sábado, 11 de mayo de 2013

Panamá: Liberales de ayer, y de hoy

Durante la mayor parte del siglo XX, las actuales Comarcas Ngäbe Bugle y de Guna Yala desempeñaron un importantísimo papel como proveedoras "externas" de mano de obra para las economías de enclave del banano y el café, en el primer caso, y del Canal, en el segundo. Los recursos que permitían a esos pueblos producir los medios de vida necesarios para reproducirse a sí mismos como fuente de mano de obra para las economías de enclave son los que ahora están en disputa entre el capital y esas comunidades.

Guillermo Castro Herrera / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

Un artículo sobre el papel de los pueblos originarios en el desarrollo de Panamá publicado recientemente en el diario La Prensa ("Madre tierra indígena", 27-4-2013) ha estimulado lo que ojalá llegue a ser un verdadero debate nacional sobre el tema. El valor principal del texto no se encuentra en la evidente ignorancia de que hace gala en relación al problema que trata, que ha motivado denuncias bien justificadas. Ese valor aflora más bien en el intento de construcción de una postura ideológica que busca prolongar en el presente una importante premisa de la Reforma Liberal de mediados del siglo XIX en América Latina: que la condición del indígena estaba directamente asociada a la ausencia de propiedad privada de la tierra que ocupaba.



Dicha ausencia de propiedad privada, en efecto, impedía la formación de un verdadero mercado de trabajo en la medida en que la propiedad comunitaria permitía a todos el acceso a la tierra de cultivo que requerían para su sostenimiento, y reforzaba la necesidad de relaciones de colaboración al interior de cada comunidad. La Reforma, en cambio, buscaba crear un mercado de trabajo mediante la creación de un mercado de tierras. Se trataba, en breve, de abrir paso al desarrollo del capitalismo en sociedades cuyo mundo rural – y mayoritario – seguía sujeto a formas precapitalistas de propiedad que hacían parte del legado colonial español, como la comunal y la eclesiástica, que impedían transferir esas tierras a terceros.

La expropiación de esas tierras sujetas a regímenes de propiedad no capitalistas privaba a los indígenas tanto de la propiedad del suelo que conocían, como de las bases de la cultura y de las normas de relación social correspondientes a esa forma de propiedad. De aquí provino la sustitución del misionero eclesiástico como portador de la civilización cristiana por la pareja clásica del nuevo orden liberal: el maestro que educaba para la nueva cultura, y el policía que recordaba el verdadero trasfondo de esa cultura a quienes se desviaban del recto camino del progreso.

Estas visiones están de vuelta porque está de regreso la mentalidad de la Reforma, ahora referida al interés en culminar el proceso de transformación del patrimonio natural de los pueblos indígenas en capital natural, al servicio del desarrollo de un capitalismo ya incapaz de generar verdadero progreso, en las regiones que escaparon a ese proceso en el siglo XIX. Durante la mayor parte del siglo XX, las actuales Comarcas Ngäbe Bugle y de Guna Yala desempeñaron un importantísimo papel como proveedoras "externas" de mano de obra para las economías de enclave del banano y el café, en el primer caso, y del Canal, en el segundo. Los recursos que permitían a esos pueblos producir los medios de vida necesarios para reproducirse a sí mismos como fuente de mano de obra para las economías de enclave son los que ahora están en disputa entre el capital y esas comunidades.

En realidad, lo que en el fondo parece angustiar más al autor del texto -y lo que mejor lo retrata en los valores que ejerce, que no son los que reclama a otros que ejerzan- es el vínculo entre la defensa de esos recursos y la creciente conciencia de sí mismos y sus intereses que caracteriza hoy a los movimientos indígenas. No han pasado en balde 150 años desde la Reforma Liberal: ya no son los liberales los que imponen en sus propios términos la integración al mercado de los indígenas mediante la construcción de caminos y escuelas, sino los indígenas los que reclaman la infraestructura y la educación necesarios para su propio desarrollo.

El debate sobre el significado y las implicaciones de esta etapa nueva en nuestra historia -por ejemplo, en lo que hace a las relaciones entre los trabajadores de la ciudad y del campo, y entre el campesinado indígena y el mestizo- apenas empieza entre nosotros. Habrá que agradecer al autor del artículo su contribución en plantearlo, y en el estímulo que eso ha ofrecido a la participación de todos los sectores involucrados.

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