La carta
del Obispo Carlos María Ariz, de 1999, tiene un enorme valor histórico, pues
constituye en verdad el documento fundador del movimiento socio-ambiental
popular en Panamá. Con ella se abre paso a lo ambiental como objeto de
política, en un panorama dominado hasta entonces por un conservacionismo
conservador y un ambientalismo liberal legalista, ambos sin verdadera articulación
con los movimientos de trabajadores del campo y la ciudad.
Guillermo Castro H. / Especial para Con
Nuestra América
Desde
Ciudad Panamá
Carlos María Ariz (1928-2015) |
Diecinueve
años hace que el entonces Obispo de Colón y Kuna Yala, Carlos María Ariz, le
dirigiera una carta a la recién electa Presidenta de la República, Mireya
Moscoso, para informarle sobre el malestar de los campesinos de la llamada
Costa Abajo de Colón, en el Atlántico Centro Occidental de Panamá, ante una Ley
aprobada el 31 de agosto de ese 1999, que concedía a la Autoridad del Canal de
Panamá unos dos mil kilómetros cuadrados de la región para la modernización de
la vía interoceánica.[1] Allí le
decía que los evangelizadores y misioneros de las comunidades de la Costa Abajo
habían analizado “el origen de esa ley y sus consecuencias para los campesinos
de la costa atlántica”, y habían concluido en la necesidad de rechazarla.
Las razones
para hacerlo eran numerosas. La Ley, decían, no contemplaba los derechos
humanos de “miles de personas, hombres, mujeres y niños, a quienes, de la noche
a la mañana, se les ha impuesto una autoridad que se ha hecho dueña de sus
vidas y su futuro, quedando así sumergidas en la más absoluta indefensión e
inseguridad”. Además, expropiaba y enajenaba “la tierra que han trabajado
durante generaciones”, sin respetar “los derechos posesorios” ni garantizar
compensaciones adecuadas. A esto se añadía que “la construcción de lagos y
transvases de aguas para el Canal” afectaría “los ríos, quebradas y valles,
además de causar muertes irreparables en la biodiversidad de su flora y su
fauna”. Y agregaban lo siguiente:
Como cristianos no aceptamos que en nombre del
Canal se permita y tolere todo, incluyendo la vida, tradiciones y costumbres de
muchas comunidades del Atlántico colonense, oeste de Panamá y coclesano. El
Canal no es un dios o un ídolo ante cuyo altar se deben inmolar víctimas
humanas y la historia cultural de los pueblos. Si bien el Canal es un símbolo
nacional y una fuente importante de riqueza, no es argumento para el
acaparamiento ni para fomentar el “capitalismo salvaje”.
Al
respecto, decían que “las autoridades del Canal en su historia no hicieron en
esta región, un metro de carretera asfaltada, ni un centro de salud, y han
devuelto una selva contaminada de bombas sin explotar”, para recibir ahora tan
enorme cantidad de tierras mediante una Ley aprobada sin un debate público
nacional ni consulta a las comunidades afectadas, con lo cual la historia “no
invita a ser optimistas.” Y concluían así:
Como Equipo Misioneros y Evangelizadores:
Aunque nos oponemos a la ley, sí queremos la vida y el desarrollo integral de
la Costa Abajo. Abrigamos la esperanza de un futuro nuevo para tantos miles de
campesinos, sin la ley 44. A ellos, dedicamos nuestras vidas y con ellos
estamos dispuestos a cooperar, ¡Dios primero!
Esta carta
tiene un enorme valor histórico, pues constituye en verdad el documento fundador
del movimiento socio-ambiental popular en Panamá. Con ella se abre paso a lo
ambiental como objeto de política, en un panorama dominado hasta entonces por
un conservacionismo conservador y un ambientalismo liberal legalista, ambos sin
verdadera articulación con los movimientos de trabajadores del campo y la
ciudad.
El impacto
de esa entrada en escena del ambientalismo popular ha sido enorme. Cuando la
Ley fue promulgada, no había ninguna movilización campesina significativa de
protesta contra el desarrollo de las hidroeléctricas y la minería en Panamá.
Cuando la resistencia de los campesinos de la Costa Abajo obligó al Presidente
Martín Torrijos a suspender la Ley 44 en el año 2006, para abrir paso al
referéndum nacional que aprobó la ampliación del Canal, no había ninguna cuenca
importante del Occidente del país, en ambas vertientes del Istmo, que no fuera
objeto de defensa por parte de movimientos campesinos e indígenas, en un
proceso que hoy se extiende además a las áreas urbanas que dependen de dichas
cuencas para su existencia.
Carlos
María Ariz, nacido en Navarra en 1928 y ordenado sacerdote en Barcelona en
1953, falleció el 29 de agosto de 2015, a los 87 años de edad. Su vida fue la
de un cristiano viejo español, que asumía y ejercía su fe con una naturalidad
tan tenaz como paciente. Llegado a Panamá en 1954, trabajó como educador y
misionero en los más diversos ámbitos y responsabilidades, desde el Vicariato
de Darién hasta la Rectoría de la Universidad Católica Santa María la Antigua,
para culminar su carrera eclesiástica como Obispo de la Diócesis Misionera de
Colón – Kuna Yala creada en 1989.
La labor
del padre Ariz fue tanto más meritoria porque la llevó a cabo en tiempos de
recelo de su Iglesia ante el compromiso social con los pobres de la tierra. Era
un hombre tan pequeño y frágil como valiente y bueno. Hoy, cuando los
campesinos de la Costa Abajo encaran un proceso renovado de transformación de
su patrimonio natural en capital natural al servicio de la inversión pública y
privada, son más vigentes que nunca las palabras conque concluyó su carta al
poder público del 12 de diciembre de 1999:
Ojalá que el proyecto de modernización del Canal no
conlleve la desolación a muchos de nuestros hermanos campesinos, sino que todos
los panameños nos veamos enriquecidos con una profunda satisfacción y un
permanente bienestar social.
Aquí, en el
reino de este mundo, Carlos María Ariz permanece con nosotros en el ideal y los
empeños que compartimos.
Panamá, Navidad de 2017.
NOTA:
[1] Panorama Católico. Panamá,
12 de diciembre de 1999, p. 3.
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