Tenemos una
gran responsabilidad social de no perder nuestro modelo cubano de bienestar,
que nuestro país cuenta con condiciones sin precedentes para marcar la
diferencia, que es preciso continuar resistiendo a la colonización de la
cultura y la subjetividad, que el gran desafío es seguir proponiendo otros
modelos de ser humano y de colectividad que realmente indiquen caminos de
verdadera humanización.
Patricia Arés / Cubadebate
Una reflexión sobre el modelo socialista cubano. |
En muchas
oportunidades, he preguntado a mis estudiantes cuáles serían las principales
razones para decir que en Cuba
es bueno vivir.
La mayoría
de las veces sus respuestas están relacionadas con el acceso a la salud, la educación y la seguridad social
y efectivamente, estos son los pilares de nuestro modelo socialista, pero
para las personas jóvenes constituyen realidades tan asumidas desde la
cotidianidad que se tornan demasiado habituales o quedan congeladas en un discurso
que, a fuerza de repetición, se hace irrelevante.
Yo me
atrevería a decir que existe un modelo cubano de bienestar que se ha
incorporado con tanta familiaridad acrítica que ha quedado invisible a nuestros
ojos o paradójicamente instalado en la voz de muchos de los que ya no están,
luego de haberlo perdido, o de visitantes que viven otras realidades en sus
países de origen. De la vida cotidiana
en Cuba, por lo general se habla de las dificultades, sobre todo de índole económica, pero
pocas veces se escucha hablar de nuestras bondades y fortalezas.
Algunas
experiencias profesionales vividas me han hecho pensar mucho en nuestro socialismo,
visto como cultura
y civilización alternativa. Cuando los psicólogos y otros especialistas
participamos en el proceso de lograr el retorno del niño Elián González,
emergió con mucha fuerza este tema. Más recientemente en consulta, conversando
con algunos ancianos repatriados, con niños que por decisión de sus padres
deben irse a residir a otros países o con jóvenes que han retornado de España luego de vivir la
experiencia de ser echados a la calle por no tener trabajo ni dinero para pagar
la renta, me vuelve a resurgir, a partir de sus vivencias, la idea del modelo
cubano de bienestar.
Recuerdo
cuando Elián estaba en Estados Unidos
que el abuelo Juanito le decía telefónicamente que le estaba haciendo una
chivichana para su regreso y al otro día aparecía en la pantalla televisiva que
le habían regalado un carro eléctrico de juguete que parecía de verdad, si los
abuelos o el padre le decían que su perrito lo extrañaba, al otro día aparecía
Elián con un cachorro de labrador que le habían regalado, si le decían que le
habían comprado un librito de Elpidio Valdés,
aparecía Elián vestido de Batman. Sin embargo,
el cariño de su familia, el amor de cuantos lo esperaron, la solidaridad de sus
amiguitos del aula, de sus maestras, pudieron más que todas las cosas
materiales del mundo.
Conversando
hace muy poco con un adulto mayor que tomó la decisión de no regresar a EE.UU.
luego de haber vivido 19 años en ese país, me decía: Es real doctora, allí se
vive muy cómodo, pero eso no lo es todo en la vida, allá “no eres nadie”, no
existes para nadie. Me contaba que se pasaba largas horas solo en la casa,
esperando que los hijos y nietos regresaran de trabajar y de la escuela, que se
quedaba encerrado porque no podía salir ya que, según ellos, estaba viejo y no
lo dejaban manejar, y que por el día el barrio en que él vivía parecía una
maqueta, no se veía persona alguna, ni nadie tenía tiempo de dedicarte un rato para
conversar. En una visita que hizo a la otra hija que vive en Cuba, decidió no
regresar. Me cuenta que está haciendo ejercicios en el parque, que juega dominó
por las tardes, que les repasa al otro nieto y a dos amiguitos más, que ha
recuperado unos cuantos amigos de la “vieja guardia” y que con el dinerito que
le mandan de allá y la ayuda de su familia aquí, tiene de sobra para cubrir sus
gastos. Usando sus palabras textuales me decía: “Algunos conocidos me decían
que iba a venir al infierno, pero en realidad, doctora, me siento en el
paraíso. Evidentemente, el modo de vida que ahora lleva no será el paraíso,
pero le genera mayor bienestar”.
