China es país de cultura milenaria, que sustenta su acción
política a partir de una creación propia sin copiar el modelo occidental -ni
siquiera el de socialismo-, construyendo uno que tiene base original sin
contradecir sus seculares principios filosóficos.
Sergio Rodríguez
Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela.
El Congreso eligió un nuevo comité central del Partido Comunista. |
La civilización china es muy antigua, tiene más de cinco mil años.
A través de la historia ha hecho grandes aportes científicos y tecnológicos a
la humanidad. El papel, los fósforos, el arado de hierro, la brújula, el uso
del gas natural como combustible, la pólvora y la rueda de hilar se cuentan
entre los inventos que los pueblos de China han hecho en favor de la economía y
el desarrollo.
Los progresos de su economía y su cultura alcanzaron niveles
avanzados mucho antes que las culturas occidentales. A diferencia de estas, que
sustentan el éxito en la competencia y el individualismo, la cosmovisión china
se basa en la integración de los opuestos, en el papel de que la existencia
humana no supera en relevancia la de otros seres vivientes y de que lo
espiritual tiene tanto valor como lo material.
Los estudios realizados por el gran filósofo Lao Tse sobre el
cuerpo humano en el siglo VI a.C sentaron las bases para una medicina que hasta
hoy es más eficaz y barata que la occidental porque se asienta en la prevención
de los males para tratar de evitarlos.
Así mismo, Confucio, el otro gran filósofo chino de la antigüedad,
estableció una dimensión social y política de la gestión de gobierno que ha
trascendido los siglos y le ha dado a ese país las bases ideológicas para la
unidad bajo un gobierno fuerte y centralizado. Sin embargo, eso ha permitido
establecer una sociedad ordenada y jerarquizada que tiene como centro al
colectivo por encima del individuo. Es imposible analizar la actual sociedad
china al margen de estos dos filósofos que antecedieron 25 siglos a Marx y 26 a
Mao Tse Tung, padre de la China actual.
Ya en el siglo III a.C el primer emperador Shi Huangdi logró la
unificación de lo que hoy es el territorio chino. En el transcurrir de las
centurias, las distintas dinastías que ostentaron el poder mantuvieron la
unidad de las diferentes regiones del país, resistieron las invasiones de
naciones extranjeras y procedieron a homogenizar la escritura, la moneda, y los
parámetros de la educación.
Eso le dio la fortaleza para constituirse en una poderosa nación
hasta que a mediados del siglo XIX, durante la desprestigiada dinastía Quing,
las guerras del opio lograron debilitar al Estado, iniciándose el declive de
China y su subordinación a la lógica del poder colonial de las potencias
occidentales. Gran Bretaña y Francia lograron lo que ninguna civilización
occidental pudo conseguir en el pasado mediante la introducción del
estupefaciente como principal mercancía del comercio y la guerra como
instrumento de dominación. Así, introdujeron a la gran nación china en una
lógica que sirvió a los intereses coloniales occidentales. Incluso en 1898
ingleses, rusos, alemanes, franceses, japoneses y estadounidenses invadieron el
territorio chino, se lo repartieron en zonas de influencia y exigieron pagos de
compensaciones y concesiones de tierras. La dignidad de la nación china una vez
más había sido mancillada.
En 1912, bajo el liderazgo de Sun Yat Sen la monarquía fue
derrocada y se proclamó la república. El movimiento nacionalista Kuomintang
capitalizó el espíritu anti japonés del pueblo chino y su demanda de una nueva
constitución. Sin embargo, la influencia de Japón en el país era relevante,
sobre todo después de la primera guerra mundial. En ese marco, algunos
estudiantes universitarios pertenecientes a la Juventud Socialista e inspirados
en las ideas de Carlos Marx y la revolución rusa, fundaron en 1921 el Partido
Comunista de China (PCCh). Ese partido está celebrando su XVIII Congreso en los
días que transcurren.
Han pasado muchos años desde ese lejano 1921 hasta nuestros días.
Las transformaciones del país han sido sustanciales. De los 300 militantes que
formaban parte de la organización en 1923 a los aproximados 80 millones que
tiene hoy, dan cuenta de ese un salto gigantesco. En sus primeros años el PCCh,
debió buscar las alianzas necesarias para luchar contra la influencia japonesa
que se transformó en ocupación en 1931, así mismo debió luchar contra la
represión del gobierno del Kuomintang que a la muerte de Sun Yat Sen había
nombrado como líder a Chang Kai Shek y que se negó a incorporar a los
comunistas al gobierno después de la segunda guerra mundial cuando Japón fue
derrotado y expulsado del país.
