En el Brasil de hoy debemos recuperar la esperanza
de que el legado final de la presente crisis será la configuración de otro tipo
de Estado, de política y de partidos, de justicia e incluso del destino mismo
del país.
Uno de los efectos perversos de nuestra crisis
nacional es, sin duda, la desesperanza que está contaminando a la mayoría de
las personas. Nace de la angustia de no ver ningún horizonte desde el cual
podamos atisbar una solución salvadora. Emerge la sociedad del cansancio y de
la pérdida de la alegría de vivir.
Son las consecuencias de la falta de sentido, de
que todo continuará con la misma lógica, hecha de corrupción, de falsificación
de noticias (fake news) y de la realidad, difamación generalizada, la
dominación de los poderosos sobre las masas abandonadas a su destino.
Esta desolación proviene también de la percepción
del futuro de nuestro mundo y de la humanidad, importa poco lo que pueda
suceder. Bien lo observó el Papa Francisco en su encíclica “Sobre el cuidado de
la Casa Común”: «las predicciones catastróficas no pueden subestimarse con
desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiadas
ruinas, desiertos, basura. Dado que el estilo de vida actual es insostenible,
sólo puede terminar en una catástrofe» (n. 161). Pero, ¿quién piensa en todo
esto a no ser los que se mantienen al día acerca del discurso ecológico
mundial?
Por lo tanto, además de las múltiples crisis que
nos oprimen y nos hacen sufrir, tenemos esta sombría amenaza de naturaleza
ecológica.
En este contexto, vuelven los pensamientos de molde
nihilista, como los del Nobel de biología Jacques Monod: «Es superfluo buscar
una sensación objetiva de la existencia, porque simplemente no existe. Los
dioses están muertos, el hombre está solo en este mundo» (El Azar y la
Necesidad, Vozes 1979, p. 108). O lo que el famoso C. Levy Strauss que
tanto amaba a Brasil dejó escrito en sus admirables Tristes Trópicos
(1955): «el mundo comenzó sin el ser humano y terminará sin él. Las
instituciones y costumbres que he pasado toda mi vida en inventariar y
comprender son una floración pasajera de una creación en relación a la cual no
tienen sentido, a no ser, tal vez, el que permite a la humanidad desempeñar su
papel» (n. 477).
¿Pero es que el ser humano no es lo inverso de un
reloj? Éste funciona por sí mismo y continúa según sus mecanismos internos,
pero el ser humano no es un reloj. Funciona correctamente cuando está en
armonía permanente con el Todo lo que lo envuelve por todos los lados y lo
sobrepasa. Por lo tanto, debemos dejar de lado todo antropocentrismo y asumir
una lectura más holística del sentido de la vida.
El pensamiento del físico británico Freeman Dyson
(*1923) es diferente: «Cuanto más examino el universo y los detalles de su
arquitectura, más evidencia encuentro de que el universo sabía que un día, en
el futuro, los seres humanos naceríamos» (Disturbing the Universe, 1979,
p. 250). Casi con las mismas palabras lo dice el gran cosmólogo contemporáneo,
Brian Swimme (The Universe Story, 1996, p. 84).
Las tradiciones espirituales y religiosas son un himno
al sentido de la vida y del mundo. Por esto, el gran estudioso de las utopías,
Ernst Bloch, en sus dos grandes volúmenes de El principio esperanza
observaba: «donde hay religión, siempre hay esperanza».
La cuestión del sentido es inaplazable. Cito aquí
al más crítico de los filósofos, Immanuel Kant: «Que el espíritu humano
abandone definitivamente las cuestiones metafísicas (del sentido del ser y de
la existencia) es tan poco probable como esperar que nosotros, para no respirar
aire contaminado, dejemos de respirar de una vez por todas» (Prolegomena zu
einer jede kunftigen Metaphysik, A 192, vol. 3, pp. 243).
Que el Cristo del Corcovado se haya escondido
detrás de las nubes no significa que ha dejado de existir. Él está allí encima
de la montaña, extendiendo sus brazos y bendiciendo a nuestra población
sufrida.
En el Brasil de hoy debemos recuperar la esperanza
de que el legado final de la presente crisis será la configuración de otro tipo
de Estado, de política y de partidos, de justicia e incluso del destino mismo
del país.
Termino con el profeta Jeremías, que vivió en el
tiempo de la esclavitud de Babilonia bajo el rey Ciro. Los habitantes de
Babilonia se burlaban de los judíos porque ya no cantaban sus canciones y,
desanimados, colgaban sus instrumentos sobre las ramas de los sicómoros. Le
preguntaron a Jeremías: «¿Tú tienes esperanza?», a lo que él respondió: «Tengo
la esperanza de que el rey Ciro, con todo su poder, no podrá impedir que nazca
el sol». Y yo añadiría: no podrá impedir el amor y los niños que de ahí nacerán
y renovarán la especie humana.
Alimentamos una esperanza similar de que aquellos
que han provocado esta crisis, que han roto la Constitución y no han seguido
los dictados de la justicia, no prevalecerán. Saldremos purificados, más
fuertes y con un mayor sentido del destino al que está llamado nuestro país,
para beneficio de todos, empezando por los más pobres, y para toda la
humanidad.
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