El
objetivo de mediano plazo de la derecha es arrebatar cualquier atisbo de
esperanza, creando un clima de resignación y sacrificio; demostrando que si lo
intentas y lo logras luego acabarás perseguido o en la cárcel; y que lo mejor
es volver al “no te metas en política”.
Alfredo Serrano Mansilla / Rebelion
Dos
presidentes no electos: Temer en Brasil y Vizcarra en Perú. Una vicepresidenta
no electa en Ecuador. Persecución política-judicial contra dos ex presidentes,
Rafael Correa y Cristina Fernández de Kirchner, en Ecuador y Argentina. Lula
metido en la cárcel injustamente para evitar que sea el próximo presidente de
Brasil. Intento de atentado contra Maduro en Venezuela para matarlo en pleno
acto público. Planean abiertamente terminar con UNASUR. Las giras de los altos
funcionarios de Estados Unidos cada vez son más bienvenidas por algunos
gobernantes latinoamericanos.
Estos
son algunos de los acontecimientos políticos más emblemáticos que caracterizan
la nueva fase de la ofensiva conservadora en la región que viene produciéndose
en estos últimos años. Aunque estos hechos no son del todo novedosos, lo
verdaderamente distintivo es la intensidad de la arremetida. Desde que la
correlación de fuerzas políticas en la región es cada vez menos favorable al
campo conservador, se fueron aplicando métodos no democráticos para ganar el
terreno que se iba perdiendo por la vía electoral. Nadie olvida en Paraguay y
Honduras la destitución golpista a presidentes electos, al igual que ocurriera
con Dilma en Brasil. O el intento de acabar con la revolución venezolana por
cielo, mar y tierra. O el golpe contra Correa para sacarlo del poder. O la
desestabilización permanente contra Evo Morales y la Asamblea Constituyente en
Bolivia.
Todos
estos hechos ponen de manifiesto que desde el inicio se actuó así en aras de
interrumpir un ciclo progresista que venía ampliándose. Pero ahora,
aprovechando el propio desgaste de los gobiernos que llevan muchos años en la
gestión, más una restricción económica externa que aprieta hasta la asfixia, la
restauración conservadora ha decidido pisar el acelerador llevándose por encima
a quién sea y cómo sea. Se dieron cuenta que el poder comunicacional y el
económico, por muy potentes que fuesen, eran insuficientes para la tarea
destituyente y, entonces, tuvieron que retomar en algunos casos el poder
militar, así como el poder judicial, en los casos que pudieron hacerlo.
De
esta forma, además del objetivo en sí (alterar el orden democrático en lo
coyuntural para lograr capacidad de mando), procuran normalizar aquello que no
es normal, a partir de una estrategia de insistencia y repetición, orquestada
desde casi todos los poderes facticos, incluido eso que llaman “comunidad
internacional” que, si no la tiene a favor, se inventa (como es el Grupo de
Lima, para el caso venezolano). He aquí la huella conservadora de mayor calado
en términos estructurales:conseguir que se naturalicen prácticas que hace pocos
años eran rechazadas, mayoritariamente, por la ciudadanía. Y, seguidamente,
lograr imponer una suerte de retorno del mito del “no hay alternativa”, que
también pudiera permear entre la gente, incluso entre alguna dirigencia
política del campo progresista.
Son
cuestiones éstas que van más allá del ahora, y que la restauración conservadora
está planificando hacia delante, de cara a construir un campo mucho más fértil
para poder ganar elecciones sin necesidad de tener que regresar a estos
instrumentos tan rudimentarios. El objetivo de mediano plazo es arrebatar
cualquier atisbo de esperanza, creando un clima de resignación y sacrificio;
demostrando que si lo intentas y lo logras luego acabarás perseguido o en la
cárcel; y que lo mejor es volver al “no te metas en política”. De ahí deriva la
estrategia, a veces comprada incluso por parte del bloque progresista, de
inducirnos a la supremacía de algunos “estados de moda”: la no confrontación, la
despolitización, la lógica aspiracional, la clase media, los valores
posmateriales, etc. Nadie puede negar que todo ello existe, pero el riesgo
reside en que sean resignificados, como la restauración conservadora pretende.
Y
esta es seguramente la nueva dimensión, a veces invisible, que gravita en la
gran disputa de América Latina para los próximos años.
Alfredo
Serrano Mancilla, Director de CELAG.
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