se construyeron ‒y lo peor es que aún hoy lo hacen‒ bajo un concepción de modernidad excluyente. Desde
la llegada a América, Europa se erige como modelo único de toda la
civilización, entonces se torna necesario poder vislumbrar qué se se derivó de
un eurocentrismo dominador e impositivo y, a partir de allí, cómo no fue
posible controlar la economía, la autoridad, el género y la sexualidad, y en
definitiva, la subjetividad.
Llamativamente,
numerosos teóricos, académicos, “expertos”, desembarcaron en la América Latina
del nuevo milenio para ayudar a los gobiernos progresistas de la región a
encauzar sus procesos liberadores y socialmente justicieros, de acuerdo con su
idiosincrasia, conocimientos, memoria e ideología europeas (a veces presentados
como marxistas o gramscianos), tomando posiciones terminantes en relación a ricas pero complejas experiencias en
América Latina inexistentes en el viejo continente, desplegando la “teoría de
los posible”, contra las posibilidades de revoluciones., o siquiera de cambios
o medidas imprescindibles para priorizar
la defensa de los intereses sociales o nacionales.
Algunos de
los expertos “desembarcados” en los últimos tres lustros en la región han
aportado sus conocimientos a los procesos progresistas, muchos otros quisieron
imponer su “debe ser”, basados
por supuesto en la priorización
de otros intereses. Éstos, aún pudiendo ser genuinamente solidarios o de perfil progresista, actuaron por preconceptos ideológicos y
la superficialidad, descontextualización
de opiniones , posiciones y propuestas.
A no dudar,
debemos repudiar r terminantemente en la
estigmatización de los extranjeros en cualquier lugar del mundo , pero para ello es imprescindible partir del
reconocimiento que se trata de una problemática
común a la relación,, sino que la problemática es común a la relación de países centrales y periféricos o aún entre
países mayores y menores subalternos, en forma paternalista, de hecho
habitualmente degradante aun vestidas
con las mejores intenciones.
Hoy siguen,
en muchos casos, condicionando el desarrollo de las políticas de reformas
estructurales en nuestros países, a veces con buena intención, otras
representando a sus patrocinadores, entre ellos bancos, trasnacionales
financieras, calificadoras de riesgo, partidos políticos del establishment y,
sobre todo, paralizando progresos impensables en la realidad de países
centrales.
El
pensamiento crítico quedó atrapado en la disyuntiva de dar su apoyo a los
gobiernos progresistas por sus logros en materia social o señalar las
contradicciones y límites de su proyecto, contradicciones manifiestas en la
peculiar forma que adopta la dominación, señala el uruguayo Raúl Zibechi. Debe
señalarse que muy a menudo los nuevos temas no llegaron de la mano del aporte
de pensadores ya reconocidos e institucionalizados, sino que provienen de
pensadores/activistas o investigadores/militantes, añade.
En el
congreso del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) en Bogotá.
la socióloga mexicana Beatriz Stolocwicz señaló que el desconcierto que se
observa actualmente entre los científicos sociales de la región es, en buena
medida, resultado de que durante varios años los análisis serios fueron
desplazados u opacados por la propaganda.
Añadió que
el “mainstream de izquierda” en las ciencias sociales opera como una zona de
confort, con algunas ideas de las que se echa mano para todo, usadas casi como
consigna, lo que es cómodo para
mantenerse en el candelero de la opiniología, pero no explica adecuadamente la
realidad, y tampoco las importantes transformaciones ocurridas en este nuevo
siglo en la reproducción del capitalismo en América Latina.
Hay que
tener una mirada más larga que capte las lógicas de la estrategia dominante y
sus adecuaciones tácticas en las últimas cuatro décadas. El humanistas Javier
Tolcachier plantea una autocrítica política, ya que en la división internacional
y nacional del trabajo, a algunos, por tradición y acumulación histórica, les
toca pensar y a la inmensa mayoría no.
Y pensar
todos –o pensar entre todos- significa no repetir los cánones de Una academia
anquilosada elitista decadente, que
tiende a reproducirse y permanecer, como todo statu quo. “Pensar es casi
siempre pensar originalmente, al menos intentarlo, aunque lo pensado ya haya
sido masticado con salivas ajenas. Es el mismo hecho de pensar el que libera”,
señala.
El diálogo,
la democratización del debate significa sobrepasar los límites de la academia o
de los ilustrados, para anclarse en la realidad y en las vivencias, en las
opiniones diversas de quienes hablan de otras cosas y de modos diferentes a los
de la academia.
El
subcomandante insurgente Moisés, del Frente Zapatista de Liberación Nacional,
señaló este primero de enero, al cumplirse 24 años su lucha: (…).vamos a ver si
se puede vivir con dignidad sin malos gobiernos, sin dirigentes y sin líderes y
sin vanguardias que mucho Lenin y mucho Marx y mucho trago, pero nada de estar
con nosotros. Mucho hablar de lo que debemos o no hacer, y nada de práctica.
Que la vanguardia, que el proletariado, que el partido, que la revolución, que
échate una cervecita, un vinito, un asado con la familia”.