Un día me
llevaron a un niño hijo de dos diplomáticos, que vino de vacaciones y no quería
regresar con los padres a la misión donde ellos estaban trabajando, estaba
“alzado”, en plena “huelga”, decía que lo dejaran con la abuela, que él no
quería irse de nuevo, que no le gustaba estar allá. Cuando pregunté a los
padres qué sucedía con el niño, me contaban que allá tenía que vivir encerrado
por razones de seguridad, no tenía apenas amiguitos con quien compartir después
de la escuela, y no estaban los primos, a los cuales adoraba. Desde que llega
aquí es como si le dieran la carta de libertad —me decían los padres—-, se va
para el parque de la esquina con los amigos del barrio, sale a pasear con los
primos, juega pelota
y fútbol en plena calle, se
pasa el día rodeado de los abuelos, de los tíos y de los vecinos. En la
entrevista con el niño me contaba que los primos le decían que él era bobo
porque quería quedarse en Cuba teniendo la oportunidad de estar en otro país y
el niño me decía: “Yo extraño mucho cuando estoy aquí la pizza de peperones,
pero te cambio un millón de pizzas por quedarme viviendo ahora mismo en Cuba”.
Un joven
que vino de retorno de España, me contaba que se había quedado sin trabajo y
por supuesto no tenía dinero para pagar la renta, que la dueña le dio tres
meses de plazo y al no tenerlo lo echó a la calle, pero lo más triste del caso
es que nadie, ni sus amigos, le tendieron una mano pues le decían que dada la crisis
cada cual “debería arreglárselas como pudiera” y tuvo que regresar porque la
opción que tenía era o dormir en el metro o virar para la casa de sus padres
aquí en Cuba. Al final, me decía, quienes están prestos a acogerte son los
tuyos.
Me he
quedado pensando en estos testimonios que muy bien podrían servir para tantos
jóvenes que no encuentran bienestar alguno de vivir en Cuba y que solo imaginan
una vida “de progreso” en el exterior o sobrevaloran la vida afuera como una
vida de éxito y oportunidades, pero yo me pregunto: ¿qué tenemos aquí que falta
en otros lugares? ¿Qué descubrieron el niño, el adulto mayor y el joven que
vino de España, a partir de sus experiencias allá, que nosotros no vemos aquí?
¿Realmente el modelo de vida que proponen las sociedades capitalistas
contemporáneas constituye actualmente un modelo de bienestar, a pesar de estar
vendido por los medios de
comunicación como el “sueño del progreso prometido”? ¿Hablamos hoy de
buena vida o del buen vivir, de vida llena o vida plena? ¿Necesariamente el
desarrollo económico y tecnológico es lo único que garantiza el bienestar
personal y social?
Voy a hacer
un esfuerzo de síntesis a partir de estas experiencias profesionales en lo que
considero radican algunas de las bases de nuestro modelo cubano de bienestar.
EN PRIMER
LUGAR EL NO SENTIMIENTO DE EXCLUSIÓN, EL NO VIVIR “ANOMIA SOCIAL”
Este es un
tema de profundas connotaciones espirituales y éticas. Cuando uno llega a un
barrio en Cuba y pregunta por una persona, por lo general te dicen: “Vive en
aquella casa”. Los cubanos todos tenemos un nombre y una biografía porque todos
tenemos espacios de pertenencia (familia, escuela, comunidad, centro
de trabajo) y de participación social, todos en nuestra vida hemos asumido
responsabilidades, asistimos en el barrio a las reuniones, a nuestro
consultorio del médico, votamos en la misma urna, compramos los productos
normados en el mercado o tenemos el mismo mensajero. Seguro que en algún
momento hemos dicho: “Las mismas caras todos los días”, pero justo ahí radica
un escenario vital de grandes dimensiones humanistas y solidarias.
La anomia
social o en palabras del abuelo que entrevisté el “Tú no existes”, resulta una
experiencia contraria a la que vivimos en Cuba, es la experiencia de vivir sin
tener un lugar, sin ser reconocido o advertido, y no se trata de un lugar
físico, sino de un lugar simbólico, un lugar de pertenencia y participación, un
lugar que da sentido a la vida. Vivir en el “no lugar” es sentirse aislado, en
soledad existencial, es sentirse extraño y ese es uno de los problemas del
mundo actual. Incluso los lugares donde hoy coexisten muchas personas, más que
lugares de encuentro son especialmente “no lugares”. Resulta increíble que en
un metro puedan ir diariamente cientos de personas que no intercambian palabra
alguna y que muestran mayor contacto con los medios tecnológicos en una especie
de autismo técnico, que de persona a persona. Otro “no lugar” son los
aeropuertos y los moles (catedrales del consumo): mucha gente
a tu alrededor y absolutamente ningún contacto. Si te caes nadie te recoge,
porque además, existen tantas leyes de “derechos ciudadanos” que supuestamente
protegen a las personas desde una visión individualista, que nadie te toca no
vaya a ser que te acusen de acoso sexual. Están legislados el “no contacto” y
la indiferencia.
