No somos débiles. Pese
al reflujo de la ola que a inicios de siglo deparó 15 años de gobiernos
progresistas, es falso que terminó un supuesto “ciclo”. Los pueblos no son
máquinas. Antes bien, una nueva marejada está por empezar, si los liderazgos de
izquierda son capaces de sacar las debidas lecciones de esa reciente
experiencia.
Nils Castro / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
El combustible de la
pasada ola fueron las inconformidades sociales agravadas por la aplicación de
las políticas neoliberales. Pese a que muchas organizaciones de izquierda aún
no superaban todas las consecuencias del colapso soviético, amplios sectores
sociales votaron contra el sistema
imperante ‑‑más que a favor de un nuevo proyecto‑‑ eligiendo a candidatos críticos.
Como era de preverse,
la reacción no demoró en organizar su contraofensiva. Pero, aun así, la derecha
está más atrasada que nosotros en la producción de nuevas propuestas. Luego de
la crisis que emergió en 2008, balbuceó unos tímidos discursos sobre un
capitalismo suavizado con regulaciones sociales, pero en poco tiempo volvió a
las andadas. Es cierto que desde entonces la derecha reactualizó métodos y
estilos. Pero en el afán de lograr un rol
back radical, pronto retornó al neoliberalismo duro.
Las actuaciones de
Temer y Macri así lo exhiben: las
oligarquías y el imperialismo, ansiosos de restaurar su vieja hegemonía
política y reemprender el único programa real que pueden ofrecernos, enseguida
han vuelto a echar leña a la caldera social. En los años 80 y 90 del siglo
pasado demoraron tres lustros en exasperar a la gente; ahora con uno bastó. Es
decir, las condiciones “objetivas” de otra oleada ya están servidas.
Los nuevos gobiernos de
la reacción son un fracaso y el contraste está a la vista: la votación obtenida por Petro y la masiva victoria alcanzada por
López Obrador así lo advierten. Como también muestran que la contraofensiva de
la derecha ‑‑pese a la coordinación y sustento de los gobiernos temporales de
Obama y Trump‑‑ no es tan omnipotente como se decía. Sus éxitos se han dado
donde las debilidades de las izquierdas se los permitieron: han ocurrido cuando los acomodamientos, errores, permisividades y
pérdida de identidad revolucionaria las hicieron vulnerables.
La derecha siempre ha
convivido con las diversas formas de corrupción, pública y privada; sus
electores no lo desconocen y apenas reclaman no excederse y guardar las
apariencias. Al contrario, para las izquierdas ello es inexcusable, pues están
allí para erradicar todos los vicios de esa y demás raleas. Esto es, el
principal sustento de su credibilidad y su autoridad política es dar el
ejemplo, más que el mejor discurso.
La indignación cívica
nos hace revolucionarios, la consistencia moral nos hace confiables y de ahí
viene nuestra fuerza. Como, por lo contario, las concesiones nos desacreditan,
incluso cuando repartimos progresos sociales. Porque lo que se discute es el poder ‑‑cosa distinta del mero
gobierno‑‑, el poder necesario para emprender transformaciones sostenibles y
perdurables, con la comprensión y soporte organizado de la gente.
Sin duda, es bien larga
y meritoria la lista de los éxitos de la pasada ola progresista, la de los
millones de latinoamericanos que ganaron ciudadanía, que lograron comer tres
veces al día, obtuvieron trabajo, salud, educación y vivienda, la de las
naciones hermanas que recuperaron autodeterminación y desarrollaron
solidaridad. Como lamentablemente también es larga de lista de los progresos y
la soberanía ‑‑popular y nacional‑‑ que después hemos dejado revertir.
Pero es flaca la lista
de los errores, concesiones y omisiones ‑‑y de oportunidades perdidas‑‑, que ya
hemos analizado autocríticamente, para vacunar a nuestra cultura política y
evitar que tales fallas puedan repetirse. Por supuesto, deben estudiarse las
variantes y mañas desplegadas por la contraofensiva de las derechas, y aprender
a superarlas. Es preciso evitar que el énfasis puesto en enumerar las artimañas
del enemigo encubra la falta de discusión de las deficiencias que nos hicieron
vulnerables ante esa contraofensiva.
Así lo exige la
urgencia de desarrollar las condiciones “subjetivas” necesarias para asumir el
período que ahora comienza.
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