Pretendo realizar en
estas líneas algunas reflexiones -populistas, demagógicas y totalitarias,
obviamente- con la reprochable finalidad de intentar dilucidar quién es quién
en este gran escenario de confrontación política que es la América Latina de
estos históricos y maravillosos tiempos de integración regional.
Héctor Garófili / Agencia Periodística de Argentina
y América del Sur
Si nos hacemos eco de la
inmensa cantidad de “informaciones” o “noticias” falsas, catastrofísticas, desalentadoras, irracionales, irritantes, y psicológicamente desequilibrantes,
con las cuales los grandes medios hegemónicos de la región nos bombardean
durante 24 horas los 365 días del año en contra de los gobiernos populares y
democráticos latinoamericanos, no tenemos otra opción que salir a derrocar -(o
asesinar, da lo mismo- a Cristina Fernández, a Nicolás Maduro, a Rafael Correa,
a Evo Morales, a Manuel Zelaya … -¡ahh, no!, este ya fue- a Fernando Lugo
-¡ohh, no!, este también fue-; o, si se torna necesario, a Dilma Rousseff y al
Pepe Mujica, o a cualquiera que aparezca con la decisión de mejorar en serio la
vida de los eternos olvidados, pobres y excluidos de nuestro continente,
sumergidos en la miseria durante más de 5 siglos gracias a las expediciones
humanitarias -políticas, económicas, militares y culturales- de las generosas
potencias civilizadas y civilizadoras del hemisferio norte, capitalista,
desarrollado, occidental y cristiano.
Por eso, creo que las
democracias de nuestra Patria Grande Latinoamericana están hoy más amenazadas y
acosadas por las megacorporaciones mediáticas, ultraderechistas, visceralmente
fanatizadas e intolerantes, violentas, antidemocráticas y golpistas, que por la
totalidad de las derechas políticas de la región y/o de la mayoría de los
países en que éstas gobiernan legítimamente por estos pagos.
Trataré de persuadirlos
de que aún tengo algunos patitos en fila -no todos, evidentemente- al hacer
esta apreciación. Veamos.
El protagonismo político
de nuestros pueblos -de la mano de los nuevos grandes líderes de la región, felizmente
paridos por nuestra Pachamama, como Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Luiz Inácio
“Lula” Da Silva, Evo Morales, Rafael Correa y Cristina Fernández-, ha logrado
ganar libre, pacífica, reiterada y democráticamente el poder político formal de
las vetustas, cínicas, inútiles e impotentes democracias burguesas de esta
parte del mundo y dotarlas de contenido social y político popular, es decir,
verdaderamente democrático.
Para abortar este proceso
de expansión de la integración y democratización real de los pueblos
latinoamericanos, las derechas asociadas con las grandes empresas mediáticas
han realizado con éxito algunos ensayos golpistas, hoy eufemísticamente
denominados golpes institucionales, como los producidos en Honduras y en
Paraguay.
A pesar de ello, la
fortaleza política de los procesos de integración, gracias a la gran capacidad
e inteligencia de los líderes regionales, se ha traducido en una situación de
respetuosa y estable convivencia de nuestros gobiernos populares con algunos
gobiernos de derecha, como los de Chile y Colombia.
El Presidente Santos, muy
a su pesar, pero con una dosis de inteligencia extraña a la derecha mundial de
estos tiempos, ha logrado comprender que el lugar natural de Colombia en este
mundo está en la convivencia con sus vecinos latinoamericanos y que su relación
con Estados Unidos -por muy carnal que quisiera que fuese- no puede ser la
misma que encarnó el expresidente Álvaro Uribe.
A Néstor Kirchner le
debemos este gran avance integrador, sin ninguna duda. Chile, con un
pinochetista duro y peligroso en el poder, ha tenido algunos rasgos de
pragmatismo y entendimiento de la coyuntura histórica que lo ha llevado a no
sacar los pies del plato de la Unión de Nacional Suramericanas (Unasur) y a
tratar de llevarse razonablemente bien con el Mercado Común del Sur (Mercosur).
La posición chilena actual por la disputa de Argentina con Inglaterra sobre las
Islas Malvinas es un indicio.
Así las cosas, podemos
observar que existen en la región algunas derechas que han llegado al poder por
la vía democrática y que, independientemente de sus reales pensamientos e
intenciones, toleran -por ahora- la convivencia con sus vecinos progres, o
reformistas o revolucionarios, o como se los quiera denominar.
