El objetivo postmoderno
es el reconocimiento y respeto de “el otro” y su forma de comprender el mundo.
Es un objetivo democrático, pero sin transformar la base económica y social.
Es, como toda aspiración democrática actual, mera utopía en los marcos del
capitalismo decadente actual.
Olmedo Beluche / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Algunos metafísicos han
pretendido que existe un “problema del conocimiento”, en el sentido de
un conflicto insoluble entre el sujeto que conoce y el objeto conocido (o por
conocer). Ese problema data de la filosofía griega la cual, como un reflejo de
su sociedad, dividió la realidad en dos mundos contrapuestos: la materia y el
espíritu.
La materia sería un
reflejo imperfecto de un mundo “ideal” e inmaterial, que existe en un lugar
ignoto, pero al cual no tenemos acceso desde este mundo material, carnal,
imperfecto y corruptible. Por ese motivo, según esa filosofía, nuestro
conocimiento apenas es capaz de abarcar lo que nos llega por los sentidos (el
fenómeno), pero la esencia verdadera y última de las cosas nos está vedada (el
“noumeno”, diría Kant).
El conocimiento es una construcción social e histórica
Contrario a lo que
creían los griegos, el mundo de las ideas emana de la realidad material, y no
al revés. Esos binomios contrapuestos como materia/espíritu, solo pudieron
aparecer en una sociedad rígidamente escindida en dos polos amos/esclavos.
Constituyen una “idealización” de una realidad material muy concreta.
Tendrían que pasar
muchos años para superar esa actitud errada que no reconoce la relación
dialéctica entre sujeto y objeto, de que ambos están íntimamente relacionados,
que el sujeto vive en y con el objeto (la naturaleza y la sociedad), que el
conocimiento es la forma como sujeto y objeto se relacionan, que el
conocimiento es una construcción que se perfecciona con el tiempo y, sobre
todo, que el conocimiento es un producto social e histórico.
Por supuesto, como dice
Marx, el mundo (o la realidad) no es evidente por sí misma. Si así fuera no
harían falta la ciencia, los métodos y las técnicas. Se necesita una
combinación, también dialéctica, entre razonamiento y observación (controlada),
para conocer o descubrir las leyes que gobiernan el universo, la materia y la sociedad. El conocimiento es una
construcción conceptual de la realidad, no una foto de lo que percibimos por
los sentidos, como creen los empiristas extremos.
El conocimiento es un
producto social. Esta afirmación es más cierta en la ciencia social que en
cualquier otro ámbito del conocimiento humano. Porque en ciencias sociales el
sujeto se encuentra inmerso en el objeto que estudia, la sociedad, y las
respuestas que formule a los problemas que se le presentan, las preguntas que
se hace, los métodos de observación que elige, dependen mucho de su situación
social. Por ende, hay una influencia innegable de la subjetividad, no tanto
individual, sino social, sin que llegue a convertirse en determinismo.
De allí que se
recomiende al investigador que “tome la mayor distancia posible de su objeto de
estudio”, para reducir prejuicios que contaminen la investigación. Aunque es
bien sabido, que la perspectiva subjetiva del investigador queda expresada
desde el momento mismo en que formula las preguntas y las hipótesis de la
investigación.
Influyen sobre el
conocimiento humano no solo las circunstancias personales del sujeto que
reflexiona, sino también las circunstancias históricas, “el espíritu de la
época”. No se trata de un determinismo en que las personas estarían
mecánicamente constreñidas a pensar de una forma según su condición de clase,
sino de tendencias culturales o enfoques científicos que nacen, “se ponen o
pasan de moda” bajo la influencia de cambios sociales.
Para desechar la
creencia en un determinismo que condiciona las maneras de pensar según la
pertenencia de clase, basta el ejemplo de Federico Engels, coautor del
materialismo histórico junto con Carlos Marx, reconocido dirigente de la clase
obrera europea del siglo XIX, pero cuya familia era propietaria capitalista en
Inglaterra. Para no mencionar la existencia de obreros con ideologías
conservadoras o liberales.
Pero las grandes
corrientes filosóficas o científicas, las diversas teorías sociológicas, surgen
o tratan de responder a fenómenos sociales que emergen y que requieren
explicación. No podía haber una economía política liberal si previamente no
había nacido el mundo capitalista; para que naciera la teoría marxista se requirió
primero la existencia de la clase obrera industrial y sus problemas; la
condición de la existencia de la teoría feminista a mediados del siglo XX fue
la aparición de un fuerte movimiento feminista; la teoría desarrollista y de la
dependencia intentan explicar los problemas sociales de América Latina a lo
largo de la pasada centuria.
