No fue Martí un
idealizador alejado de las personas reales; estimuló siempre la perfección
humana; vio en el dolor y lo sacrificial, componentes para el continuo
perfeccionamiento de las conductas individuales y sociales. Todos estos rasgos
no son difíciles de aprehender en sus escritos, pues su expresión aforística y
sentenciosa contribuye decisivamente a ello, y su propia actuación, base para su
liderazgo, se conjugó armónicamente con su palabra.
Pedro Pablo Rodríguez / LA
JIRIBILLA
Martí a los 42 años: foto inédita divulgada en Cuba la semana pasada. |
El conocimiento de la personalidad martiana ha seguido un camino
ascendente tras su muerte en combate en 1895. El periodista leído por las
élites ilustradas de Hispanoamérica, el cónsul que sirvió con lealtad a varios
países de nuestra América, y, sobre todo, el líder de los patriotas cubanos durante
los años finales de su corta existencia, fueron
características de su persona apreciadas y admiradas en vida por sus
contemporáneos de la segunda mitad del siglo XIX.
La primera mitad de la
centuria pasada proyectó al poeta que asombró a la Vanguardia, mientras que el
Maestro y el Apóstol —como le llamaron los emigrados— se convirtió en símbolo
de la patria cubana y en acicate para las luchas sociales y por el rescate de
la verdadera soberanía nacional. Después del 1ro. de enero de 1959, el
mentor intelectual de la Revolución cubana se ganó el lugar que le correspondía
como uno de los fundadores de la identidad continental, como figura señera del
pensamiento latinoamericano y como luchador social de hondura singular.
La presente crisis
civilizatoria del orden burgués no es solo económica, política y ecológica,
sino que se hace sentir también en el plano de las ideas y con particular
fuerza en el terreno ético. Aumenta la conciencia acerca de esa crisis y de la
necesidad de asumir nuevos paradigmas de cultura, de civilización, de
recuperación y recreación de valores. Ello explica, como parte de esa búsqueda
de respuestas y salidas a los problemas actuales, el creciente interés por
saber de José Martí,
de sus ideas, de sus proyectos y hasta de la lógica de su pensar. Así,
sociedades muy diversas se han venido interesando cada vez más por la vida y la
obra martianas.
En Japón y China se han traducido
numerosos de sus más significativos escritos, al igual que al árabe, a idiomas
de India y de África,
y a lenguas indígenas de nuestra América como el guaraní, sin olvidar el
aumento cuantitativo y de calidad de las traducciones a la mayoría de las
lenguas europeas. Tal hecho es de alta importancia ya que la verdadera
universalidad se logra cuando las diversas culturas se pueden apropiar en sus
propias lenguas de un cuerpo de ideas.
Mas también hoy, la
academia se ha abierto a la temática martiana, sobre todo en América Latina, y ha
aumentado su presencia en las universidades de EE.UU. y Europa, además de
en buena parte de Asia. Estudiosos de la obra martiana hay en casi todo el orbe
y las publicaciones acerca de aquella se extienden a ritmo exponencial.
Mientras que en Latinoamérica, además, maestros, estudiantes, comunicadores,
políticos hacen uso frecuente de las ideas del Maestro para sustentar las suyas
propias y para impulsar sus proyectos renovadores y transformadores.
Martí es cada vez más,
sin duda alguna, un referente obligado de la cultura contemporánea, y se acude
a él porque quienes se tropiezan con sus textos de inmediato se sienten
asistidos por su ética humanista y de servicio.
Decoro, dignidad, el bien
mayor del hombre, son palabras y frases martianas que alcanzan nivel conceptual
en muchos casos, y que se entrecruzan con numerosas y perspicaces observaciones
acerca de la condición humana, tanto en sus virtudes como en sus falencias. No
fue Martí un idealizador alejado de las personas reales; estimuló siempre la
perfección humana; vio en el dolor y lo sacrificial, componentes para el
continuo perfeccionamiento de las conductas individuales y sociales. Todos
estos rasgos no son difíciles de aprehender en sus escritos, pues su expresión
aforística y sentenciosa contribuye decisivamente a ello, y su propia
actuación, base para su liderazgo, se conjugó armónicamente con su palabra.
Por eso también se
acrecienta su relevancia para los cubanos del siglo XXI, en medio de profundos
cambios que pretenden corregir errores, adecuar la sociedad a los
requerimientos de las condiciones actuales y no perder el rumbo socialista. Lo
que para algunos es un asunto exclusivamente económico, es de alcance mucho
mayor, y afecta, de un modo u otro, los modos de ser de la sociedad en su
conjunto y de buena parte de sus individuos. El ensanchamiento de las
relaciones mercantiles y de su correlato en las clases y las ideologías
—legitimadas a plena conciencia desde los grandes centros de poder, a pesar de
la larga crisis económica actual del capitalismo—, más la expansión por más de
20 años de la filosofía del individualismo, laceran valores como la
solidaridad, la entrega, la honradez y el decoro, a veces sostenidos falsamente
en la unanimidad de criterios y en la fidelidad política más que en la
verdadera conformación, a conciencia, de un nuevo tipo de hombre.
El país atraviesa por un
campo minado que es necesario cruzar, so pena de languidecer cada vez más
aceleradamente si se permanece del otro lado. Pero es, o debe ser, eso
justamente: un campo por cruzar, no para establecerse definitivamente, dados sus
peligros. Y los principios éticos martianos, que en circunstancias tan
contrapuestas a ellos validaron la crítica y el combate a la república
neocolonial, o que, a pesar del fracaso del llamado socialismo real y de la
demasiado larga crisis económica nacional, han mantenido a cientos de miles de
personas actuando bajo sus normas morales, son la estrella que ilumina y a la
vez mata, como en el poema “Yugo y estrella”.
“Todo el que lleva luz se
queda solo”, dice en aquellos versos Martí, quien ofreció a Máximo Gómez, si se unía
al nuevo movimiento patriótico que él lideraba, “la ingratitud probable de los
hombres”. No se trata de pesimismo ni de desconfianza absoluta en la condición
humana, sino del realismo de quien conocía los vericuetos del alma humana y la
sacudía sin tregua para llenar de claridad el lado oscuro del corazón.
Ese es el Martí humano al
que apelamos, no al mero ser biológico, que no tendría trascendencia alguna
simplemente por ello: el que se enfrenta a sí y se vence casi siempre en sus
debilidades y errores; el que sorteaba las tensiones de su cotidianidad y de su
época, el que no ponía límites a sus horizontes pero a la vez afianzaba sobre
la tierra, férreamente, sus actos y sus ideas; el que empujaba a los demás con
amistad y cariño; el que hizo del amor su filosofía, al que le hizo presidir,
nada más y nada menos, que la preparación de una guerra.
Hay quienes se aprenden
frases martianas de memoria, otros cumplen el ritual de colocar una de sus
frases como lema que preside cualquier acto, y hasta los hay empeñados en
aplicar cualquier juicio suyo a cualquier asunto, venga o no al caso. Está muy
bien que seamos martianos, debemos ser martianos, pero eso implica
responsabilidad y deberes, y no la repetición sin sentido como papagayos.
Seamos justos, como él le pedía a su hijo en su carta de despedida antes de
venir a la guerra. Hagamos una república con todos y para el bien de todos,
cuya ley primera sea el culto a la dignidad plena del hombre, para desatar a
América, mas también para desuncir al hombre. Y, sobre todo vivamos con la
honradez y la dedicación de aquel hombre original, pleno, cuyas páginas aún nos
estremecen e incitan al deber y al bien.
9 de mayo de 2013
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