Desde 1934 el PCCh promovió la toma de tierras, en un movimiento
que se ha denominado como la “Larga Marcha”. Su Secretario general, Mao Tse
Tung que había sido elegido en 1935 ganó un gran liderazgo que comenzó a
generar expectativas sobre todo en los sectores campesinos de uno de los países
más pobres y atrasados del mundo para la época. Para 1948 los comunistas habían
logrado incorporar a 500 millones de campesinos para luchar por la reforma
agraria, principal bandera de su combate.
El 1° de octubre de 1949 los comunistas tomaron el poder y
proclamaron la República Popular China. Desde entonces el Partido Comunista de
China ha sido la fuerza dirigente de la sociedad y el Estado chino. El pasado
jueves 8, este partido inició su XVIII Congreso que culminará el próximo 15 de
noviembre.
En el informe al Congreso presentado por el Secretario General Hu
Jintao se reivindica la política de reforma y apertura iniciada en 1978 que ha
permitido el desarrollo y transformación del país. Hu dijo que el PCCh ha hecho
grandes aportes a la teoría marxista-leninista, a partir de las contribuciones
hechas a la misma por Mao Tse Tung y el socialismo de carácter chino que recoge
la continuidad de los elementos entregados al desarrollo de la sociedad por los
distintos líderes chinos en estos últimos 35 años. Hu ha persistido en una idea
de futuro que apunta al socialismo y ha asegurado que las características del
mismo en las condiciones actuales de la economía mundial es lo que los ha
obligado a descubrir particulares modalidades para su ejecución.
Por otra parte el Presidente chino ha reivindicado también la
concepción científica del desarrollo y la justicia social como paradigmas a seguir
en el quehacer de la política interna. En ese devenir, ha hecho un énfasis
novedoso en su análisis al incorporar la necesidad de una superlativa
preocupación por el medio ambiente como uno de los ejes centrales de la
política del PCCh y el gobierno para el próximo período.
Así mismo, se ha planteado el objetivo de duplicar la renta per
cápita de los chinos en 2020 respecto de 2010. Sin embargo, no se refirió al
tema solo en términos cuantitativos, expuso que debe haber una distribución más
colectiva y equitativa del ingreso, sobre todo para superar las grandes
diferencias que aún persisten entre la ciudad y el campo. Recalcó que debe
haber igualdad de oportunidades, no solo de ingresos.
Finalmente, el Secretario General del PCCh exteriorizó con
especial vehemencia su preocupación por los males que aquejan a la sociedad
china: la corrupción y la ineficiencia administrativa. Invocó los valores que
dan fortaleza a los comunistas: la virtud y la honestidad como pilares en los
que se debe sustentar la gestión. Así mismo, habló de la necesidad de la
reforma interna para mejorar la capacidad del gobierno, de manera que el PCCh
siga teniendo legitimidad ante el pueblo y pueda continuar manteniendo su
hegemonía en la sociedad.
El informe de Hu y los debates posteriores han mostrado que la
política china mantiene inalterable su rumbo, más allá de los vaivenes y las
contradicciones en las que los especialistas extranjeros han puesto su mira.
Los puntos de vista de los analistas occidentales siguen queriendo ver a China
desde la perspectiva de una realidad que no tiene, y estudiarla a partir de
cánones de conducta provenientes del otro lado del planeta; niegan así que
estamos hablando de un país de cultura milenaria, que sustenta su acción
política a partir de una creación propia sin copiar el modelo occidental -ni
siquiera el de socialismo-, construyendo uno que tiene base original sin
contradecir sus seculares principios filosóficos.
Lo cierto es que el país con la población más numerosa del planeta
sigue teniendo en el PCCh su “…destacamento de vanguardia de la clase obrera y,
a la vez, del pueblo y la nación en este país, y núcleo dirigente de la causa
del socialismo con peculiaridades chinas…” como lo enuncian sus estatutos. Ese
país, dirigido por los comunistas chinos que hoy celebran su XVIII Congreso
será en 2016 la primera potencia económica mundial, cuando hace apenas un poco
más de 60 años era un apéndice maltratado del escenario internacional.
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