Tras
el debilitamiento de la doctrina de Marx -a raíz del derrumbe socialista-, el
marxismo ha venido recuperando terreno e influencia. Hoy se identifican como
marxistas una amplia gama de sectores que van desde la academia hasta
dirigentes y líderes populares.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / Firmas
Selectas de Prensa Latina
En
artículos anteriores he subrayado que Karl Marx (1818-1883), con un
conocimiento impresionante sobre la historia general del mundo y diversas realidades específicas de todos los
continentes, no tuvo como propósito central de sus estudios a esta parte de la
geografía que hoy llamamos América Latina.
Su interés se centró en el capitalismo y, como ese sistema era
esencialmente europeo, sus investigaciones tuvieron que ver más con la Europa
capitalista que con otras regiones.
El
pensamiento de Marx fue precariamente conocido en América Latina, a fines del
siglo XIX, y en varios de estos países sólo con el avance del siglo XX. Sin
embargo, hay dos antecedentes especiales: La Comuna de París (1871) -a la cual
otorgó suma importancia para su teoría sobre el poder proletario-, tuvo, al
parecer, un amplio conocimiento en la región como acontecimiento exclusivo en
la Asociación Internacional de Trabajadores.
En
cuanto al segundo antecedente, según refiere el célebre marxista argentino José
Arico (1931-1991) un periódico obrero mexicano reprodujo, en 1870, el
Manifiesto Comunista, de Marx-Engels. Vale añadir que en Ecuador el ideólogo
liberal Juan Montalvo (1832-1889) fue el único en hacer referencia a la I
Internacional y a la Comuna.
En
todo caso, la fundación del Partido Socialista en Argentina (PSA), en 1896, y
la traducción al español que hizo su fundador, Juan B. Justo, del primer tomo
de El Capital fue el punto de partida para el ingreso de Marx en la
constitución de los partidos marxistas latinoamericanos. Sucesivamente
aparecieron, entre otros, el Partido Comunista de Uruguay (1920), el de Chile y
el de Brasil (1922), el de Cuba (1925),
el de México (1929). En Ecuador se fundaron el Partido Socialista, en
1926, y el Partido Comunista en 1931.
El
partidismo marxista es, por tanto, el proceso histórico más importante en la
presencia de la teoría de Marx en América Latina, ya que esos partidos no sólo
se constituyeron en difusores de su doctrina sino en activistas de la
reivindicación social para la toma del poder y la constitución de una nueva
sociedad.
El
partidismo marxista abrió el espacio de la izquierda política en la región, que
superó el bipartidismo tradicional con eje en el liberalismo y el
conservadorismo. Sin duda, gracias a los partidos marxistas y sus militantes, se han logrado avances
trascendentales en diversas áreas como la legislación laboral y social; la
movilización popular en pos de alcanzar derechos; la conciencia sobre las
raíces del poder; la reivindicación indígena y campesina; nuevas expresiones
artísticas y culturales, así como la lucha permanente contra la dominación
interna y la expansión imperialista; y por la dignidad y soberanía nacionales;
el latinoamericanismo y el internacionalismo proletario.
La
labor de los partidos marxistas, de sus militantes e intelectuales, ha sido
fundamental para que la teoría de Marx igualmente influyera en artistas, gente
de cultura, movimientos sociales, dirigentes y líderes populares y, sin duda,
en los ambientes universitarios -donde
el marxismo fue creciendo en influencia durante la segunda mitad del siglo XX-,
y particularmente en las universidades públicas de América Latina, en las
cuales el movimiento estudiantil marxista prendió como conciencia crítica de la
sociedad y despertó un activismo permanente.
Sin
embargo, los partidos comunistas fundados, sobre todo a raíz de la Revolución
Rusa de 1917 y que adhirieron a la III Internacional (Komintern, 1919) dirigida
por V. I. Lenin (1870-1924). mantuvieron una dependencia constante del marxismo
oficial soviético e, inevitablemente, de sus dogmas, lo cual mereció serios
cuestionamientos desde otros sectores marxistas.
Más
allá de ello, el esfuerzo más interesante para dar sentido latinoamericanista
al marxismo partidista es el que impulsó
José Carlos Mariátegui (1894-1930), fundador del Partido Socialista (Comunista)
Peruano (1928), quien apuntó contra los dogmas y fue pionero en abordar el tema
de las comunidades indígenas andinas desde la perspectiva de la lucha de
clases.
