El
neoliberalismo como expresión de la fase corporativa del capital, no sólo es un
proceso de megamonopolización del poder económico y político, basado en la
doble explotación del trabajo humano y del trabajo de la naturaleza, también es
una gran fábrica de fantasías.
Víctor M. Toledo / LA JORNADA
Con ello logra
adormecer las conciencias de los ciudadanos, ocultando y justificando esa doble
explotación, independientemente de su pertenencia a una clase social, a una
ideología política, a una creencia religiosa o profana o a un proyecto de vida.
La mitología neoliberal, cuyos arietes ideológicos son las ideas de progreso,
desarrollo, crecimiento, etcétera, tiene como núcleo o motor esencial dos
falsas percepciones: la separación radical entre la humanidad y la naturaleza
y, consecuentemente, la idea de dominio humano sobre el mundo natural, al que
hay que conocer a fondo para explotarlo. Una sociedad es, entonces, más
civilizada en la medida en que logra alejarse de las fuerzas salvajes de la
naturaleza, y convertirse en un mundo artificial con aparatos, máquinas,
artefactos y materiales no-naturales (plásticos, metales, cristales). El
neoliberalismo, que además es patriarcal, no sólo considera a la naturaleza
como entidad a explotar, sino también a las mujeres (apasionadas, sentimentales
y salvajes), a los pueblos tradicionales o indígenas (los más naturales), y a
los diferentes sexuales (lo naturalmente incómodo). Y por supuesto, los pobres
siempre serán más primitivos, es decir, más salvajes, que los civilizados
personajes de las élites aristocráticas y burguesas.
Buena parte de
los gobiernos autodenominados de izquierda o progresistas (y no se diga los
socialdemócratas) terminaron claudicando y traicionando sus propias proclamas,
promesas e intenciones, porque más allá de sus declaraciones y discursos
continuaron manteniendo en lo profundo la visión civilizatoria neoliberal, es
decir, sus fantasías. Este ha sido el caso de varios países latinoamericanos
(Brasil, Argentina, Ecuador, etcétera) aderezado además por la corrupción. El
caso mexicano, con un nuevo gobierno progresista en ciernes, debe inscribirse
en este contexto. Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha dejado muy claro que
su gobierno será antes que todo antineoliberal. Esto lo ha proclamado durante
su campaña electoral y especialmente en su reciente libro (México, Rumbo al
2018). Como en el resto del mundo, lo que AMLO ha llamado la mafia del poder no
solamente está formada por políticos y empresarios, también la conforman los
que alimentan las fantasías: periodistas, científicos, técnicos, intelectuales,
academias.
Tomemos el
caso de los alimentos. Hoy en el mundo no existen más que dos maneras de
producir, circular, transformar y consumir alimentos. Uno es el sistema
alimentario agroindustrial, basado en el uso de energía fósil, dirigido a los
agronegocios, la exportación antes que a la soberanía alimentaria, la
especialización, el uso de agroquímicos, genómica y biotecnología transgénica,
que ignora los saberes agrícolas tradicionales y que gasta enormes cantidades
de energía en el transporte, el empaquetado y la preservación de los alimentos.
El otro sistema es el agroecológico, basado en la energía solar, el respeto a
los ciclos y procesos biológicos y ecológicos, que dialoga siempre con los
agricultores tradicionales, genera alimentos sanos y crea mercados orgánicos,
justos y de corta distancia. El primero constituye la modalidad neoliberal; el
segundo su antítesis y alternativa. El primero contribuye con hasta 30 por
ciento de los gases de efecto invernadero que calientan el planeta. El segundo,
por el contrario, enfría el planeta, es decir, atenúa el cambio climático. En
México el sistema agroindustrial, del cual es un destacado impulsor
internacional el futuro secretario de Agricultura de AMLO, ha sido adoptado,
multiplicado y expandido por los gobiernos neoliberales de las pasadas tres
décadas. En su versión más despiadada (el maíz transgénico), esta fantasía fue
respaldada por la Academia Mexicana de Ciencias, El Colegio Nacional, la UNAM,
la Sagarpa, la Semarnat y periodistas despistados o sin ética. Por su parte, el
modelo agroecológico que nació en el país hace unos 40 años ha sido adoptado ya
por cientos de comunidades, ejidos y cooperativas, y multiplicado por
universidades y tecnológicos, y fue una de las demandas que el movimiento
campesino Plan de Ayala Siglo XXI hizo a AMLO.
Como en el
caso de los alimentos hay muchas otras fantasías neoliberales que el nuevo
gobierno deberá identificar y enfrentar: la opción empresarial de energías
alternativas, la mercantilización de la biodiversidad mexicana (capital
natural), la robótica, la educación tecnocrática y eurocéntrica, la superioridad
de las ciudades sobre el campo, la marginación del arte y los artistas,
etcétera. ¿Logrará el nuevo gobierno remontar estas fantasías o repetirá la
fallida historia de los gobiernos progresistas de la América Latina?
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