Racionalismo e irracionalismo como productos sociales
Respecto a las
posibilidades del conocer, en las épocas marcadas por un gran desarrollo de las
fuerzas productivas, de la tecnología, en que parece repartirse un poco más
equitativamente el “bienestar social” (al menos para algunos sectores) y la
libertades políticas (al menos para un sector), tiende a prevalecer la
confianza en la Razón, entendida como capacidad humana de conocer al mundo para
beneficio de la sociedad. Racionalismo entendido en su acepción amplia, no la
versión limitada que lo entiende como opuesto al empirismo.
En las épocas signadas
por la crisis social, económica, política y moral, donde las sociedades parecen
retroceder en todos los aspectos, cundiendo la incertidumbre respecto al
futuro, tienden a prevalecer los enfoques filosófico - científicos
IRRACIONALISTAS.
Es decir, se impone el
escepticismo en la capacidad de conocer, se duda de que la ciencia y la
tecnología puedan mejorar el estado de cosas, hay descreimiento en la
posibilidad de entender las leyes de la naturaleza y del comportamiento humano.
El irracionalismo como actitud científica prevalece en momentos de gran crisis
y desconcierto social.
Bajo esas
circunstancias se extiende la superstición, la magia y la religiosidad como
fuentes de “sosiego” frente a la incertidumbre que genera la inmediatez de las
necesidades irresueltas y el descreimiento en las posibilidades de una vida
terrenal mejor.
Esto dicho en términos
generales, como las corrientes prevalecientes en un momento u otro, porque no
hay duda de que en todas las épocas siguen coexistiendo pensadores o
científicos adscritos al racionalismo o irracionalismo. Nos referimos aquí a la
moda, a la corriente principal o prevaleciente en un momento dado. Según la
época puede prevalecer uno de los dos enfoques, pero ambos coexisten y son
sostenidos por pensadores ubicados en sectores sociales distintos y hasta
contrapuestos.
Las tres corrientes de la sociología y su origen social
Desde el siglo XIX para
acá, las ciencias sociales y la sociología en particular, se han dividido en
tres corrientes principales, atendiendo a perspectivas epistemológicas
distintas, que están influidas por sectores sociales diferenciados. Se
distinguen en cuanto a su ontología (o concepción de la sociedad), sobre su
gnoseología (como estudiar la sociedad) y su
axiología (su ética política y social), a saber:
1. El positivismo, que emana directamente
del racionalismo de la Ilustración del siglo anterior, y que, como su nombre
indica, tiene una perspectiva positiva en las posibilidades del conocer, en el
fruto de la técnica y la razón para elevar a la sociedad hacia un ideal de
bienestar humano, dentro de los marcos del sistema capitalista. La sociedad
estaría compuesta por grandes estructuras, instituciones o sistemas, que
funcionan siguiendo ciertas leyes propias que son susceptibles de conocerse,
explicar y modificar. Basta la observación controlada de la realidad para
conocerla y modificarla, superando todos los problemas sociales que aquejan a
la modernidad. El positivismo tiene dos caras: por un lado, es un intento de
superar tanto la escolástica medieval (que reducía todo a explicaciones
religiosas), así como la metafísica (la filosofía que pretendía encontrar
principios abstractos surgidos de la especulación para explicar la realidad),
proponiendo un método (científico) para estudiar la realidad a partir de la
observación (controlada) del objeto. La cara negativa es que su batería
conceptual, pese a su aparente cientificidad (“neutralidad valorativa”), está
llena de prejuicios que favorecen a la clase capitalista. Como ejemplo al pasar, mencionemos sus
estadísticas sociales basadas en promedios que no dan cuenta de las
desigualdades. Emilio Durkheim, representa mejor que nadie esta línea. Son
derivadas del positivismo todas las teorías estructuralistas, funcionalistas o
sistémicas.
