Las experiencias vividas,
tanto en Guatemala como en Argentina, el macartismo y la brutal ofensiva del
imperialismo norteamericano sobre nuestros pueblos radicalizaron el pensamiento
de Galich, a lo que también contribuyó en forma muy decisiva el triunfo de la
Revolución cubana.
Sergio Guerra Vilaboy / LA JIRIBILLA
Sergio Guerra presentó el libro "Tierras y aguas del Caribe", de Manuel Galich. |
En agosto del año pasado,
revisando papeles olvidados y viejos documentos, encontré este texto,
mecanografiado en el antiguo papel pautado que usaban las editoriales, que por
alguna razón estaba en mi poder. Titulado Tierras y aguas de nadie que se
disputaron muchos, tiene la firma del maestro y querido amigo Manuel Galich, cuyo
centenario precisamente conmemoramos en este 2013.
Feliz idea de Casa de las
Américas la de dar a conocer este pequeño ensayo caribeño de Galich
que, al parecer, figuraba como capítulo III del tomo II de una obra mayor
inédita, y quizá perdida para siempre, a la cual puso por nombre Crónicas de
nuestra América. Al principio pensé que formaba parte de una recopilación
de sus numerosos ensayos y artículos publicados en periódicos y revistas, como Bohemia
—en la que colaboró con su entrañable amigo Enrique de la Osa—, en
los cuales recreaba con su prosa singular la Historia de la América Latina y el
Caribe.
Una ex alumna de Galich
que impartía clases en Periodismo, muy al principio de los años 70, fue la
responsable de compilar muchos de esos escritos para publicarlos como texto
docente en la Universidad de La Habana, lo que
lamentablemente nunca ocurrió. Es una pena que todavía hoy una parte apreciable
de su valiosa producción intelectual siga dispersa en Cuba y otros países de
Nuestra América.
Como posible capítulo de
su libro inédito Crónicas de nuestra América. Tierras y aguas de
nadie que se disputaron muchos hace referencia a esa obra mayor. En una nos
dice que en otra parte del libro abundará en el tema de las ignominias con los
oprimidos en el Caribe “a las que prometo dedicarles un capítulo completo: el
exterminio indígena, primero, y su secuela, la esclavitud negra”. En otra página
comenta que volverá a tratar sobre las islas venezolanas “cuando hable de la
colonización de Venezuela”,
o pone por referencia en la “Primera Parte (cap. VII)”. En el último párrafo
del texto que presentamos escribe “como lo veremos”, en alusión a que en otro
segmento de las Crónicas de nuestra América tratará in extenso la
inconformidad creciente entre los criollos por la opresión colonial.
Tierras y aguas de nadie
que se disputaron muchos es un desconocido texto historiográfico de Galich
que brinda un ameno recorrido por las Antillas Menores, donde cuenta la
atribulada historia colonial de cada isla, desde la violenta irrupción de las
potencias rivales de España que “se disputaban esos desperdicios de sus
descubrimientos”.
Algunos de los
planteamientos de Galich recuerdan las tesis esgrimidas por Juan Bosch en su muy
reconocido De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe
frontera imperial,1 como cuando explica, con elegante ironía, el
“tironeo Colonialista” por la posesión de las Antillas Menores:
[…] objetos de la codicia belicosa de las potencias colonialistas, sobre
todo en los siglos XVII y XVIII. La mano inglesa fue la más aprovechada en ese
regateo, como lo demuestran las colonias europeas que todavía hay en el Caribe
y las excolonias que, con algo muy parecido al humor negro, se llaman
“repúblicas independientes”, “Estados Asociados en la OEA”: Trinidad y Tobago y
Barbados... hasta el momento en que escribo esto.2
La publicación de este
fragmento de sus Crónicas de nuestra América da idea de las concepciones
historiográficas de Manuel Galich.
Es como un botón de muestra del talento literario que caracterizó su excelente
prosa, coloreada con sus originales imágenes literarias, como las que usa para
ilustrar las sucesivas soberanías en las Antillas Menores, donde “los cambios
de mano fueron rápidos y múltiples, como en un acto de prestidigitación”; o,
cuando en referencia a las pocas noticias sobre la historia de muchas de estas
islas escribe que fueron “mantenidas en la penumbra —como fuera de foco—, e
injustamente, por la historiografía latinoamericana”.
