México nos ofrece ahora
un nuevo caso para esta antología del absurdo: la dirigencia vinculada a la
campaña del candidato José Antonio Meade, del oficialista PRI, sin presentar
una sola prueba pero gozando de mucho eco en los medios de comunicación
hegemónicos, se ha enfrascado en atacar a López Obrador presentándolo como el
candidato que despierta las simpatías de Caracas y hasta lanzaron el bulo del
apoyo de Moscú al líder de MORENA.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
"La mera verdad", de Helguera. |
En sociedades
desiguales como las latinoamericanas, con institucionalidades frágiles y
sistemas políticos en franca degeneración, el control de los medios de
comunicación y la capacidad de producir y difundir contenidos mediáticos se ha
convertido en un factor determinante en las luchas por el poder y la
construcción de sentido común. Allí donde los pactos entre élites han
fracasado y la partidocracia –más atenta a los intereses del capital que a las
necesidades y aspiraciones de las grandes mayorías- se desguaza en sus propias
contradicciones, la emergencia del llamado partido
mediático, articulado en torno a los grupos económicos y las empresas de la
comunicación, es el recurso al que apelan los poderes fácticos –locales y
extranjeros- para mantener el statu quo. No en vano son el partido mediático y
su hermano siamés, el partido judicial,
los protagonistas de los golpes de Estado de nuevo cuño que hemos sufrido en
nuestra América en los últimos años.
En esa dinámica que va
configurando nuestras democracias mediáticas, llegado el tiempo electoral, las
campañas sucias y la desinformación sobre movimientos y liderazgos más o menos
de izquierda, que puedan constituirse en eventuales desafíos al orden
dominante, devienen en prácticas sistemáticas e inescrupulosas con las que el
partido mediático inocula el miedo entre la opinión pública, especialmente entre
los grupos más “vulnerables” al tóxico de sus mensajes. Acciones de este tipo
las hemos presenciado, por ejemplo, en el golpe de Estado perpetrado contra
Hugo Chávez en Venezuela en el año 2002, como quedó magistralmente retratado en
el documental “La
Revolución no será televisada”; o en la polémica elección que, en 2006,
llevó a la presidencia de México a Felipe Calderón entre acusaciones de fraude
y una despiadada guerra mediática de Televisa y TVAzteca contra el candidato
Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
También en
Centroamérica hemos sido testigos de ese modus operandi de las élites políticas
y económicas que, una y otra vez, echan mano al expediente del terror, la
manipulación de encuestas o la invención de enemigos externos y elucubradas conspiraciones
del “castro-chavismo”, para descarrilar
el libre juego democrático que dicen defender: lo vivió el FMLN de El Salvador en
los procesos electorales de 2009 y 2014; el Frente Amplio en Costa Rica en la
campaña del 2014; y en Honduras durante el golpe de Estado de 2009 y, más
recientemente, en los fraudulentos comicios de 2017 que desembocaron en la
reelección del presidente Juan Orlando Hernández. En este país, la expulsión del
grupo musical Los Guaraguao, que se dio en el marco de una alerta lanzada por
el Departamento de Estados de los Estados Unidos sobre “infiltración de
ciudadanos venezolanos” en las votaciones del pasado mes de noviembre, deja al
descubierto las paranoias de nuestra clase política y los fuertes tentáculos
que estrangulan a la democracia en América Latina.
A tono con los vientos
conspirativos que soplan a escala global, México nos ofrece ahora un nuevo caso
para esta antología del absurdo: la dirigencia vinculada a la campaña del
candidato José Antonio Meade, del oficialista Partido Revolucionario
Institucional, sin presentar una sola prueba pero gozando de mucho eco en los
medios de comunicación hegemónicos, se ha enfrascado en atacar a López Obrador
presentándolo como el candidato que despierta las simpatías de Caracas y hasta
lanzaron el
bulo del apoyo de Moscú al líder de MORENA, a quien llaman “Andrés
Manuelovich”, y advierten sobre la injerencia rusa en las elecciones –vía ataques
cibernéticos- con el objetivo de “meterse por la puerta de atrás para afectar a
Estados Unidos e influir en la región”. Detrás de estas maniobras se desliza la
sombra del publicista venezolano Juan José Rendón, quien hace apenas unos días
declaró a una revista mexicana que haría “lo que esté a mi alcance para que
AMLO no llegue a la Presidencia”. En respuesta, López Obrador divulgó
un video en el que aparece en el puerto de Veracruz y, con sarcasmo, afirma
estar esperando que emerja el submarino ruso “que me trae el oro de Moscú”.
Estos episodios
invitarían más al humor que a la preocupación, si no conociéramos al personaje
que está detrás de esos rumores, los intereses inconfesables a los que se vende
como mercenario, y las nefastas consecuencias que estas maniobras mediáticas
tienen para la construcción de democracias auténticas, participativas y
plurales en nuestra región. Desgraciadamente, cuando faltan las ideas y los
argumentos, y cuando no se puede mirar a los ojos al pueblo, sólo quedan la
mentira, la manipulación y las bajezas como armas de la política mafiosa. Y
ahí, las derechas latinoamericanas se mueven a gusto en su lodazal.
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