2. La hermenéutica, hija directa la reacción
romántica, que es el movimiento cultural surgido tras el triunfo definitivo del
sistema capitalista, pasado el periodo revolucionario, y que manifiesta una
gran decepción con los resultados sociales (incertidumbre, miseria, crisis
sociales y existenciales). El romanticismo y la hermenéutica expresan
incredulidad en que la razón y la técnica conduzcan hacia una sociedad mejor
como sugiere el positivismo. Para la hermenéutica no hay leyes en la historia
que podamos conocer, por el contrario, prevalecen las subjetividades susceptibles
de “comprensión” (individualismo metodológico), pero no caben las explicaciones
causales. Por ende, prevalece la incertidumbre en el análisis social, en el que
se enfatiza el estudio de las subjetividades y no el de las instituciones o
estructuras. El lado positivo de la hermenéutica es que pone de relieve la
existencia de un mundo de la cultura y la subjetividad que va más allá de las
instituciones o estructuras sociales. Algunos de estos enfoques dividen la
sociedad en tres esferas: la política, la economía y el “mundo de la vida”.
Siendo este último en el que se desarrolla la vida de las personas comunes y
donde se enfocarían las teorías hermenéuticas. Max Weber es el mejor
representante de esta perspectiva, de la derivan las teorías que expresan: la acción
social, las intersubjetividades, la comunicación, lo simbólico, ciencias del
espíritu, los estudios culturales, etc.
3. El materialismo histórico o marxismo,
contiene elementos de las dos anteriores, pero dando por resultado una nueva
perspectiva diferenciada de ambas. Contiene una crítica de los males sociales
de la sociedad capitalista y de los males que produce, no la racionalidad en
general, sino la racionalidad capitalista. En esto se expresa la esencia de su
método, pues las formas de pensar (racionalidades) son un producto de las
circunstancias históricas y sociales. Denuncia la inhumanidad de la modernidad
capitalista, pero no se entrega al escepticismo, como sucede con los
hermenéuticos, sino que propone una salida en que se combinan conocimiento
objetivo (positivo) con acción social consciente, es decir, una “praxis”
revolucionaria encarnada por la clase trabajadora que sea capaz de transformar
racionalmente la realidad social. Por supuesto, Carlos Marx y Federico Engels
son los fundadores de esta vertiente. Al ser una perspectiva que contiene tanto
un estudio estructural del capitalismo, como el tema de la ideología y la
acción social, algunos creen ver un marxismo cercano al positivismo y otros una
fusión con Weber. Dos grandes vertientes opuestas se han derivado de la matriz
original del materialismo histórico: la primera, el marxismo estructuralista,
más pegado al positivismo, que plantea una “ruptura epistemológica” entre el
“Marx joven” y político y el supuesto “Marx viejo” que se hace economista y
científico, como propuso Althusser (es una falacia que no coincide con la vida
real de Marx); y, la segunda, cuyo énfasis parte de las “Tesis sobre Feuerbach”
en la que Marx sostiene la acción social consciente como punto nodal de su propuesta
para transformar el mundo, lo cual ha dado origen al llamado marxismo humanista
o de la praxis (Gramsci) y la “teoría crítica”.
Para cerrar esta parte,
señalemos que, pese a las grandes diferencias ontológicas y gnoseológicas entre
las tres vertientes, dependiendo de qué se estudie, haciendo la correcta
delimitación conceptual, es posible elegir enfoques provenientes de alguna de
ellas en estudios muy concretos.
Incluso existen
teorías, como la de Género, que es producto de una combinación de marxismo y
hermenéutica. Es evidente que para estudios de microsociología los enfoques
hermenéuticos pueden ser más adecuados, mientras que el marxismo explica mejor
que ninguna otra teoría los problemas del sistema capitalista. La clave, como
cuando se cocina, es saber qué se está mezclando y en qué proporción.
Postmodernismo hijo de la “Caída del Muro de Berlín”
Así como a la
“restauración” monárquica, pasada la ola revolucionaria de 1789, le siguió la
consolidación del Romanticismo como moda cultural en Europa; en el mundo de
fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI, a la derrota de la Revolución
Rusa con la “Caída del Muro de Berlín” y la subsecuente desaparición de la
Unión Soviética, le siguió el triunfo de lo que se ha llamado Postmodernismo,
en todos los campos de la cultura y las ciencias sociales. Con legitimidad
puede hablarse de la “reacción” postmoderna.
El Postmodernismo, como
antes el Romanticismo, marca un período en que prevalece la incertidumbre y un
gran escepticismo en todos los aspectos de la cultura, incluyendo la ciencia.
Su centro es la crítica de la “modernidad”, pero no en el sentido de sistema
social capitalista, sino como cultura humana que se basa en la razón y la
tecnología. La crítica de la razón en abstracto, sin adjetivo social, es el
punto nodal de todo el postmodernismo. Por ende, es una vertiente de clara
tendencia irracionalista.
