No
recuerdo quién me dijo que Canadá es el casco de acero de los EEUU y México la
panza blanda. La descripción es gráfica y a los dos países la proximidad
colindante al centro imperial del capitalismo del sigo XX les ha deparado
distintas consecuencias. Aunque a medida que nos adentramos en el XXI, ambos
están sufriendo con mucha mayor intensidad la proximidad al león herido.
Mariani Ciafardini */ Especial para
Con Nuestra América
Desde
Buenos Aires, Argentina
Los
peligros de tal proximidad ya los había advertido uno de los artífices de la modernización
mexicana , el dictador Porfirio Díaz, con la ya remanida frase “pobrecito
Méjico tan lejos de Dios y tan cerca de los EEUU”. Pasada una época posterior a
los 30 años del “porfiriato” sobrevino una época de grandes revueltas e
inestabilidad política, con epicentro en la Revolución mexicana de 1910, que se
ve que cansó y desmoralizó el espíritu revolucionario de los mexicanos y
seguramente advirtió a los gobernantes de EEUU. A tal punto que el partido que
asumió el gobierno en el año 1929 gobernó en forma de hegemonía absoluta bajo
las distintas denominaciones de Partido Nacional Revolucionario, Partido de la
Revolución Mexicana y Partido Revolucionario Institucional, o PRI que es el más
conocido, durante 40 años si se cuenta hasta el 1989 cuando perdió una
gobernación por primera vez, o 50 si se cuenta hasta el 2000 en que ganó la
presidencia el PAN de Vicente Fox.
Aunque
lo cierto es que el “régimen priista” debe contarse hasta la última elección ya
que el PAN no fue más que el PRI disfrazado y el mismo PRI volvió, con Peña
Nieto al poder, en el 2012. Es decir una continuidad política de, nada más ni
menos, que 63 años. La noticia entonces hoy no vendría a ser tanto que ganó el
partido Morena, de Andrés Manuel López Obrador, sino que perdió el PRI. Y esto
no es simplemente un juego de ideas.
López
Obrador, a quien se le arrebató en una tramoya política urdida por el PRI-PAN ,
el triunfo electoral en el 2006, y que, por desavenencias con el Partido de la
Revolución Democrática, al que pertenecía, fundó el Movimiento Regeneración
Nacional (MORENA), va a asumir la presidencia de México el 1 de diciembre.
Encuentra un país devastado por la corrupción política de un sistema
institucional que ya a fines del siglo XX ingresó en una pendiente directamente
delictiva, que incluyó asesinatos a candidatos a presidente (Colosio en 1994) y
que se consolidó con la alianza cómplice, en una asociación ilícita, entre la
política mexicana PRI- PAN, el narcotráfico y el tráfico de inmigrantes, la
DEA, la policía fronteriza norteamericana y la CIA.
AMLO,
como ya se lo conoce, llega al gobierno en alianza con el Partido del Trabajo
(izquierda marxista) y el Partido Encuentro Social (centro derecha con fuerte
presencia evangelista). Y como si la inteligibilidad de ese armado fuera poco
difícil , en los distintos municipios y gobernaciones en el país que son
numerosísimos las alianzas triunfantes abarcan decenas de partidos, incluidos
el PAN y PRI.
La
situación es altamente compleja y difícilmente se pueda avanzar demasiado (o
demasiado rápido) en las profundas reformas que el país y el sistema social
reclaman a gritos (en el 2014 desaparecieron 43 estudiantes de una escuela
rural en Iguala, partido de Ayotzinapa y se calcula que los muertos y
desparecidos en total en los últimos años supera los 60.000). De todos modos esta ruptura de la continuidad
patógena y ya patética del sistema priista, es una excelente noticia para los
mexicanos y particularmente para Latinoamérica, ya que AMLO es un decidido
partidario de la integración regional en clave independentista de los EEUU. Si
se diera el “milagro” de que Lula o alguien designado por él alcance la
presidencia en Brasil en los próximos meses, el panorama regional sufriría una
verdadera conmoción, ya que el eje México-Brasil, con gobiernos políticamente
sanos, nos pondría nuevamente a las puertas de la tan ansiada y tan necesaria
formación del bloque económico político “nuestroamericano”, con base en la
CELAC, única manera de que se puedan hacer las transformaciones estructurales
que tanto se les ha venido reclamando a los gobiernos populares y de izquierda
de América Latina y el Caribe, y que también se le va a reclama a Andrés
Manuel.
*Doctor
en Ciencia Políticas. Miembro del Instituto Argentino de Estudios Geopolíticos
(IADEG)
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