El intelectual guatemalteco Manuel Galich. |
Manuel Galich López nació
en Guatemala el 30 de noviembre de 1913 en una familia de la clase media de
raíces eslavas. Desde muy joven sobresalió por su inteligencia e inquietudes
intelectuales, las que le facilitaron obtener en 1928 una beca de estudios en
el Instituto Central de Varones de su ciudad natal. Cuatro años después se
graduó de bachiller y luego de abogado en la Universidad de San Carlos, de Guatemala.
Fue profesor del propio Instituto Central de Varones e incluso fungió como
director de ese centro de educación.
Desde su época de
estudiante, Meme, como le llamaban en familia y sus amigos más íntimos,
fue desarrollando su vocación literaria y artística. En 1932, comenzó a
escribir pequeños dramas o sainetes en un acto, a la vez que se desempeñaba
como director teatral y actor. Entre esas primeras obras de teatro figuran Un
percance en el Brassier, Los conspiradores, La risa, Una
carta a su Ilustrísima, Correveidile, Un primo en segundo grado,
El recurso de Amparo, El miedo, Los conspiradores de Belén,
1813 y Estampas de la independencia, 1821. En los títulos de algunas
de estas piezas ya aparecen elementos que estarán siempre presentes en toda su
producción intelectual: la fina ironía, el juego de palabras, así como su
interés por los temas sociales e históricos.
Su obra pionera en tres
actos fue Los necios (1935), aunque la primera de significación resultó M’hijo
el bachiller, exquisita y violenta burla a la falsedad del sistema
tradicional de enseñanza en Guatemala. A ellas siguieron Papa Natas (1938),
comedia en tres actos que solo sería publicada en 1953 por el Ministerio de
Educación de Guatemala, y El canciller Cadejo (1945), ambas sátiras
sociales enfiladas contra la aborrecida dictadura del general Jorge Ubico.
Otras obras suyas de esta
etapa juvenil son Gente decente, De lo vivo a lo pintado, La
mugre (segunda parte de Papa Natas) y la farsa Entre cuatro
paredes, esta última incluida muchos años después en una antología de
teatro guatemalteco publicada en Madrid (1964). A ellas se suman otras piezas
más alejadas de la temática de denuncia político-social, como Hacia abajo (1936),
El retorno (1938), El desgraciado incidente del reloj (1941) e Ida
y vuelta, con la que obtuvo el 12 de septiembre de 1948 el primer premio en
el Certamen Permanente Centroamericano, creado por el gobierno de Guatemala y
editado al año siguiente.
Manuel Galich fue un tenaz
opositor del gobierno de Jorge Ubico —dictador de Guatemala de 1931 a 1944—, y
pronto se vinculó con la lucha popular contra ese régimen represivo. Estuvo
entre los participantes activos en los primeros brotes oposicionistas que
aparecieron en 1942 en la Universidad de San Carlos, y se convirtió en uno de
los principales líderes de las asociaciones estudiantiles que entonces se
vertebraron. Por sus actividades revolucionarias fue expulsado del trabajo,
encarcelado y finalmente obligado a exiliarse en El Salvador. Un amplio
testimonio de esos años duros lo dejó plasmado en el libro Del pánico al
ataque, publicado en Guatemala en 1949.
Después del triunfo de la
Revolución Guatemalteca de 1944, tras el derrocamiento de las dictaduras de
Ubico y su efímero sucesor el general Federico Ponce, en julio y octubre de
1944, respectivamente, Galich regresó del destierro para desempeñar importantes
responsabilidades y misiones, convertido en figura de primer plano en la vida
política e intelectual de su país. Por sus extraordinarias dotes oratorias, que
ya en 1930 le habían valido el primer lugar en un concurso estudiantil, fue
conocido como el Verbo de la Revolución.
