Empujados hacia el
abismo neoliberal por el dogmatismo ideológico y económico, los pueblos del sur
de Europa empiezan a comprender la magnitud real de sus problemas, las causas
profundas de la crisis y la estafa de la que están siendo víctimas al trasladar
a la sociedad el costo de las pérdidas de los bancos y los operadores
financieros.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
El Che en Marsella, junto a los trabajadores. |
La huelga general del
pasado 14 de noviembre -14N- en Portugal, Italia, Grecia y España, ese conjunto
de países al que la gran prensa financiera internacional y la intelectualidad
neoliberal llaman despectivamente PIGS (por sus nombres en inglés), concitó la
atención del mundo entero en torno a las graves problemáticas sociales,
económicas y humanas que están socavando los pilares de la civilizada Europa.
El desempleo que
alcanza índices inimaginables, las familias hurgando en la basura en busca de
comida, los deshaucios de familias que no pueden pagar el alquiler de sus
modestas viviendas, el recorte en los presupuestos de educación y salud, o la guillotina aplicada a los planes de
pensiones de los trabajadores y los programas de bienestar social, son algunos
de los elementos que configuran la imagen de una Europa asolada por la crisis
capitalista y que, en la jornada del 14N, salió a las calles a expresar su
hartazgo. Ese sufrimiento social movilizó a organizaciones de 23 países que se
sumaron a la Jornada Europea de Acción y Solidaridad: la primera huelga
internacional del siglo XXI.
Nacho Álvarez, profesor
español de economía aplicada, explicaba en
su columna del diario digital Público.es que las políticas de
ajuste neoliberal “implementadas bajo la presión de Bruselas y en nombre de la
recuperación económica, no han hecho más que profundizar la crisis, empobrecer
a millones de ciudadanos en toda Europa e incrementar las desigualdades
sociales”. Tratándose de una agresión de alcance continental “contra los derechos
laborales, sociales y democráticos”, la respuesta también tiene que ser igual,
sostiene Álvarez.
Y eso es precisamente
lo que está ocurriendo en el viejo continente. Empujados hacia el abismo
neoliberal por el dogmatismo ideológico y económico, los pueblos del sur de
Europa empiezan a comprender la magnitud real de sus problemas, las causas
profundas de la crisis y la estafa de la que están siendo víctimas al trasladar
a la sociedad el costo de las pérdidas de los bancos y los operadores financieros.
“Títeres de la delincuencia
financiera, [de] quienes les pagan las elecciones”: así ha calificado el
analista Francisco González Tejera a los gobiernos europeos, a sus pragmáticos
líderes, que se comportan exactamente igual que los políticos latinoamericanos
cómplices del saqueo neoliberal de lo década de 1990.
Con todo, el malestar
europeo todavía no logra trascender, de un modo contundente y radical, los
límites del sistema político y de un orden de cosas que, a todas luces,
responde únicamente a los intereses de los más poderosos. Quizás los
movimientos que, en la esfera político-electoral, lideran Jean Luc Mélenchon,
del Frente de Izquierda de Francia, y de Alexis Tsipras, de la coalición Syriza
en Grecia, sean el germen de las fuerzas alternativas que podrían impulsar una
transformación en seno europeo: el paso del neoliberalismo hoy dominante, al
amplio horizonte de caminos y opciones posneoliberales. En ese sentido, lo que
podría ocurrir en los próximos meses y años se presenta todavía como una
incógnita sin certezas para el pronóstico.
Por lo pronto, Europa
puede encontrar en América Latina referentes sobre esos otros caminos posibles,
los de las políticas y proyectos posneoliberales, que todavía no se atreve a
recorrer: mientras el ajuste neoliberal de la tiranía financiera desguaza al
Estado de Bienestar en Europa, las políticas económicas y de redistribución de
la riqueza desplegadas en nuestra región hicieron que, en siete años, de 2003 a
2009, la clase media creciera un 50% (pasó de 103 a 152 millones de personas);
en tanto que las proyecciones de desempleo
urbano en nuestra América reafirmaron su tendencia a la baja: en 2010
fue de 7,3% y se estima que finalice este año en una tasa del 6,4%. No se trata
de especulaciones ni discursos de presidentes “populistas”, como rezan las
campañas del poder mediático, sino los resultados de sendos informes del Banco
Mundial y de la
CEPAL y la OIT.
Es verdad que las
políticas sociales y las reformas impulsadas por los gobiernos progresistas y
nacional-populares no forman parte de un programa anticapitalista, y quizás ni
siquiera apuntan a subvertir, en su totalidad, la lógica dominante heredada de
los últimos 30 años. Pero lo que no admite discusión es el hecho comprobado de
que han garantizado mejores y más dignas condiciones de vida, de bienestar y
protección para amplios sectores de la población en nuestra América: todo un
triunfo en las actuales condiciones de crisis global y la mejor evidencia de
que sí es posible desafiar el hegemonismo del pensamiento neoliberal; que el fin de la historia fue un buen relato
para engrosar las lista de los best
seller; y por encima de todo, para
comprender que la sociedad del futuro se tiene que empezar a construir desde
ahora.
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