En la medida que México vaya
resolviendo sus problemas internos referidos a la violencia y el narcotráfico,
podrá recobrar su presencia tradicional en el mundo y en los entes
multilaterales, recuperando su aporte a la solución de los problemas globales
en temas como pobreza, migración, calentamiento global, discriminación,
derechos humanos, combate a las epidemias, seguridad colectiva, armamentismo y
lucha por la paz.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
El triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en las
elecciones presidenciales de México ha generado grandes expectativas en América
Latina, sobre todo entre los sectores progresistas, revolucionarios y de
izquierda de la región, bastante vapuleados desde 2015. Incluso se ha llegado a
comparar esta victoria electoral con la obtenida por el comandante Hugo Chávez
en Venezuela en 1998, en el sentido que igualmente estos resultados podrían
significar un vuelco en la situación regresiva de la región, en la que en los
últimos 3 años se han ido imponiendo fuerzas conservadoras, retrógradas,
delincuenciales y hasta fascistas, a través de golpes de Estado de diferente
índole o utilizando los espacios de la democracia representativa que permite
ganar elecciones indistintamente de manera legal o ilegal.
Vale comenzar diciendo que las dos primeras victorias de AMLO
son: haber salido vivo de la contienda electoral y haber derrotado el enorme
fraude montado por el gobierno de Enrique Peña Nieto similar al que realizó el
año pasado en los comicios locales del estado de México en los que impuso de
forma ilegal a su primo como gobernador. AMLO obtuvo su victoria al conseguir
el 53,2%, superando por 17 millones y medio de votos a su más cercano
contendiente que solo tuvo 22,3%. De tal dimensión fue la derrota del Partido
Revolucionario Institucional (PRI) y de Peña Nieto que su candidato quedó en
tercer lugar con solo el 16,4%. Todos estos elementos permitieron derrotar al establishment
y al fraude que tenía preparado.
Pero, mi objetivo en esta ocasión no es analizar los resultados
electorales mexicanos, eso ya se hizo, hay mucha información al respecto.
Intentaré esbozar algunas ideas respecto de la probable política exterior de
AMLO, entendiendo la situación del país y conociendo las circunstancias de su
victoria. En este sentido, unos días antes de las elecciones pregunté a un
amigo mexicano, qué podría significar un triunfo electoral de AMLO y la
respuesta por simple, no deja de ser esclarecedora “Será un gobierno honesto,
lo que en México significa casi una revolución”.
Hay que recordar que como jefe de Gobierno de la ciudad de
México (2000-2005), la tercera urbe más grande del mundo, AMLO cerró la oficina
de relaciones internacionales, mientras era común que se rehusara a recibir a
jefes de Estado y altos dignatarios que visitaban la ciudad. En los últimos dos
años previos a las elecciones de 2018, AMLO estuvo en 20 ciudades del exterior,
pero, de ellas 11 son de Estados Unidos en las que viven decenas de miles de
mexicanos, además hizo cuatro viajes fuera de las fronteras del norte de
América en los que visitó 2 ciudades europeas, 2 de América del Sur y dos de
América Central. Se comenta que ya siendo la máxima autoridad de la capital
mexicana, López Obrador aún no había obtenido un pasaporte, lo que presupone
que hasta ese momento no había viajado al exterior, cuando ya era un reconocido
dirigente político de alrededor de 50 años. Todo esto podría dar una idea de su
poco acercamiento e interés en los temas internacionales.
No obstante, cualquier análisis debe partir de la aceptación de
que AMLO es un político pragmático que no se alinea con posturas ideológicas y
que no tiene temor en establecer alianzas que le permitan conseguir sus
objetivos, esto es válido en lo interno, pero también en lo internacional. Por
eso, ha designado como futuro canciller a Marcelo Ebrard un tecnócrata formado
en Francia que hizo carrera política de la mano de Manuel Camacho un viejo
cacique del PRI y después de AMLO, con quien ha trabajado desde hace casi 20
años.
Como hecho relevante hay que destacar que por primera vez en la
historia reciente, Estados Unidos no tuvo injerencia en la selección del
candidato y futuro presidente de México. Éste fue elegido con los votos del
México profundo al margen de los partidos y del establishment, y con una
votación tan masiva que –como se dijo antes- impidió ejecutar el fraude que
había preparado el gobierno de Peña Nieto para imponer su candidato.
Por primera vez también, el presidente electo mexicano no visitó
Washington de inmediato para rendir pleitesía al gobierno de ese país y a las
instituciones financieras internacionales que funcionan en la capital imperial,
como era la costumbre en el pasado. Al contrario, fue el gobierno de Trump
quien solicitó una reunión y envió una delegación de muy alto nivel el 13 de
julio pasado, al frente de la cual estuvo el secretario de Estado Mike Pompeo,
la que fue a Ciudad de México a reunirse con el mandatario electo.
He consultado a varios analistas y especialistas mexicanos en el
tema y todos coinciden en señalar que la política exterior no será una
prioridad en la agenda de López Obrador. Muy probablemente, el presidente no
asistirá a algunas reuniones de jefes de Estado donde se hará representar por
el Canciller, quien tendrá mucha autonomía en el desempeño de sus funciones.
AMLO confía en su eficiencia y su visión de país y de mundo, en lo cual tienen
concomitancia plena. Como me dijo un periodista mexicano: “A AMLO, la política
exterior no le importa, no le interesa, no sabe”.
Una de las primeras medidas tomadas, tras su elección fue enviar
una carta al presidente Donald Trump en la que resalta que ambos tienen ciertas
similitudes, lo cual es cierto si se considera que ambos ganaron las elecciones
contra la opinión del establishment, y también –aunque por diferentes razones-
ninguno de los dos siente simpatía con los Tratados de Libre Comercio (TLC),
para AMLO porque afecta el mercado interno de México y para Trump porque -según
él- es la causa de los problemas de la economía de Estados Unidos, al generar
desempleo y no hacerla competitiva.