Con apenas 31 años de
edad, resultó elegido presidente del Congreso Nacional. A esa etapa, cuando los
jóvenes revolucionarios eran todavía unos ilusos e inexpertos políticos,
corresponde esta sabrosa anécdota que le escuché una noche al afamado poeta
guatemalteco Luis Cardoza y Aragón sobre su primer encuentro con Galich tras el
triunfo de la Revolución Guatemalteca. Ella ilustra el ambiente de sana
ingenuidad política de muchos de los protagonistas de este proceso
revolucionario en su etapa germinal: Una mañana me dice, cuando nos acabábamos
de conocer: “No he leído nunca un libro tuyo”. Íbamos en automóvil con varios
amigos de su edad, diputados a la Asamblea Nacional Legislativa que él
presidía, y como pasaríamos frente a mi habitación nos detuvimos con el fin de
recoger un libro para él. Eran suyas no pocas de las pequeñas farsas
violentísimas que se representaban en la velada del Viernes de Dolores, festejo
tradicional de los estudiantes universitarios, en el que podían desfogar las
furias contenidas. Algunos dictadores permitieron raras veces estas veladas. El
precoz renombre de Galich se debía a los discursos del agitador y a las obras
del comediógrafo.
Por esos días, somete a
la Asamblea Legislativa la Ley Galich, lo cual aspiraba a considerar el
servilismo como delito, con la alegre idea de que a tal práctica debíanse las
dictaduras. Al ejemplar de Apolo y Coatlicue, le puse esta dedicatoria:
“A Manuel Galich,
autor de la ley de su nombre y otras comedias”. Abrió el libro, soltó la
carcajada y lo hizo circular entre sus acompañantes.
Los jóvenes a los que
alude Cardoza y Aragón eran impetuosos miembros del Frente Popular Libertador
(FPL), conocido como el partido de los estudiantes, del que Galich era uno de
sus dirigentes más prestigiosos. Por eso, tras la elección de Juan José Arévalo
como nuevo presidente de Guatemala, Galich fue nombrado ministro de Educación,
lo que le permitió impulsar la enseñanza popular como nunca antes se había
hecho en el país.
Durante el segundo gobierno
de la Revolución Guatemalteca, encabezado por Jacobo Arbenz, iniciado el 15 de
marzo de 1951, Galich estuvo entre sus más cercanos colaboradores. Primero fue
su ministro de Relaciones Exteriores y luego embajador en Argentina y Uruguay. En esta misión
diplomática le sorprendió la invasión contrarrevolucionaria de Carlos Castillo
Armas a Guatemala, preparada por la Agencia Central
de Inteligencia (CIA) de los EE.UU. La intervención
norteamericana puso trágico fin a los diez años de primavera en el país de la
eterna tiranía, como calificara el propio poeta Cardoza y Aragón, parafraseando
al Barón de Humboldt, a esa desafiante década de transformaciones democráticas
y revolucionarias que sacudieron la tierra del quetzal.
Obligado por las
circunstancias a radicarse en Argentina, Galich se dedicó a diversas
actividades para sobrevivir y sacar adelante a su familia, entre ellas el
periodismo. En los periódicos Propósitos, Conducta y Principios,
de Buenos Aires, mantuvo una muy leída columna de comentarios sobre la
actualidad latinoamericana. Su vertical postura política lo llevó de nuevo a la
prisión, ahora por orden de los militares derechistas argentinos que derrocaron
a Juan Domingo Perón en 1955.
Las experiencias vividas,
tanto en Guatemala como en Argentina, el macartismo y la brutal ofensiva del
imperialismo norteamericano sobre nuestros pueblos radicalizaron el pensamiento
de Galich, a lo que también contribuyó en forma muy decisiva el triunfo de la
Revolución cubana.
En el exilio bonaerense,
Galich continuó cultivando el teatro con nuevas y enriquecedoras técnicas. Desde
entonces, sus obras de teatro tuvieron un más definido filo político y ganaron
relevancia la sátira y la denuncia social, a la vez que se libraba de normas
convencionales para dar espacio a innovaciones conceptuales, formales y
temáticas. Con peculiar maestría, Galich supo combinar en su dramaturgia la
tragedia y la comedia, y crear admirables diálogos y situaciones de marcada
proyección antimperialista y revolucionaria. Muestra de ello son El tren
amarillo, drama del Caribe en tres actos (1955), Prohibido para menores (1956),
La trata o El campanólogo (1959) y El pescado indigesto (1961).
