Como es
habitual en los ciclos de la vida política de nuestro país, enero se ha
iniciado con el relanzamiento de la campaña electoral (¿¡) si es que lo que ha
sucedido hasta ahora pueda calificarse como “año de campaña electoral”.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con
Nuestra América
A fuer de
sinceros, hemos de reconocer que nunca ha habido una campaña más desdibujada
como la que se ha visto en meses
pasados. El frío que azota a los países del Norte y que hemos sufrido en
estos días, constituye la expresión la más acabada de lo que está experimentando
el electorado nacional en la recta final de una campaña, que parece habrá de
prolongarse hasta Semana Santa si hay segundas elecciones. Pero más que
especular sobre quién ganará las próximas elecciones, debemos preguntarnos en torno al porqué de esta indiferencia del
electorado respecto de un proceso
eleccionario del que muchos creemos definirá en no poca medida el rumbo que
habrá de tomar el país en un futuro inmediato.
Este fenómeno es aún más extraño y preocupante en el caso de un pueblo como el
costarricense que históricamente se ha caracterizado por su interés en los
asuntos políticos, interés que suele
exacerbarse en tiempos de campaña electoral, cuyo enfrentamiento entre partidos
suele asemejarse a la puja entre equipos de futbol en un campeonato; hasta el
punto de que se acostumbra a decir que al tico lo mueven principalmente dos pasiones: el futbol y la
política. Sin embargo, hoy podemos reconocer
que, respecto de lo primero no hay duda, dado que el sueño de todo el
país es que la participación de la selección nacional en el próximo campeonato mundial a
verificarse en Rusia, sea tan exitosa como lo fue hace cuatro años en Brasil.
Indagando
sobre las causas de este fenómeno que me parece inusual en el comportamiento
colectivo del costarricense, he seguido con detenimiento los debates que el
canal de televisión del Estado ha organizado tan acertadamente con la docena de aspirantes a ocupar el sillón
presidencial de Zapote. Aunque parezca paradójico, allí creo haber hallado lo
que considero es la causa de esta actitud displicente del electorado en el
ámbito político, que llega hasta el
punto de que nadie se atreve a vaticinar quién será el triunfador en las
elecciones que se avecinan, a pesar de la importancia e inminente cercanía de
las mismas. Para disimular esta
incertidumbre, mucho se habla de que
habrá sorpresas en la elección presidencial, lo cual me parece contradictorio
pues sólo puede haber sorpresa si hay certeza y ésta resulta fallida; pero si
sólo hay incertidumbre, tan sólo caben
expectativas y suposiciones. Por el contrario, respecto de la composición de la próxima Asamblea
Legislativa, hay sólidos visos de
probabilidad de que estará aún más atomizada que la actual; lo cual tendría
inexorablemente como consecuencia que el próximo mandatario deberá ser un
diestro negociador, pues ningún
partido lograría ni siguiera llevar 18
diputados a Cuesta de Moras como ha sucedido en el presente.
La
comparecencia de los candidatos en la televisión me pareció muy “light”;
considero que no hubo debate de fondo, ni se expusieron ideas o proyectos de alcance nacional, ni menos enfoques de
índole ideológica, si entendemos por tal lo que debe ser la función del Estado y su repercusión en las políticas
económicas y la soberanía nacional.
Nadie habló de política internacional en un momento en que la escena
internacional se ve fuertemente sacudida por las posiciones
ultranacionalistas que afloran en
amplios sectores del electorado de los países occidentales. Todos los candidatos
se comportaron como hace un marido mal portado que busca congraciarse con su
resentida esposa: promesas de portarse bien en lo sucesivo, votos de ser mejor
en este nuevo año y, sobre todo, plétora
de ofrecimientos…sólo les faltó ponerse el gorrito rojo y la barba blanca para
evocar a Santa Claus. Todos poseían la respuesta a todos los males que aquejan
al país; todos son expertos en todo o, al menos, afirman tener el mejor equipo
de expertos que los asesoran y acompañan y estar abiertos a escuchar sugerencias
de sus adversarios. Uno se pregunta, entonces, por qué teniendo tan prominentes
políticos como candidatos les parece a
no pocos ciudadanos que las cosas
caminan mal, o por qué los partidos sufren de un desprestigio
generalizado.
Aunque parezca
contradictorio, soy de la opinión de que la mayoría de nuestros políticos no actúan de mala fe; más aún, creo que los
animan sentimientos sinceros en la búsqueda de lo mejor para el país. La causa
de su deterioro no está allí, sino en una incapacidad generalizada para
entender el momento histórico que vive nuestra nación y, en general, la humanidad, a inicios de este
tercer milenio de nuestra era. El instrumento que ha descubierto el homo
sapiens para conducir a buen puerto los destinos de la humanidad ha sido el
Estado, como ya genialmente lo había esbozado Platón en la REPUBLICA. Pero con la globalización generada por la revolución
científico-tecnológica, el Estado-Nación surgido a partir de la Revolución
Francesa (1789) que dio origen a la Edad Contemporánea, ya no es la única herramienta idónea para lograr los
objetivos propuestos en pro de nuestros pueblos. Pero tampoco se puede
prescindir de él, como pretendían el charlatán de Reagan y sus Chicago boys.
¿Qué hacer, entonces, en nuestro país? Elaborar un programa de reformas a la actual Constitución
a llevarse a cabo a corto y a mediano plazo. Cuáles deban ser estas reformas y
cómo implementarlas será el tema de un próximo artículo.
Por el
momento, avizoro que los próximos serán cuatro años de componendas políticas y
(des)acuerdos, dada la previsible atomización de la Asamblea Legislativa. Tanto los diputados como el equipo gobernante
desde el poder ejecutivo, deben dar una
respuesta a la crisis fiscal. La única solución justa y patriótica que se dé a
dicha crisis es poner a tributar al gran
capital y no al pueblo trabajador ni a la clase media, a fin de que no aumente
la desigualdad que es la principal causa de la violencia que hoy desangra al
país como nunca se había dado en nuestra historia. Pero esto sólo se logrará si
el pueblo se organiza y hace sentir su fuerza en todas las instancias de poder.
En conclusión, la política no se reduce
tan sólo a interesarse en la campaña
electoral. La política es el ejercicio
cotidiano de las libertades garantizadas por la Constitución. Las campañas
electorales deben servir para tomar conciencia
de nuestros derechos y deberes para con la Patria.
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