“Pues ni
modos, pensamos, creo que la vanguardia revolucionaria está ocupada en probarse
trajes y palabras para el triunfo, así que tenemos que darle según nuestro
modo, como indígenas zapatistas (…) Falta saber qué vas a hacer”.
Para crear
o remodelar el nuevo instrumento político hay que cambiar primero la cultura
política de la izquierda y su visión de la política, que no puede reducirse
sólo a discursos, consignas, a las disputas políticas institucionales por el
control del parlamento, por ganar un proyecto de ley o unas elecciones, peleas
donde los sectores populares y sus luchas son los grandes ignorados.
La política
no puede limitarse al arte de lo posible, debe convertirse en el arte de hacer
lo “imposible” –que es factible e imprescindible–, construir fuerza social y
política capaz de cambiar la correlación de fuerzas a favor del movimiento
popular. Y para eso se necesita una hoja de ruta basada en n pensamiento
crítico renovado, acorde con nuestras realidades.
Para ello es necesario que las organizaciones
políticas expresen un gran respeto por el movimiento popular, que contribuyan a
su desarrollo autónomo, dejando atrás todo intento de manipulación e
imposición. Los movimientos populares rechazan, con razón, las conductas
hegemonistas que que intentan imponer intelectuales y académicos con una soberbia que
oculta en general mediocridad , inseguridad o descalificación impositiva,
con variados intereses, jugando muchas veces el papel de guionistas de gobiernos progresistas.
¿Una nueva teoría crítica?
Los
análisis sobre la teoría crítica latinoamericana comparten un núcleo de
interrogantes que van definiendo la naturaleza de la teoría. ¿Qué tipo de
transformaciones necesita el proyecto de la “teoría crítica” para posicionar
temas como el género, la raza y la naturaleza en un escenario conceptual y
político? ¿Cómo puede ser asimilada la “teoría crítica” en el proyecto
latinoamericano de modernidad/colonialidad, liberado del discurso academicista
y eurocéntrico.
Según
Enrique Dussel, Europa se autoproclama desde 1492 “centro” de la Historia
Mundial, constituye de ese modo, por primera vez en la historia, a todas las
otras culturas como su “periferia”, y torna a la modernidad una justificación
de una praxis irracional de violencia sobre la periferia, ya que su
autoproclamación como “centro” está basada en varias premisas que componen,
precisamente, el “mito de la modernidad”:
Entre
ellas, Dussel señala que la civilización moderna se autocomprende como más
desarrollada, superior (lo que significará sostener sin conciencia una posición
ideológicamente eurocéntrica), que la superioridad obliga a desarrollar a los
más primitivos, rudos, bárbaros, como exigencia moral. El proceso propuesto por
Europa es unilineal, lo que determina una falacia desarrollista, indica.
Todo por
fuera del modelo de civilización de Europa es considerado bárbaro, por ello, en
último caso se habla de una guerra justa colonial donde se legitima la
violencia si fuera necesaria, para destruir los obstáculos de la tal
modernización y, al estar basada en la alteridad, esta visión produce víctimas
y victimarios, colonizados y colonizadores; donde el héroe civilizador inviste
a sus mismas víctimas del carácter de un sacrificio salvador (el indio
colonizado, el esclavo africano, la mujer, la destrucción ecológica de la
tierra, etcétera).
Es a partir
de la década del 1960 que las ciencias sociales se han visto repensadas por
diferentes corrientes de pensamiento crítico que buscan analizar el mundo
actual, la política global y las relaciones sociales desde paradigmas y
epistemologías que sirvan para interpretar las concentraciones del poder. En un
contexto histórico de particular impulso
y creatividad ,América Latina brindó enormes
aportes vitalizadores.
El debate
crítico de las ciencias sociales, supera las áreas de economía, sociología,
historia para alcanzar las relaciones internacionales, y hoy se hace necesaria
la configuración desde Latinoamérica de otro conocimiento, de un pensamiento
postcolonial, que debe incorporar no solo lo producido académicamente sino
nutrido de las experiencias de resistencia, lucha y construcción de nuestros
pueblos.
Aníbal
Quijano señala que el pensamiento decolonial tiene como razón de ser y objetivo
la decolonialidad del poder, es decir, de la matriz colonial de poder: Pues
nada menos racional finalmente, que la pretensión de que la específica
cosmovisión de una etnia particular sea impuesta como la racionalidad
universal, aunque tal etnia se llama Europa occidental.
Para lograr
una perspectiva latinoamericana se debe pensar por un momento desde el otro
lado de las carabelas de Colón: ¿qué implicó la modernidad para aquellos que ya
habitaban el territorio de la actual América Latina? La llegada de la
modernidad a América Latina, lejos de reconocernos como un otro, implicó la
imposición de una ideología eurocéntrica legitimadora de las prácticas
político-sociales y económicas que se dieron posteriormente.
