La potencia del modelo de despojo y guerra nos fuerza a establecer
puentes entre los afectados del campo y de la ciudad, entre los que resisten la
minería en lugares apartados, los que ponen el cuerpo al glifosato y el
agronegocio, y los que vivimos en ciudades cada vez más caras, enrejadas y
represivas.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
Un hondo malestar asciende
desde las entrañas de la ciudad. Pegajoso como este otoño cálido y húmedo. Irritante
como las obras que están enrejando parques y destruyendo el paisaje de la
convivencia. Un descontento generalizado que se escala en reproches, insultos y
hasta se desborda en violencia contaminando la vida toda. Buenos Aires, ciudad
atravesada por todas las contradicciones que genera el extractivismo urbano.
Enrique Viale, abogado
ambientalista, miembro del Colectivo por la Igualdad, tiene el mérito de haber
forjado este concepto en un reciente artículo en el que a dos semanas de las
trágicas inundaciones reflexiona: “El extractivismo ha llegado a las grandes
ciudades. Pero no son los terratenientes soyeros ni las megamineras, sino la
especulación inmobiliaria la que aquí expulsa y provoca desplazamientos de
población, aglutina riqueza y territorio”. Concluye que el modelo provoca
“degradación institucional y social”.
Tiene mucho sentido
hablar de extractivismo urbano en una ciudad como Buenos Aires, algo que vale
para todas las grandes ciudades de nuestro continente. Tal vez del mundo. La
particularidad del caso es que va de la mano, como a todo lo ancho y largo del
modelo extractivo, de resistencia popular y represión. Vale la pena destacar un
par de episodios.
El jueves 25 se
realizaron 22 cortes simultáneos, sobre las seis de la tarde, impulsados por
otras tantas asambleas urbanas agrupadas bajo una sigla: Asamblea en Defensa de
lo Público. En la convocatoria se lee: “ Shoppings en lugar de espacios
verdes, megatorres en lugar de urbanización, fiestas privadas en lugar
de arte y cultura popular, complejos de oficinas en lugar de hospitales”. Diez
días antes hubo una convocatoria similar contra “una ciudad excluyente,
expulsiva, privatista y mercantilizada”.
No hace falta más que
caminar por la ciudad para comprobarlo. Los parques y plazas, sin excepción,
han sido o están siendo enrejados. Un sistema de transporte denominado Metrobús
está siendo erigido en la avenida 9 de Julio, destruyendo áreas verdes. Y así.
No resulta extraño que un puñado de asambleas sobrevivientes del levantamiento
de diciembre de 2001 se estén rearticulando y que se vayan creando nuevos
agrupamientos.
El viernes 26, el
desastre. La Policía Metropolitana dirigida por el gobierno de la ciudad, a
cargo de Mauricio Macri, ingresó al Hospital Borda (de salud mental) y atacó
con extrema violencia a médicos, enfermeros, pacientes y periodistas, con un
saldo de más de 30 heridos. La intervención policial fue para proteger el
derribo de parte de las instalaciones del hospital para poder construir un
centro cívico, que es denunciado como parte de la especulación inmobiliaria que
alienta el gobierno de la ciudad.
Es la misma lógica que
lleva a las autoridades a amenazar con el desalojo de las villas miseria donde
se alojan cientos de miles de pobres urbanos, muchos de ellos paraguayos, peruanos,
bolivianos y argentinos de las provincias del norte. La acumulación por
desposesión, sabemos, provoca concentración de riqueza y marginalización de las
mayorías; expropia el espacio público; destruye la ciudad; y eso sólo puede
hacerse con represión.
El modelo extractivo
desarticula incluso la justicia del sistema. La policía ingresó al Hospital
Borda sin orden judicial. Derribó el Taller Protegido 19, cerrado por Macri,
cuando la justicia de la ciudad había ordenado reabrirlo en enero de este año.
El negocio inmobiliario, pata urbana de la acumulación por desposesión, es una
aplanadora insaciable que no se detiene ante el interés colectivo ni ante las
leyes. Sólo entiende el lenguaje de la fuerza.
El caso de Buenos Aires
no es el único, por cierto. Ahí está Río de Janeiro y otras 11 capitales
brasileñas, donde la especulación para el Mundial de 2014 y los Juegos
Olímpicos de 2016 está destruyendo barrios enteros para levantar autopistas,
aeropuertos y arenas para megaespectáculos. Cada uno y cada una encontrarán
en su ciudad decenas de ejemplos de extractivismo urbano.
El modelo instalado en
las grandes ciudades muestra por lo menos dos facetas a tener en cuenta. La
primera es que la diferencia entre izquierda y derecha, entre progresismo y
conservadurismo, se evapora. Los principales proyectos de especulación urbana
en Buenos Aires fueron aprobados con los votos del oficialismo y de la
oposición.
La segunda es que las
grandes catástrofes, como las recientes inundaciones en La Plata y Buenos
Aires, o la contaminación del agua en Montevideo, o el pésimo sistema de
transporte de Santiago de Chile, por mencionar unos pocos ejemplos, revelan que
el modelo afecta también a las ciudades que hasta ahora se creían a salvo del
modelo de la megaminería y los monocultivos.
Según los medios, el
núcleo de la Policía Metropolitana proviene de la Federal, “de una tradición
de Rambos”, que actúan con autonomía, órdenes abiertas y amplio “margen
a los policías para que actúen según su criterio” ( Página 12, 28 de
abril). Esa autonomía les permite disparar balas de plomo en vez de las
reglamentarias de goma en disturbios.
Por cierto, tenemos mucho
que aprender de esta escalada extractiva que ahora parasita las ciudades. La
autonomía de los represores es parte del modelo, que va de la mano de la
autonomía concedida por los estados al capital para acumular a su antojo. El
segundo aprendizaje es que la represión no es un desborde puntual de un
gobernante o de un jefe policial. Es la marca de fábrica del modelo: para
robarle a la gente hay que someterla.
Por último, la potencia del modelo de despojo y guerra nos fuerza a
establecer puentes entre los afectados del campo y de la ciudad, entre los que
resisten la minería en lugares apartados, los que ponen el cuerpo al glifosato
y el agronegocio, y los que vivimos en ciudades cada vez más caras, enrejadas y
represivas. Es una misma lucha, pero los vínculos entre las poblaciones del
campo y la ciudad no vienen dados, deben ser construidos. En eso están los
movimientos.
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