Un segmento minoritario pero no desdeñable de
la oposición va a continuar deslizándose por el camino de la lucha armada, en
la que grupos insurgentes y figuras como la de Oscar Pérez serán más
frecuentes. Revertir ese deslizamiento es el principal desafío del sector
opositor partidario de elecciones.
Leopoldo
Puchi / Enfoque
A este año 2018 corresponden las elecciones
presidenciales, puesto que se vence el período de Nicolás Maduro. Las
votaciones se realizarán en medio de una situación económica muy difícil por
los venezolanos, sacudidos por los efectos de una hiperinflación que afecta
todos los órdenes de la vida, desde la familiar, por no alcanzar el ingreso
para cubrir los gastos rutinarios de alimentación o transporte, hasta la que
transcurre en los centros de trabajo o en los servicios públicos.
En un cuadro de esta naturaleza es de
esperarse que en las elecciones presidenciales se produzca una alternancia, que
el Gobierno las pierda y que un representante de la oposición reciba el voto
mayoritario. La experiencia de lo ocurrido en otros países muestra que la
hiperinflación produce casi automáticamente un cambio en la conducción del
Estado.
Sin embargo, hoy en Venezuela no se observa
una situación tan definida, por diferentes razones. En lo social, es cierto que
hay un verdadero malestar, lo que se transforma fácilmente en voto castigo,
pero también hay franjas muy importantes de la población que no están seguras
de dar un paso de ruptura con la dirigencia gubernamental con la que sostienen
vínculos estrechos de identificación, atención y compromiso. Es una suerte de
descontento, pero contenido, lo que se expresa en esperanzas de mejoras o
aturdimiento. Por otra parte, las estructuras de Gobierno y del Psuv encargadas
de los programas de atención social no están apoltronadas, sino más activas que
en otros momentos, mejor organizadas y entrelazadas en la base. Todo esto le
brinda un sustento electoral sólido al candidato gubernamental.
Aun así, la oposición tendría la ventaja del
malestar social, pero hay varias circunstancias políticas que dificultan sus
posibilidades de triunfo. La más importante es el desánimo de sus seguidores,
lo que se traduce en que una porción de ellos se resiste a participar en las
elecciones, como ocurrió con la abstención de las gobernaciones. Esto es
consecuencia del revés de la estrategia aplicada entre abril y julio de 2017
que buscaba el derrocamiento de Maduro. Y, como se sabe, las derrotas tienen
este tipo de consecuencias. El otro elemento que destaca es la división en
torno a las candidaturas. También pudiera señalarse que algunas condiciones
electorales, como el cambio de centros de votación, son un obstáculo para un
triunfo, pero éstas serían sobrepasadas si se supera la desmoralización y la
oposición escoge un candidato único y atractivo.
De no resolver estos desafíos, un segmento
minoritario pero no desdeñable de la oposición va a continuar deslizándose por
el camino de la lucha armada, en la que grupos insurgentes y figuras como la de
Oscar Pérez serán más frecuentes. Revertir ese deslizamiento es el principal
desafío del sector opositor partidario de elecciones.
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