La historia ambiental necesita apropiarse de todo el
legado cultural anterior y someterlo a crítica en la perspectiva que demanda el problema mayor de nuestro tiempo, que es el de
sobrevivir como especie al tipo de ambiente global que como especie hemos
creado, sobre todo a lo largo de los últimos dos siglos de nuestros cien mil
años de existencia y desarrollo.
Guillermo Castro
H. / Especial para Con
Nuestra América
Desde
Ciudad Panamá
La historia ambiental se ocupa de las relaciones
entre nuestra especie y su(s) entorno(s) a lo largo del tiempo, incluyendo en
ello, por supuesto, las consecuencias de esas relaciones para cada una de las
partes involucradas. El mérito mérito principal de esta definición, como
sabemos, corresponde a Elinor Melville. Desde ella, interesa resaltar aquí que
esas relaciones operan a partir de procesos de trabajo socialmente organizados
y que, por ello, el trabajo – en cuanto acción racional con arreglo a fines,
que demanda procesos de cooperación entre múltiples individuos – constituye el
factor fundamental que nos define como especie en nuestra relación con la
naturaleza de la que somos parte.
Somos, en efecto, la única especie que trabaja en el
sentido indicado, y el ambiente es uno de los productos de ese trabajo en lo
que hace a sus efectos sobre la naturaleza en la que habitamos, y de la cual
vivimos. Esta idea ha sido expresada de múltiples maneras a lo largo del
desarrollo de la civilización que hoy está en crisis. Vladimir Vernadsky y
Teilhard de Chardin, por ejemplo, la elaboraron en el plano teórico en la
década de 1920, al vincular entre sí los conceptos de biosfera y noosfera (que,
en el caso del jesuita Teilhard, fue ampliado incluso en dirección al de
Cristosfera como culminación del proceso de encuentro entre las criaturas y su
creador).
Así, el objeto de estudio de la historia ambiental
es un producto de nuestra especie, obtenido mediante el trabajo, entendido –
por ejemplo - como “un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que
éste realiza, regula y controla mediante su propia acción su intercambio de materias
con la naturaleza”, al decir de Carlos Marx en 1867, en el segmento que dedica
a esa forma peculiar de la actividad humana en el Tomo I de El Capital.[1] Ese proceso, añade Marx, “es la actividad racional
encaminada a la producción de valores de uso, la asimilación de las materias
naturales al servicio de las necesidades humanas, la condición general del
intercambio de materias entre la naturaleza y el hombre, la condición natural
eterna de la vida humana, y por tanto, independiente de las formas y
modalidades de esta vida y común a todas las formas sociales por igual.”[2] Para agregar enseguida que lo que distingue “a las
épocas económicas unas de otras no es lo que se hace, sino el cómo se hace”.[3]
Vista así, la historia ambiental es la historia,
precisamente en cuanto es la historia natural de nuestra especie. Como tal,
necesita apropiarse de todo el legado cultural anterior y someterlo a crítica
en la perspectiva que demanda el problema
mayor de nuestro tiempo, que es el de sobrevivir como especie al tipo de
ambiente global que como especie hemos creado – sobre todo a lo largo de los
últimos dos siglos de nuestros cien mil años de existencia y desarrollo.
Y esto no sólo un sentido físico, sino y sobre todo enfrentando la
generalización de las formas más bárbaras de organización de nuestra
convivencia, que retornan a la vida diaria de millones de seres humanos en
todos los rincones de una biosfera a la que hemos llevado al límite de sus
capacidades para sostenerse, y sostenernos.
Allí está, en lo más abstracto, una de las claves
del problema del problema más concreto a cuya solución debe contribuir la
historia ambiental: el de caracterizar, en su origen como en sus consecuencias,
los fines a los que responde la racionalidad de nuestras acciones de
relacionamiento con el entorno que nos sostiene, que ha venido a ser (¿no lo
fue siempre?) el planeta entero. Y si esto nos lleva una vez más a entender que
si el ambiente es el producto de la intervención de nuestras sociedades en su
entorno natural, la necesidad de un crear un ambiente distinto nos llevará una
y otra vez a la de establecer una sociedad diferente, bienvenido sea. Aquí,
como nunca antes, la crítica ha de ser el ejercicio del criterio, si es que
aspira a ser fecunda.
Panamá, 13 de
noviembre de 2012
NOTAS
[1] Y agrega: “En este proceso, el hombre se enfrenta
como un poder natural con la materia prima de la naturaleza. Pone en acción las
fuerzas naturales que forman su corporeidad, los brazos y las piernas, la
cabeza y la mano, para de ese modo asimilarse, bajo una forma útil para su
propia vida, las materias que la naturaleza le brinda. Y a la par que de ese
modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su
propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él y sometiendo
el juego de sus fuerzas a su propia disciplina.”
Todas las citas corresponden a Marx, Carlos: El
Capital. Crítica de la economía política. Traducción de Wenceslao Roces.
Fondo de Cultura Económica, México, 2010. Tres tomos. Sección Tercera. La
producción de la plusvalía absoluta. Capítulo V. Proceso de trabajo y proceso
de valorización. Tomo I (1867). P. 130.
[2] Ibid., 136. En esta
perspectiva, dice, “Los animales y las plantas que solemos considerar como
productos naturales, no son solamente productos del año anterior, supongamos,
sino que son, bajo su forma actual, el fruto de un proceso de transformación
desarrollado a lo largo de las generaciones, controlado por le hombre y
encauzado por el trabajo humano.”
[3] Ibid., 132. Y añade: “Los
instrumentos de trabajo no son solamente el barómetro indicador del desarrollo
de la fuerza de trabajo del hombre, sino también el exponente de las
condiciones sociales en que se trabaja.”
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