En los últimos años el alineamiento contrahegemónico ha sido debilitado
por aquellos dos actores que históricamente han usurpado la independencia
política y económica de nuestros países: el gobierno de Estados Unidos y las
élites antinacionales latinoamericanas. Un nuevo oleaje
intervencionista ataca la región.
Loreta Telleria Escobar / ALAI
La post Guerra Fría ha marcado
un nuevo tipo de intervencionismo en América Latina por parte de los gobiernos
de Estados Unidos. Aquel que se caracterizaba por la ocupación
armada de nuestros países, la contratación de mercenarios para desestabilizar
gobiernos nacionalistas o simplemente el sustento de regímenes dictatoriales,
ha dado paso a nuevas formas de injerencia o manipulación política, económica y
social, caracterizadas por el objetivo permanente de consolidar su poderío
imperial, a través de un contundente mecanismo de destrucción de Estados y
naciones.
A partir de 1991, el nuevo
orden mundial se transformaba en una panacea de intereses económicos
capitalistas, la distribución geográfica del poder se concentraba en el mundo
occidental, y la división social mundial del trabajo daba lugar a un nuevo
ciclo intensivo de pauperización y disgregación social.
En este nuevo escenario de
transformación geopolítica, América Latina continuó alineada al poder
hegemónico de Estados Unidos. Con la excepción de Cuba, todos los
países del continente respondieron a los principios ideológicos del neoliberalismo
y como efecto de esto, tal como sucedió en el pasado, problemas de deuda
externa, déficit fiscal, desempleo y pobreza se expandieron en la
región. Al parecer, el “unipolarismo” no venía a salvar al mundo de
la desigualdad.
Pero tampoco la post Guerra
Fría significó paz; el mundo se vio envuelto en un ciclo de nuevas
violencias. A partir del año 2000, el espacio post soviético, con
las llamadas “Revoluciones de colores”, revelaron la priorización de una nueva
forma de intervención. Los golpes suaves o lo que también se llama
“subversión política-ideológica”[i], mostraron que la
guerra de posiciones de carácter imperial estaba vigente y era
efectiva. Frente a la posible influencia de Rusia y China, Estados
Unidos garantizó su control en Serbia-Yugoslavia (2000), Georgia (2003),
Ucrania (2004), Kirguistán (2005) y Líbano (2005).
Paralelamente, luego del acto
terrorista de 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, este gobierno junto
con sus aliados europeos a través de la OTAN, decidieron invadir y ocupar
Afganistán (2001) e Irak (2003), con saldos humanos aún desconocidos –entre
muertos, heridos y torturados–, pero con un amplio espectro de ganancias económicas
distribuidas entre los contratistas privados en materia de reconstrucción,
guerra, venta de armas y acceso directo a territorios estratégicos y recursos
petroleros. A esto se debe sumar las acciones en Libia y Siria el
año 2011, ambas con una conjugación inteligente de estrategias: primero la
subversión política-ideológica y luego la invasión. El común
denominador de todos estos acontecimientos fue la participación activa del
gobierno de Estados Unidos y sus agencias de “cooperación”. Su
acción conspirativa y desestabilizadora no sólo fue capaz de propiciar la
intervención, peor aún, de destruir los Estados intervenidos…
Un impacto movilizador
Por su parte, en América
Latina, donde el balance geopolítico siempre favoreció al imperio, en el mismo
periodo en el que se realizaban las revoluciones de colores y las invasiones en
Medio Oriente, Asia central y África, ocurría un proceso inédito: varios países
se alineaban en contra del imperialismo y el dominio despótico del
capitalismo. Los años comprendidos entre el triunfo de Hugo Chávez
en Venezuela en 1999 y la conformación de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en 2010, marca en la región la Década
de la resistencia y la unidad. Nunca antes se había visto un
avance tan certero de lo que en su tiempo soñaron Martí y Bolívar.
Venezuela con Chávez, Brasil
con Lula (2003), Argentina con Néstor Kirchner (2003) y Cristina Fernández
(2007), Uruguay con Tabaré Vásquez (2005) y José Mujica (2010), Honduras con
Manuel Zelaya (2006), Bolivia con Evo Morales (2006), Nicaragua con Daniel
Ortega (2007), Ecuador con Rafael Correa (2007) y Paraguay con Fernando Lugo
(2008), marcaron un ciclo histórico que se vio reflejado, en cada uno de sus
países, en la aplicación de políticas de carácter social y económico con
resultados satisfactorios en los sectores más vulnerables de la sociedad.
A nivel regional el impacto
fue movilizador. La creación de la Alianza Bolivariana para los
pueblos de Nuestra América (ALBA) en 2004, la derrota del Área de Libre
Comercio de las Américas (ALCA) un año después, junto con la constitución de la
Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) en 2008 y la CELAC en 2010, mostraron
al mundo la construcción de un bloque unido, capaz de tener voz propia y de
afrontar todo aquello que iba en contra de sus intereses estatales y
regionales. Sin duda, la historia marcará este periodo como aquel en
el cual América Latina estuvo muy cerca de lograr su independencia.
Pero cual tentáculos que
luchan en varios frentes, el gobierno de Estados Unidos y sus respectivos
mecanismos de injerencia, llámese Embajadas, Comando Sur, CIA, USAID, DEA, NED,
IRI, NDI[ii], etc., trabajaron
arduamente para revertir este alineamiento regional autónomo. Los
procesos contra hegemónicos se vieron atacados por el montaje de golpes de
estado, golpes suaves, uso de la diplomacia de la intervención[iii], y todo aquel
mecanismo que desestabilice y acabe con los gobiernos de corte progresista.
