El capitalismo nos lleva a la ruina, a
la posible extinción como especie, es decir, al suicidio. No se trata ya,
solamente, de buscar nuevas formas de ordenamiento social más equitativas,
dadas las abismales diferencias de clase existentes. Se trata de la
supervivencia misma del ser humano.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
El huracán Sandy, a su paso por la costa este de EE.UU. |
En la semana que termina, el huracán
Sandy ha hecho estragos en el Caribe y los Estados Unidos. Hasta ahora, el
balance es de más de 100 muertos, miles de heridos y damnificados y miles de
millones en pérdidas materiales. Es, verdaderamente, una súper tormenta.
Las imágenes fotográficas diseminadas a
través de las redes sociales del huracán aproximándose a Nueva York y, luego,
inundándola, remiten a películas catastrofistas de ciencia ficción.
No se trata, sin embargo, ni de ciencia
ficción ni de imágenes apocalípticas salidas de mentes enfebrecidas. La
tendencia de los últimos diez años no es halagüeña con vistas al futuro. Cada
vez son más los huracanes que se forman en la segunda mitad del año en la
Cuenca el Caribe, cada vez son más poderosos y, por ende, destructivos.
Es la forma como se manifiesta, en esta
parte del mundo, los efectos del cambio climático cuya manifestación más
evidente es el calentamiento global. En otros sitios aumenta también el número
y la fuerza de los monzones, las lluvias torrenciales que inundan y devastan
campos de cultivo, las olas de calor insoportable.
Hay quienes tratan de demostrar que
estas transformaciones en el clima se deben a oscilaciones naturales. Ha habido
épocas más frías como las ha habido más calientes. Estaríamos entrando, por lo
tanto, a una etapa de más calor frente a la cual no podemos hacer nada más que
tratar de mitigar sus efectos.
La abrumadora mayoría de los estudiosos
de las transformaciones del clima, sin embargo, han llegado prácticamente al
consenso de que el calentamiento global es producto, en muy buena medida, de la
acción humana. En primer lugar, por las emanaciones de carbono, pero también
por la devastación a la que hemos sometido a nuestros bosques.
No se trata de algo que hemos empezado a
hacer recientemente, pero no cabe duda que ha sido desde los años de la
Revolución Industrial cuando hemos empezado a generar las condiciones que
agudizan el problema. Más tarde, hacia mediados del siglo XX, un determinado estilo de vida lo profundizó: al humo de
las fábricas se adicionó el de los automóviles, el de los sistemas de
enfriamiento y calefacción, y los bosques fueron devastados a un ritmo
incomparablemente más rápido que antes por la necesidad de penetrar en las
entrañas de la tierra en busca de materias primas, para dejar paso al pastoreo
y los cultivos extensivos y el aprovechamiento de la madera.
Lo que se abre paso lanzando mandobles a
diestra y siniestra es la sociedad de
consumo, que no es más que la expresión contemporánea del sistema
capitalista, forma actual de existencia de la civilización occidental. Ésta, en su expresión de sociedad de
consumo, es insaciable. No hay resquicio del mundo que quede fuera de su
necesidad de transformar todo en mercancía y, para ello, necesita devorar el
medio mismo en el que se sustenta.
Es por eso que estamos en un momento
histórico de crisis civilizatoria:
porque nuestro estilo de vida está serruchando la rama sobre la que estamos
sentados.
El capitalismo nos lleva a la ruina, a
la posible extinción como especie, es decir, al suicidio. No se trata ya,
solamente, de buscar nuevas formas de ordenamiento social más equitativas,
dadas las abismales diferencias de clase existentes. Se trata de la
supervivencia misma del ser humano.
Ni las grandes corporaciones que dominan
el planeta, ni los políticos obnubilados por la búsqueda incesante del poder
son los llamados a promover los cambios que necesitamos. Se seguirán haciendo
cumbres rimbombantes en las que no se avanzará más que pasitos pequeños que no
nos permitirán saltar el abismo.
Son los pueblos, los movimientos
sociales, la sociedad civil la que debe movilizarse urgente y contundentemente
para que las cosas empiecen a cambiar. Antes que sea demasiado tarde.
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