Hoy día la
realidad social en otros países hace que cada vez estemos más excluidos que
incluidos. Amén de la existencia de desigualdades sociales como consecuencia de
las realidades económicas actuales en Cuba, nuestras políticas promueven la
inclusión social conducente a borrar la distancia de género, color de la piel, capacidades
físicas, orientación
sexual. Cuba, como sistema social, a pesar de todas las dificultades
y contradicciones, intenta construir un mundo donde todos quepamos, y donde la
reciprocidad humana espontánea se da a partir de estas condiciones. En “la otra
geografía”, en el mapa de la globalización neoliberal,
dividida en clases, los nexos interpersonales están dañados por disímiles
diferencias y los unos quedan alejados de los otros por fronteras invisibles,
que laceran la integridad y la participación.
LOS
DIVERSOS ESPACIOS DE SOCIALIZACIÓN
Los
espacios de socialización son muy importantes en la vida, el entramado social
es el recurso, el sostén para todo sujeto, pues está claro que ciertamente es
en él que una persona puede desarrollarse en su potencial con plenitud. Las
familias viven actualmente en aislamiento en muchas partes del mundo y mientras
mayor es el nivel de vida, mayor es el modo de vida enclaustrado. Nadie conoce
al vecino de al lado, nadie sabe quién es, dentro de las casas los miembros no
tienen muchos espacios cara a cara, porque la invasión de la tecnología es tal que un
padre puede estar chateando con un colega en Japón y no tiene la menor
idea de lo que le sucede al hijo en el cuarto contiguo. En estudios que se han
realizado en diferentes partes del mundo, el tiempo de conversación mirándose a
los ojos, que un padre (especialmente el papá) dedica a sus hijos, no pasa de
15 minutos diarios.
Uno de los
grandes impactos del modelo
capitalista hegemónico actual es el poco tiempo para la familia u
otros espacios comunitarios, los días entre semana la familia como grupo “no
existe”, los horarios extensivos e intensivos de trabajo, el pluriempleo de los
padres para poder solventar las cada vez mayores exigencias del consumo, hacen
que aquellos viejos rituales y tradiciones familiares se hayan desterrado de la
vida cotidiana. Los psicólogos y sociólogos de muchos países plantean que el
mayor impacto de esta realidad son la soledad infantil y la ausencia de
vínculos en el anciano.
Muchos niños
de la clase media o media alta llegan de la escuela sin que asome en el hogar
un rostro adulto hasta horas avanzadas o permanecen con una nana que brinda
comida, pero no puede suplir el afecto y la atención de los padres.
Los medios
tecnológicos aparecen como el antídoto a la soledad, pero sin ninguna
restricción de los adultos, lo que puede producir adicción a los videojuegos, incrementar
la violencia e incentivar la erotización temprana. Es poco frecuente que los
niños o adolescentes dispongan en el mundo de hoy de las plazas públicas, las
calles y los parques al aire libre como lugares de encuentro porque no hay
seguridad ciudadana para ello. Los universos espacio-temporales de la red
urbana destinados a la juventud, son vistos por los adultos como lugares de
amenaza y peligro más que de esparcimiento y construcción de lazos sociales. En
Cuba los parques y las plazas siguen siendo lugares de socialización de
diferentes generaciones.
La familia
cubana está tejida en redes sociales de intercambio, con los vecinos, con las
organizaciones, con la escuela, con los parientes, incluidos los emigrados. Lo
característico del modo de vida de los cubanos son los espacios de
socialización, el tejido social que no excluye y deja sin nombre a nadie. Yo
diría que la célula básica de la sociedad en Cuba, además de la familia como
hogar, la constituye la red de intercambio social familiar y vecinal, ese
tejido social en redes, representa una de las fortalezas invisibles más grandes
que tiene el modelo cubano de bienestar, es ahí donde radica el mayor logro de
nuestro proceso social, la solidaridad social, la contención social, el
intercambio social permanente. Ese capital es solo perceptible para el que lo
pierde y comienza a vivir otra vida fuera del país.
