La crisis ha empezado a romper la argamasa de algunas viejas
construcciones estatales. El caso más notorio es el de España, donde el
gobierno autónomo catalán se ha puesto en marcha por la ruta del independentismo,
mientras otras naciones de ese Estado se mantienen atentas al resultado, para
emprender luego su propio camino.
Jorge Núñez Sánchez / El Telégrafo
Hace apenas dos décadas asistimos a la implosión de la Unión Soviética
y al desmembramiento del imperio que ella había construido a su alrededor. En
ese marco, volvieron a tener presencia histórica 19 viejos países, entre ellos
Ucrania y los bálticos Estonia, Letonia y Lituania.
Luego, bajo la presión occidental, se desmembró a sangre y fuego el
sistema federativo yugoeslavo, lo que dio paso al nacimiento de Eslovenia,
Croacia, Bosnia, Macedonia, Serbia y Montenegro, aunque los dos últimos países
decidieron formar en 2003 la nueva República Federal de Yugoeslavia.
Para entonces, Europa Occidental era vista por el mundo como el modelo
ideal de sociedad, en donde la guerra, mal endémico del continente, había sido
sustituida por una política de unidad e integración, que garantizaba altos
estándares de vida y seguridad social a toda la población.
Hoy, ya nada de eso parece inmutable como entonces. La crisis
económica y los efectos de la globalización han terminado por resquebrajar la
tan mentada unión europea y por todo lado asoman signos de inconformidad y
desacuerdo. Como van las cosas, todo indica que, en unos años más, estarán
fuera de la unión monetaria, por voluntad propia o decisión ajena, países como España,
Grecia, Portugal, Irlanda e Italia.
Lo que es más, la crisis ha empezado a romper la argamasa de algunas
viejas construcciones estatales. El caso más notorio es el de España, donde el
gobierno autónomo catalán se ha puesto en marcha por la ruta del independentismo,
mientras otras naciones de ese Estado se mantienen atentas al resultado, para
emprender luego su propio camino.
Monarquías venales, políticos incapaces o corruptos, partidos que en
general no son más que cascarones vacíos y un capital financiero cada día más
voraz, redondean la imagen del poder europeo.
Andorra, Ceuta, Chipre, Dublín, Isla de Man, Gibraltar,
Liechstenstein, Luxemburgo, Melilla, Madeira, Malta, Mónaco, Suiza y el
Vaticano son algunas de las republiquetas, principados y caletas que ese
capital financiero usa para ocultar fondos y evadir obligaciones fiscales. Pero
son también los refugios en que muchos ladrones y traficantes del mundo entero
ocultan sus tesoros mal habidos.
Abajo, hay una multitud de gentes de la calle que habían creído en el
sueño de la unidad y la bonanza, y que últimamente se despiertan cada día con
el anuncio de nuevos recortes de servicios y más reducciones jubilares, mientras
buscan inútilmente trabajo.
Muchos de ellos siguen disciplinadamente las indicaciones de sus
gobiernos y confían en que la situación será reversible. Otros, como los
“Indignados” españoles, se han lanzado ya a denunciar a su clase dirigente,
aunque todavía no asumen una actitud revolucionaria. Otros más han recurrido a
la vieja fórmula de la pobreza europea: migrar a América.
¿Cuánto tiempo más podrá sobrevivir la Unión Europea?
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