Tenemos que merecer
subsistir en ese planeta. Pero eso depende de una relación amistosa hacia la
naturaleza y la vida, y una profunda transformación en las formas de vivir.
Leonardo
Boff / Servicios Koinonia
Lo que voy a escribir
aquí será de difícil aceptación por la mayoría de los lectores y lectoras.
Aunque lo que diga esté fundamentado en las mejores cabezas científicas, que
hace casi un siglo, vienen pensando el universo, la situación del planeta
Tierra y su eventual colapso, o un salto cuántico a otro nivel de realización,
no ha penetrado, sin embargo, en la conciencia colectiva ni en los grandes
centros académicos. Continúa en vigor el viejo paradigma, surgido en el siglo
XVI con Newton, Francis Bacon y Kepler, un paradigma atomístico, mecanicista y
determinista, como si no hubiera existido un Einstein, un Hubble, un Planck, un
Heisenberg, un Reeves, un Hawking, un Prigogine, un Wilson, un Swimme, un
Lovelock, un Capra y tantos otros que nos elaboraron la nueva visión del
Universo y de la Tierra.
Para empezar, cito las
palabras del premio Nobel de biología (1974) Christian de Duve que escribió uno
de los mejores libros sobre la historia de la vida: Polvo vital: la vida
como imperativo cósmico (editorial Norma, 1999). «La evolución biológica
marcha a ritmo acelerado hacia una grave inestabilidad. Nuestro tiempo recuerda
una de aquellas importantes rupturas en la evolución, señaladas por grandes
extinciones masivas» (p. 355). Esta vez no procede de algún meteoro rasante,
como en eras pasadas, que casi eliminó toda la vida, sino del propio ser
humano, que puede ser no sólo suicida y homicida, sino también ecocida, biocida
e incluso geocida. Puede poner fin a la vida en nuestro planeta, quedando sólo
los microorganismos del suelo, bacterias, hongos y virus, que se cuentan por
cuatrilones de cuatrilones.
En razón de esta amenaza
montada por la máquina de muerte fabricada por la irracionalidad de la
modernidad, se introdujo el concepto «antropoceno», para denominar como una
nueva era geológica la actual, en la que la gran amenaza de devastación se
proviene del ser humano mismo (anthropos ). Ha intervenido y continúa
interviniendo de forma tan profunda en los ritmos de la naturaleza y de la
Tierra, que está afectando las bases mismas ecológicas que lo sostienen.
Según los biólogos Wilson
y Ehrlich desaparecen entre 70 a 100 mil especies de seres vivos por año debido
a la relación hostil que el ser humano mantiene con la naturaleza. La
consecuencia es clara: la Tierra perdió su equilibrio y los acontecimientos
extremos lo muestran irrefutablemente. Sólo ignorantes como Donald Trump niegan
las evidencias empíricas.
En cambio, el conocido
cosmólogo Brian Swimme, que en California coordina una decena de científicos
que estudian la historia del Universo, se esfuerzan por presentar una salida
salvadora. Digamos de paso que B. Swimme, cosmólogo, y el antropólogo de las
culturas Thomas Berry, publicaron, con los datos más seguros de la ciencia, una
historia del universo, desde el big-bang hasta la actualidad (The
Universe Story, San Francisco, Harper 1992), conocido como el más brillante
trabajo hasta hoy realizado. (La traducción al portugués se hizo, pero fue más
fuerte la tontería de los editores brasileños, y hasta hoy no fue editado. Al
español se desestimó su traducción, porque el libro dedica demasiadas páginas a
la situación concreta de Estados Unidos). Los autores crearon el concepto «la
era ecozoica», o «el ecoceno», una cuarta era biológica que sucedería al
paleozoico, al mesozoico y a nuestro neozoico.
La era ecozoica parte de
una visión del universo, como cosmogénesis. Su característica no es la
permanencia, sino la evolución, la expansión y la auto-creación de
«emergencias» cada vez más complejas, que permiten el surgimiento de nuevas
galaxias, estrellas y formas de vida en la Tierra, hasta nuestra vida
consciente y espiritual.
No temen la palabra
«espiritual» porque entienden que el espíritu es parte del Universo mismo,
siempre presente, pero que en una etapa avanzada de la evolución se ha vuelto
en nosotros autoconsciente, percibiéndonos como parte del Todo.
Esta era ecozoica
representa una restauración del planeta mediante una relación de cuidado,
respeto y reverencia frente a ese don maravilloso de la Tierra viva. La
economía no debe buscar la acumulación, sino lo suficiente para todos, de modo
que la Tierra pueda rehacer sus nutrientes. El futuro de la Tierra no cae del
cielo, sino de las decisiones que tomemos para estar en consonancia con los
ritmos de la naturaleza y del Universo. Cito a Swimme:
El futuro se va a decidir
entre quienes están comprometidos con el tecnozoico –un futuro de exploración
creciente de la Tierra como recurso, todo para el beneficio de los humanos–, y
quienes se comprometen con el ecozoico, un nuevo modo de relación para con la
Tierra en que el bienestar de la Tierra y toda la comunidad de vida terrestre
es el principal interés (p. 502).
Si no vence el ecozoico, probablemente conoceremos una catástrofe, esta
vez producida por la propia Tierra, para librarse de una de sus criaturas, que
ocupó todos los espacios de forma violenta y amenazadora de las demás especies,
especies que, por tener el mismo origen y el mismo código genético, son sus
hermanos y hermanas, no reconocidos sino maltratados y hasta asesinados.
Tenemos que merecer subsistir en ese planeta. Pero eso depende de una
relación amistosa hacia la naturaleza y la vida, y una profunda transformación
en las formas de vivir. Swimme añade: «No podremos vivir sin esa intuición (insight
) especial que las mujeres tienen en todas las fases de la existencia humana»
(p. 501).
Ésta es la encrucijada de
nuestro tiempo: o cambiar o desaparecer. Pero, ¿quién se lo cree? Nosotros
seguiremos gritando.
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