Una reseña del libro “De
vencedores y vencidos”, de Gregorio Caro Figueroa y Lucía Solís Tolosa, una
obra que reconstruye los principales hechos y el legado de los protagonistas de
la batalla de Salta, en el bicentenario de este histórico combate.
Carlos
María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
En
el contexto de las celebraciones del bicentenario de la Batalla de Salta y con
la marca editorial de Nuevo Diario, el historiador, periodista y bibliófilo
Gregorio Caro Figueroa, y la profesora de filosofía y periodista Lucía Solís
Tolosa, han acometido una obra digna de difundir; ciertamente de otra más entre
las varias escritas en colaboración puesto
que a ambos pertenecen también los volúmenes “El Milagro de los
salteños. Cuestión de fe”, de 2010, y “El otro Güemes” dado a conocer en 2011, los dos bajo el mismo sello editor. Ahora se
trata del libro de gran formato,
enriquecido por numerosas ilustraciones en sepia y en colores: De
vencedores y vencidos, un título disparador de más de
un interrogante sobre nuestro destino como nación.
Sus
ciento veinte páginas que muy bien pueden ser leídas antes o después de
disfrutar del documental de José Guardia
de Ponté sobre el mismo hito belgraniano, invitan a ensayar como primera reflexión que la divulgación
detallada de la historia patria puede y debe
articularse naturalmente con la tarea de pura investigación y de compulsa documental, tal
como sucede en el libro. Porque de poco
sirve la heurística del dato novedoso si no es presentado en forma fidedigna,
desapasionada y a la vez coherente con el inventario del pasado conocido; y
ello más allá de que un aporte original sea capaz de modificar toda una
perspectiva, puesto que revisar los pormenores de la historia no es sólo leer los
acontecimientos acaecidos desde una diferente ideología a la del canon oficial,
sino aportar elementos valederos que justifiquen el cambio de orientación hacia
otras posiciones. Empero no cabe por utilitario adentrarse en el pasado para
justificar o criticar decisiones institucionales del presente: hacer política
de la historia es labor más de políticos que de historiadores.
Aquí
hay noticias relativas a personajes y a circunstancias varias y concatenadas
entres sí, informes disparadores sin duda de futuros enfoques sobre el tema
analizado, sus antecedentes y efectos posibles en la guerra emancipadora, al
cabo engarces lujosos para la hermenéutica mejor que detalles que sólo abruman
y poco suman en los hechos al relato a conciencia y no politizado que se
presenta con claridad expositiva, en mucho “ad usum delphini”. Por de pronto,
al partir en las páginas iniciales y con ilación lógica, de la victoria de Tucumán, de 1812, como antecedente necesario
del triunfo de Salta de meses más tarde, se subraya citando a Bartolomé Mitre
que “Si Belgrano, obedeciendo las órdenes del gobierno se
retira, las provincias del Norte te pierden para siempre como se perdió el Alto
Perú”.
Con
buen método se reconstruye cronológicamente, cuadros sinópticos mediante, la dimensión poblacional y la constitución de
la sociedad de Salta previa a la batalla
librada en esa ciudad “simétricamente equidistante” de Lima y Buenos
Aires. Ello permite al lector o al
estudioso extender la mirada a todo un período no sólo local sino americano que
echa luz sobre el desenvolvimiento de los sucesos historiados; porque vale
también para la ciencia y el arte de Clio el principio de “ex nihilo nihil fit”.
Será
por eso que no sólo hay en De vencedores y vencidos un
pormenorizado enfoque del combate que incluye hasta un instructivo esquema
gráfico de la posición de los regimientos actuantes (página 43), sin
olvidar resumir el parte del encuentro
bélico surgido de la pluma del propio Manuel Belgrano, relato juzgado como uno
de los documentos mejor escritos de las Guerras de la Independencia por Mitre y la mayoría de los historiadores que
lo siguieron. Tampoco se excluye la referencia al perdón otorgado por el jefe
triunfador a los realistas vencidos (y vale la pena recordar que uno de ellos
fue Santiago Esquiú, alguien que no traicionó el juramento de abstenerse de
tomar las armas contra la revolución. Don Santiago se radicó en Catamarca y
fue padre del fray Mamerto Esquiú,
obispo de Córdoba y “Orador de la Constitución” declarado Venerable en
2006 en la causa de beatificación y canonización que se le sigue en Roma).
