Santos se va, pero deja
tras sí una impronta de muerte que es muy difícil de borrar. Según la
Defensoría del Pueblo de Colombia, entre el 1° de enero de 2016 y el 3 de
agosto de 2018 han sido asesinados 333 líderes sociales y defensores de
derechos humanos en el país.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
En agosto de 2010,
cuando Álvaro Uribe dejaba la presidencia de Colombia, escribí un largo
artículo titulado “Adiós Uribe o un nuevo fracaso de la política imperial
contra Nuestra América”. Finalizaba así: “Colombia y su gobierno han asumido el
papel preponderante en esta armazón imperial que se propone retrotraer los
procesos soberanos que llevan adelante nuestros pueblos. A ello debemos oponer
la unidad y la integración del sur para construir un sólido bastión que impida
la embestida estadounidense y aísle los ánimos intervencionistas. Uribe se fue,
pero el imperio perseverará en su política. Contará siempre para ello con la
oligarquía colombiana, y sus representantes de turno porque sus intereses –a
través de la historia- siempre han coincidido con los de Estados Unidos. Este
nuevo y más reciente conflicto creado por el ex presidente Uribe ya cuando
fenecía su gobierno se inscribe en la permanente posición mantenida por Estados
Unidos contra nuestros pueblos…”
Hoy, ocho años después,
podríamos repetir casi textualmente lo apuntado en esa ocasión, pero ahora
referido a Juan Manuel Santos quien se marchó de la más alta magistratura del
país vecino de la misma manera que su antecesor: derrochando odio y atacando a
Venezuela. Es como si los presidentes colombianos necesitan dar examen de
“buena conducta” para que al perder la inmunidad de la presidencia, que les
permite hacer cualquier destrozo sin sufrir las secuelas, el imperio les
conceda “un rinconcito en sus altares” como dice Silvio Rodríguez.
Lo cierto es que más
allá del aborrecimiento y la animadversión que la oligarquía colombiana (de la
cual Santos y su familia son miembros conspicuos) ha sentido por Venezuela
desde hace 200 años, Juan Manuel ha dejado la presidencia despreciado y
rechazado por sus propios compatriotas, incluso en niveles más bajos que sus
cuatro antecesores. Según encuestas publicadas por BBC Mundo, el rechazo a
Santos en el momento de entregar su cargo ascendió a 61% de acuerdo a
Invamer/Semana, mientras que para Gallup es de 59%, aunque habría que decir que
esa cifra hace cuatro meses llegó a 73%. Su aprobación el martes 7 cuando
abandonó el poder fue de solo 35% después de haber llegado al gobierno con 83%,
lo cual es expresión clara del repudio que le profesan los colombianos. Vale
decir que hasta Andrés Pastrana, uno de los presidentes más grises de las últimas
décadas tuvo menor desaprobación con 54%.
Santos se va, pero deja
tras sí una impronta de muerte que es muy difícil de borrar. Según la
Defensoría del Pueblo de Colombia, entre el 1° de enero de 2016 y el 3 de
agosto de 2018 han sido asesinados 333 líderes sociales y defensores de
derechos humanos en el país. Por su parte, el Instituto de Estudios para el
Desarrollo y la Paz (Indepaz) y el programa no gubernamental Somos Defensores
registran más de 400 asesinatos en el mismo período. En lo que sí armonizan los
datos de estas entidades es que desde la firma del Acuerdo de Paz entre las
FARC y el Gobierno de Colombia en 2016, la cifra de asesinatos se ha elevado de
manera alarmante.
Solo en el mes de julio
del presente año, el último del mandato de Santos, se contabilizan 30 líderes
sociales asesinados, entre los que se destacan miembros de Juntas de Acción
Comunal, militantes de la oposición política, excombatientes de las FARC, reclamantes de tierras, activistas que
lideran programas de sustitución voluntaria de cultivos ilícitos, defensores de
derechos humanos, docentes del sector público, campesinos, indígenas y
afrodescendientes.
Santos se va,
seguramente a disfrutar de su premio Nobel de la paz, el mismo que Estados
Unidos le compró en Noruega como pago por haber invadido militarmente a Ecuador
cuando era ministro de defensa en 2008, por el asesinato de centenares de
colombianos y por haber incorporado su país a la OTAN, tres claras acciones a
favor de la paz según el desprestigiado comité que regala ese premio.