A pesar de
que tenemos dificultades económicas y problemas no resueltos, la familia en
Cuba existe. La familia cubana comienza a vivir intensamente después que los
niños salen de la escuela y los niños, jóvenes y adolescentes hacen vida
familiar-comunitaria a partir de su salida de los centros escolares. La vida
familiar en Cuba no se produce a puerta cerrada. La puerta de un hogar cubano puede
ser tocada muchas veces por los agentes de fumigación, por los vecinos, por la
enfermera, por los dirigentes de base, por los “puerta-propistas”. Hay que
salir diariamente al mercado, ir a casa de los vecinos para recoger mandados,
botar la basura, ir a la farmacia, buscar a los niños en la escuela. La vida
familiar en Cuba es multigeneracional, donde todas las edades se mantienen
interactuando, la mayoría de los adultos mayores no viven en asilos, su
verdadero espacio por lo general es la comunidad.
LA SOLIDARIDAD
SOCIAL A CONTRACORRIENTE DEL INDIVIDUALISMO
En el
escenario internacional actual el bien individual es más importante que el bien
social, el modelo de desarrollo económico pone a las personas ante el deseo de
vivir “mejor” (a veces a costa de los demás) por encima del vivir todos bien.
Hoy día la gente dice “yo no le hago mal a nadie, que nadie se meta en mi vida,
a mí me gusta, a mí me va bien, es mi cuerpo, es mi vida, es mi espacio”,
eligen la actuación que maximice los beneficios y las ganancias. El “nosotros”
se sustituye por el “yo”. La conducta egoísta en este mundo hegemónico actual
es denominada y bien ponderada como “racionalidad instrumental” cuando en
realidad esa racionalidad lo que esconde es una gran insensibilidad social.
En nuestro
país existe la solidaridad
social, aunque hoy vivimos una suerte de paralelismo entre nuestros
comportamientos solidarios y la insensibilidad de algunas personas. La
socialización del transporte o “botella”, por ejemplo, el hacer de tus vecinos,
tu familia, la socialización vecinal de teléfonos particulares, el pasarse los
uniformes escolares, algunas medicinas, el brindar tu casa particular como aula
después de un ciclón que afectó la escuela, son ejemplos de nuestro intercambio
solidario. Me contaba una joven que estudiaba en la escuela Lenin que
en el grupo de sus amiguitas, además de ser una práctica generalizada de los
grupos, se juntaba cada semana lo que traían de la casa para repartírselos
equitativamente y así todas comían lo mismo, independientemente de que algunas
podían traer más cosas y otras no traían casi nada. Para ellas lo más
importante eran la amistad y la hermandad.
LA
CREATIVIDAD E INTELIGENCIA COLECTIVAS
En Cuba,
además de que puedes conversar y tener múltiples intercambios sociales, puedes
darte el lujo de una buena charla con muchas personas. Todos sabemos de algo,
todos podemos dar una opinión o podemos tener buenas ideas, tenemos cultura
política, cultura deportiva o algunos saben mucho de arte. Tenemos capital
cultural acumulado y eso es parte de nuestro patrimonio social y del bienestar
invisible. No somos para nada ignorantes, resultado de los niveles
educacionales alcanzados. Los cubanos y las cubanas impresionamos por nuestra
capacidad para conversar, para emitir ideas y criterios. Uno de los grandes
problemas que tengo como psicóloga clínica, cuando atiendo a las personas, es
que se me va el tiempo, porque estamos acostumbrados a conversar, algunos me
traen una lista de cosas escritas para que no se les escape lo que desean
decir. Estamos acostumbrados a regalarnos tiempo y eso es un lujo en los momentos
actuales, cuando nadie tiene tiempo que ofrecer, donde en todas partes del
mundo se vive el síndrome de la prisa.
En mis
visitas a impartir docencia a países
latinoamericanos, en los trabajos de estudios de familia que deben
presentar en clases, los estudiantes presentan una realidad familiar-social que
me deja perpleja, por la carga de problemas sociales acumulados, no solo en
familias pobres, sino de cualquier clase social. Me doy cuenta, por lo que
escucho, de que nosotros estamos a siglos de distancia, porque el tema no es
económico, sino de ignorancia, de pobreza mental acumulada, de estigmas
sociales, prejuicios de clase, de género, de raza, violencia contra la mujer,
soluciones mágicas a los problemas sin fundamento científico, abuso sexual infantil,
poligamia, taras genéticas por una sexualidad irresponsable o sexo entre
parientes, todo ello son problemas cotidianos. Son los problemas asociados al
desamparo social, a la ausencia de programas sociales de prevención. Para
nosotros es excepción lo que para ellos es cotidiano.
