La clave de la paz es la
tierra para los campesinos. La guerra de clases que comenzó hacia finales de la
década de 1940 giró en torno de la tierra: terratenientes que se la arrebataban
a campesinos que se armaron para defenderla. Lo que comenzó como una lucha por
la sobrevivencia, para lo que crearon las autodefensas campesinas, se alargó en
una guerra de cuatro décadas que se consuma en una verdadera contrarreforma
agraria narco-terrateniente.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
El clima social ha
cambiado. Lo que antes se decía a media voz, ahora se pronuncia abiertamente en
calles, plazas y mercados. Los miedos históricos, que crecieron
exponencialmente durante los ocho años del gobierno de Álvaro Uribe, van
cediendo lentamente, aunque están lejos de haber desaparecido. En las ciudades
se vive una situación bien diferente que en las áreas rurales, donde se hace
sentir el poder armado de narcos y terratenientes.
El proceso de paz es
sentido como algo irreversible por buena parte de la población. La esperanza es
un signo de este tiempo en el que casi 80 por ciento apoya las negociaciones
entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el gobierno
encabezado por el presidente Juan Manuel Santos. Existen luces esperanzadoras y
sombras que pueden abortar una vez más el camino de la paz. En todo caso, el
escenario actual es bien diferente del que conocimos décadas atrás.
La primera diferencia es
que la guerrilla llega muy golpeada a las negociaciones. Las últimas
conversaciones, iniciadas en 1999, fueron consecuencia de los duros golpes
tácticos infligidos por las FARC a las fuerzas armadas, que aprovecharon la
distensión para recomponerse y dotarse de capacidad aérea y nuevas tecnologías
aportadas por el Plan Colombia. Los militares colombianos, como buena parte de
la clase dominante, siguen aspirando a aniquilar a la insurgencia, un viejo
sueño que ahora se sienten en condiciones de hacer realidad.
En el país se especula
con que uno de los objetivos del mando militar es provocar una división en la
guerrilla entre quienes se sumarían a la desmovilización y un sector que podría
continuar el conflicto. También es posible que descarguen un potente ataque
para dar muerte a varios comandantes en medio de las negociaciones, como forma
de presionar por concesiones.
La segunda cuestión que
diferencia estas negociaciones de las anteriores es que los llamados cacaos,
la élite del poder económico, acuerdan con Santos en la necesidad de llegar
a un fin negociado con la guerrilla. Este sector, integrado por una burguesía
urbana vinculada a las finanzas y la industria, apuesta a los negocios
internacionales y a la modernización como forma de consolidar poder y
ganancias. La imagen de un país en conflicto no suele seducir a los
capitalistas.
Sin embargo, la arcaica
clase terrateniente ganadera, cuyos intereses aparecen entrelazados con el
narcotráfico y los paramilitares, no parece feliz con las negociaciones. La
reciente masacre de 10 campesinos en un municipio del norte de Antioquia puede
ser el comienzo de una escalada impulsada por este sector, que perdería poder
con el fin del conflicto.
La clave de la paz es la
tierra para los campesinos. La guerra de clases que comenzó hacia finales de la
década de 1940 giró en torno de la tierra: terratenientes que se la arrebataban
a campesinos que se armaron para defenderla. Lo que comenzó como una lucha por
la sobrevivencia, para lo que crearon las autodefensas campesinas, se alargó en
una guerra de cuatro décadas que se consuma en una verdadera contrarreforma
agraria narco-terrateniente. Álvaro Uribe encarna a este sector.
La tercera diferencia es
la realidad internacional y regional. El triunfo de Barack Obama beneficia los
planes de paz de Santos y perjudica el obstruccionismo de Uribe. De todos modos,
la Casa Blanca no tiene una política definida hacia América Latina, salvo la
persistencia de la presión militar a través del Comando Sur. Pero los cambios
que se siguen produciendo en la región empujan hacia el fin de la guerra
colombiana.
La consolidación del
proceso bolivariano luego del triunfo de Hugo Chávez implica que durante un
largo periodo la diplomacia colombiana deberá elegir entre el conflicto o la
cooperación con su vecino. Es claro que Santos optó por lo segundo. En Ecuador,
luego de cuatro años Brasil vuelve a tener un peso decisivo. Estos días el
BNDES firma el primero de una serie de préstamos para grandes obras de
infraestructura que fue ganado por Odebrecht, la misma empresa que había sido
expulsada en 2008.
El gobierno de Rafael
Correa se había acercado a China en busca de préstamos para obras, pero los
intereses son más altos y el país asiático exige petróleo como garantía de los
préstamos. El gobierno ecuatoriano ofreció a empresas brasileñas que cuentan
con créditos del BNDES un paquete de obras por 2 mil 500 millones de dólares (Valor,
12 de noviembre). El reposicionamiento de Brasil en Ecuador representa otra
inflexión a favor de la integración regional, de la Unasur y del Consejo
Suramericano de Defensa.
El cuarto aspecto es la
difícil situación que atraviesan los movimientos sociales. Son ellos lo que
podrían pesar en la mesa de negociaciones en temas decisivos como la tierra,
mesa de trabajo que comenzó este 15 de noviembre en La Habana. Sin embargo,
luego de algunos avances viven una situación de estancamiento y retroceso,
sobre todo en las ciudades, donde la hegemonía cultural y política de las
derechas es abrumadora.
El 12 de octubre los tres
principales agrupamientos, la Marcha Patriótica, el Congreso de los Pueblos y
la Coalición de Movimientos y Organizaciones Sociales de Colombia, convocaron
una jornada de lucha recogiendo las principales demandas de la sociedad. La
respuesta fue escasa y se movilizaron básicamente los universitarios. Una
cultura política de corte patriarcal, jerárquica y masculina, anclada en las
disputas por espacios de poder, sigue dominando dentro de los movimientos y
bloquea la apertura hacia las diferencias.
Se abren tiempos nuevos
en Colombia. El fin del conflicto es una posibilidad entre otras. Todos los
actores tienen un “plan B” ante la eventualidad de un recrudecimiento de la
confrontación armada. Todos menos los pueblos indígenas, los afrodescendientes
y los sectores populares urbanos y rurales. Como les viene sucediendo a los
nasa del Cauca, ellos sólo ganan con la paz, al contrario que las
multinacionales mineras y los combatientes armados.
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