Cada centavo de esos casi cinco mil millones de dólares que "los que se van" envían anualmente a Guatemala y que se convierten en el motor de nuestra economía y en impulso del mercado interno, es producto de la sangre, el sudor y las lágrimas de la migración.
Oscar
Clemente Marroquín / Columna editorial del diario La Hora (23/11/12)
Los migrantes guatemaltectos y centroamericanos en el "tren de la muerte": buscan su "sueño americano" |
Hoy
publicamos un reportaje (Aportes
de migrantes superan a las exportaciones y la inversión) sobre el tema de
la migración y la dramática realidad nacional que expulsa a nuestros
compatriotas que corren enormes riesgos para llegar a los Estados Unidos en
busca de trabajo y que son el motor de nuestra economía. Cifras impresionantes
demuestran que las remesas que envían los guatemaltecos que viven en el
exterior pasarán este año de los cuatro mil setecientos millones de dólares,
cifra que es mucho mayor que el aporte de la exportación del café, la del
azúcar y la de la inversión extranjera directa.
En otras palabras, nuestra economía que históricamente fue dependiente
del café, ahora depende cuatro veces más de las remesas que de nuestro
principal producto agrícola de exportación y se mueve al ritmo del trabajo de
nuestros compatriotas en el extranjero. Ese dinero, sin embargo, es producto de
sangre, sudor y lágrimas porque eso significa la vida del guatemalteco que
tiene que emigrar en busca de trabajo, de las oportunidades que nuestro país le
niega.
El guatemalteco que emigra tiene una característica muy especial que
marca mucho el tono de la migración actual. A diferencia de lo que pasa y
pasaba con emigrantes europeos, por ejemplo, que llegan a Estados Unidos
decididos a quedarse y desde el primer día se insertan en la comunidad porque
queman sus naves y no tienen previsto regresar, el guatemalteco siempre tiene
el sueño y el deseo de volver a su patria. El objetivo de la migración no es
quedarse, aunque muchos se terminen quedando al final de cuentas, sino que se
ve como una etapa en la vida en la que se aprovechará la oportunidad de entrar
a la fuerza laboral norteamericana para ganar “un dinerito” que permita mandar
mensualmente algo a los familiares que quedaron en la patria y ahorrar, si se
puede, para preparar el regreso.
Las remesas son tan importantes porque nuestros compatriotas no rompen
el cordón que les une con su tierra, con su gente y con sus familias. Eso les
impide, también, insertarse plenamente en la sociedad norteamericana,
aprendiendo el idioma y asimilando costumbres y tradiciones, porque ellos se
consideran aves de paso, que al juntar lo suficiente quieren volver al terruño
para invertir su ahorro en alguna actividad productiva.
Por eso todo el tiempo es de trabajo, no queda mucho para el
aprendizaje de idiomas o culturas, menos para compartir las distracciones y
entretenimientos de los norteamericanos que difieren tanto de los nuestros. Por
eso es que cada centavo de esos casi cinco mil millones de dólares que envían
anualmente a Guatemala y que se convierten en el motor de nuestra economía y en
impulso del mercado interno, es producto de la sangre, el sudor y las lágrimas
de la migración. Sangre derramada a torrentes durante el viaje hacia el “sueño
americano” que necesariamente pasa no sólo por México sino también por los
desiertos de Arizona donde son cazados con fervor racista. Sudor producto de un
trabajo que sorprendería a aquellos señoritos que todavía piensan que nuestros
pobres son pobres por huevones, porque no les gusta trabajar. Y lágrimas por la
separación de los seres queridos, por esa añoranza de la tierra que no se
desvanece como pasa con los migrantes que
provienen de otras culturas y que al poner pie en Estados Unidos se
convierten, de hecho aunque no de derecho, en miembros de la comunidad,
aprendiendo su lengua y conviviendo de manera plena en lo cultural, religioso y
hasta deportivo.
Nuestro empresariado depende del vigor del mercado interno para
prosperar y ya se dio cuenta que no hace falta invertir en pagar mejores
salarios y propiciar mejores condiciones de vida al trabajador porque sus
ventas prosperan porque así se gasta el dinero de las remesas. Para qué
invertir más, para qué pagar mejor si la sangre, el sudor y las lágrimas del
migrante producen para la bonanza.
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