Se ha iniciado
en Chile un interesante debate en torno a la migración y sus consecuencias
sociales, culturales, políticas y económicas. Si bien la realidad migratoria no
tiene nada de nuevo en sentido estricto, no ha estado ausente de polémicas y
tensiones políticas recientes También la sociedad civil chilena parece estar
más atenta e interesada en la temática, incluyendo académicos e investigadores
sociales en universidades e institutos.
Leonor Quinteros Ochoa / ALAI
La discusión
sobre la migración genera inevitablemente nuevos debates referidos
principalmente al cómo enfrentamos al inmigrante como sociedad chilena, sobre
sus necesidades y aportaciones, sobre todo sobre aquel que viene en busca de
nuevas y mejores oportunidades de vida. Por regla general, estamos más
expuestos a escuchar opiniones basadas en temores o anécdotas personales, que
cifras reales, lo que alimenta la discriminación y la xenofobia entre muchos de
nuestros compatriotas.
La ignorancia
o apatía tampoco ha dado espacio a la curiosidad por conocer más sobre la
dimensión humana del inmigrante y su familia; por ejemplo, sobre los esfuerzos
que despliegan día a día para mantenerse económicamente, sobre la calidad de su
convivencia con chilenos, con migrantes de otros países y con sus propios
connacionales; eso, además de las experiencias de cada día en un país que no
conocen, y de los esfuerzos de hombres, mujeres y niños por adaptarse y salir
adelante.
Creo que la
pregunta sobre la inmigración en Chile se ha centrado básicamente en torno a
una figura del inmigrante “extranjero,” en torno al cual se ha alzado una
especie de ícono que es defendido, odiado o amado, lo que es importante objeto
de estudio en el medio académico chileno. No obstante ello, pocos estudiosos
tienen en cuenta que también los chilenos fueron inmigrantes en su propio
suelo.
Me refiero a
compatriotas mujeres, hombres y niños que se vieron forzados a abandonar el
país tras el golpe militar de 1973, y que vivieron por muchos años fuera de
Chile y regresaron en los años ochenta y noventa. Se calcula que alrededor de
1.600.000 chilenos y chilenas salieron del país durante la dictadura
cívico-militar; una cifra no menor si la comparamos con la cifra del total de
habitantes en Chile de los años setenta.
Tuve la
oportunidad de estudiar en profundidad los efectos del exilio sobre las
familias chilenas. Puse en mi estudio especial énfasis en las experiencias como
migrantes de los hijos e hijas de los exiliados y sus vivencias luego del
regreso a suelo chileno. El estudio fue financiado por el estado alemán a
través del Instituto de la Juventud (DJI) de Múnich, pues existe interés en
conocer los efectos del desarraigo familiar en el largo plazo.
Los datos
arrojados demuestran que la experiencia chilena del retorno a Chile tiene mucho
en común con los problemas que enfrentan hoy los inmigrantes extranjeros en
Chile. Se trata de las dificultades económicas, la discriminación laboral y
social bajo la porfía de “chilenizar” a quienes han ingresado al país portando
consigo otra cultura. En gran medida, este fenómeno es el que también vivieron
los retornados chilenos al volver al país luego del fin de la dictadura, sobre
todo sus hijos e hijas.
Muchos de los
exiliados chilenos comenzaron a volver durante la dictadura, y tuvieron que
enfrentar grandes dificultades económicas. También tuvieron problemas de
adaptación, especialmente sus hijos e hijas. Por sus antecedentes políticos
muchos retornados no consiguieron trabajo, a pesar de tener algunos excelentes
currículum y antecedentes laborales, en algunos casos sobre calificados.
El estado
alemán, intuyendo las dificultades de reinserción en el país de las familias
chilenas que vivieron el exilio en Alemania, les otorgaron una donación en
marcos alemanes, pero estos dineros, que debían ser entregados a los retornados
por el Estado de Chile, en calidad de intermediario, “desaparecieron” durante
el gobierno de Aylwin, dejando a muchas familias en medio de graves problemas
económicos, pues volvieron al país una vez que fueron informados que serían
favorecidos con una importante ayuda por el Estado alemán. Muchos retornados se
vieron en la obligación de volver al país de acogida, sólo por no poder
subsistir en Chile.
La precariedad
económica obligó a muchas familias a enviar a sus hijos a escuelas y liceos con
ropa de calle, además de poseer un nivel nulo o mínimo de conocimiento oral y
escrito del idioma castellano. Llegaron con sus útiles escolares alemanes,
tuvieron dificultades para socializar, porque no se expresaban de manera
inteligible en el medio escolar y juvenil chileno. Los niños y niñas extrañaban
a sus amigos y amigas dejados en Alemania, a abuelos, abuelas, tíos y tías “de
repuesto;” es decir, de los alemanes que acompañaron a sus padres durante el
destierro. Reencontrar la familia extendida sanguínea no siempre resulta una experiencia
gratificante; las expectativas no coinciden y en la gran mayoría de los
entrevistados, los lazos se pierden o se diluyen con el tiempo.
Muchos padres
retornados exigen a sus hijos no decir que estuvieron exiliados, especialmente
los que regresaron de la República Democrática Alemana (la parte de Alemania de
post-guerra ocupada por la ex – Unión Soviética), debido al temor a
represalias, burlas y comentarios, sobre todo en tiempos de la dictadura. A
otros se les exigía dejar de hablar el alemán para acelerar la inserción en
Chile, aprender rápidamente el castellano y cambiar costumbres y hábitos
aprendidos en Alemania. Esta situación ha gatillado una serie de enfermedades
psicosomáticas en los niños y niñas retronados, tanto preadolescentes como
adolescentes; cuestión que fue debidamente diagnosticada y estudiada por el
PIDEE en los años ochenta en Chile.
La discusión
sobre la inmigración merece mayor atención en Chile. Hasta el momento, la
mirada se ha centrado principalmente en el “extranjero”, pero ha habido muy
poco interés en vernos a nosotros mismos como receptores de lo diferente. Estoy
convencida que las habilidades y desafíos para saber aceptar e integrar la
diferencia en nuestro diario vivir es una tarea pendiente en Chile. Más allá
del origen étnico y del país de procedencia, se deben considerar otros
aspectos, que incluso pueden llevar a preguntarnos sobre cómo hemos lidiado con
la diferencia en Chile, incluso con los chilenos inmigrantes. La discusión
sobre la inmigración en Chile no debería centrarse sólo en la figura del
“extranjero”; pues en el caso de los retornados chilenos, el punto de inflexión
ha sido la nula o poca aceptación de la “otredad.”
Los hijos de
los exiliados retornados de Alemania han demostrado que a pesar de ser
chilenos, tuvieron muchas dificultades de adaptación debido a la falta de
conocimiento sobre las habilidades sociales y culturales de Chile. Desde lo
institucional, no hubo ninguna política para recibirlos, ni interés en conocer
sus experiencias de vida en los colegios, partidos políticos u otras instancias
sociales. Simplemente, se invisibilizó su destino y experiencia de vida en
Chile, a pesar de que, como hemos visto, una gran cantidad de chilenos
volvieron a su tierra.
La aceptación
emocional de lo que es “normal” y lo que no es “normal” ha dejado poco espacio
para la diversidad y sus infinitas expresiones.
-->
No hay comentarios:
Publicar un comentario