Para México será imprescindible lograr una buena relación con
Estados Unidos, el pragmatismo de AMLO lo llevará a ofrecer a Trump la
posibilidad de hacer negocios e incrementar el comercio, con el objetivo de
factibilizar el vínculo, allanarse una buena relación y permitir tratar los
otros temas de la agenda que también le interesan, en particular los de
seguridad y el de las migraciones. En este sentido, intentará atraer a Estados
Unidos a los negocios en el área energética en particular los de la
construcción y modernización de sus refinerías de petróleo. Todo esto
considerando que la agenda del Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN) que ha funcionado en los últimos 25 años, se agotó y deben buscar
alternativas viables para los intereses de ambos países.
Trump ha llegado a la conclusión que, contrario a lo que opina
el establishment y los medios de comunicación de ambos países, AMLO no es una
amenaza para Estados Unidos, pero no estoy seguro que entienda que el nuevo
presidente necesita ampliar el mercado interno de su país y mejorar los
ingresos de los sectores más empobrecidos, para evitar un colapso. Así mismo, deberá
estabilizar los precios de los combustibles y controlar el capital
especulativo. En esto último también coincide con Trump.
Muy probablemente AMLO volverá a ubicar a México en sus valores
tradicionales de independencia, igualdad soberana entre los Estados, apoyo a la
solución pacífica de controversias sin inmiscuirse en los asuntos internos de
otros países. En esto se verificará un cambio trascendente respecto del pasado,
sobre todo en relación a las tres últimas administraciones, claramente injerencistas
y subordinadas a Estados Unidos.
Pero el mayor esfuerzo del nuevo presidente se orientará a
buscar la solución del conflicto interno del país, a partir del reforzamiento
de un sistema de administración de justicia que aporte estabilidad a la gestión
de gobierno, con el criterio de que la “mejor política exterior, es una buena
política interior”, para lo cual se abocará a la lucha contra la corrupción y
la impunidad.
Retomando principios del histórico nacionalismo mexicano, es
probable que los temas de la agenda global estén circunscritos a la relación
con Estados Unidos, lo cual ocupa parte importante del trabajo de los entes de
política exterior del país. México no puede darse el lujo de obviar esta
realidad signada por tres mil kilómetros de frontera, y entre 20 y 30 millones
de mexicanos que viven en Estados Unidos. Por ello, intentará mantener vigente
el TLCAN, negociando en conjunto otros temas de la agenda, incluyendo el
comercio, la seguridad fronteriza y de manera prominente y puntual la defensa
de los derechos humanos.
Por ello, ya en la reunión sostenida con la delegación del
gobierno de Estados Unidos, que estuvo en Ciudad de México, se propuso un
cambio sustancial en la relación bilateral. AMLO intentó
persuadir a las autoridades de Estados Unidos de que por el bien de las
dos naciones, era más eficaz y más humano, aplicar una política de cooperación
para el desarrollo que insistir, como sucede actualmente, en dar prioridad a la
cooperación policiaca y militar. Esto supondría un vuelco en la relación
bilateral tradicional.
Con claridad AMLO le dijo a Pompeo, que su propuesta a Estados
Unidos era solicitar más recursos para cambiar radicalmente las prioridades: lo
primero debe ser el desarrollo y el empleo y no la cooperación militar. Le dijo
que los problemas de índole económico y social, que está enfrentando y
padeciendo México, no se resuelven con medidas coercitivas. Reiteró lo que ya
había anunciado en 2016 en su Proyecto de Nación: “No es con asistencia militar
o con labores de inteligencia ni con envío de helicópteros y armas, como se
remediará el problema de la inseguridad y de la violencia en nuestro país.
Tampoco se detendrá el flujo migratorio construyendo muros, haciendo razias,
deportando a nuestros paisanos o militarizando la frontera”.
Por ello se discutió con el gobierno de Estados Unidos la firma
de un acuerdo específico para la aplicación de un programa orientado a
reactivar la economía y a crear empleos en el país, en el entendido que solo
así se va a poder enfrentar el flagelo de la violencia y mitigar el fenómeno
migratorio. Para ello, el nuevo gobierno hará su mayor esfuerzo y pondrá toda
su capacidad diplomática a fin de lograr la regularización migratoria de los
mexicanos que viven y trabajan en Estados Unidos insistiendo en la necesidad de
una reforma migratoria, como AMLO ya lo ha venido afirmando tanto en México
como en Estados Unidos
Con relación a América Latina y el Caribe, es probable que
México retome los tradicionales lazos de amistad y cooperación abandonados durante
los gobiernos de Fox, Calderón y Peña Nieto, e incluso se le dé un carácter
prioritario buscando establecer programas de largo plazo, desarrollando
políticas conjuntas ante problemas comunes como seguridad, combate de hechos
ilícitos y congruencia en el trato a los migrantes.
En la medida que México vaya resolviendo sus problemas internos
referidos a la violencia y el narcotráfico, podrá recobrar su presencia
tradicional en el mundo y en los entes multilaterales, recuperando su aporte a
la solución de los problemas globales en temas como pobreza, migración,
calentamiento global, discriminación, derechos humanos, combate a las
epidemias, seguridad colectiva, armamentismo y lucha por la paz. Por lo que se
sabe México está optando por un puesto no permanente en el Consejo de
Seguridad, en el periodo 2020-2021, para lo cual, seguramente tendrá el apoyo
unánime de América Latina y el Caribe.
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