Otras derechas,
delirantes y antidemocráticas a más no poder, se instalaron al modo en que lo
hicieron en Honduras y en Paraguay, como anclajes norteamericanos para encarar
la desestabilización de las democracias populares y progresistas, abortar el
proceso de integración de la Patria Grande y ejecutar futuras tropelías
saqueadoras de nuestros recursos naturales.
Estas últimas derechas, a
las que debemos agregar las que no logran acceder al poder político formal por
las urnas y la totalidad de las corporaciones mediáticas que representan los
más desenfrenados y voraces intereses de las derechas regionales y globales,
son las que -con una violencia inusitada- acusan de tiranías populistas a los
gobiernos populares y democráticos latinoamericanos, y trabajan
sistemáticamente para socavar sus respectivas legitimidades.
Ahora bien, en los países
con estos (nuestros) gobiernos tiránicos, totalitarios y crueles, como los
tildan, no existen presos políticos, no hay periodistas amenazados, reprimidos
ni asesinados, la libertad de prensa es absoluta y soportan hasta lo
intolerable los insultos y las mentiras de las oposiciones y de la prensa. No
puede decir lo mismo el gobierno de Honduras, ni el del paraguayo Federico
Franco.
Por su parte, el gobierno
chileno tiene que abortar sus acciones violatorias de los derechos humanos
contra la población mapuche y las represiones contra los estudiantes.
Nuestros gobiernos
integracionistas han repudiado los golpes institucionales -todos de derecha,
por obra y gracia de la divina providencia-, han reconocido y respetado a los
gobiernos de derecha surgidos de elecciones limpias, y ahora todo parece
indicar que, por expreso pedido del Paraguay para retornar a la comunidad
latinoamericana, el Mercosur, la Unasur y la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) recibirán/recibiremos con los brazos
abiertos a nuestros hermanos paraguayos, conducidos por el Partido Colorado,
elegido democráticamente; una fuerza de derecha que no quiere que su país quede
aislado del colectivo de la América Latina. La expulsión de Paraguay del
Mercosur, luego del golpe “franquista”, parece que ha sido muy pedagógica.
Igual habrá que esperar para ver si el gobierno del Partido Colorado está
realmente dispuesto a aceptar y a respetar las reglas de juego democrático
pactadas en nuestras organizaciones regionales.
Es entonces indiscutible
la profunda y coherente convicción democrática de nuestros gobiernos acusados
de tiránicos, totalitarios, demagógicos y populistas por las oposiciones
internas -por derecha y por izquierda- y por la acción destituyente y golpista
acicateada hasta la locura por las corporaciones mediáticas, con el
acompañamiento indigno, rastrero y abyecto de las oposiciones atávicas, salvo
honrosas excepciones.
También es indudable que,
para las grandes empresas periodísticas, los gobiernos derechistas de
Latinoamérica son todos ejemplos de virtudes republicanas y democráticas y
rebosan de honestidad por todos los poros, promoviendo el regreso a las
políticas económicas y financieras neoliberales de los 90. Es lo que los
argentinos del siglo pasado llamábamos hacer pipí fuera de la pelela.
Surge también de estas
reflexiones que sin el despliegue propagandístico destituyente de la gran
prensa, trasnacional y global de hecho, es casi imposible que nuestros pueblos
voten opciones de derecha. Las grandes corporaciones mediáticas son entonces
el arma de destrucción masiva de la integración latinoamericana y de nuestras
democracias progresistas.
En definitiva, podemos
concluir que las derechas de la región no son todas exactamente lo mismo
-aunque se parezcan demasiado-, que no puede quedar ninguna duda que
democratizar los medios de comunicación es una tarea urgente e irrenunciable
para todo gobierno popular y democrático latinoamericano, tanto como lo es
democratizar los sistemas judiciales decimonónicos que constituyen la última
fuente de legitimación de las corporaciones y de garantía de la impunidad total
y absoluta de sus crímenes.
¡Uyyy, los patitos!
¿Dónde están mis patitos? Bueno, no solo no están en la fila. Ya ni están.
En fin, lo de persuadirlos, lo dejamos para otra
ocasión.
1 comentario:
Para Costa Rica, Oscar Arias Sénchez la estructuró como TIRANIA EN DEMOCRACIA. ¿?
Eso somos.
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