Como
profesora siento que nuestra población es culta y desarrollada, y lo vivimos
sin apenas darnos cuenta y aunque lo cotidiano aparenta ser intrascendente, es
el gran telón de fondo de la historia. Algunos jóvenes emigrados suelen darse
cuenta de esta realidad social tan diferente con la que tienen que aprender a
lidiar.
¿CÓMO
POTENCIAR NUESTRO MODELO CUBANO DE BIENESTAR?
El nuevo
modelo económico tiene, entre sus objetivos, incrementar la productividad. Con
el nuevo modelo económico el gran desafío es fortalecer nuestra propuesta
cubana de bienestar que representa una alternativa al anti-modelo dominante,
una concepción que también comparten y reiteran prácticamente todos los pueblos
indígenas del continente y del mundo y proviene de una larga tradición dentro
de diversas manifestaciones religiosas. Todas estas visiones, incluida la
cubana, es que el objetivo global del desarrollo, que no es tener cada vez más,
sino ser más, no es atesorar más riqueza, sino más humanidad. Se expresa en su
insistencia en vivir bien en vez de mejor, lo que implica solidaridad entre
todos, prácticas de reciprocidad y el deseo de lograr o restaurar los
equilibrios con el medio ambiente
y a la vez mejorar las condiciones de vida de la población. Sin embargo, la
mejora en las condiciones de vida no va a revertir sola los problemas de índole
social que hemos acumulado. La dimensión económica no puede aislarse de las
dimensiones sociales, culturales, históricas y políticas que otorgan al
desarrollo un carácter integral e interdisciplinario, para recuperar como objeto
fundamental el sentido del bienestar y del buen convivir.
No hay que
ser un científico social para percatarnos de que, al margen de las condiciones
de vida, en nuestro país existen muchas personas y familias que más que pobreza
material ya tienen instalada la pobreza espiritual. Algunas familias tienen
pobreza mental, expresada en sus estrategias de vida alejadas de los más
elementales comportamientos decentes, en sus patrones de consumo distantes de
la realidad de nuestro país, cercanos a la tenencia material superflua, en sus
aspiraciones alejadas del bienestar común. Ahí radica la cultura de la
banalidad y de la frivolidad propia del modelo hegemónico actual.
La
acumulación de problemas materiales producto de la cruenta crisis económica de
la década de los 90, ha deteriorado sustancialmente los valores a nivel social.
Los valores no son solo principios, sino que deben ir acompañados de
comportamientos, para que no pierdan su eficacia. Si desde las prácticas
contradecimos los principios, pues estamos ante una crisis de valores.
Cuba no
está ajena a las influencias hegemónicas del actual mundo unipolar y
supuestamente global, hay que continuar tratando de construir un modelo de
bienestar alternativo “a la intemperie”, bajo todas las influencias que genera
la colonización de la subjetividad, incluyéndonos, a pesar del efecto modulador
de nuestras políticas sociales. En el mercado no valen los ideales, sino la
capacidad de consumo, los no consumidores se vuelven seres humanos “no
reconocidos”, excluidos de todo tipo de reconocimiento social.
Existe hoy
en el mundo una sobresaturación de información, algunas muy buenas, pero otras
plagadas de mediocridad y superficialidad. Los medios de comunicación del
actual modelo hegemónico fomentan la banalidad con tal de vender más. Somos
atiborrados con entretenimientos, novelas, series y películas de violencia que
tienen un poder de encantamiento increíble porque atrapan, pero se corre el
riesgo de ser arrastrado al ocio y a la adicción (drogas, alcohol, sexo
promiscuo, dinero fácil, juegos de azar, videojuegos).
Cuando Gandhi,
Premio Nobel de
la Paz, señaló los siete pecados capitales de la sociedad
contemporánea se refirió precisamente al contexto global en el que nos
encontramos inmersos: Riqueza sin trabajo, Placer sin conciencia,
Conocimiento sin utilidad, Comercio sin moralidad, Ciencia sin
humildad, Adoración sin sacrificio y Política sin principios.