Varias
páginas entonces tratan desde el punto de vista táctico la jornada de aquel 20
de febrero de 1813 en que se trabaron en lucha las fuerzas de Belgrano -que desde la estancia de Castañares
se desplazaron “bajo la lluvia, trabajosamente por
esa huella de ganado” al decir de Bernardo Frías- con
las huestes al mando del americano por nacimiento Pío Tristán de 39 años, el
jefe rendido en esa fecha y que más tarde, ya en su vida civil signada por el
ánimo de lucro y el oportunismo, fuera repudiado en su mansión de Arequipa por
su sobrina la feminista y socialista utópica Flora Tristán.
Sin
embargo al aspecto militar se suman las noticias referidas al ideario del
creador de la bandera; a su proyecto compartido por San Martín y “los hombres de más
saber (que)
opinaban que en estos países de América era imposible formar gobiernos estables
y bien ordenados bajo puras formas
democráticas”, como explicó Manuel Tomás de Anchorena, un representante
de la oligarquía saladeril porteña que
llegó a ridiculizar el propósito de
coronar a un inca. En su despectivo juicio: “un monarca de la casta
de los chocolates”.
Se
pone especial atención en las lecturas políticas belgranianas de Jovellanos, Campomanes
y otros reformistas hispanos en cuestiones tales como la educación gratuita o
la promoción de los estudios de naútica, así como su interés por los asuntos económicos que abrevó en Ferdinando
Galiani –autor de “Diálogos sobre el comercio de
granos”- y el escocés Adam Smith. Resultado de todo lo cual
fueron sus desvelos de libertad para la economía pero también para las
personas, tal como lo destacan con propiedad Caro Figueroa y Solis Tolosa.
Ninguno de ambos adscribe a interesados
dogmatismos, para el caso tanto del que quiere ver en el general a un liberal
extremo, cuanto del que lo pretende un proteccionista convencido. En cambio
parecen coincidir con la definición del socialista y reformista universitario
Julio V. González en el sentido de que “Puede admitirse sin
temor a equivocación que toda la prédica
doctrinaria de Belgrano (…) es una síntesis del
liberalismo español, de la fisiocracia francesa y del industrialismo inglés”.
Renglón
aparte merece el capítulo que resalta la faceta de traductor del prócer tan interesado desde sus tiempos
de estudiante en Salamanca por las lenguas modernas. Así vertió al castellano
el libro del fisiócrata François
Quesnay: “Máximas generales del gobierno económico de un Reino
Agricultor”, y el discurso de
despedida de George Washington, un texto que le obsequiara en 1805 el ciudadano
norteamericano David C. Forest. Belgrano, que trabajó en esa versión a orillas
del río Juramento en su marcha de Tucumán a Salta, le dio fin según cuentan los
autores, dos días antes de la gesta del 20 de febrero de 1813.
Otro
elogio cabe para las páginas del libro dedicadas a desentrañar el vínculo entre
Belgrano y Güemes, difícil y receloso en los primeros tiempos pero de gran
afecto luego como resulta del trato dado por el primero al Caudillo Gaucho en
su correspondencia posterior a 1813: “Paisano amado”, “Fiel amigo”, “Compañero y amigo
querido”. Güemes, se aclara bien en el texto, no participó en la batalla de Salta por
encontrarse en Buenos Aires, no obstante poco más tarde ambos héroes hicieron
esfuerzos para apoyarse mutuamente con hombres, dinero, armas, caballos, mulas,
alimentos y vestuario. El creador de la bandera al reconocer los valores y
facultades operativas del salteño le dio amplio margen de maniobra: “puede hacer y deshacer
como le parezca (pues) tiene los enemigos a
la vista”.
Una
exhaustiva bibliografía cierra el volumen que vale subrayarlo se inicia con un
poema poco conocido de Manuel J. Castilla fechado en 1963: “Soliloquio de un
soldado español muerto en la batalla de Salta”.
Finalmente
sin perder el enfoque del tema central se ha vinculado y complementado la
historia salteña, que lo es en grado mayúsculo de la Guerra Gaucha, por ejemplo
con un dato sobre el narrador de la epopeya, Leopoldo Lugones. De él se cuenta la
ascensión al cerro San Bernardo llevada a cabo en la noche del 15 de julio de
1894, hecho tiempo después relatado al periodismo por uno de los participantes
de esa peregrinación patriótico-histórica: el profesor Daniel Policarpo Romero,
un docente del Colegio Nacional y hombre público salteño fallecido en 1959,
contemporáneo y amigo en su juventud del poeta modernista de “Los crepúsculos del
jardín”.
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