Nada más se debe recordar los
golpes de Estado frustrados contra Hugo Chávez (2002), Evo Morales (2008) y
Rafael Correa (2010), los golpes exitosos contra Manuel Zelaya (2009) y
Fernando Lugo (2012), el despliegue de seguridad norteamericano con la
reactivación de la IV Flota del Comando Sur (2008), la instalación de nuevas
bases militares de avanzada (FOL) en varios países de la región y la
implementación de estrategias más flexibles y ágiles del Departamento de
Defensa, en cuanto a despliegue de personal de inteligencia y entrenamiento de
Fuerzas Especiales.
En este mismo periodo,
financiados por el gobierno norteamericano, Colombia y México implementaron
planes contra el narcotráfico y el terrorismo, tal es el caso del Plan Colombia
(2000) y el Plan Mérida (2008), que más allá de sus catastróficos resultados
internos, cumplían la función de militarizar la región; que junto con los diversos
acuerdos de libre comercio firmados por Estados Unidos y algunos países
latinoamericanos[iv], tenían el objetivo
de hacer un contrapeso al poder emergente de los gobiernos de izquierda.
La vuelta al pasado
Lamentablemente, en los últimos
años el alineamiento contrahegemónico ha sido debilitado por aquellos dos
actores que históricamente han usurpado la independencia política y económica
de nuestros países: el gobierno de Estados Unidos y las élites antinacionales
latinoamericanas. Un nuevo oleaje intervencionista ataca la
región. La unidad latinoamericana lograda en la década irredenta,
cada día se debilita más. El ALBA, UNASUR y la propia CELAC están
siendo desestructurados por parte de sus propios creadores.
Los otrora grandes países con
tendencia progresista como Brasil y Argentina, hoy están en manos de la derecha
entreguista. El golpe parlamentario a Dilma (2016) y el
encarcelamiento de Lula (2018), no hace más que mostrarnos que están dispuestos
a todo para liquidar cualquier vestigio del pasado inmediato. Quizás
esto nos enseñe a entender que el poder es un medio eficaz, no sólo para
redistribuir la riqueza, sino para acabar con aquellos que nos la
arrebataron. Por su parte, Argentina está de nuevo en el “Fondo” con
Macri, como una fatídica señal de que la historia se repite.
Estados Unidos está retomando
sus dominios. Con la Organización de Estados Americanos (OEA) bajo
sus designios, el apoyo siempre subordinado de países como Perú, Chile y
Colombia[v], entre otros, y la
recuperación de su influencia imperial en Argentina, Brasil y Ecuador, siente
que es capaz de volver al pasado y con ello, tener en sus manos el control de
una región estratégica en el mundo, capaz de proporcionarle una ventaja
importante en el actual tablero geopolítico mundial, en el cual Rusia y China
adquieren protagonismo.
Mientras tanto, la arremetida
contra Venezuela, Nicaragua y Bolivia, únicos países que mantienen la línea
esperanzadora del cambio, se presenta cada vez más implacable. El
despliegue de los mecanismos intervencionistas no cesa y estos países deben
luchar no solo contra la subversión política-ideológica interna, sino contra el
entramado mediático orquestado en su contra. Los tres países, junto
con la soberana Cuba, y el esperanzador triunfo de López Obrador en México, nos
muestran un camino de resistencia y rebelión que debe continuar, porque aún, no
todo está ganado.
Loreta Telleria Escobar es
politóloga y economista boliviana. Magíster en Estudios Sociales y
Políticos Latinoamericanos, Investigadora en temas de seguridad, defensa y
relaciones Estados Unidos-Bolivia. loretatelleria@yahoo.es
[i] Una
modalidad de la actividad del enemigo dirigida a actuar sobre la conciencia de
personas, grupos, sectores de la sociedad o la población, con el propósito de
inducirlos a adoptar conductas o realizar acciones que apunten en la dirección
de revertir el régimen socialista, creando un resentimiento opositor con base
social necesaria destinada para socavar desde dentro nuestra sociedad y tomar
el poder político con el objeto de transformar el sistema socio político y
económico vigente. En: García, Iturbe Néstor y Osvaldo Sotolongo
(2012), Subversión Política Ideológica, Ciencias Sociales: La
Habana
[ii] CIA (Agencia Central de Inteligencia), creada en
1947. USAID (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo
Internacional), creada en 1961. DEA (Administración para el Control de
Drogas), creada en 1973. NED (Fundación Nacional para la
Democracia), IRI (Instituto Republicano Internacional), NDI (Instituto Nacional
de Democracia), creadas en 1983.
[iii] Radica en la aplicación, en el ámbito de las relaciones
internacionales, de determinados métodos de relacionamiento, que se
caracterizan por el uso de mecanismos de presión o coacción, con el fin de
cumplir objetivos exclusivos del país que los aplica, en detrimento de la
soberanía del país receptor.
[iv] Se tiene Acuerdos de Libre Comercio de Estados Unidos con
Colombia, Panamá, Chile, Perú, República Dominicana y todos los países de
Centroamérica. Con México tiene el TLCAN que incluye a Canadá.
[v] No es casual que Colombia
haya sido el único país en la región en apoyar el ataque a Irak el año 2003 y
en haber asumido en mayo de 2018 el rol de “socio global” de la Organización
del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
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