Por lo
general, la publicidad y el mercado asocian el bienestar al placer, al tener,
al éxito, al estatus.
Es cierto
que si no tenemos mucha cultura, la tendencia a pensar que en el tener está el
bienestar y dejarnos atrapar por todas las propuestas de consumo crece como
“hierba mala”, es someternos a la ignorancia. La ética del ser requiere de una
formación moral, una preparación, una educación familiar, en general una
educación de mayor envergadura, y a eso es lo que tenemos que apostar como
sociedad.
FOMENTAR LA
SOLIDARIDAD SOCIAL
Con el
fortalecimiento del trabajo por
cuenta propia, la comunidad constituye el espacio vital de muchas
familias. Familia-comunidad-organizaciones-trabajo se fortalecen en sus
vínculos. Sin embargo, los nuevos escenarios constituyen una magnífica
oportunidad para fortalecer la vida comunitaria, además de potenciar el trabajo
en beneficio del bienestar común. Cuba aporta la diferencia en el sentido de
solidaridad y responsabilidad social que hemos incorporado.
Se hace
necesario potenciar una cultura solidaria y una responsabilidad social que
sirva de antídoto a la penetración de la cultura del mercado. Es importante que
la gente mantenga su eticidad solidaria, que no se fragmente el proyecto
colectivo. Aunque el nombre, y no la idea del trabajo por cuenta propia sugiera
una cierta desconexión social, que no representa nuestra ética solidaria.
FORTALECER
EL ESPACIO COMUNITARIO
La familia
y la comunidad han ganado en importancia en Cuba como escenarios de la vida en
los tiempos actuales. Cuando algún visitante observa nuestro modo de vida
comunitario, en ocasiones refieren que antes en su país se vivía así, pero hace
más de diez años que ya se vive a “puertas cerradas” y a “casas vacías durante
gran parte del día” Esto se debe, en su mayor parte, al surgimiento de nuevas
tecnologías, a horarios laborales cada vez más extensos, a la frecuencia con la
que cambiamos de trabajo y casa, y a ciudades cada vez más grandes y pobladas.
El crecimiento exacerbado del individualismo está haciendo cada vez más difícil
encontrar una sensación de comunidad. La comunidad ha sido reducida al núcleo
familiar mínimo, y en estas circunstancias es muy fácil caer en el aislamiento,
que conlleva a la soledad y la depresión, creando un gran colapso social, con
resultados tan drásticos como incrementos en violencia, abuso de drogas y
enfermedades mentales.
Cuando las
personas de todas las edades, grupos sociales y culturas sienten que pertenecen
a una comunidad tienden a ser más felices y saludables, y crean una red social
más fuerte, estable y solidaria. Una comunidad fuerte aporta muchos beneficios,
tanto al individuo como al grupo en sí, ayudando a crear una mejor sociedad en
general. Nuestro gran desafío es que nuestras puertas no se cierren, que no
perdamos la sensibilidad por los otros, por nuestro barrio y entorno, que
sigamos preocupándonos por el bien común.
Las
diferentes formas de inserción a la economía no han deteriorado sensiblemente
el tejido social existente, no somos una sociedad estratificada en clases
sociales, sino tejida en redes familiares, vecinales y sociales, mantenemos una
ética solidaria.
Una
aspiración importante es que en la comunidad se encuentren soluciones novedosas
a muchos de los problemas sociales que tenemos basado fundamentalmente en esa
visión de la comunidad como espacio potenciado en la solución de los problemas.
Para ello se necesitará una mayor dinamización de la comunidad en su capacidad
para influir en las problemáticas locales.
Es
importante mantener la implicación de los ciudadanos en la vida social,
preservar el cuidado de nuestros espacios, el respeto a los ancianos, los
niños, las mujeres, las personas con alguna discapacidad y sobre todo, mantener
la responsabilidad social en la educación de las jóvenes generaciones.
Tomando en
consideración todos estos elementos, considero que tenemos una gran
responsabilidad social de no perder nuestro modelo cubano de bienestar, que
nuestro país cuenta con condiciones sin precedentes para marcar la diferencia,
que es preciso continuar resistiendo a la colonización de la cultura y la
subjetividad, que el gran desafío es seguir proponiendo otros modelos de ser
humano y de colectividad que realmente indiquen caminos de verdadera
humanización.
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