El
portugués Boaventura de Sousa Santos admite que las ciencias sociales
atraviesan un momento de crisis reflejada en la renovación y expansión con
respecto a la visión eurocéntrica o de cualquier centro de poder hegemónico,
crisis que se ha hecho posible gracias a las luchas sociales de los últimos
treinta o cuarenta años en varios continentes (campesinos, feministas,
indígenas, afrodescendientes, trabajadores urbanos, pequeños productores,
ecologistas, de derechos humanos, contra el racismo y la homofobia, etc.), en
muchos casos con demandas fundadas en universos culturales no occidentales.
Por ello se
hace necesario el desprendimiento de la retórica vacua de una modernidad
copiada y de su imaginario imperial articulado en la retórica de la democracia
a la europea o estadounidense, hoy por
cierto muy deteriorada y vulnerada por
la creciente peligrosa regresividad y marginación que se observa en sus
sociedades.
El nuevo
pensamiento crítico debe surgir desde la diversidad (étnica, cultural) y de las
historias locales que por más de cinco siglos se enfrentaron con la visión
eurocéntrica como la única manera de leer la realidad.
Es comenzar
a vernos con nuestros propios ojos, para superar los estrechos márgenes
impuestos por la visión totalizadora de la modernidad excluyente, para indagar
en otros saberes, otras prácticas, otros sujetos, otros alternativos a este
orden. Latinoamérica ha demostrado que tiene la capacidad ética, política,
intelectual, de responder al reto de contribuir con sus saberes y sus prácticas
a una sociedad equitativa, incluyente y democrática, y a un modelo de vida sostenible
para la mayoría de los presentes y futuros habitantes del planeta.
El
pensamiento crítico latinoamericano es, a pesar de sus críticas al
eurocentrismo, muy eurocéntrico y monocultural. La riqueza del pensamiento
popular, campesino e indígena ha sido reiteradamente desperdiciada. No se trata
solamente de un nuevo pensamiento crítico, se trata de una manera diferente de
producir pensamiento crítico.
El
pensamiento crítico no ha sabido hasta hoy teorizar las posibilidades de
superar las contradicciones, las separaciones, las tensiones entre las
subjetividades de ciudadanos organizados, mujeres, indígenas, migrantes,
campesinos, afrodescendientes, y promover alianzas estratégicas y sustentables
entre estos movimientos, esto es, alianzas que no escondan la exclusión de
algunas subjetividades bajo la apariencia de su inclusión.
En nuestra
región, muchos de los movimientos que luchan contra la injusticia social no se
consideran ni en el capitalismo ni en las versiones conocidas del
socialismo. Se debe pensar también en
estas concepciones contrahegemónicas de democracia y de derechos humanos más
allá del modelo liberal y occidental.
Se debe
pensar la democracia como la transformación de todas las relaciones de poder
(explotación, patriarcado, diferenciación étnico-racial, fetichismo de las
mercancías, comunitarismo excluyente, dominación cultural y política,
intercambio desigual entre países) en relaciones de autoridad compartida,
teniendo en cuenta el cuadro de situación: navegamos en las aguas de la crisis
del capitalismo como sistema histórico, primordialmente especulativo, rentista
y expropiador, que sólo puede reproducirse agudizando contradicciones
incurables.
Los éxitos
que ya ha tenido el neoliberalismo es una medida de los problemas en el
pensamiento de la izquierda, tanto para pensarse a sí misma como para pensar a
los dominantes. Una izquierda o un progresismo que además de vaciamiento
teórico muestra un insuficiente conocimiento histórico, lo que la lleva a
enredarse en los discursos doctrinarios que dan forma y encubren los objetivos
capitalistas; y que tiene déficit investigativos que le dificultan distinguir
entre discurso y proyecto dominantes, señala la mexicana Stolowicz.
La
estrategia capitalista tiene como uno de sus ejes la seguridad para el capital
sobre la propiedad: sí garantiza las condiciones de su reproducción basadas en
formas de acumulación originaria (expropiación, saqueo, control territorial
directo sobre las materias primas y los recursos energéticos, el agua, la
biodiversidad, además de imponerle a las regiones más débiles sus desechos
tóxicos).
Otro de los
ejes es la seguridad frente a la pérdida irremediable de la cohesión social, lo
que implica domesticar a los oprimidos, proclives cada vez más a la protesta y
la rebeldía.
Lo opuesto
del pensamiento crítico es el conformismo, cínico o resignado. La conciencia
social latinoamericana respalda una voluntad del cambio social, con una crítica
al orden capitalista que abre posibilidades para una superación de las
relaciones de explotación y subalternidad.
Los que están en deuda son la academia y la llamada intelectualidad,
anclados en el pasado, sordos a la realidad de nuestros pueblos, muchas veces
funcionales a gobiernos pero no a procesos emancipadores y populares.
*Periodista, analista internacional, comunicólogo
uruguayo de vasta experiencia latinoamericana, fundador de Telesur, codirector
del Observatorio en Comunicación y Democracia y el Centro Latinoamericano de
Análisis Estratégico (CLAE), autor de Vernos
con nuestros propios ojos, La
internacionalización del terror mediático, El progresismo en su laberinto y El asesinato de la verdad, entre otros textos.
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