Con
la Revolución China (1949) y luego su ruptura ideológica con la URSS en los
sesenta, pero también con el desarrollo de la “Doctrina Suche” impulsada por
Kim Il Sung (1912-1994) en Corea del Norte durante los cincuenta; la ruptura
entre China y Albania en los setenta; pero, además, con el triunfo armado de la
Revolución Cubana (1959) y su enorme y poderosa influencia en América Latina,
la victoria electoral de Salvador Allende en Chile (1970), e incluso la toma
del poder del sandinismo en Nicaragua (1979), se crearon condiciones para el
multipartidismo marxista, con una amplia gama de fuerzas.
Lastimosamente
estas confrontaron, durante décadas, en torno a la autenticidad de la
interpretación marxista, la forma de entender la lucha de clases, las
estrategias y tácticas revolucionarias, la lucha armada, la democracia
representativa o la fidelidad a la causa proletaria.
Pero
el anticomunismo ha sido un permanente factor para cercar a los partidos
marxistas. Gobiernos oligárquicos (Stroessner en Paraguay o la dinastía Somoza
en Nicaragua) y dictaduras militares fascistas como las del Cono Sur, iniciadas
con el régimen de Pinochet en Chile (1973-1990) buscaron la solución definitiva
a la guerra fría aniquilando comunistas de la mano de la tortura, las
desapariciones forzadas y el asesinato masivo.
En
todo caso, las condiciones más desfavorables para la vigencia histórica de los
partidos marxistas se suscitaron con el derrumbe del sistema socialista en la
URSS y la Europa del Este. Ello también afectó, y de forma contundente, al
marxismo como teoría. Y, en tal magnitud, que la ciencia social latinoamericana
-que durante la década de 1980 pasó a ser un referente mundial, con
intelectuales altamente reconocidos, con una exuberante producción en libros,
revistas y materiales de todo orden, y en la que los ejes académicos pasaban
por la afinidad u oposición a la teoría marxista- perdió esa presencia con el
avance de los noventa.
Al
iniciarse el nuevo milenio, los gobiernos progresistas y de nueva izquierda,
que suscitaron un nuevo ciclo histórico en la región, a partir del triunfo de
Hugo Chávez en Venezuela (1999) -y entre quienes han sido destacados Néstor
Kirchner, Cristina Fernández, Evo Morales, Tabaré Vásquez, José Mujica, Michel
Bachelet, Daniel Ortega, Luiz Inácio Lula da Silva, y Rafael Correa-,
reabrieron el espacio para la izquierda política, sin que la mayoría de esos
gobernantes proviniera de partidos marxistas tradicionales, e incluso
favorecieron la renovación del marxismo, como lo hizo el mismo Chávez al
valorar a Marx y proponer el socialismo del siglo XXI.
En
Ecuador, las izquierdas respaldaron inicialmente a Rafael Correa (2007-2017),
pero luego las fuerzas más tradicionales del marxismo partidista rompieron con
él. Volcadas a la oposición, no pudieron generar una opción alternativa de
poder; y en las elecciones presidenciales de 2013, la “Unidad Plurinacional de
las Izquierdas” apenas obtuvo el 3.26% de los votos. Con el triunfo de Lenín
Moreno (1917) esas fuerzas han privilegiado la “descorreización”, por sobre el
giro empresarial-neoliberal del gobierno.
Entre
sombras y luces, no hay duda que los partidos marxistas latinoamericanos son un
referente histórico, y en el espacio de la izquierda política aspiran a ser
conductores revolucionarios y orientadores sociales, aunque la realidad es
distinta al ideal. De modo que, hasta hoy (sin duda hay que exceptuar a Cuba),
la mayoría no alcanza la fuerza que desea y mucho menos en el campo electoral.
Aún
pesa demasiado el sectarismo partidista, derivado de las diferenciaciones en
torno al “auténtico” marxismo, como guía para la acción política. En
consecuencia, las divisiones partidistas explican sus propias debilidades para
convertirse en opciones reales de poder, sobre todo en las décadas
contemporáneas, cuando se ha impuesto como valor político la democracia
representativa.
Paralelamente,
el marxismo como teoría y fuerza movilizadora de conciencias, rebasa las
acciones y definiciones de los partidos marxistas. Tras el debilitamiento de la
doctrina de Marx -a raíz del derrumbe socialista-, el marxismo ha venido
recuperando terreno e influencia. Hoy se identifican como marxistas una amplia
gama de sectores que van desde la academia hasta dirigentes y líderes
populares.
La
revalorización del marxismo es un fenómeno de enorme importancia histórica para
América Latina: ha posibilitado la extensión e influencia de intelectuales
marxistas, el posicionamiento de la crítica política, el combate a los
regímenes que se orientan por objetivos neoliberales y empresariales, y,
especialmente, la dignificación del latinoamericanismo frente a la
globalización y el imperialismo.
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