El postmodernismo
realiza un radical desenfoque del estudio de la realidad “objetiva”, hacia la
subjetividad, degradando la primera casi a la inexistencia, y exaltando la
segunda como lo importante, la generadora de la realidad y del conocimiento,
por ende único objeto digno de estudio (Constructivismo, no el de Piaget sino
de Von Glasersfeld).
Las corrientes
postmodernas no se interesan por el estudio de las instituciones, las
estructuras sociales o las clases, sino que ponen su énfasis en lo que llaman
“relatos”, narraciones, textualidades, el llamado “giro lingüístico”, por el
cual la lengua no solo es fuente de conocimiento, sino que crea la realidad
misma (Los “metarrelatos” de Lyotard).
Para los postmodernos,
la realidad social no es más que una acumulación de subjetividades cada una de
ellas con su propia interpretación de los hechos, cada una completamente válida
para quien la emite, no interesa saber dónde reside la “verdad objetiva”, quién
está equivocado, ni quién miente. Todo lo que antes era la clave que separaba
pensamiento científico de metafísica, lo que diferenciaba ciencia del
prejuicio, ha dejado de ser importante. Prevalece el estudio de las formas
subjetivas en que esa realidad es percibida (Fenomenología).
El enfoque postmoderno,
por ejemplo, en vez de estudiar la obra de Marx para ver cómo analiza y critica
al capitalismo y ver qué sigue vigente y qué está desactualizado, prefiere
estudiar cuantas supuestas redacciones hizo Marx de El Capital, o cuántas
lecturas intertextuales podemos sacar de lo dicho. En este sentido, el
postmodernismo vuelve a la hermenéutica original, que consistía en la
interpretación de los textos sagrados en busca de mensajes secretos (subtextos)
al estilo de la “cábala”.
Diríamos que es
pretender estudiar la sombra del elefante que tenemos al lado, en vez de mirar
al elefante mismo para saber cómo es. Recuerda al “mito de la caverna” de
Platón, sobre unos hombres que viven en una cueva y que sólo ven reflejos de
objetos en la pared producidos por una llama, pero cuyos objetos reales están
fuera de la caverna y que para verlos hay que salir de ella. El postmodernismo
prefiere quedarse en la caverna, tal vez porque es más segura, ya que afuera
está la lucha de clases y es riesgoso involucrarse.
En la moda postmoderna
el centro de interés han sido los llamados “estudios culturales”, los cuales
conllevan un aspecto positivo, que consiste en traer al conocimiento
tradiciones, costumbres y subjetividades étnicas que antes habían pasado
desapercibidas por la centralidad del positivismo en las estructuras
capitalistas y del marxismo en la lucha de clases.
Esta perspectiva ha
aportado muchas investigaciones sobre aspectos de la vida social que no habían
sido estudiados anteriormente como: las creencias, formas de vida, costumbres
de sectores sociales antes ignorados. Especialmente sobre sectores marginados:
“minorías” culturales, migrantes, mujeres, grupos LGTBI, etc.
Estos “estudios
culturales” contienen una crítica de la “modernidad occidental” que, hasta
cierto punto es una crítica del capitalismo, pero como superación no propone
una revolución social y política, sino un “diálogo intercultural”, la
aceptación de la diversidad, sin cambiar el orden social existente. Hay que
reivindicar del postmodernismo el necesario diálogo intercultural y la
aceptación y respeto por la diversidad de las costumbres y formas de vivir. El
déficit del postmodernismo es la capitulación al orden económico, social y
político que son fuentes de pobreza, desigualdad, opresión y explotación.
El objetivo postmoderno
es el reconocimiento y respeto de “el otro” y su forma de comprender el mundo.
Es un objetivo democrático, pero sin transformar la base económica y social.
Es, como toda aspiración democrática actual, mera utopía en los marcos del
capitalismo decadente actual.
Pero este “otro” no es
la suma de los explotados y oprimidos del mundo que se unen contra su enemigo
común (“Proletarios del mundo uníos”, de Marx y Engels). Este “otro”
postmoderno es un sujeto mil veces fragmentado por el enfoque que, primero ha
matado, en el mundo teórico no en el real, al “sujeto histórico” (los
proletarios) llamado a hacer la revolución social; y, luego, lo ha dividido en
una multiplicidad de sujetos con sus particularidades (lo que está bien) pero
que no son capaces de reconocerse como aliados necesarios con los “otros”.