Con esta última obra Galich obtuvo el Premio Casa de las
Américas en 1961, lo cual, al año siguiente, le abrió las puertas de
esta emblemática institución por invitación expresa de su presidenta, Haydée
Santamaría.
En la Casa de las
Américas laboró el resto de su vida. Ocupó diferentes
responsabilidades, entre ellas las de vicepresidente, director del Departamento
de Teatro; fue director-fundador de la revista teatral Conjunto, a la
vez que continuó su producción dramatúrgica de la que resultan El último
cargo (1964) —tercera parte de la trilogía sobre la familia Natas—, Pascual
Abah —que llegó a circular en Guatemala en 1968 en edición mimeografiada— y
Mr. Tenor y yo (1975). Su última obra impresa, Teatrinos (1979),
integrada por seis piezas para jóvenes, salió el mismo año en que también se
publicó en La Habana,
por la Editorial Letras Cubanas,
El tren amarillo y otras obras. Entre esas postreras composiciones
dramáticas debo mencionar Entremés de los cinco pescaditos y el río revuelto
(teatro para títeres).
Al mismo tiempo, Galich
se desempeñó en Cuba, con gran rigor y éxito académico, como profesor titular
de Historia de América en la recién creada Escuela de Historia de la Universidad de La Habana (1962). Hasta su
muerte, ocurrida el 30 de agosto de 1984, se mantuvo comprometido con las
luchas revolucionarias de su tierra natal —pocos conocen que Galich, junto con
Arbenz, se entrenó en Cuba para combatir contra la opresión en su patria de
nacimiento—,3 y llegó a figurar —al lado de Augusto Monterroso,
Rigoberta Menchú y otras sobresalientes personalidades guatemaltecas— como
miembro fundador y directivo del Comité Guatemalteco de Unidad Patriótica
(CGUP), surgido en respaldo a la causa de la liberación nacional encabezada
entonces por la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG).
Un lugar especial en este
breve recuento de la vida y obra de Manuel Galich requieren
sus textos políticos y/o históricos. Aquí figuran los libros Por qué lucha
Guatemala. Arévalo y Arbenz: dos hombres contra un imperio (Buenos
Aires, 1956), Guatemala (La Habana,
1968), Mapa hablado de la América Latina en el año
del Moncada (publicado originalmente en dos números de la revista Casa en
1973), El libro precolombino (La Habana, 1974) y Nuestros
primeros padres (primera edición, La Habana, 1979).
A ellos deben sumarse las
compilaciones de documentos de Simón Bolívar y Benito
Juárez —precedidos de enjundiosos estudios introductorios—, y prólogos a varios
libros de la Colección Literatura Latinoamericana de la Editorial Casa de las
Américas, entre otros, el Popol Vuh, los Anales de los
Cakchiqueles y la Historia crítica del asesinato del gran Mariscal de
Ayacucho.4 De su última obra, Centroamérica en mi siglo,
solo alcanzó a terminar la primera parte (1900-1930), a la cual subtituló “De
repúblicas pobres a esquilmadas colonias”, permanece inédita.
Este presentador tuvo la
suerte de conocer a fines de los 60 al doctor Galich, como siempre se le
llamaba, en los pasillos y salones de reuniones de la Escuela de Historia de la
Universidad de La Habana, que entonces
compartía con la Escuela de Letras y Artes el Edificio Dihigo, ubicado en
Zapata y G. Entre los estudiantes, Galich era ya un mito, no solo por su
destacada participación en la Revolución guatemalteca, sino también por su
impresionante carisma y brillante ejecutoria intelectual.
