Las calles de nuestra
capital han sido ocupadas en esta
campaña, no por multitudes manifestando bulliciosamente su apoyo a los partidos políticos y a su
candidatos, como sucedía
tradicionalmente, sino a quienes apoyan
a las organizaciones religiosas o a quienes
las adversan.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
La
más reciente encuesta, llevada a cabo por
especialistas de la Universidad de Costa Rica, ha causado preocupación y ansiedad en amplios sectores políticos del
país; aunque no debería causar tanta sorpresa, si repasamos la historia de este
país y analizamos las circunstancias en las que se ha llevado a cabo la actual
campaña electoral. En cuanto a lo primero, nadie puede ignorar el papel
protagónico que ha jugado la religión y, en concreto, la Iglesia Católica en la
conformación de la identidad nacional con sus implicaciones políticas; hasta el
punto de que el reconocido historiador costarricense Carlos Meléndez
me decía que él consideraba que
el real fundador de lo que hoy es
Costa Rica (el fundador formal o legal fue Vásquez de Coronado) fue el Padre
Estrada Rábago. El papel de los frailes franciscanos del convento de Orosi durante el período colonial, ha sido reiteradamente
reconocido por los historiadores. En esa
época el mayor peligro a la estabilidad política y a la paz fueron las invasiones de los piratas ingleses; para enfrentarlos, el factor ideológico que unió a
los escasos habitantes de la provincia fue el culto a la Virgen de Ujarrás, que
se convirtió en un arma más poderosa que la
débil presencia militar de la
Corona Española. Durante la Guerra Patria (1856) los mensajes de Mons. Llorente
y la Fuente fueron fundamentales para
inspirar el fervor patriótico de los soldados liderados por D. Juanito Mora, a
pesar de que obispo y presidente eran políticamente adversarios. La decisiva influencia de Mons. Sanabria en las
reformas sociales de 1943 ha sido ampliamente documentada.
Sin embargo, también ha
habido serios enfrentamientos a finales
del siglo XIX entre clérigos y políticos
liberales. Las heridas dejadas por esta
refriega aún perduran. Durante la recta final de la actual campaña electoral,
este enfrentamiento se ha recrudecido y por la misma razón: el papel de la
religión en la enseñanza pública. Como
se dio cuando los liberales lograron
impulsar una reforma educativa que fue decisiva para alfabetizar a la población. Por eso no nos ha de extrañar que esta vieja
querella haya estado como trasfondo de la actitud de la jerarquía católica de
rechazo de las guías de educación sexual del Ministerio de Educación. Lo
novedoso de la actual situación es que
la Iglesia Católica ha buscado el apoyo de la que hasta no hace mucho
ella consideraba su mayor
enemigo: las sectas evangélicas. Pero el
enfrentamiento ahora es más amplio y reviste preocupantes aristas, dada la
inspiración ideológica de tinte fundamentalista que reviste esta posición y que proviene de los
movimientos evangélicos del Sur de los Estados Unidos, caracterizados por su
fanatismo retrógrado. Esto nos explica
la oposición a la supresión del obsoleto artículo 75 de la Constitución
Política que establece el carácter
confesional del Estado costarricense. La educación religiosa de inspiración
católica en escuelas y colegios públicos es financiada con los impuestos de
todos los costarricenses. Ese
enfrentamiento va aún más lejos. Tanto la Iglesia Católica como las confesiones religiosas de origen
evangélico, se han opuesto ferozmente a aceptar el fallo de Corte
Interamericana de Derechos Humanos que
aprueba la fecundación in vitro y el matrimonio igualitario entre parejas del
mismo sexo.
Todo lo cual ha
provocado que las calles de nuestra capital hayan sido ocupadas en esta campaña, no por multitudes
manifestando bulliciosamente su apoyo a
los partidos políticos y a su candidatos,
como sucedía tradicionalmente,
sino a quienes apoyan a las organizaciones religiosas o a quienes las adversan.
Da la impresión de que se está a
las puertas de una guerra de religión, como si hubiéramos vuelto a la época de
las guerras de religión que caracterizaron los inicios de la modernidad y que
abarcó a todo el mundo occidental. Por
desgracia, este ominoso fenómeno se ha dado en múltiples rincones del planeta después del fin de la
Guerra Fría; las Naciones Unidas hablan del estallido de más de siete guerra de
religión. América Latina, considerada tradicionalmente como la gran reserva del
catolicismo en el mundo luego de que Europa ha venido descristianizándose
después de la II Guerra Mundial, está aceleradamente dejando de ser
culturalmente católica, como lo muestra el hecho de que más de un 20% de sus habitantes hoy pertenecen
a movimientos evangélicos de inspiración pentecostal. Seguidores suyos han llegado a ser jefes de
Estado en países vecinos como Guatemala.
La ideología pseudoteológica fuertemente opuesta al pensamiento científico
moderno, atenta igualmente contra los principios fundamentales del
republicanismo, que dieron origen a las
democracias liberales de Occidente y que
constituyen la herencia la más preciosa
de las dos grandes revoluciones que
dieron nacimiento a la edad contemporánea: la
guerra de independencia de Estados Unidos (1776) y la Revolución
Francesa (1789).
En Costa Rica, los
políticos liberales forjaron el Estado nacional durante el siglo XIX e inicios
del XX inspirados en esas ideas. Este legado filosófico también impregna nuestra actual constitución de 1949 que, en más de un 80%, se inspira en la de 18721. Por eso y para ser consecuentes con
ese espíritu liberal democrático que ha dado estabilidad política a nuestro
país y propiciado condiciones ideales para promover una convivencia pacífica
entre sus ciudadanos, lo más conveniente es que el nuevo gobierno – Legislativo
y Ejecutivo- promueva la supresión del artículo 75 de la actual
Constitución y establezca el carácter
laico del Estado, tal como se da en todos los estados modernos. De manera particular, la Iglesia Católica no
debe aliarse con las sectas fundamentalistas sino aplicar lo estipulado por el
Concilio Vaticano II en materia de
laicidad del Estado y de acercamiento ecuménico con las iglesias históricas
surgidas como consecuencia de la Reforma, tal como lo ha promovido el Papa
Francisco. Con ello la Iglesia Católica
contribuirá efectivamente a crear una
laicidad equilibrada, en que se respeten las creencias o convicciones de todos
los ciudadanos sin ninguna diferencia de ninguna especie, pero promoviendo la justicia social como base
para lograr una paz estable en una sociedad
civilizada. Un retroceso al oscurantismo anticientífico, como lo promueven los movimientos
fundamentalistas, contribuye tan solo a
crear el caldo de cultivo de la violencia, lo cual no es más que la negación de
los mejores valores espirituales inspirados en las enseñanzas del Sermón de la
Montaña.
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