Son muchos “otros” que
no aspiran a unirse contra el enemigo común, el sistema capitalista, sino que
cada uno lucha única y exclusivamente por su espacio y sus derechos, no solo
ignorando lo que tienen en común, sino incluso promoviendo la desconfianza
mutua. Feministas que critican por igual a obreros que a empresarios, o, peor
aún, feministas negras cuyo eje es la crítica de las feministas blancas.
Ecologistas que pretenden que da lo mismo que gobierne la derecha que la
izquierda.
Mientras el positivismo
expresa el optimismo de la sociedad burguesa que confía en su propia fuerza (el
mercado) y el gobierno liberal ilustrado para conducir a una sociedad mejor;
mientras el marxismo expresa el optimismo de la clase obrera, sufrida, pero
confiada en su capacidad de transformar el mundo y acabar con la explotación
mediante una revolución social; el postmodernismo expresa, más que nada, a la
pequeñaburguesía intelectual desencantada con el capitalismo (modernidad) pero
escéptica de la posibilidad superarlo por otro sistema, el socialismo.
El postmodernismo y sus
derivados hermenéuticos, algunos viejos y puestos de moda (Heidegger, Schutz,
Blummer, Garfinkel, Lyotard, Derrida, etc.), representan una perspectiva de la
sociedad pesimista en lo ontológico (“El dilema de la jaula de hierro”, diría
Weber); escéptica en lo metodológico o, a lo sumo individualista o
subjetivista, gnoseológicamente hablando; que sustenta una axiología que oscila
entre el cinismo (del que critica pero no actúa porque no cree que pueda
cambiar nada), hasta la izquierda contestataria que está en “resistencia” pero
no se propone al “asalto del cielo”, pasando por los “hípsters” que se
conforman con una vida de recatado consumo “orgánico”.
El fracaso de la
perspectiva postmoderna se expresa en su incapacidad para entender la esencia
de los problemas del mundo del siglo XXI, cuya matriz es y sigue siendo
capitalista. Por ende, sólo el método marxista es capaz de hacer una crítica
consecuente y proponer una alternativa concreta de salida. Por algo, desde la
crisis de 2008 para acá se ha vuelto a poner de moda Marx, pese a todos los
intentos postmodernos de darlo por superado.
Tomemos lo positivo del
aporte de las perspectivas postmodernas, el reconocimiento de los “otros”
ubicados en la zona del “no-ser” por el positivismo burgués, pero ese
reconocimiento mutuo como oprimidos, no es para cada uno cercarse y aislarse,
sino para unificar las luchas por los derechos democráticos, culturales,
feministas, negros, indígenas, LGTBI, etc. Refundiéndose en una lucha común por
una sociedad sin explotación ni opresión, el socialismo.
Es imposible vencer las
lacras del patriarcado, machismo, la xenofobia, el racismo, y tantas otras sin
derrotar al capitalismo que es el sistema social que se vale de ellas para
dividir a los explotados y oprimidos y seguir gobernando.
Para finalizar digamos
que merece un estudio especial, que haremos por separado, la corriente
denominada modernidad/colonialidad. Que es elaborada por teóricos reputados que
van desde Immanuel Wallerstein a Aníbal Quijano, pasando por Enrique Dussel o
Boaventura de Sousa, etc. El concepto “colonialidad” aportado por Quijano es
muy importante para toda la ciencia social actual sin ninguna duda.
La corriente
modernidad/colonialidad ha ocupado gran parte del espacio vacío dejado en la
academia por el marxismo luego de la desaparición de la URSS. De hecho, muchos
de sus autores se reconocen marxistas. Pero otros, bajo el influjo postmoderno
repudian al marxismo por ser un producto de la “modernidad occidental”,
condenando en apariencia todo cuanto provenga de Europa (aunque mastican bien a
Heidegger), y sin hacer diferencias entre materialismo histórico y positivismo,
menos entre clase trabajadora y capitalistas europeos, ni entre naciones y
etnias diferenciadas (unas oprimidas) que existen en ese continente. Tiran todo
al tacho de la basura sin diferencias, sólo por ser europeo.
Es innegable el influjo
postmoderno en sus enfoques teóricos y metodológicos, así como en su axiología
y consecuencias políticas concretas, resumidas por John Holloway en la frase
“Cambiar el mundo sin tomar el poder”, con la que se identifica un fuerte
sector de teóricos de la modernidad/colonialidad.
Panamá, 24 de enero de 2018.
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