Todavía hoy se mencionan
como un referente sus apasionadas lecciones de Historia de América Latina que
brindaba en las aulas universitarias. Las clases de Galich, verdaderas
conferencias magistrales sazonadas con su increíble anecdotario, eran un
derroche de maestría pedagógica combinada con una clara vocación
latinoamericanista y antimperialista, que fundamentaba en el legado de Simón Bolívar y José Martí, a quienes
citaba de memoria profusamente. En reconocimiento a la profunda huella que dejó
en la formación intelectual de varias generaciones de cubanos y sus aportes a
la cultura nacional, Fidel Castro,
en persona, lo condecoró con la Orden Félix Varela; y la Universidad de La Habana le concedió el
título de Profesor Emérito, que Galich agradeció en un sentido discurso que
improvisó en el Aula Magna del alto centro docente, con el que demostró por qué
se le conocía en Guatemala como el Verbo de la Revolución.
De la impronta de Galich,
del amor por la patria grande que supo inculcar a varias promociones de
estudiantes y jóvenes profesores universitarios cubanos, así como de su apoyo
consecuente a las reivindicaciones de los pueblos originarios de Nuestra
América —decía que él era indígena por ósmosis—, salieron sus inolvidables
cursos de posgrado: “Bolívar y el panamericanismo”, “América indígena”,
“Nacionalismo en América Latina”
y la “Historia de Centroamérica”. De ese mismo caldo de cultivo brotó, en 1974,
el Departamento de Historia de América de la Universidad de La Habana, del que fue el
alma natural e intelectual hasta su desaparición física.
Nunca olvido una noche de
agosto de 1983, en el amplio balcón de su casa en La Puntilla, donde me habló
hasta la madrugada de la historia de su querida Guatemala, de los recuerdos de
su patria chica y de su absoluta convicción en la victoria final de su pueblo
frente a la oligarquía y el imperialismo estadounidense, mientras revisaba con
delicadeza, página por página, los originales de un pequeño libro de mi autoría
sobre la historia de su tierra natal.5 Nuestra última conversación
ocurrió justo un año después, en su despacho de la Casa de las
Américas, pocos días antes de su repentina enfermedad, en la que me
adelantó el tema de sus clases para el venidero curso 1984-1985 en la Universidad de La Habana, diseñado para
el quinto año de la Licenciatura en Historia, y del apasionante libro que
escribía sobre las luchas de los pueblos centroamericanos.
Este ensayo caribeño que
ahora presentamos bajo el título Tierras y aguas de nadie que se disputaron
muchos, cuya procedencia parece un misterio difícil de desentrañar y que la
Casa de las
Américas pone ahora a disposición de los lectores, es un modesto
homenaje a Manuel Galich
en su centenario; personalidad descollante de la intelectualidad comprometida
de Nuestra América, considerado, con justicia, uno de los escritores
guatemaltecos más valiosos de las letras latinoamericanas contemporáneas.
Presentación
del libro "Tierras y aguas del Caribe",
de Manuel Galich.
Casa de las
Américas, 21 de mayo de 2013.
Notas:
1. Juan Bosch: De
Cristóbal Colón a Fidel Castro.
El Caribe, frontera imperial, La Habana, Casa de las
Américas, 1981.
2. Trinidad y Tobago y Barbados
obtuvieron su independencia de la metrópoli inglesa en 1962 y 1966,
respectivamente. Cuando Galich redactó este trabajo, con seguridad tenía en
mente la situación colonial de Puerto Rico, la cual creyó
se repetiría con la emancipación negociada de estas islas caribeñas por
intermedio de la Organización
de Estados Americanos (OEA), considerado un verdadero ministerio de
colonias de los EE.UU.
3. A esa época
corresponde el folleto firmado por la Unión Patriótica Guatemalteca elaborado
por Manuel Fortuny, Manuel Galich
y Oscar Edmundo Palma, seudónimo de Jacobo Arbenz (SGV)]: “Guatemala contra el
imperialismo”, La Habana,
EIR, 1961.
5 Sergio Guerra Vilaboy: Luchas
sociales y partidos políticos en Guatemala, Premio Ensayo del Concurso 13
de Marzo de la Universidad
de La Habana,
La Habana, Extensión
Universitaria, 1985.
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