En el Brasil
de hoy, mirando las elecciones de octubre, solo dos ideas-fuerza tienen peso:
la representada por Lula y la representada por Bolsonaro. Solamente esas dos
perspectivas despiertan interés y pasión, movilizan mentes y corazones, en
direcciones totalmente antagónicas.
Emir Sader / Página12
Jair Bolsonaro y Lula da Silva |
El liberalismo
en Brasil siempre ha sido una farsa para justificar el modelo primario
exportador y un argumento para destruir la economía nacional. La derecha se ha
valido del liberalismo incluso para justificar el golpe militar de 1964 y la
dictadura, que llegaría para defender los intereses de los individuos,
amenazados por un supuesto riesgo de una dictadura estatizante, impuesta por el
nacionalismo.
Pero fueron
las corrientes nacionalistas las que han garantizado el derecho de todos, el
derecho de organización y de protesta de la población, que han defendido la
soberanía nacional y la democracia. Nunca Brasil ha visto tan respetados los
derechos de todos como en los gobiernos del PT, en este siglo. La derecha
tradicional ha fracasado al defender los intereses del mercado y del capital
internacional, intensificando la recesión económica y las desigualdades
sociales en los años 1990.
Al apoyar el
golpe, la derecha tradicional brasileña ha cometido un suicidio. Carga con el
peso de las políticas neoliberales, con la adhesión al golpe del 2016 y con el
apoyo al gobierno de Temer. Ahora siembra la impopularidad de sus candidatos
–el más representativo, Geraldo Alckmin–.
La
desesperación de la derecha tradicional no viene solo de la posibilidad
inminente de la quinta derrota consecutiva, sino también de la posibilidad de
quedar fuera de la segunda vuelta, superada por el candidato de la extrema
derecha. Lo que, además, los llevará a tener que definirse entre el candidato
del PT y Bolsonaro.
Porque la
derecha tradicional salió de escena con el apoyo al golpe en contra de Dilma y
a la política económica del gobierno de Temer. Carga así sobre sus espaldas
esas opciones, por su obsesión por el neoliberalismo y su odio al PT y a Lula,
que la han llevado al suicídio.
En el Brasil
de hoy, mirando las elecciones de octubre, solo dos ideas-fuerza tienen peso:
la representada por Lula y la representada por Bolsonaro. Solamente esas dos
perspectivas despiertan interés y pasión, movilizan mentes y corazones, en
direcciones totalmente antagónicas.
O Brasil
retoma el camino del desarrollo económico con la perspectiva de la inclusión
social y la distribución de la renta, o avanza por el camino del autoritarismo,
de la represión y de la exclusión social. Así se plantean las alternativas hoy
para Brasil. Las otras son periféricas, complementarias o se diluyen sin
personificar proyectos de país ni de sociedad.
No se trata
de que las alternativas electorales conduzcan necesariamente al enfrentamiento
entre Lula y Bolsonaro. Otra alternativa de derecha puede llegar a la segunda
vuelta, para enfrentar al candidato petista, pero sin un proyecto que galvanice
a sectores significativos de la sociedad. Serán estas alternativas para quienes
ubican al PT y a Lula como el riesgo más grande para sus intereses, y se
entusiasman con un proyecto que ya había fracasado en los años noventa y ahora
vuelve a fracasar con el gobierno Temer.
Brasil tiene
esas dos alternativas. O derrota el sesgo autoritario, represivo y excluyente
de Bolsonaro o tendrá que enfrentar las consecuencias de esa opción aventurera
de los que prefieren cualquier cosa, menos el retorno del PT al gobierno.
Aunque la
derecha tradicional intente presentarse como alternativa a Bolsonaro, buscando
diferenciarse de él, compone el mismo campo de la derecha de Brasil hoy. Así
como el campo de la izquierda está inevitablemente representado por Lula y por
el PT: es la única alternativa real de derrota de la derecha y de la extrema
derecha, así como el rescate de la democracia y del desarrollo económico y de
la justicia social.
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