Santos se va, pero dejó
ya en el año 2015, 4.770 niños wayuu muertos por hambre y desnutrición en la
Alta Guajira según cifras entregadas en su momento por Javier Rojas Uriana,
representante legal de la Asociación de Autoridades Tradicionales Indígenas
Wayuu Shipia Wayuu. Solo en lo que va de este año 2018, han muerto 321 niños
por desnutrición según el defensor del pueblo Carlos Negret: “…no existe ningún
departamento de Colombia donde no existan niños que hayan muerto por
desnutrición.
Se va Santos, pero
queda el déficit que dejó en el sector educativo que asciende a 600 mil
millones de pesos (alrededor de 204 millones de dólares), cifra que según la
Federación Colombiana de Educadores (FECODE) podría duplicarse antes de
finalizar este año, todo lo cual ha significado que en este momento 1.446.295
niños se encuentren fuera del sistema educativo.
Se va Santos, pero
ahora va a tener que enfrentar algo, esta vez nefasto para él: la guerra contra
Uribe, tarde se dio cuenta, por lo que inició el contraataque moviendo sus
fichas dentro del Estado a fin de incriminar a su antecesor en alguna de las
decenas de acusaciones ante la justicia que tiene pendientes. Pensaba que de
esa manera, podría negociar una salida decorosa que significara la impunidad para
los dos.
Pero el expresidente
Uribe no cree en reconciliaciones, el mismo día del cambio de gobierno desplegó
un anuncio pagado en todos los medios de comunicación impresos, titulado “La
herencia de Santos”, en el que a continuación se enumeran decenas de hechos y
situaciones que desenmascaran el supuesto paraíso santista. OJO amigo lector,
esto no fue publicado por el gobierno de Venezuela, sino por el Centro
Democrático de Uribe, que algo debe saber de estos temas. En el mencionado
afiche se puede leer que Santos dejó un país:
1. Nadando en coca y con problemas de
drogadicción.
2. Sin desarrollo social.
3. Con su economía deteriorada y saturada
de impuestos.
4. Sin la revolución de la infraestructura
prometida.
5. Con la salud en cuidados intensivos.
6. Con mayor burocracia.
7. Con corrupción y derroche.
8. En manos del crimen organizado.
9. Con otra imagen.
Cada uno de estos
puntos está ampliamente desarrollados puntualizando con detalles lo que se
quiere demostrar, lo cual evidencia que los ataques de Santos a Venezuela son
solo una cortina de humo, en el intento de escabullirse de la justicia que
ahora lo perseguirá por los escándalos de Odebrecht y otras “cositas” se
estarán investigando.
No es de Venezuela, de
la que tiene que preocuparse Santos, finalmente el gobierno venezolano es
respetuoso de las decisiones que cada país tome, incluyendo si esto tiene que
ver con juzgar a un presidente por corrupto, serán las autoridades colombianas
y la justicia de ese país, la que resuelva qué hacer.
Por eso, ante los
hechos acecidos en Caracas el pasado 4 de agosto, Venezuela ha actuado en el
marco del derecho internacional y ha acudido al nuevo gobierno de Colombia para
que no cargue con las responsabilidades de Santos, solicitando la entrega de
los participantes en el hecho terrorista, que se encuentran viviendo en ese
país.
El comunicado oficial
del gobierno de Santos sobre este atentado terrorista es que ese día, él se
encontraba en el bautizo de su nieta Celeste. Alguien se encargó de recordar
como casualidad que Michael Corleone en la película “El Padrino II”, ordenó
asesinar a sus enemigos, mientras él estaba bautizando a su sobrino…claro,
estaba hablando de una película, en todo caso, le deseo a Celeste, salud y una
vida luminosa, la misma que su abuelo intentó negarle a los niños venezolanos
por 8 años.
Adiós Santos, como es
habitual con los de tu calaña, es probable que corras a refugiarte en Estados
Unidos, como todos los tránsfugas de este continente que buscan el abrigo
imperial tras realizar sus tropelías en el uso del poder. Lamentablemente para
ti, no podrás encontrarte con tu amigo Martinelli, ya Estados Unidos se lo
entregó a Panamá, como hacen a veces los amos, cuando los lacayos ya no le
sirven. Cuídate mucho allá en el norte, no vaya a ser que tengas una sorpresa
similar.
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